viernes, 24 de enero de 2020

17 DE LA SUPERSTICION (1612). Sir Francis Bacon.

 

17

DE LA SUPERSTICION
(1612)
Sería mejor no tener idea alguna de Dios que tenerla indigna de El; porque lo uno es descreimiento y lo otro contumelia y, en verdad, que la superstición es el reproche a la Divinidad. Plutarco dice acertadamente a este propósito: Con toda certeza preferiría que mucha gente dijera que no había existido un hombre llamado Plutarco en vez de que dijeran que había un tal Plutarco que devoraría a sus hijos según fueran naciendo, tal como los poetas dicen de Saturno; y cuanto mayor es la contumelia contra Dios, mayor es el peligro contra los hombres. El ateísmo permite al hombre la sensibilidad, la filosofía, la piedad natural, el derecho, la reputación, todo lo que puede conducir a una virtud moral extema aunque no a la religión; pero la superstición destmye todo eso e instaura una monarquía absoluta en el espíritu de los hombres. Por tanto, el ateísmo nunca perturbará los Estados, pues hace que los hombres sean cautos, puesto que no piensan en el más allá, y vemos que los tiempos inclinados hacia el ateísmo (como en los de César Augusto) fueron tiempos de civilidad; pero la superstición ha sido la confusión de muchos Estados y dieron en un nuevo primum mobile que arrasó todas las esferas de gobierno. El dueño de la superstición es el pueblo, y en todas las supersticiones, las personas inteligentes siguen a las tontas; y los razonamientos sirven para aceptarlos al revés. Eso se dijo con mucha seriedad por algunos de los prelados del Concilio de Trento, donde la doctrina escolástica tuvo gran influencia, donde los escolásticos fueron como astrónomos trazando excéntricas y epiciclos y esferas armilares para explicar los fenómenos, aunque sabían que no había tales cosas; y, análogamente, los escolásticos forjaron un conjunto de axiomas y teoremas sutiles e intrincados para explicar la acción de la Iglesia. Las causas de la superstición son: ritos y ceremonias agradables y sensuales; exceso de santidad externa y farisaica; excesiva reverencia a las tradiciones que no puede soportar la Iglesia; las estratagemas de los prelados en pro de su ambición y su lucro; favorecer demasiado las buenas intenciones que abren las puertas a la vanidad y las novedades; tomar las materias divinas como finalidad humana, lo cual sólo puede alimentar la confusión del pensamiento; y, finalmente, las épocas de barbarie unidas a calamidades y desastres. La superstición, sin un velo, es algo deformado; pues si a un mono le añade deformidad ser parecido al hombre, del mismo modo la similitud de la superstición con la religión la hace más deforme; y así como toda carne putrefacta es buena para corromperse en gusanillos, así las buenas formas y órdenes se corrompen en observancias sin importancia. Hay una superstición al evitar la superstición, cuando los hombres creen que hacen mejor sobrepasando la superstición anteriormente aceptada; por tanto, se debe tener cuidado (como sucede con las purgas) que lo bueno no se vaya con lo malo, lo que generalmente ocurre cuando el reformador es el pueblo.

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