domingo, 9 de mayo de 2021

Thornton Wilder Los idus de marzo.

 


Thornton Wilder

Los idus de marzo

Título original: The Ides of March

Traducción: María Martínez Sierra

Traducción cedida por Editorial Edhasa

© 1995 Salvat Editores, S.A. (Para la presente edición)

© Thomton Wilder, 1948

© Edhasa, 1990

ISBN: 84-345-9042-5 (Obra completa)

ISBN: 84-345-9087-5 (Volumen 44)

Depósito Legal: B-15616-1995

Publicado por Salvat Editores, S.A., Barcelona

Impreso por CAYFOSA. Mayo 1995

Printed in Spain - Impreso en España


Los Idus de marzo no pretende ser una férrea reconstrucción histórica, sino que, en palabras de su autor la obra puede considerarse «una fantasía sobre ciertos acontecimientos y personas de los últimos días de la República romana». La novela epistolar está inspirada en las cartas en cadena que circularon en Italia contra el régimen de Mussolini. Situada en Roma en el año 45 a.C., en ella conoceremos las hipotéticas reflexiones de César sobre sí mismo como Instrumento del Destino y sus meditaciones acerca de la religión y la naturaleza del amor.

El autor norteamericano Thomton Wilder nació en 1897 y murió en 1975. Se graduó en 19l2 y posteriormente estudió arqueología en Roma. Dio clases de literatura y sobre los clásicos en la Universidad de Chicago. Publicó su primera novela, La cábala, en 1926. Su obra más popular El puente de San Luis Rey (Premio Pulitzer) lo consagró como novelista y de ella se realizaron adaptaciones cinematográficas y televisivas. Obtuvo el premio Pulitzer por dos de sus libros Our town y The skin of our teeth. Con la novela El octavo día ganó el Nacional BookAward en 1968.


 

Esta obra está dedicada a dos amigos: Lauro de Bosis, poeta romano que perfiló la vida organizando una resistencia contra el poder absoluto de Mussolini; su avión, perseguido por los del duce, se hundió en el mar tirreno, y Edward Seldon, que aunque inmóvil y ciego durante mas de veinte años, fue dispensador de sabiduría, valor y alegria para muchas gentes.

 

 

 

Das Schaudern zst der Menschhezt bestes Teil;

Wje auch die Welt ibm das Gefuhiverteure...

Goethe; Fausto, parte II.


 

 

 PREÁMBULO

 

 

El estremecimiento del temor reverencial es la más alta facultad humana, aunque este mundo esté constantemente alterando sus valores...

GLOSA: Del reconocer el hombre, mediante el temor y la reverencia, que La reconstrucción histórica no es uno de los principales propósitos de esta obra. Puede considerársela como una fantasía sobre ciertos acontecimientos y personas de los últimos días de la República romana. existe un algo incognoscible, todo lo en las sobre ciertos proviene de su mente, aun cuando tal reconocimiento a menudo se descarría en mejor exploraciones acontecimientos y personas superstición, esclavitud y exagerado confiar.

 La principal libertad que el autor se permite es la de trasladar un acontecimiento que tuvo lugar el año 62 antes de la Era cristiana –la profanación de los Misterios de la Bona Dea por Clodia Pulquer y su hermano- a la celebración de los mismos ritos diecisiete anos mas tarde, el 11 de diciembre del año 45 antes de Cristo.

 En el año 45, ya muchos de mis personajes sin duda habrían muerto hacía tiempo. Clodio, asesinado por unos matones en un camino rural; Cátulo, aunque sólo tenemos la palabra de san Jerónimo para pensar que murió a la edad de treinta años; Catón el joven, unos pocos meses antes en aquel mismo año, en África, resistiendo al poder absoluto de César; la tía de César viuda del gran Mario, había muerto antes del año 62. Por otra parte, en el año 45, la segunda mujer de César, Pompeya, había sido reemplazada por la tercera, Calpurnia.

 Cierto número de los elementos de esta obra, entre los que pueden parecer inventados por mí son en realidad históricos. Cleopatra llegó a Roma el año 46, César la instaló en su villa, al otro lado del río; permaneció allí hasta que él fue asesinado, y entonces huyó, volviendo a su país.

 Casi todos los historiadores que han concedido extensa atención a la vida privada de César han pesado y generalmente rechazado la posibilidad de que Junio Marco Bruto fuese hijo de César. El regalo que hizo César a Servilia, de una perla de valor sin precedente, es histórico. Las cartas en cadena de los conspiradores, dirigidas contra César, me las han sugerido los acontecimientos de nuestro tiempo. Las hizo circular en Italia contra el régimen fascista Lauro de Bosis, siguiendo -se dice- el consejo de Bernard Shaw.

 Llamo la atención del lector a la forma en que están presentados los materiales de esta obra:

 Dentro de cada uno de los cuatro libros, los documentos se dan en orden aproximadamente cronológico. Los del libro primero se refieren a septiembre del año 45 antes de Cristo. El libro segundo, que contiene material referente a las investigaciones de César acerca de la naturaleza del amor, empieza antes y cubre los meses de septiembre y octubre. El libro tercero, que trata principalmente de religión, empieza aún antes y se desenvuelve durante todo el otoño, concluyendo con las ceremonias de la Buena Diosa en diciembre. El libro cuarto, que resume todos los aspectos de la investigación de César, particularmente los que tratan de sí mismo, como representando acaso el papel de instrumento del “Destino”, empieza con el primer documento del volumen, y termina con su asesinato.

 Todos los documentos que van en esta obra se deben a la imaginación de su autor, excepto los poemas de Cátulo y la última página que cierra el libro; ésta está tomada de Vidas de los Césares, de Suetonio.

 Fuentes de material referentes a Cicerón, las hay copiosas; referentes a Cleopatra, escasean; cuando se trata de César, son muchas, pero a menudo enigmáticas y sacadas de quicio por intenciones políticas. Este libro es una reconstrucción hipotética, debido a la desigualdad de las fuentes de información.

 Thornton Wilder


 

LIBRO PRIMERO

 

I. EL MAESTRO DEL COLEGIO DE AUGURES A CAYO JULIO CÉSAR, SUPREMO PONTÍFICE Y DICTADOR DEL PUEBLO ROMANO.

  

Copias para el sacerdote de Júpiter Capitolino, etc.; para la señora presidenta del colegio de las Vírgenes Vestales, etc., etc.

 

1 de septiembre, año 45 antes de Cristo

 

 Al reverendísimo supremo pontífice:

 Sexto informe de esta fecha.

 Lecturas del sacrificio del mediodía: Un ganso; manchas en el corazón y el hígado. Hernia del diafragma.

 Segundo ganso y un gallo: Nada digno de nota.

 Un pichón: condición siniestra, riñón desplazado, hígado hinchado y de color amarillo. Piedrecilla de cuarzo en el buche. Se ordenó un estudio más detallado.

 Segundo pichón: Nada digno de nota.

 Observación de vuelos: Un águila desde tres millas al norte del monte Soracte hasta el limite de visión sobre Tivoli.

El ave mostró alguna incertidumbre en la dirección al acercarse a la ciudad.

 Truenos. No se ha oído trueno alguno desde el que se observó hace diez días.

 Salud y larga vida para el supremo pontífice.

 

 

 

I-A. NOTA DE CÉSAR, CONFIDENCIAL, PARA SU SECRETARIO

ECLESIASTICO.

 

 

 ítem 1. Informar al maestro del Colegio de Augures que no es necesario que me envíen de diez a quince informes como éste al día. Bastará con un informe sumario de las observaciones del día anterior.

 ítem II. Elegir de entre los informes de los últimos cuatro días, tres auspicios especialmente favorables y tres desfavorables. Puedo necesitarlos hoy en el Senado.

 ítem III. Redactar y distribuir un comunicado con el siguiente efecto:

 Con el establecimiento del nuevo calendario, la conmemoración de la fundación de la ciudad el día decimoséptimo de cada mes, se elevará a la categoría de rito de la más alta importancia cívica.

 El supremo pontífice, si se encuentra residiendo en la ciudad, estará presente en cada una de las conmemoraciones.

 Se observará el ritual completo con las siguientes adiciones y correcciones:

 Estarán presentes doscientos soldados que pronunciarán la invocación a Marte como es costumbre en los puestos militares.

 La adoración de Rea estará a cargo de las Vírgenes Vestales. La presidenta del colegio será personalmente responsable de la asistencia, de la excelencia de la actuación y del decoro de las participantes. Se corregirán inmediatamente los abusos que han ido introduciéndose en el ritual; las celebrantes permanecerán invisibles hasta la procesión final, y no se recurrirá en modo alguno a la moda mixolidia.

 El testamento de Rómulo se dirigirá hacia los asientos reservados para la aristocracia.

 Los sacerdotes que alternen los responsos con el supremo pontífice habrán de hacerlo con perfección literal. A los que fallen en cualquier detalle se les someterá a treinta días de adiestramiento y se les enviará a servir en los nuevos templos de África y Bretaña.

 

 

I-B. DIARIO-CARTA DE CÉSAR A LUCIO MAMILIO TURRINO, EN LA ISLA DE CAPRI.

 

 

Para una descripción de este diario-carta, véase el comienzo del documento III.

 

 968. Acerca de los ritos religiosos.

 Incluyo en el paquete de esta semana media docena de los innumerables informes que, como supremo pontífice, recibo de los Augures, Arúspices, Vigilantes del Cielo y Cuidadores de los Pollos.

 Incluyo también las disposiciones que he dictado para la conmemoración mensual de la fundación de la ciudad.

 ¿Qué se le va a hacer?

 He heredado esta carga de superstición e insensatez. Gobierno a innumerables hombres, pero debo reconocer que estoy gobernado por aves y truenos.

 Todo ello obstruye con frecuencia la obra del Estado: cierra las puertas del Senado y de los tribunales durante días y aun semanas enteras. Emplea a varios miles de personas. Todo el que tiene algo que ver con todo ello, incluso el supremo pontífice, lo manipula en interés propio.

 Una tarde, en el valle del Rin, los augures de nuestro cuartel general me prohibieron enredarme en batalla contra el enemigo. Al parecer, nuestros pollos sagrados comían con desgana. Las señoras gallinas cruzaban los pies al andar; inspeccionaban con frecuencia el cielo y miraban por encima del hombro, con muy buen motivo. Yo también, al entrar en el valle, me había desanimado al observar que a menudo le visitaban las águilas. Nosotros, los generales, nos vemos reducidos a observar el cielo con ojos de pollo. Accedí durante un día, aunque una de mis pocas ventajas consistía en mi capacidad de tomar por sorpresa al enemigo, y temía que por la mañana se repitiese el impedimento. Pero al atardecer, Asinio Polión y yo dimos un paseo por los bosques; recogimos una docena de gorgojos; los picamos en pedazos menuditos con nuestros cuchillos y los esparcimos en derredor del jaulón que servía de comedor sagrado. A la mañana siguiente todo el ejército esperó con ansiedad para conocer la voluntad de los dioses. Sacaron a comer a los pollos fatídicos. Al principio, miraron al cielo lanzando aquel piar de alarma que basta para detener a diez mil hombres; pero, luego, miraron la comida que se les ofreciera. ¡Por Hércules! Los ojos se les salían de las órbitas; lanzaron gritos de encantada glotonería; volaron a comer, y me permitieron ganar la batalla de Colonia.

 Y sobre todo, tales observancias rituales atacan y van minando el verdadero espíritu en la mente de los hombres. Nos dan a nosotros, romanos, desde los barrenderos a los cónsules, un vago sentimiento de confianza donde no hay que confiar, y al mismo tiempo nos infunden un temor penetrante, un temor que ni nos despierta a la acción ni nos exige ingenio, sino que paraliza. Quitan de los hombros a los seres humanos la incesante obligación de ir creando momento tras momento su propia Roma. Llegan a nosotros sancionados por el uso de nuestros antepasados y respirando la seguridad de nuestra infancia; lisonjean la pasividad y consuelan de la insuficiencia.

 Puedo habérmelas con los otros enemigos del orden: con las perturbaciones sin plan de un Clodio; con el gruñón descontento de un Cicerón y un Bruto, nacidos de la envidia y alimentados con el teorizar que hila tan delgado de los viejos textos griegos; con los crímenes y la codicia de mis procónsules y funcionarios, pero ¿qué puedo hacer contra la apatía que se alegra de poderse envolver en la capa de la piedad, que me dice que a Roma la salvarán los dioses que constantemente velan por ella o que Roma se arruinará porque los dioses son maléficos?

 No soy aficionado a rumiar malhumores, pero a veces me sorprendo rumiando, malhumorado, sobre este asunto.

 ¿Qué se le va a hacer?

 A veces, a la medianoche, intento figurarme qué sucedería si yo aboliese todo esto; si, dictador y supremo pontífice, aboliese toda la observancia de los días fastos y nefastos, de las entrañas y los vuelos de las aves, del trueno y del rayo; si cerrase todos los templos excepto el de Júpiter Capitolino.

Y con Júpiter, ¿qué?

De esto, volveré a hablarte.

Prepara pensamientos para guiarme.

La noche siguiente.

La carta continúa en griego.

Vuelve a ser medianoche, querido amigo mío. Estoy sentado ante mi ventana, deseando que diese sobre la ciudad dormida y no sobre los jardines Trasteverinos de los ricos. Las mariposillas danzan en torno a mi lámpara. El río refleja apenas la difusa luz de las estrellas. En la orilla opuesta algunos ciudadanos borrachos discuten en una taberna, y de cuando en cuando me llega, en el aire, mi nombre. He dejado a mi mujer dormida, y he intentado aquietar mis pensamientos leyendo a Lucrecio.

 Cada día siento mayor presión sobre mí, procedente de la posición que ocupo. Me doy más y más cuenta de lo que me capacita para realizar, de lo que me exige que realice.

 Pero ¿qué me dice? ¿Qué exige de mí?

 He pacificado el mundo; he extendido los beneficios del derecho romano a innumerables hombres y mujeres; contra gran oposición, les estoy otorgando también los derechos de la ciudadanía; he reformado el calendario, y nuestros días están regulados por una conformidad útil con los movimientos del sol y de la luna. Estoy arreglando el modo de que el mundo llegue a estar alimentado con regularidad; mis leyes y mis flotas equilibrarán la intermitencia de las cosechas y lo sobrante de las necesidades públicas. El mes próximo se suprimirá la tortura en el código penal.

 Pero todo eso no es bastante. Tales medidas han sido meramente la obra de un general y de un administrador. En ellas soy para el mundo lo que un alcalde es para una aldea. Ahora, es preciso hacer otra obra, pero ¿cuál? Siento como si ahora, y sólo ahora, estuviese dispuesto a empezar. La canción que está en los labios de todos me llama padre.

 Por primera vez en mi vida pública, estoy inseguro. Mis acciones hasta aquí han estado conformes con un principio al que puedo llamar una superstición: nunca improviso. No inicio acción alguna para que me instruyan sus resultados. En el arte de la guerra y en las operaciones de la política, no hago nada sin una intención extremadamente precisa. Si surge un obstáculo, creo prontamente un plan nuevo en el cual vea claramente cada una de sus posibles consecuencias. Desde el momento en que vi que Pompeyo dejaba una partecilla de cada ventura a la casualidad, supe que yo iba a ser el dueño del mundo.

 Los proyectos que ahora acuden a mi, sin embargo, llevan en si elementos de los cuales no estoy seguro de estar en lo cierto. Para llevarlos a efecto, necesito que en mi entendimiento esté en claro cuáles son los fines de la vida del hombre corriente y cuáles las capacidades del ser humano.

 El hombre, ¿qué es? ¿Qué sabemos de él? Sus dioses, su libertad, su entendimiento, su amor, su destino, su muerte..., ¿qué significan? ¿Recuerdas cómo tú y yo, muchachos en Atenas, y más tarde ante nuestras tiendas de campaña en la Galia, acostumbrábamos dar infinitas vueltas a todas estas cosas? Yo, filosofando, vuelvo a ser un adolescente. Como Platón, el peligroso seductor, dice: los mejores filósofos del mundo son chiquillos con barbas recién nacidas en el mentón; vuelvo a ser muchacho.

 Y ya ves lo que he hecho entretanto en ese asunto de la religión del Estado. La he apuntalado restableciendo la Conmemoración mensual de la Fundación de la Ciudad.

 Quizá lo he hecho para escrutar qué últimos vestigios de semejante piedad puedo descubrir dentro de mi mismo. También me lisonjea saber que de todos los romanos soy el más erudito en la antigua ciencia religiosa, como lo fue, antes que yo, mi madre. Confieso que mientras estoy declamando las rudas colectas y ordenando los movimientos en el complicado ritual, estoy lleno de emoción real; pero esa emoción no tiene nada que ver con el mundo sobrenatural: estoy recordando cuando, a los diecinueve años, sacerdote de Júpiter, subí al Capitolio con mi Cornelia al lado, llevando ella bajo el cinto a nuestra Julia, que aún no había nacido. ¿Qué momento me ha ofrecido la vida desde entonces capaz de igualarle?

 ¡Silencio! Se está relevando la guardia delante de mi puerta. Los centinelas han entrechocado sus espadas y han cambiado la contraseña. La contraseña esta noche es CÉSAR VELA.

 

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