martes, 20 de octubre de 2020

HISTORIA DE LA ETERNIDAD 419 ARTE DE INJURIAR. JORGE LUIS BORGES.

 


HISTORIA DE LA ETERNIDAD 419

ARTE DE INJURIAR

Un estudio preciso y fervoroso de' los otros géneros literarios,

me dejó creer que la vituperación y la burla valdrían necesariamente

algo más. El agresor (me dije) sabe que el agredido será

él, y que "cualquier palabra que pronuncie podrá ser invocada

en su contra", según la honesta prevención de los vigilantes de

Scotland Yard. Ese temor lo obligará a especiales desvelos, de los

que suele prescindir en otras ocasiones más cómodas. Se querrá

invulnerable, y en determinadas páginas lo será. El cotejo de

las buenas indignaciones de Paul Groussac y de sus panegíricos

turbios —para no citar los casos análogos de Swift, de Johnson

y Voltairé— inspiró o ayudó esa imaginación. Ella se disipó

cuando dejé la complacida lectura de esos escarnios por la investigación

de su método.

Advertí en seguida una cosa: la justicia fundamental y el

delicado error dé mi conjetura. El burlador procede con desvelo,

efectivamente, pero con un desvelo de tahúr que admite las

ficciones de la baraja, su corruptible cielo constelado de personas

bicéfalas. Tres reyes mandan en el poker y no significan nada

en el truco. El polemista no es menos convencional. Por lo

demás, ya las recetas callejeras de oprobio ofrecen una ilustrativa

maquette de lo que puede ser la polémica. El hombre de Corrientes

y Esmeralda adivina la misma profesión en las madres

de todos, o quiere que se muden en seguida a una localidad muy

general que tiene varios nombres, o remeda un tosco sonido

—y una insensata convención ha resuelto que el afrentado por

esas aventuras no es él, sino el atento y silencioso auditorio. Ni

siquiera un lenguaje se necesita. Morderse el pulgar o tomar

el lado de la pared (Sampson: / will take the wall of any man

or maid of Montague's. Abram: Do yon hite your thumh at us,

sir?) fueron, hacia 1592, la moneda legal del provocador, en la

Verona fraudulenta de Shakespeare y en las cervecerías y lupanares

y reñideros de oso en Londres. En las escuelas del Estado,

el pito catalán y la exhibición de la lengua rinden ese servicio.

Otra denigración muy general es el término perro. En la noche

146 del Libro de las mil noches y una, pueden aprender los

discretos que el hijo del león fue encerrado en un cofre sin salida

por el hijo de Adán, que lo reprendió de este modo: El destino

te ha derribado y no te pondrá de pie la cautela, oh perro del

desierto.

Un alfabeto convencional del oprobio define también a los

polemistas. El título señor, de omisión imprudente o irregular

en el comercio oral de los hombres, es denigrativo cuando lo

420 JORGE* LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

estampan. Doctor es otra aniquilación. Mencionar los sonetos

cometidos por el doctor Lugones, equivale a medirlos mal para

siempre, a refutar cada una de sus metáforas. A la primera

aplicación de doctor, muere el semidiós y queda un. vano caballero

argentino que usa cuellos postizos de papel y se hace rasurar

día por medio y puede fallecer de una interrupción en las' vías

respiratorias. Queda la central e incurable futilidad de todo

ser humano. Pero los sonetos quedan también, con música que

espera. (Un italiano, para despejarse de Goethe, emitió un breve

artículo donde no se cansaba de apodarlo il signore Wolfgang.

Esto era casi una adulación, pues equivalía a desconocer que

no faltan argumentos auténticos contra Goethe).

Cometer un soneto, emitir artículos. El lenguaje es un repertorio

de esos convenientes desaires, que hacen el gasto principal

en las controversias. Decir que un literato ha expelido un libro

o lo ha cocinado o gruñido, es una tentación harto fácil; quedan

mejor los verbos burocráticos o tenderos: despachar, dar curso,

expender. Esas palabras áridas se combinan con otras efusivas, y

la vergüenza del contrario es eterna. A una interrogación sobre un

martiliero que era, sin embargo, declamador, alguien inevitablemente

comunicó que estaba rematando con energía la Divina

Comedia. El epigrama no es abrumadoramente ingenioso, pero

su mecanismo es típico. Se trata (como en todos los epigramas)

de una mera falacia de confusión. El verbo rematar (redoblado

por el adverbio con energía) deja entender que el acriminado

señor es un irreparable y sórdido martiliero, y que su diligencia

dantesca es un disparate. El auditor acepta el argumento sin

vacilar, porque no se lo proponen como argumento. Bien formulado,

tendría que negarle su fe. Primero, declamar y subastar

son actividades afines. Segundo, la antigua vocación de declamador

pudo aconsejar las tareas del martiliero, por el buen

ejercicio de hablar en público.

Una de las tradiciones satíricas (no despreciada ni por Macedonio

Fernández ni por Quevedo ni por George Bernard Shaw)

es la inversión incondicional de los términos. Según esa receta

famosa, el médico es inevitablemente acusado de profesar la

contaminación y la muerte; el escribano, de robar; el verdugo,

de fomentar la longevidad; los libros de invención, de adormecer

o petrificar al lector; los judíos errantes, de parálisis; el sastre,

de nudismo; el tigre y el caníbal, de no perdonar el ruibarbo.

Una variedad de esa tradición es el dicho inocente. Por ejemplo:

El festejado catre de campaña debajo del cual el general ganó la

batalla. O: Un encanto el último film del ingenioso director

Rene Clair. Cuando nos despertaron...

Otro método servicial es el cambio brusco. Verbigracia: Un

HISTORIA DE LA ETERNIDAD 421

joven sacerdote de la Belleza, una mente adoctrinada de luz

helénica, un exquisito; un verdadero hombre de gusto (a ratón).

Asimismo esta copla de Andalucía, que en un segundo pasa de la

información al asalto:

Veinticinco palillos

Tiene una silla,

¿Quieres que te la rompa

En las costillas'?

Repito lo formal de ese juego, su contrabando pertinaz de

argumentos necesariamente confusos. Vindicar realmente una

causa y prodigar las exageraciones burlescas, las falsas caridades,

las concesiones traicioneras y el paciente desdén, no son actividades,

incompatibles, pero sí tan diversas que nadie las ha conjugado

hasta ahora. Busco ejemplos ilustres. Empeñado en la

demolición de Ricardo Rojas, ¿qué hace Groussac? Esto que

copio y que todos los literatos de Buenos Aires han paladeado.

Es asi cómo, verbigracia, después de oídos con resignación, dos

o tres fragmentos en prosa gerundiana de cierto mamotreto públicamente

aplaudido por los que apenas lo han abierto, me considero

autorizado para no seguir adelante, ateniéndome, por

ahora, a los sumarios o índices de aquella copiosa historia de lo

que orgánicamente nunca existió. Me refiero especialmente a

la primera y más indigesta parte de la mole (ocupa tres tomos

de los cuatro): balbuceos de indígenas o mestizos. . . Groussac, en

ese buen malhumor, cumple con el más ansioso ritual del juego

satírico. Simula que lo apenan los errores del adversario (después

de oídos con resignación); deja entrever el espectáculo de una

cólera brusca (primero la palabra mamotreto, después la mole);

so vale de términos laudatorios para agredir (esa historia copiosa)

en fin, juega como quien es. No comete pecados en la sintaxis,

que es eficaz, pero sí en el argumento que indica. Reprobar un

libro por el tamaño, insinuar que quién va a animársele a ese

ladrillo y acabar profesando indiferencia por las zonceras de unos

chinos y unos mulatos, parece una respuesta de compadrito, no

de Groussac.

Copio otra celebrada severidad del mismo escritor: Sentiríamos

que la circunstancia' de haberse puesto en venta el alegato del

doctor Pinero, fuera un obstáculo serio para su difusión, y que

este sazonado fruto de un año y medio de vagar diplomática se

limitara a causar "impresión" en la casa de Coni. Tal no sucederá,

Dios mediante, y al menos en cuanto penda de nosotros, no

se cumplirá tari melancólico destino. Otra vez el aparato de la

piedad; otra vez la diablura de la sintaxis. Otra vez, también,

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la banalidad portentosa de la censura: reírse de los pocos interesados

que puede congregar un escrito y de su pausada elaboración.

Una vindicación elegante de esas miserias puede invocar la

tenebrosa raíz de la sátira. Ésta (según la más reciente seguridad)

se derivó de las maldiciones mágicas de la ira, no de razonamientos.

Es la reliquia de un inverosímil estado, en que las

lesiones hechas al nombre caen sobre el poseedor. Al ángel Satanail,

rebelde primogénito del Dios que adoraron los bogomiles,

le cercenaron la partícula il, que. aseguraba su corona, su esplendor

y su previsión. Su morada actual es el fuego, y su huésped

la ira del Poderoso. Inversamente narran los cabalistas, que la

simiente del remoto Abram era estéril hasta que interpolaron

en su nombre la letra he, que lo hizo capaz de engendrar.

Swif t, hombre de amargura esencial, se propuso en la crónica

de los viajes del capitán Lemuel Gülliver la difamación del género

humano. Los primeros —el viaje a la diminuta república

de Lilíput y a la desmesurada de Brobdingnag— son lo que

Leslie Stephen admite: un sueño antropométrico, que en nada

roza las complejidades de nuestro ser, su fuego y su álgebra. El

tercero, el más divertido, se burla de la ciencia experimental mediante

el consabido procedimiento de la inversión: los gabinetes

destartalados de Swift quieren propagar ovejas sin lana, usar

el hielo para la fabricación de la pólvora, ablandar mármol

para almohadas, batir enjaminas sutiles el fuego y aprovechar

la parte nutritiva que encierra la materia fecal. (Ese libro

incluye también una fuerte página sobre los inconvenientes de

la decrepitud.) El cuarto viaje, el último, quiere demostrar que

las bestias valen más que los hombres. Exhibe una virtuosa república

de caballos conversadores, monógamos, vale decir, humanos,

con un proletariado de hombres cuadrúpedos, que habitan en

montón, escarban la tierra, se prenden de la ubre de las vacas

para robar la leche, descargan su excremento sobre los otros,

devoran carne corrompida y apestan. La fábula es contraproducente,

como se ve. Lo demás es literatura, sintaxis. En la conclusión

dice: No me fastidia el espectáculo de un abogado, de un

ratero, de un coronel, de, un tonto, de un lord, de un tahúr, de

un político, de un rufián. Ciertas palabras, en esa buena enumeración,

están contaminadas por las vecinas.

Dos ejemplos finales. Uno es la célebre parodia de insulto

que nos refieren improvisó el doctor Johnson. Su esposa, caballero,

con el pretexto de que trabaja en un lupanar, vende géneros

de contrabando. Otro es la injuria más espléndida s e

conozco: injuria tanto más singular si consideramos que es

el único roce de su autor con la literatura. Los dioses no consin

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tieron que Santos Chocano deshonrara el patíbulo, muriendo en

él. Ahí está vivo, después de haber fatigado la infamia. Deshonrar

el patíbulo. Fatigar la infamia. A fuerza de abstracciones ilustres,

la fulminación descargada por Vargas Vila rehúsa cualquier

trato con el paciente, y lo deja ileso, inverosímil, muy secundario

)' posiblemente inmortal. Basta la mención más fugaz del nombre

de Chocano para que alguno reconstruya la imprecación, oscureciendo

con maligno esplendor todo cuanto a él se refiere —hasta

los pormenores y los síntomas de esa infamia.

Procuro resumir lo anterior. La sátira no es menos convencional

que un diálogo entre, novios o que un soneto distinguido

con la flor natural por José María Monner Sans. Su método

es la intromisión de sofismas, su única ley la simultánea invención

de buenas travesuras. Me olvidaba: tiene además la obligación

de ser memorable.

Aquí de cierta réplica varonil que refiere De Quincey (Writings,

onceno tomo, página 226). A un caballero, en una discusión

teológica o literaria, le arrojaron en la cara un vaso de vino. El

agredido no se inmutó y dijo al ofensor: Esto, señor, es una

digresión, espero su argumento. (El protagonista de esa réplica,

un doctor Henderson, falleció en Oxford hacia 1787, sin dejarnos

otra memoria que esas justas palabras: suficiente y hermosa inmortalidad.)

Una tradición oral que recogí en Ginebra durante los últimos

años de la primera guerra mundial, refiere que Miguel Servet

dijo a los jueces que lo habían condenado a la hoguera: Arderé,

pero ello no es otra cosa que un hecho. Ya seguiremos discutiendo

en la eternidad.

Adrogué, 1933.

Ficha técnica:

E LUIS

BORGES

COMPLETAS

1923-1972

EMECÉ EDITORES

BUENOS AIRES

Edición dirigida y realizada por

CARLOS V. FRÍAS

© Emecé Editores, S.A, 1974

Alsina 2062 - Buenos Aires, Argentina

Ediciones anteriores: 62.000 ejemplares

14a edición en offset: 5.000 ejemplares

Impreso en Compañía Impresora Argentina S.A., Alsina 2041/49,

Buenos Aires, septiembre de 1984

IMI'HLSO EN LA ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723.

I.S.B.N.: 950-04-0217-3

39.009



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