El
juego de la pasión cierra el ciclo de novelas
de Kosinski destinado a definir al individuo que se defiende de la sociedad.
Fabian, su protagonista, es un jugador de polo profesional que se desplaza a través
de los Estados Unidos al volante de un trailer gigantesco que contiene todas
sus pertenencias, incluidos sus dos caballos. La travesía del mundo americano
de este nuevo Lancelote, de este anti-Quijote por los torneos modernos, es sin
duda un viaje iniciático, el transcurso de una vida que busca su nuevo Grial:
pruebas secretas, destinos inverosímiles, combates que incluyen a otros
caballeros, a la mujer y a la muerte.
Pero
se trata de una historia de caballería que también presenta los resortes más misteriosos
y terribles de nuestra época: la violencia sexual, la perversión, el crimen. Es
decir, este nuevo Quijote ya no lee novelas caballerescas, lee a Maquiavelo y
Hadley Chase, aunque la pasión de Fabian siga centrada en el caballo y los
rituales de la carne sólo sean el contrapunto de un universo que huye hacia el
fracaso. Pero más allá de los errores de la sociedad americana y de la jet-society internacional, se impone una
pureza: la unión del hombre y el caballo, de donde nace una intensa y mítica emoción
salvadora.
Jerzy Kosinski
El juego de la pasión
Título
original: Passion play
Jerzy
Kosinski, 1979
Traducción:
Jaime Silva
Editor
digital: German25
ePub
base r1.2
Para
Katherina un regalo de vida, muy por encima de lo que la vida permite
Nota
del autor
Este
libro es pura ficción. Cualquier semejanza con el presente o el pasado o con
cualquier suceso o personaje contemporáneo es puramente casual.
Todo esto os lo he dicho, señora, para
probaros las diferencias que existen entre unos caballeros y otros. Es sólo
privilegio de príncipes tener un concepto más alto de estas últimas o más bien
de estas primeras categorías de caballeros andantes. Pues como se lee en sus
historias, los ha habido quienes no sólo fueron la salvación de un reino, sino
de muchos.
CERVANTES,
Don Quijote
¿Cómo puede liberarse un prisionero si no es
atravesando el muro? Para mí la ballena blanca es el muro que me rodea. A veces
creo que detrás de ella está el vacío.
MELVILLE,
Moby Dick
Capítulo
1
Fabian
decidió cortarse el pelo. Aparcó su casa rodante junto a la calzada, frente a
la primera peluquería que encontró. Sólo después de trasponer el umbral se dio
cuenta de que se hallaba en un salón que atendía a una clientela joven y
elegante. Había un aire distinguido en la decoración y en los hombres y mujeres
tratados con toda delicadeza por el personal femenino.
Una
muchacha de poco más de veinte años —con el pelo rizado como un querubín— le
aplicó el champú. Vestía tejanos y un chaleco de seda sin mangas que casi no
podía contener sus pechos; mascaba chicle con la monotonía de una yegua
fatigada que rumia ajena al movimiento de sus mandíbulas y al ruido de la
masticación. Fabian, con la cabeza echada hacia atrás y la vista fija en el
cielo raso, sintió las manos de la muchacha masajeándole el cuero cabelludo y
la presión de sus senos contra los hombros cada vez que se inclinaba hacia
adelante.
—¿Qué
tal? —La joven inició el diálogo con la consabida frase de rutina.
—Bien
—respondió Fabian.
—Aún
tiene bastante pelo en buenas condiciones —prosiguió ella mientras le enjuagaba
el champú—. Son pocas canas para un hombre de su edad.
—Gracias
—dijo Fabian.
Al
escucharse, Fabian lamentó que tal pobreza de lenguaje y tal falta de
sentimientos pudieran dejar de lado la auténtica gratitud y ocultar el
verdadero estado de las personas con sólo echar a correr la sucia moneda de las
«gracias» y la gastada acuñación de los «bien».
—¿Vive
cerca? —preguntó la joven después de instalarlo en un sillón.
—Enfrente.
—¡No
me diga! —se sorprendió la chica—. Es increíble la cantidad de gente que vive
por este lado de la ciudad y una ni se entera.
Empezó
a cortarle el pelo. El chaleco ondulaba con cada movimiento y dejaba a la vista
la curva del cuello, las axilas, el nacimiento del pecho. Él la observaba a
través del espejo. Sus miradas se cruzaron para luego fijarse en objetivos
diferentes.
El
instinto sexual de Fabian se puso en estado de alerta. Se sabía incapaz de
descartarla, de no sentirse empujado a perseguirla mentalmente, pero también
sabía que aun dejándose llevar por ese primer impulso, nunca consideraría la
posibilidad fuera de aquel contexto y al fin volvería otra vez a la búsqueda.
Con
todo, se mantenía a la espera, atento a las derivaciones de su mente, y poco
después, la primera embestida de sensaciones le parecía sólo una momentánea
languidez de los sentidos, un simple sustituto del deseo, sin fuerza suficiente
como para impulsarlo de nuevo hacia el mundo y sus posibilidades.
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