10
DEL
AMOR
(1612)
El
escenario debe más al amor que a la vida del hombre; pues para el escenario, el
amor es siempre asunto de comedias y de vez en cuando de tragedias; pero en la
vida hay mucha malicia, a veces como de sirena, a veces como de furia. Se puede
observar que entre todas las personas grandes y valiosas (de las que queda
memoria, tanto antiguas como recientes), no hay ninguna que haya sido
transportada al estado de locura de amor, lo que demuestra que los grandes
espíritus y los grandes negocios deben mantenerse fuera de las pasiones
débiles. No obstante, se debe exceptuar a Marco Antonio, el copartícipe del
imperio de Roma, y a Apio Claudio, decenviro y legislador; el primero de los
cuales fue en verdad un hombre voluptuoso y desordenado, pero el último fue
austero y prudente; por tanto, parece que el amor (aunque raramente) puede
hallar entrada no sólo en un corazón abierto, sino también en un corazón bien
fortificado, si no mantiene buena vigilancia. Vale poco el dicho de Epicuro de
que Satis magnum alter alteri theatrum
sumus[1]; como si el
hombre, creado para la contemplación del cielo y de todos los objetos nobles,
no tuviera que hacer otra cosa sino arrodillarse ante idolillos y someterse,
aunque no por la boca (como están las bestias), mas por los ojos, que le fueron
dados para fines más elevados. Resulta extraño observar el exceso de esa pasión
y cómo ofende a la naturaleza y valor de las cosas, de ahí que el hablar en
perpetua hipérbole es grato nada más que en el amor y no solamente lo es en las
frases; mientras que se ha dicho acertadamente que el adulador bromista, con quien se entienden todos los aduladores
despreciables, se adula a sí mismo, en verdad, el amante es algo más, pues
nunca hubo un hombre que pensara tan absurdamente bien de sí mismo; como hace
el amante de la persona amada; por tanto, estuvo bien dicho lo de que es imposible amar y ser juicioso. Ni
esta debilidad se presenta sólo a otros, ni a la parte amada, sino a la amada
sobre todo, salvo que el amor sea recíproco; pues es regla cierta que el amor
siempre es recompensado, tanto recíprocamente o con un desdén íntimo y secreto;
por cuanto la mayor parte de los hombres debería darse cuenta de esa pasión que
pierde no sólo a otras cosas sino a sí misma. En cuanto a las otras pérdidas,
las expresa bien el relato del poeta: Que
el que prefirió a Helena, renunció a los dones de Juno y Palas, pues
quienquiera que estime demasiado la afección amorosa, renunciará tanto a las
riquezas como a la prudencia. Esa pasión tiene su afluencia en los verdaderos
momentos de debilidad que son los de gran prosperidad y gran adversidad, aunque
esta última ha sido menos observada; ambas encienden el amor y lo hacen más
ferviente, y, por tanto, demuestran que es hijo de la insensatez. Harán mejor
los que, no pudiendo rechazar el amor, le den cuartel y lo separen
completamente de sus asuntos y actividades serias de la vida; porque si se
interfiere una vez en los negocios, perturba la suerte de los hombres y hace
que no puedan en modo alguno ser leales a sus propios fines. No sé por qué,,
pero los hombres marciales están dados al amor; creo que es porque están dados
al vino, pues los peligros, generalmente, reclaman ser recompensados con
placeres. Hay en la naturaleza del hombre una secreta inclinación y tendencia
hacia el amor a otros, las cuales si no se emplean en una o pocas personas, se
extiende naturalmente hacia muchas y convierte a los hombres en humanitarios y
caritativos, como se ve muchas veces en los frailes. El amor nupcial hace a la
humanidad, el amor amistoso la perfecciona, pero el licencioso, la corrompe y
envilece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario