Construyendo un mundo
¿Qué
hago durante los años de gestación literaria? Recopilo documentos,
visito lugares y dibujo mapas; observo planos de edificios, o quizá
de un barco, como en el caso de La
isla del día de antes,
y también esbozo las caras de los personajes. Para El
nombre de la rosa
hice retratos de todos los monjes de los que hablaba la novela. Paso
esos años de preparación en una especie de castillo encantado, o,
si lo prefieren, en un estadio de enajenación autista. Nadie sabe
qué estoy haciendo, ni siquiera los miembros de mi familia. Doy la
impresión de estar haciendo un montón de cosas diferentes, pero
estoy siempre concentrado en captar ideas, imágenes y palabras para
mi relato. Si al escribir sobre la Edad Media veo pasar un coche por
la calle y me impresiona por ejemplo su color, consigno la
experiencia en mi cuaderno, o simplemente en mi memoria, y ese color
desempeñará más tarde un papel en la descripción de, pongamos,
una miniatura.
Durante
mis preparativos para El
péndulo de Foucault, pasé
una tarde tras otra, justo hasta la hora de cerrar, andando por los
pasillos del Conservatorio de Artes y Oficios, donde se desarrollan
algunos de los principales acontecimientos de la historia. Para
describir el paseo nocturno de Casaubon por París, desde el
Conservatorio hasta la place des Vosges y luego hasta la torre
Eiffel, pasé varias noches deambulando por la ciudad entre las dos y
las tres de la madrugada, dictando a una grabadora de bolsillo todo
lo que veía, para no equivocarme con los nombres de las calles y las
intersecciones.
Cuando
preparaba la redacción de La
isla del día de antes, fui
por supuesto a los mares del Sur, a la localización geográfica
exacta donde transcurre la acción del libro, para ver los colores
del agua y del cielo a diferentes horas del día, y los matices de
los peces y de los corales. Pero también me pasé dos o tres años
estudiando dibujos y modelos de barcos de la época, para averiguar
cómo era de grande una cabina o un cuchitril, y cómo podía una
persona moverse del uno al otro.
Tras
la publicación de El
nombre de la rosa, el
primer cineasta que me propuso hacer una adaptación cinematográfica
fue Marco Ferreri. Me dijo: «Tu libro parece concebido especialmente
para un guión de cine, ya que los diálogos tienen la longitud
adecuada». Al principio, no entendí por qué. Luego, recordé que
antes de ponerme a escribir, había dibujado centenares de laberintos
y planos de abadías, de modo
que sabía cuánto tardarían dos personajes en ir de un sitio a
otro, conversando como lo hacían. Así que el diseño de mi mundo
ficticio es lo que dictaba la longitud de los diálogos.
De esta manera, aprendí que
una novela no es solamente un fenómeno lingüístico. En poesía,
las palabras son difíciles de traducir porque lo que cuenta es su
sonido, así como sus significados deliberadamente múltiples, y es
la elección de las palabras lo que determina el contenido. En
narrativa, encontramos la situación opuesta: es el universo que ha
construido el autor lo que dicta el ritmo, el estilo e incluso la
elección de las palabras. La narrativa está gobernada por la norma
latina «Rem tene, verba sequentur» («Si dominas el tema, las
palabras vendrán solas»), mientras que en poesía, deberíamos
cambiarla por «Si dominas las palabras, el tema vendrá solo».
La narrativa es, en primer
lugar y principalmente, un asunto cosmológico. Para narrar algo, uno
empieza como una suerte de demiurgo que crea un mundo, un mundo que
debe ser lo más exacto posible, de manera que pueda moverse en él
con absoluta confianza.
Sigo
esta regla con tal rigor que, por ejemplo, cuando digo en El
péndulo de Foucault que
las editoriales Manuzio y Garamond están en dos edificios
adyacentes, entre los cuales se ha construido un pasaje, me pasé
mucho tiempo dibujando varios planos e imaginándome el aspecto de
ese pasaje, y si
debía tener algunos escalones para compensar la diferencia de altura
entre los edificios. En la novela menciono brevemente los escalones,
y el lector pasa por ellos con paso largo sin, creo, fijarse
demasiado en ellos. Pero para mí eran cruciales, y de no haberlos
dibujado, hubiera sido incapaz de continuar con mi historia.
Dicen que Luchino Visconti
hizo algo similar en sus películas. Cuando el guión requería que
dos personajes hablaran de un joyero, él insistía en que el joyero,
aunque nunca se abriera, contuviera joyas de verdad. De otro modo,
los intérpretes hubieran actuado con menos convicción.
No
doy por sentado que los lectores de El
péndulo de Foucault conocen
el trazado exacto de las oficinas de las editoriales. Aunque la
estructura del mundo de una novela —el escenario para los
acontecimientos y los personajes de la historia— es fundamental
para el escritor, a menudo debe permanecer imprecisa para el lector.
En El
nombre de la rosa, sin
embargo, hay un plano de la abadía al principio del libro. Se trata
de una referencia juguetona a las muchas novelas de detectives
pasadas de moda que incluyen un plano de la escena del crimen (una
vicaría o una casa señorial, pongamos por caso), y es una suerte de
marca irónica de realismo, una pequeña «prueba» de que la abadía
existió realmente. Pero también quería que mis
lectores
visualizaran claramente de qué manera mis personajes se mueven por
el monasterio.
Tras
la publicación de La
isla del día de antes, mi
editor alemán
me preguntó si no sería de ayuda que la novela incluyera un
diagrama del diseño del barco. Yo tenía un diagrama semejante, y me
pasé mucho tiempo dibujándolo, como lo había hecho con el plano de
la abadía de El
nombre de la rosa. Pero
en el caso de La
isla, quería
que el lector estuviera confundido, igual que el héroe, incapaz de
encontrar el camino dentro de un barco tan laberíntico, explorándolo
a menudo tras generosas libaciones alcohólicas. Así que necesitaba
enredar al lector manteniendo al mismo tiempo mis ideas muy claras,
refiriéndome siempre, como he escrito, a espacios calculados hasta
el último milímetro.
Fuente:
Título
original: Confessions
of a Young Novelist
Primera edición: septiembre de
2011
© 2011, The President and
Fellows of Harvard College
© 2011, de la presente
edición en castellano para todo el mundo:
Random House Mondadori, S.A.
Travessera de Gracia, 47-49.
08021 Barcelona
© 2011, Guillera Sans Mora,
por la traducción
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