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DE
LOS GRANDES PUESTOS
(1612)
Los
hombres situados en grandes puestos son sirvientes triples: sirvientes del
soberano o del Estado, sirvientes de la fama y sirvientes de los asuntos; de
ese modo, no disponen libremente ni de su persona, ni de sus acciones, ni del
tiempo. Es un extraño deseo buscar el poder y perder la libertad; o buscar
poder sobre los demás y perderlo sobre sí mismo. Elevarse a los puestos es
trabajoso y esos hombres llegan con penalidades a penalidades mayores; a veces
son viles y, mediante indignidades, alcanzan las dignidades. Mantenerse en
ellas es cosa escurridiza y retirarse resulta una caída, o al menos un eclipse,
lo cual resulta un tanto melancólico: Cum
non sis qui fueris, non esse cur velis vivere[1]. Aún más, los que se retiran no pueden hacerlo
cuando, quieren ni podrán cuando sea razonable; pero están impacientes por el
retiro aun en la vejez y en la enfermedad que requieren la sombra; como los
viejos de las ciudades que seguirán sentados a la puerta de la calle, aunque
con eso expongan al desprecio la vejez. En verdad que las personas importantes
necesitan pedir prestada la opinión de otros hombres para creerse felices; pues
si juzgan por sus propios sentimientos, no logran conseguirlo; pero si pensaran
de sí mismos lo que otras personas piensan de ellos, y que los otros hombres
tuvieran su alegre manera de ser, entonces serían felices como lo fueron porque
se lo decían, cuando, quizá, encuentran en su interior que no es así; pues
ellos son los primeros en encontrar sus propias penas aunque son los últimos en
hallar sus faltas. La verdad es que los hombres de fortuna son extraños para sí
mismos y mientras están en el embrollo de los asuntos no tienen tiempo de velar
por su salud tanto corporal como mental. Illi
mors gravis incubat, qui notus nimis omnibus, ignotus moritur sibi[2].
En
el puesto hay libertad para hacer el bien y el mal, de lo cual, lo último, es
una maldición; pues en el mal, la mejor condición es no desearlo, la segunda no
poder. Mas hacer el bien es la finalidad verdadera y legal de las aspiraciones;
pues los buenos pensamientos, aunque Dios los acepte, son poco mejor en los
hombres que los buenos sueños, salvo que los ponga en obra; y esto no puede ser
sin tener posibilidad y ocasión como son la ventaja y dominio de la situación.
El
mérito y las buenas obras son la finalidad de la actividad del hombre, y el
tener conciencia de ello es alcanzar descanso; si un hombre puede compartir el
teatro de Dios, del mismo modo podrá compartir el descanso de Dios. Et conversus Deus, ut aspiceret opera, quae
fecerunt manus suae, vidit quod omnia essent bona nimis[3]; luego vino el sábado.
Al
desempeñar tu puesto pon ante ti los mejores ejemplos; pues la imitación es
como un globo lleno de preceptos, y después pon ante ti tu propio ejemplo; y
examínate severamente para ver si no lo hiciste mejor al principio. Desdeña los
ejemplos no sólo de los que se comportaron mal en ese mismo puesto; no para
apartarlos reprochando su recuerdo sino para que ellos mismos te indiquen lo
que se ha de evitar. Por tanto, haz reformas sin jactancia o escándalo de los
tiempos y personas anteriores; pero impóntelas, tanto para sentar buenos
precedentes como para seguirlos. Reduce las cosas a su primitiva institución y
observa dónde y cómo degeneraron; pero pide consejo a las dos épocas; la época
antigua que es la mejor y la última época que es la más apropiada. Trata de dar
regularidad a tu actuación, que los hombres puedan saber de antemano qué pueden
esperar, pero no seas demasiado positivista y perentorio, y exprésate en buena
forma cuando discrepes de tus normas. Preserva el derecho de tu puesto, pero no
promuevas cuestiones de jurisdicción; y acepta, más bien en silencio, tus
derechos como de facto, que
voceándolo con reclamaciones y retos. Preserva asimismo los derechos de los
puestos inferiores; y piensa que es más honroso dirigir lo principal que
ocuparse de todo. Acepta y pide ayuda y consejos referentes al desempeño de tu
puesto; y no te desvíes debido a ellos, como los metomentodo, sino aceptándolos
sólo en buena parte. Los vicios de la autoridad son principalmente cuatro:
tardanza, corrupción, rudeza y accesibilidad. Pues la tardanza facilita los
contactos, no cumple los plazos señalados, concluye lo que se trae entre manos,
y entremezcla no los asuntos, sino la necesidad. La corrupción, no sólo te ata
las manos y las de tus sirvientes al aceptar, sino que ata también las manos de
los solicitantes al ofrecer; porque la integridad al uso hace lo uno, pero la
integridad sincera y con manifiesta aversión al soborno, hace lo otro; y evita
no sólo la falta, sino la sospecha. Todo el que sea variable y cambie
ostensiblemente sin causa manifiesta, da sospechas de corrupción; por tanto,
siempre que cambies tu opinión o tu actuación, hazlo sencillamente y decláralo
junto con las razones que te han movido al cambio, y no lo hagas
subrepticiamente. Un sirviente o un favorito, si es íntimo sin ninguna otra
causa aparente de estima, se piensa de él generalmente que es un escondido
camino para la corrupción. Por lo cual, la corrupción es una causa innecesaria de
descontento: la severidad alimenta al miedo; la rudeza al odio. Incluso los
reproches procedentes de la autoridad deben ser serios, no insultantes. La
accesibilidad es peor que el soborno, pues el soborno sólo se produce de tiempo
en tiempo; si la importunidad o la falta de respeto guían a un hombre nunca
carecerá de ellos; como dijo Salomón: No
es bueno respetar a las personas; pues tal hombre pecará por un pedazo de pan.
Más
verdad es lo que se dijo antiguamente: El
puesto nos muestra al hombre; y nos muestra algo de lo mejor y algo de lo peor.
Omnium consensu capax imperti, nisi imperasset[4], dijo Tácito de Galba; pero Vespasiano dijo: Solus imperantium, Vespasianus mutatus in
melius[5], aunque en
uno se refería a su capacidad y en otro a sus costumbres y aficiones.
Es
señal segura de un espíritu digno y generoso, el enmendar el honor; porque el
honor es, o debiera ser, asiento de la virtud; y como en la naturaleza las
cosas se mueven violentamente hacia su sitio, y tranquilamente en su sitio, así
la virtud es violenta en la ambición y aposentada y tranquila en la autoridad.
Toda elevación hacia un punto importante es por una escalera de caracol; y si
hay facciones, es conveniente apoyar al hombre mientras se eleva y
contrapesarlo cuando haya alcanzado el puesto. Utiliza el recuerdo de los
predecesores con justicia y tacto; porque si no lo haces, es deuda que tendrás
que pagar cuando te hayas ido. Si tienes colegas, respétalos; y más bien
llámalos cuando no lo pretendían que excluirlos cuando tienen razón para
pretender que los llamen. No seas demasiado sensible ni tengas demasiado
presente tu puesto durante las conversaciones y respuestas privadas con los
peticionarios; es mejor que digan: Cuando
está en su puesto, es otro hombre.
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