La sátira
Insultos y burlas en la literatura
de la antigua Roma
La afición de los políticos a mentir y robar
ha acompañado todas las edades del hombre.
Desde el siglo -v, y durante mil años, los escritores
romanos combatieron la codicia y falsedad
de sus gobernantes con un género literario dedicado
a criticarlos y ridiculizarlos, la sátira. Fue mucho más
que un simple derecho al pataleo, se convirtió
en un ejercicio de la libertad de expresión
en el que no se ahorran burlas, insultos, sarcasmos,
ironías y provocaciones. A muchos autores
les costaría la vida, pero al menos acabaron sus días
mortales con esa fiesta de la risa que entraña la burla
para los pueblos a orillas del Mediterráneo.
Pollux Hernúñez ha repasado y traducido las mejores
sátiras de la antigua Roma, desde las de Lucilio hasta
las de Claudiano, pasando por Horacio, Plauto, Juvenal,
Marcial... Todos ellos se mofan alegremente de
unos dirigentes demasiado parecidos a los.nuestros.
BREVIARIOS DE REY LEAR [52]
La sátira
In su l t o s y b u r l a s
EN LA LITERATURA DE LA ANTIGUA ROMA
***
I
Definamos en primer lugar el título de este opúsculo.
Por la «antigua Roma» entiendo aquí en su sentido
más amplio la civilización que nace con la República
romana a principios del siglo -V y desaparece con
la caída del Imperio mil años después. Invito, pues, al
lector a sobrevolar la historia de ese milenio para describir
y comentar lo que sus autores satíricos escribieron
o, más exactamente, lo que nos queda de ellos.
En cuanto al concepto de «sátira», este breve ejemplo
de Marcial servirá para ilustrar las consideraciones teóricas
que seguirán:
Pensando en tu novia, Andrés,
te depilas pecho, axilas,
pubis, minga, piernas, pies.
¿En quién pensarás, Andrés,
cuando el culo te depilas?1
Una sátira es una composición artística, en este caso
literaria, que critica a alguien o algo ridiculizándolo.
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Crítica y ridículo: dos conceptos clave que definen el
contenido y la forma de un género con multitud de
ramificaciones: el insulto, la
invectiva, la obscenidad, la
pulla, la burla, el sarcasmo, la
ironía, la parodia.
Analicemos para empezar
el primer elemento: la crítica.
¿Cuáles son los motivos que
pueden llevar a alguien a criticar
a un congénere? Infinitos
y muy humanos: la diferencia
de opiniones, el prurito
de llevar la contraria, la
envidia, el odio, la venganza, o simplemente las ganas
de incordiar y divertirse, como parece ser el caso en
este epigrama de Marcial. Podría pensarse, pues, que
la sátira es la hez de la literatura, un género desconocedor
de los principios morales más elementales,
como el respeto al prójimo. Muy al contrario: la sátira
no es sino la expresión de una sólida convicción
moral y muy frecuentemente su autor es un idealista
decepcionado convertido en moralista. Por eso suele
decirse que la sátira fustiga los vicios humanos.
En cuanto al segundo elemento, el ridículo, todos
sabemos que la risa, la burla, es un arma poderosísima,
pues el que ríe de otro lo hace porque de alguna
manera y en ese momento se considera superior a él.
La risa es la manifestación de una victoria intelectual,
la expresión de una libertad verdaderamente inalienable
e ilimitada. Por eso la sátira vive en la transgresión:
transgresión de lo mesurado, de lo decente,
de lo que está bien, y utilización
de lo desmesurado,
de lo obsceno y de lo
censurable, para producir
risa.
Como la crítica y el
ridículo producen placer,
e incluso morbo, no es sor- .
prendente que el sátiro- de la comedia latina.
grafo se granjee fácilmente
la complicidad del lector, y que la sátira sea uno de
los géneros más leídos, o vistos, pues hoy la televisión
está suplantando al libro en este como en otros campos.
Trasponiendo a Roma estos breves postulados teóricos,
sintetizados en los conceptos «crítica» y «ridículo
», entenderemos fácilmente la gran afición que
siempre tuvieron los romanos por la sátira, pues se
corresponden con dos características peculiares de la
civilización romana, que hacían de la existencia de la
sátira algo natural e incluso necesario.
19
Los logros de la civilización romana, muchos de
ellos todavía vivos y útiles, siguen sorprendiéndonos.
El pueblo de pastores que llegó a dominar el Mediterráneo
y todas sus civilizaciones, el pueblo que con sus
instituciones jurídicas, políticas y administrativas echó
los cimientos de Occidente y dio una cultura y una
lengua a medio mundo, logró todo esto porque sus
ciudadanos creían en un gran destino y en una voluntad
para conseguirlo. Esa voluntad se asentaba (además
de en las legiones), en el principio de la participación
activa del ciudadano en la sociedad. El derecho
a participar políticamente en la res pu blica supone
un intercambio constante de pareceres, una tendencia
casi natural a la persuasión, a la crítica de la
opinión contraria, a la condena de aquello de lo que
se disiente, y todo esto hace entrar en juego la responsabilidad
moral del individuo. Es esta capacidad
para intervenir en la realidad circundante lo que explica
sin duda la abundancia de autores que sienten la
necesidad de expresarse, de convencer, de dar lecciones,
de criticar y censurar lo que otros más potentes,
más aviesos o más necios que ellos imponen de una u
otra manera en ese entorno común.
Además de esta predisposición política a la persuasión,
al didactismo, a la crítica, hay en los romanos,
en los latinos, en los italianos y quizá en todos
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los pueblos mediterráneos, una propensión innata a
lo festivo, a lo burlesco, a lo obsceno, a la risa en general,
que se manifiesta de innumerables maneras, incluso
en los momentos más solemnes. Cuando en el año
-46 Julio César celebró su triunfo por la conquista de
las Galias y cabalgaba tras una larga procesión de prisioneros,
botín, armas y
toda la parafernalia del
desfile militar, sus
propios hombres iban
cantando tras él algo
que no suele oírse en los
desfiles de hoy:
i
Ficha de lupanar..
¡Guardad las mujeres, romanos,
que aquí viene el follador calvo!2
Y esto:
En las Galias bien te follaste
el oro que en Roma sacaste.3
Y Vespasiano, sabiendo que, como todo buen emperador,
sería divinizado después de morir, se mofó de la
tradición y de las buenas maneras cuando le llegó el
momento. Estas fueron sus últimas palabras (año +79):
21
¡Vaya! Parece que me estoy haciendo dios.4
La crítica y el ridículo están
omnipresentes en la vida cotidiana
y en la literatura de los romanos desde
los primeros tiempos hasta el
final del Imperio. Pero antes de
entrar en la historia de la sátira
romana, conviene explicar el significado
que para los romanos tenía
Mosaico de Pompeya. k ^ ra «sátira».
Satura quidem tota nostra est: «La sátira es una cosa
totalmente nuestrá»5. Así escribía el profesor de retórica
Quintiliano hace 1.900 años, en un breve repaso histórico
de la literatura de Grecia y Roma. Como se sabe,
la literatura romana, como tantas otras cosas, sigue los
pasos de la cultura griega, y por eso no deja de sorprender
que alguien tan autorizado como Quintiliano
hable de originalidad romana en este campo, sobre todo
cuando sabemos que los griegos llevaban ya siete siglos
leyendo obras de contenido altamente satírico, desde
los violentísimos yambos de Arquíloco y las despiadadas
caricaturas femeninas de Simonides de Amorgo,
hasta las mordaces comedias de Aristófanes, así como
los versos burlescopornográficos de Sotades.
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En latín, la palabra satura (pronuncíese como esdrújula)
era originalmente un adjetivo que significaba «llena
», «repleta» (de su raíz se derivan «saturar», «satisfacer
» y «saciar»). Este adjetivo, aplicado, por ejemplo, a
una fuente llena de frutas diversas que se ofrecía a los
dioses, o de alimentos mezclados que se servían a la
mesa, acabó convirtiéndose en sustantivo con el significado
de ensalada o macedonia, y de aquí mezcolanza,
revoltillo de cosas y más concretamente de versos
variados. Es interesante observar que la misma evolución
semántica se ha producido en castellano con el término
«ensalada», que originalmente fue adjetivo y que,
ya en el siglo de Oro, Covarrubias definía así:
El plato de verduras que se sirve a la mesa [...] Y
porque en la ensalada echan muchas yerbas diferentes
[...] y de mucha diversidad se haze un plato, llamaron
ensaladas un género de canciones que tienen diversos
metros.
Y el mismo Covarrubias nos recuerda el paralelismo
a que aludo, añadiendo:
Este modo de misceláneas compararon los antiguos
al plato de ensalada al qual llamaron saturam.
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La satura, al igual que la ensalada, era pues una
especie de popurrí. ¿De qué? ¿Cómo este popurrí vino
a significar lo que actualmente entendemos por sátira?
¿Por qué la palabra satura se transforma en sátira?
Para responder a esto, debemos remontarnos a los
albores de la cultura romana.
Cuenta Tito Livio que, a raíz de la visita que hizo
a Roma una compañía de bailarines etruscos en el año
-364, los jóvenes romanos iniciaron la costumbre de
improvisar y lanzarse versos burlescos y que esta costumbre
evolucionó hasta dar lugar a un espectáculo
compuesto de canciones variadas acompañadas de
música y movimiento6. Este espectáculo de variedades
se llamó satura y, dado su origen, debía de contener
elementos burlescos. Así pues, este pasaje de Tito
Livio nos proporciona el testimonio más antiguo del
dato que ahora nos interesa: la primera alusión a algo
que llevaba el nombre de satura y que era satírico.
Esta satura dramática, como se la ha llamado, desapareció
cuando el teatro regular se inició en Roma a
mediados del siglo -III, pero la palabra satura continuó
utilizándose, pues es lógico que el autor de versos
variados como los de la satura escénica siguiera llamando
de la misma manera a sus composiciones aunque
no se representaran en el escenario. El primer autor
conocido que hizo esto es el padre de la literatura
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Escena de comedia en un relieve de Pompeya.
romana, Ennio, que cultivó todos los géneros literarios
en el primer tercio del siglo -II.
Después de él, muchos otros lo practicaron y así
se fue creando un género de características propias que
podría definirse así: composición poética de intención
didáctica en la que el autor expresa libremente sus opiniones
sobre personas y circunstancias de la vida cotidiana,
a menudo de manera burlesca e incluso obscena,
y desde luego siempre crítica. En cuanto a la forma,
se conservó el lenguaje coloquial de la satura original
y, a veces, el diálogo, pero la diversidad de metros
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fue perdiéndose con el tiempo y la forma canónica del
género acabó siendo el hexámetro dactilico, un verso
sólido y altisonante de origen griego muy apto para
la exhortación moral.
Este género es el que Quintiliano, con toda razón,
atribuye al genio romano y cuyos representantes más
ilustres fueron Lucilio, Horacio,
Persio y Juvenal., Pero, fuera
de las convenciones de este
género, había otras formas de
criticar ridiculizando. El mismo
Quintiliano llama sátiras a las
menipeas de Varrón, que son
muy distintas en forma y contenido
de las que acabo de definir,
y muchos son los autores de
obras altamente satíricas que
utilizan otros medios de expresión,
como es el caso de Séneca, Petronio y los epigramistas.
Además raro es el poeta, dramaturgo, orador
o ensayista latino que no deslice algún elemento
satírico en sus obras. Así pues, por sátira debemos
entender aquí dos cosas. En sentido estricto: el género
glosado por Quintiliano, que podríamos llamar
«alta sátira». En sentido lato: lo satírico que produjeron
los autores latinos y que se encuentra en muchos
de ellos. Aquí me voy a ocupar de ambas.
Mas antes de ahondar en ello, concluyamos estas
consideraciones introductorias con un punto de etimología.
Dada la frecuente presencia de lo obsceno
en la sátira y la creciente influencia griega en la cultura
romana, con el paso del tiempo los romanos mismos
llegaron a suponer que la palabra satura procedía
del griego satyra, es decir algo propio de los sátiros
(seres mitad hombre mitad cabra, símbolos de la lujuria),
y empezó a escribirse con y7. Finalmente esta y
se transformó en i, que es la que han recibido las lenguas
europeas modernas.
Pasemos ya a la historia de la sátira romana.
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