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DE
LA SUPERSTICION
(1612)
Sería
mejor no tener idea alguna de Dios que tenerla indigna de El; porque lo uno es
descreimiento y lo otro contumelia y, en verdad, que la superstición es el
reproche a la Divinidad. Plutarco dice acertadamente a este propósito: Con toda certeza preferiría que mucha gente
dijera que no había existido un hombre llamado Plutarco en vez de que dijeran
que había un tal Plutarco que devoraría a sus hijos según fueran naciendo,
tal como los poetas dicen de Saturno; y cuanto mayor es la contumelia contra
Dios, mayor es el peligro contra los hombres. El ateísmo permite al hombre la
sensibilidad, la filosofía, la piedad natural, el derecho, la reputación, todo
lo que puede conducir a una virtud moral extema aunque no a la religión; pero
la superstición destmye todo eso e instaura una monarquía absoluta en el espíritu
de los hombres. Por tanto, el ateísmo nunca perturbará los Estados, pues hace
que los hombres sean cautos, puesto que no piensan en el más allá, y vemos que
los tiempos inclinados hacia el ateísmo (como en los de César Augusto) fueron
tiempos de civilidad; pero la superstición ha sido la confusión de muchos
Estados y dieron en un nuevo primum
mobile que arrasó todas las esferas de gobierno. El dueño de la
superstición es el pueblo, y en todas las supersticiones, las personas
inteligentes siguen a las tontas; y los razonamientos sirven para aceptarlos al
revés. Eso se dijo con mucha seriedad por algunos de los prelados del Concilio
de Trento, donde la doctrina escolástica tuvo gran influencia, donde los
escolásticos fueron como astrónomos trazando excéntricas y epiciclos y esferas
armilares para explicar los fenómenos, aunque sabían que no había tales cosas;
y, análogamente, los escolásticos forjaron un conjunto de axiomas y teoremas
sutiles e intrincados para explicar la acción de la Iglesia. Las causas de la
superstición son: ritos y ceremonias agradables y sensuales; exceso de santidad
externa y farisaica; excesiva reverencia a las tradiciones que no puede
soportar la Iglesia; las estratagemas de los prelados en pro de su ambición y
su lucro; favorecer demasiado las buenas intenciones que abren las puertas a la
vanidad y las novedades; tomar las materias divinas como finalidad humana, lo
cual sólo puede alimentar la confusión del pensamiento; y, finalmente, las
épocas de barbarie unidas a calamidades y desastres. La superstición, sin un
velo, es algo deformado; pues si a un mono le añade deformidad ser parecido al
hombre, del mismo modo la similitud de la superstición con la religión la hace
más deforme; y así como toda carne putrefacta es buena para corromperse en
gusanillos, así las buenas formas y órdenes se corrompen en observancias sin
importancia. Hay una superstición al evitar la superstición, cuando los hombres
creen que hacen mejor sobrepasando la superstición anteriormente aceptada; por
tanto, se debe tener cuidado (como sucede con las purgas) que lo bueno no se
vaya con lo malo, lo que generalmente ocurre cuando el reformador es el pueblo.
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