viernes, 31 de julio de 2020

11 LA FUENTE DE LAS FLORES DE DURAZNO T’ao Yuan-Ming T’AO YUAN-MING, delicado poeta chino, nació en el año 365 y murió en el 427 de nuestra era. Breve tiempo funcionario, prefirió el retiro de su hogar y su jardín. Su filosofía está compendiada en el siguiente canto fúnebre compuesto por él: «Si existe la vida, es necesaria la muerte./ Morir demasiado pronto no es un destino cruel./ Ayer era un hombre con todos vosotros,/ ahora estoy con las sombras./ El alma vuela y parte no se sabe adónde,/ el cuerpo inerte yace en el ataúd./ Mis hijas llamarán a su padre en vano,/ mis amigos llorarán inclinándose./ Yo no sabré de lo verdadero y lo falso / no sentiré el bien ni el mal/ Dentro de diez mil años/ ¿quién pensará en mi vergüenza o en mi gloria?/ El único pesar que traigo de la vida/ es no haber bebido suficiente vino». Bajo la dinastía de las Tsin, un hombre de Wu-Ling, pescador de oficio, se extravió siguiendo un río y ya no sabía cuánto camino había recorrido. De improviso descubrió un bosque de durazneros en flor que se alzaba en ambas orillas, a varios centenares de pasos, sin que hubiese allí un árbol de otra especie diferente. Los matorrales florecidos eran bellos y perfumados y los pétalos caídos cubrían el suelo. El pescador, después de admirar el espectáculo, reanudó su camino, queriendo llegar al extremo del bosque. Este terminaba en la fuente misma del río. Allí encontró una montaña. En la montaña había un pequeño túnel a través del cual le pareció ver luz. Abandonando entonces su barca, entró en esa caverna. Al principio era muy angosta, permitiendo apenas el paso de un hombre. Mas cuando hubo recorrido varias decenas de pasos arribó de pronto a un espacio descubierto y claro. El terreno era llano; la planicie se extendía a la distancia y se veían hermosas casas. Había campos bien cultivados y bellos estanques, bosquecillos de moreras y de bambúes. Los caminos eran numerosos; por doquier se oían cantar los gallos y ladrar los perros. Pero los hombres y las mujeres que iban y venían, paseando o trabajando, vestían como extranjeros. Y todos, desde los ancianos de cabellos amarillentos hasta los niños desgreñados, tenían aspecto apacible y feliz. Cuando descubrieron al pescador, se quedaron asombrados. Le preguntaron de dónde venía, y él les contó. Entonces lo invitaron a entrar en una casa donde le ofrecieron vino y mataron una gallina para obsequiarlo. Y cuando en la aldea se supo que había llegado un hombre, todos vinieron para hablarle e interrogarlo. En cuanto a ellos mismos, le explicaron que sus antepasados, huyendo de las agitaciones de su época, trayendo a sus mujeres, niños y amigos, habían venido a refugiarse en ese rincón perdido de donde jamás volvieron a salir y donde no tenían ningún contacto con el mundo de afuera. Preguntaron al pescador que dinastía reinaba entonces en China; ni siquiera habían oído hablar de la dinastía Han, y mucho menos de las siguientes. El pescador les contó en detalle cuanto sabía, y ellos lo escuchaban suspirando. Luego los demás habitantes lo invitaron uno tras otro a sus casas y todos le ofrecieron bebidas y alimentos. Después de permanecer allí algunos días, el pescador se dispuso a partir. Entonces esos hombres del interior de la montaña le suplicaron que no hablara de ellos. A la salida encontró su barca y emprendió el regreso, señalando cuidadosamente su itinerario. Cuando arribó a la ciudad, se presentó al prefecto y le narró to sucedido. El prefecto despachó a sus hombres para reconocer el camino. Buscaron las señales del pescador, pero bien pronto se extraviaron y no pudieron encontrar el buen camino. Lieu Tseu-Ki, de Nan-Yang, letrado de mucho mérito, oyendo entusiasmado referir esta historia, quiso ir personalmente. Pero sus indagaciones no tuvieron éxito. Poco más tarde enfermó y murió, y no hubo desde entonces quien saliera en busca de la fuente. (Traducido de la ANTHOLOGIE RAISONNÉE: DE LA LITTÉRATURE CHINOISE de G. Margoulies).

11
La fuente de las flores de durazno

T’ao Yuan-Ming

T’AO YUAN-MING, delicado poeta chino, nació en el año 365 y murió en el 427 de nuestra era. Breve tiempo funcionario, prefirió el retiro de su hogar y su jardín. Su filosofía está compendiada en el siguiente canto fúnebre compuesto por él:

«Si existe la vida, es necesaria la muerte./ Morir demasiado pronto no es un destino cruel./ Ayer era un hombre con todos vosotros,/ ahora estoy con las sombras./ El alma vuela y parte no se sabe adónde,/ el cuerpo inerte yace en el ataúd./ Mis hijas llamarán a su padre en vano,/ mis amigos llorarán inclinándose./ Yo no sabré de lo verdadero y lo falso / no sentiré el bien ni el mal/ Dentro de diez mil años/ ¿quién pensará en mi vergüenza o en mi gloria?/ El único pesar que traigo de la vida/ es no haber bebido suficiente vino».

 

Bajo la dinastía de las Tsin, un hombre de Wu-Ling, pescador de oficio, se extravió siguiendo un río y ya no sabía cuánto camino había recorrido. De improviso descubrió un bosque de durazneros en flor que se alzaba en ambas orillas, a varios centenares de pasos, sin que hubiese allí un árbol de otra especie diferente. Los matorrales florecidos eran bellos y perfumados y los pétalos caídos cubrían el suelo.

El pescador, después de admirar el espectáculo, reanudó su camino, queriendo llegar al extremo del bosque. Este terminaba en la fuente misma del río. Allí encontró una montaña. En la montaña había un pequeño túnel a través del cual le pareció ver luz.

Abandonando entonces su barca, entró en esa caverna. Al principio era muy angosta, permitiendo apenas el paso de un hombre. Mas cuando hubo recorrido varias decenas de pasos arribó de pronto a un espacio descubierto y claro.

El terreno era llano; la planicie se extendía a la distancia y se veían hermosas casas. Había campos bien cultivados y bellos estanques, bosquecillos de moreras y de bambúes. Los caminos eran numerosos; por doquier se oían cantar los gallos y ladrar los perros. Pero los hombres y las mujeres que iban y venían, paseando o trabajando, vestían como extranjeros. Y todos, desde los ancianos de cabellos amarillentos hasta los niños desgreñados, tenían aspecto apacible y feliz.

Cuando descubrieron al pescador, se quedaron asombrados. Le preguntaron de dónde venía, y él les contó. Entonces lo invitaron a entrar en una casa donde le ofrecieron vino y mataron una gallina para obsequiarlo. Y cuando en la aldea se supo que había llegado un hombre, todos vinieron para hablarle e interrogarlo.

En cuanto a ellos mismos, le explicaron que sus antepasados, huyendo de las agitaciones de su época, trayendo a sus mujeres, niños y amigos, habían venido a refugiarse en ese rincón perdido de donde jamás volvieron a salir y donde no tenían ningún contacto con el mundo de afuera.

Preguntaron al pescador que dinastía reinaba entonces en China; ni siquiera habían oído hablar de la dinastía Han, y mucho menos de las siguientes.

El pescador les contó en detalle cuanto sabía, y ellos lo escuchaban suspirando. Luego los demás habitantes lo invitaron uno tras otro a sus casas y todos le ofrecieron bebidas y alimentos.

Después de permanecer allí algunos días, el pescador se dispuso a partir. Entonces esos hombres del interior de la montaña le suplicaron que no hablara de ellos. A la salida encontró su barca y emprendió el regreso, señalando cuidadosamente su itinerario. Cuando arribó a la ciudad, se presentó al prefecto y le narró to sucedido. El prefecto despachó a sus hombres para reconocer el camino. Buscaron las señales del pescador, pero bien pronto se extraviaron y no pudieron encontrar el buen camino.

Lieu Tseu-Ki, de Nan-Yang, letrado de mucho mérito, oyendo entusiasmado referir esta historia, quiso ir personalmente. Pero sus indagaciones no tuvieron éxito. Poco más tarde enfermó y murió, y no hubo desde entonces quien saliera en busca de la fuente.

(Traducido de la ANTHOLOGIE RAISONNÉE: DE LA LITTÉRATURE CHINOISE de G. Margoulies).


1 comentario:

  1. Que tipo de cuento es La Fuente de las Flores de Durazno ¿ por qué?

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