miércoles, 26 de febrero de 2020

Francis Bacon Ensayos.

 

22

DE LA ASTUCIA
(1612)
Tomamos la astucia por una sabiduría siniestra y perversa; y, en verdad, que hay gran diferencia entre un hombre astuto y uno sabio, no sólo en punto a honradez sino en punto a capacidad. Se puede barajar las cartas y no saber jugar bien; así es que hay algunos que son buenos como agentes electorales y miembros de partido y, sin embargo, son débiles. Además, una cosa es entender a las personas y otra entender los asuntos; pues hay muchos que entienden perfectamente los humores de los hombres y no tienen mucha capacidad en lo realmente importante de un asunto, lo cual es propio de quien ha estudiado más los hombres que los libros. Tales personas son más aptas para la acción que para el consejo, y son buenas sólo en su barrio. Enfrentémoslas ante personas desconocidas y habrán perdido su rumbo; por eso la antigua norma para distinguir a un tonto de un inteligente: Mitte ambos nudos ad ignotos, et videbis[1], dice muy poco en su favor; y como esos hombres astutos son como buhoneros de baratijas, no les cuesta mucho trabajo abrir su tienda.
Es punto de astucia vigilar con la vista a aquel con quien se habla, como dicen los jesuítas en uno de sus preceptos; pues hay muchos hombres prudentes que guardan el secreto en su corazón y lo dejan traslucir en la cara; sin embargo, eso debe hacerse bajando de vez en cuando los ojos con modestia, como también acostumbran los jesuitas.
Otra cosa es cuando hay algo que obtener de un enviado y se le entretiene y divierte con otros temas, de tal modo que no esté demasiado alerta para hacer objeciones. Conocí un consejero y secretario que nunca se presentaba a la reina Isabel de Inglaterra con leyes para firmar, sino que siempre le hablaba de cosas de Estado de tal forma que ella no se preocupara de las leyes.
La misma sorpresa puede hacerse proponiendo las cosas cuando los otros tienen prisa y no pueden detenerse a examinar con prudencia lo que se ha propuesto.
Si un hombre tuviera que impedir un asunto y dudara que alguna otra persona pudiera llevarlo a cabo con destreza, déjela que lo desee y que lo intente, pero hágasele ver el posible fracaso.
La interrupción en medio del asunto sería como decir, si esa persona interviniese: fomenta un gran apetito en quien te puede proporcionar mayor conocimiento.
Y puesto que es mejor cuando algo parece que lo han conseguido de ti preguntándotelo que si lo dices por tu cuenta, pueden poner un cebo por respuesta poniendo un gesto y cara distintos a los que deseas; para, al final, dar ocasión a los otros a que pregunten a qué se debe el cambio, como hizo Nehemías: Y yo no había estado antes triste en presencia del rey[2].
En las cosas que son delicadas y desagradables, es conveniente romper el hielo con algunas cuyas palabras sean de menor peso y reservar las voces más pesadas para cuando llegue la ocasión, de tal modo que el otro tenga que preguntarle sobre la otra cuestión; como hizo Narciso al contar a Claudio el matrimonio de Mesalina con Silio.
En las cosas en que no queremos vernos es signo de astucia tomar de prestado el nombre de otros diciendo: la gente dice o dicen por ahí.
Conocí uno que, cuando escribía una carta, ponía lo más importante en la posdata, como si fuese asunto de poca importancia.
Conocí otro que, cuando tenía que hablar, pasaba de largo sobre lo que más le importaba; continuaba y retrocedía y luego hablaba de ello como si fuese algo que casi hubiera olvidado.
Algunos procuran que les sorprendan en momentos tales en que es probable que se los encuentren los que ellos quieren y que les encuentren con una carta en la mano, o haciendo algo a lo que no están acostumbrados para que, en definitiva, les pregunten sobre esas cosas que ellos están deseando sacar a relucir.
Es signo de astucia dejar caer con esas palabras alusivas el nombre de una persona, para que otra persona las oiga y las utilice y, en consecuencia, aprovecharse de ello. Conocí dos que fueron competidores para el puesto de secretario en tiempos de la reina Isabel y que, sin embargo, mantenían buenas relaciones entre ambos, y se confiaban el uno al otro los asuntos; y uno de ellos dijo que ser secretario en la decadencia de una monarquía era una cosa delicada y que no la deseaba; el otro captó inmediatamente esas palabras y, hablando con varios amigos, les dijo que no tenía razón alguna para ser secretario en la decadencia de una monarquía. El primero se enteró de ello y consiguió contárselo a la reina, la cual al oír hablar de decadencia de una monarquía, lo tomó tan a mal que nunca quiso volver a oír de la solicitud del otro.
Es astucia lo que nosotros en Inglaterra llamamos the turning of the cat in the pan (la vuelta del gato en tomo de la cazuela); que es cuando lo que un hombre dice a otro hace ver que a él se lo ha dicho otra persona; y, para decir la verdad, no es fácil, cuando entre dos sucede eso, aclarar cuál de los dos lo inició.
Una forma que algunos utilizan es mirar y lanzarse hacia alguien para justificarse por su negativa; es como decir: No hago eso como Tigelino hizo con Burro: Sed non diversas spes, sed inco-lumitatem imperatoris simpliciter spectare[3].
Algunos tienen preparados cuentos e historias, como si no tuvieran nada que insinuar, pero pueden envolverlo en un cuento que sirve tanto para mantenerse ellos en guardia, como hacer que otros se hagan cargo de ello con más agrado.
Es un buen rasgo de astucia para una persona acomodar la respuesta que tenga que dar a sus propias palabras y propósitos porque eso hace que el otro pierda rapidez.
Es extraño cuánto tiempo pueden estar mintiendo algunas personas en espera de poder decir lo que quieren; y cuán lejos pueden ir y cuántos asuntos tocarán para aproximarse a lo que quieren. Es cosa de mucha paciencia pero también muy utilizada.
Muchas veces, una pregunta repentina, atrevida e inesperada sorprende a una persona y la deja al descubierto. Como aquel que, habiendo cambiado de nombre y pasando por la catedral de San Pablo, de repente se acercó otro por detrás y le llamó por su verdadero nombre, con lo cual miró hacia atrás inmediatamente.
Pero esas fruslerías y pequeñas astucias son infinitas y estaría bien hacer una lista de ellas; pues nada hace más daño en un Estado que esos hombres astutos pasen por sabios.
Mas, en verdad, algunos hay que conocen los resortes y vicisitudes de los negocios y, sin embargo, no pueden meterse de lleno en ellos; como una casa que tiene entrada y escalera apropiadas pero ninguna habitación amplia. Por lo tanto, se les verá encontrar buenas ocasiones al final, pero son incapaces de examinar o discutir los asuntos; y sin embargo, por lo general, se aprovechan de su incapacidad y dirán agudezas acerca de la dirección. Otros más bien se basarán en el engaño de los demás valiéndose de triquiñuelas más que de solidez de sus propios procedimientos; pero Salomón dice: Prudens advertit ad gressus suos, stultus divertit ad dolos[4].
Fuente:
Francis Bacon
Ensayos
ePub r1.
oronet 15.11.2019

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