jueves, 26 de julio de 2018

Lucio Apuleyo El asno de oro (Las Metamorfosis). LITERATURA DE RESCATE.




Lucio Apuleyo
 El asno de oro
(Las Metamorfosis)
Introducción


1. Datos biográficos

Aunque la Antigüedad no nos ha dejado ninguna biografía de Apuleyo, sin embargo no se ciernen sobre el autor de El Asno de Oro las tinieblas insalvables que envuelven al autor de El Satiricón. Parte de los escritos de Apuleyo son una preciosa fuente de información sobre el escritor; nos referimos a tres de sus obras: la Apología, las Floridas y Las Metamorfosis o El Asno de Oro. Por lo que atañe a la novela, es indudable que algunos rasgos del héroe, Lucio, convienen a Apuleyo; pero ver en El Asno de Oro una autobiografía y aplicar al escritor todas las noticias referidas a Lucio, como lo han hecho Th. Sinko y Enrico Cocchia[1A], es muy aventurado. La prudencia aconseja atenerse a la Apología y a las Floridas, y no utilizar Las Metamorfosis sino en la medida que por otra parte podamos contrastar sus testimonios.
Hilvanando, pues, entre sí los datos fundamentales suministrados por el autor en las dos obras mencionadas, se ha llegado, a veces con aventurada y presuntuosa exactitud cronológica, a reconstruir la biografía de nuestro autor. La resumiremos a grandes rasgos y ateniéndonos a las noticias más seguras.
Apuleyo[2A] es africano (como Frontón y la mayoría de los escritores que han destacado en el siglo II, salvo Suetonio). Nace en Madaura, como ya se creía dando fe a las subscripciones de los manuscritos y a Las Metamorfosis (XI, 27), y como quedó confirmado por una inscripción descubierta en Argelia en 1818, que dice así: «Al filósofo platónico, gloria de su ciudad, los madaurenses dedicaron esta lápida a expensas del erario público»[3A]. El padre de nuestro escritor era oriundo de Italia y había llegado a África con una expedición de veteranos para repoblar la colonia de Madaura, donde se estableció y pasó por todos los honores hasta alcanzar la suprema magistratura del duumvirato.
No es segura la fecha del nacimiento de su hijo: las deducciones a base de los datos de la Apología oscilan entre los dos límites extremos de los años 114 y 125.
El joven Apuleyo recibió una educación esmerada, como correspondía a un hijo de familia distinguida y de brillante posición. Estudió en Cartago, «la venerable maestra de toda la provincia»[4A], y guardó toda la vida perenne recuerdo de gratitud y cariño a la ciudad en que cursó sus primeros estudios: atribuirá a los maestros y tutores de su infancia gran parte de los méritos y éxitos de SU carrera literaria.
Coincidiendo con el final de la etapa escolar del joven, sobreviene la muerte de su padre; el joven entra en posesión de una saneada herencia. Y dada esa apasionada e insaciable curiosidad por aprender y saber cosas, de que nos habla repetidas veces, aprovecha su holgada posición económica para dedicarse a viajar por Oriente, Grecia e Italia. Pasa una larga temporada en Atenas y completa allí sus estudios: «Mis estudios filosóficos, iniciados en Cartago, llegaron a la madurez en la capital ateniense»[5A]. Recuérdese que Atenas había conservado siempre su prestigio secular como centro de atracción intelectual, y que ese prestigio se había incluso renovado y acentuado en el siglo II de nuestra Era por el resurgimiento reciente de su literatura bajo el impulso de los sofistas que recorrían el Imperio y triunfaban clamorosamente en las salas de lectura de Roma; eso sin contar la pléyade de escritores ilustres por otros conceptos que también florecieron entonces, como Plutarco, Apiano, Arriano y Dión Cassio.
En Atenas se familiariza con la filosofía griega. Estudia el aristotelismo y sobre todo el platonismo, de que va a hacer su profesión; se hace iniciar en los misterios entonces en boga en todo el mundo grecorromano, toma parte en toda clase de cultos, «por amor a la verdad y por piadoso deber para con los dioses»[6A]
No menos de diez años duraron estas andanzas que tenían a la vez carácter de peregrinación, de viajes científicos y de excursiones turísticas. Como la etapa de Atenas, fue igualmente muy importante la de Roma, donde nuestro viajero permaneció unos dos años, especialmente dedicados al estudio de la elocuencia y a los ejercicios del foro.
Ya formado, Apuleyo lleva la vida de los sofistas de su tiempo: da conferencias en griego y en latín. Desarrolla su actividad en África y concretamente en Cartago, que será el centro de su gloria.
En un viaje, rumbo a Alejandría, cae enfermo en Oea (Tripolitania). Allí recibe la visita de un amigo llamado Ponciano[7A] se habían conocido en Atenas, donde habían convivido íntimamente. Ponciano invita a su amigo a alojarse en casa de su madre so pretexto de que allí sería bien atendido y se recuperaría mejor. Aceptada la invitación, pasa una larga temporada con Pudentila: tal era el nombre de la rica viuda, madre de Ponciano. La convivencia entre Apuleyo y Pudentila acaba en boda, a pesar de la notable diferencia de edad: ella tenía cerca de veinte años más que él. Ponciano, que había tenido mucha parte en el arreglo matrimonial, muere; su hermano menor, Pudens, suscita un pleito contra Apuleyo, a quien acusa de haber embaucado a su madre por arte de magia. Apuleyo pronuncia su propia defensa, la Apología, y logra un triunfo completo.
Los datos biográficos posteriores al pleito son ya mucho más esporádicos. Varios pasajes de las Floridas hacen suponer que vivió principalmente en Cartago donde goza de fama extraordinaria (se le eleva una estatua y se le nombra sumo sacerdote de la provincia)[8A] y escribe la mayoría de sus libros.
En el año 162, bajo el reinado de Marco Aurelio y Lucio Vero, pronuncia, en honor del procónsul Severiano, un panegírico del que conocemos un fragmento insertado en las Floridas[9A]. En el 174 habla ante el procónsul Escipión Orfito[10A], que es amigo personal de Apuleyo: sin duda se habían conocido y tratado en Roma por los años de sil juventud.
En adelante perdemos el rastro de Apuleyo; se cree que alcanzó una edad avanzada y murió en los últimos años del reinado de Marco Aurelio o primeros del de Cómodo. Nunca dejó descansar la pluma, y El Asno de Oro sería una de sus ultimas obras[11A].
2. Su obra

Los mejores escritores del siglo II son todos bilingües, y no pocos, aunque latinos de nacimiento, abandonan su lengua madre para escribir sólo en griego, como el propio Marco Aurelio. Apuleyo escribe en griego y en latín, en verso y en prosa; es filósofo, retórico y novelista, con una fecundidad extraordinaria en todos los géneros. En una de sus Floridas[12A] leemos este párrafo: «Confieso que me gusta componer poemas en todos los géneros, tan apropiados a la batuta épica como a la lírica, tan aptos al borceguí cómico como al trágico coturno; además, sátiras y enigmas, historias variadas, discursos aplaudidos por los doctos y diálogos alabados por los filósofos; todo esto y otros escritos análogos, lo hago tanto en griego como en latín, con el mismo afán, el mismo empeño y parecido estilo».
Y en otra[13A]: «Empédocles compone poemas, Platón diálogos, Sócrates himnos, Epicarmo mimos, Jenofonte historias, Crates sátiras: vuestro Apuleyo abraza todo eso y cultiva las nueve musas con el mismo empeño». Esos dos textos son muy significativos: nos dan una idea muy exacta del mundo intelectual de Apuleyo y de su tiempo; todo el dilettantismo, el filohelenismo, el barroquismo literario y científico que caracterizan al siglo 11 de nuestra Era, asoman en esas líneas. Nadie encarna la época mejor que Apuleyo. Nadie, salvo tal vez el propio emperador Adriano. Éste es igualmente apasionado por lo helénico: hablaba y escribía en griego con la misma facilidad que en latín, y reproducía en su famosa villa de Tíbur los lugares célebres de Grecia, como el Liceo, el valle del Tempe, el Pritaneo, etc.; es igualmente dilettante, un dilettante coronado como Nerón, o, mejor dicho, aun Nerón sin la locura, es igualmente erudito: a la vez poeta, músico, escultor, pintor, arqueólogo, médico y físico; y, por último, es también, como Apuleyo, un viajero infatigable: pasa la mayor parte de su reinado fuera de Roma; disfruta de los viajes como un turista y los utiliza como un emperador: visita los monumentos famosos del Imperio, caza leones en Libia, hace la ascensión del Etna con un tiempo espantoso; y, para que no falte detalle en el paralelismo que establecemos, se hace iniciar en los misterios de Eleusis[14A].
La producción de Apuleyo fue inmensa. Por referencias del autor en su Apología, o por citas de los gramáticos, conocemos cerca de veinte títulos de obras que no han llegado a nuestros días, y unos cuantos títulos más de otras que se le atribuyen y cuya autenticidad resulta dudosa o totalmente inconsistente[15A].
Lo que de nuestro autor subsiste sin sombras de duda son unos tratados filosóficos, parte de su producción oratoria y la novela de Las Metamorfosis o Asno de Oro.
Son cuatro los tratados filosóficos: el De Platón y su doctrina (en dos libros), que es un catecismo platónico, tal vez unos apuntes del curso seguido en Atenas por nuestro autor; el Del mundo, una adaptación latina del tratado pseudo-aristotélico Perì kósmos; el Perì Hermeneías, un tratado de lógica formal que, a pesar de su título griego, está escrito en latín; y el Sobre el dios de Sócrates, que es una conferencia de divulgación filosófica de las doctrinas sobre los demonios.
Entre las obras oratorias figura ante todo la pieza esencial de su propia defensa en el grave pleito familiar que se le planteó: se titula De magia o Pro se de magia, o más comúnmente Apología. Es el único discurso judicial de toda la latinidad imperial. Los manuscritos lo han transmitido en dos libros, caso insólito, debido a la excesiva extensión de la apología, que no pudo ser pronunciada en el tiempo reglamentariamente limitado que se concedía a la defensa. El discurso realmente pronunciado tuvo que ser más breve y menos trabajado literariamente. Lo que subsiste es un arreglo posterior a la causa y pensado por el autor para defenderse ante la posteridad. Ante el procónsul no le fue menester disertar tanto.
Junto a la Apología van las Floridas. Apuleyo reunió y publicó en cuatro libros sus declamaciones. Un autor desconocido, probablemente africano, extractó veintitrés fragmentos de desigual extensión, y eso es lo que, con la Apología, subsiste de los discursos de Apuleyo. La colección se titula Florida, que se interpreta comúnmente como «Antología» o «Florilegio»; tal vez haya, no obstante, en dicho título una alusión al llamado genus floridum dicendi, es decir, al «estilo florido en oratoria», del que es una deslumbrante muestra esta colección de fragmentos.
Pero la popularidad de Apuleyo a través de los siglos no arranca de su producción filosófica o retórica. Son los once libros de Las Metamorfosis, y sobre todo el inmortal cuento de Psique y el Amor (IV, 28 -VI, 24), lo que abrió a nuestro autor la puerta grande de la inmortalidad en la literatura universal.
3. «Las Metamorfosis» o «El Asno de Oro»

3.1. FUENTES —. Para la gente de cultura media, Apuleyo no es sino el autor de «Psique y el Amor» o a lo sumo de Las Metamorfosis o El Asno de Oro.
Se trata aquí de la mágica metamorfosis de un distinguido mercader de Corinto, llamado Lucio, en un asno que, bajo su apariencia de cuadrúpedo, conserva todas las facultades humanas salvo la voz; así sufre una interminable serie de tribulaciones, a cual más penosa, y a la vez, naturalmente, es testigo de numerosas y emocionantes aventuras o de sensacionales historias de duendes. Vuelve a recobrar la forma humana al oler unas rosas, y, tras esta recuperación, Lucio nos cuenta su extraordinaria historia.
Ha llegado hasta nuestros días el mismo tema desarrollado en griego; con el título de Lucio o el Asno figura entre las obras de Luciano, autor casi rigurosamente contemporáneo de Apuleyo. Ello ha planteado varios y graves problemas.
¿Es auténtico el diálogo de Luciano, o hay que seguir hablando del Pseudo-Luciano? La crítica moderna se inclina con bastante unanimidad por la segunda alternativa. No insistimos en esta cuestión, ya que para nuestro propósito su interés es totalmente marginal.
En todo caso el Asno de Pseudo-Luciano y El Asno de Oro de Apuleyo presentan múltiples correspondencias literales o casi literales en párrafos enteros: alguna relación ha de existir, pues, entre ambos. ¿Cuál de los dos copia al otro? O ¿hay un tercer autor imitado paralelamente en griego y en latín por Luciano y Apuleyo, respectivamente?
En el parangón directo entre Apuleyo y Luciano salta a la vista la desproporción material en el desarrollo del tema en uno y otro caso: Apuleyo es ocho veces más extenso que Luciano: o mucho abrevia éste, o mucho amplifica aquél, si es que uno de los dos toma al otro por modelo.
No parece verosímil que un autor griego como (Pseudo-) Luciano vaya a buscar su inspiración en un autor latino: normalmente la corriente fluye en sentido inverso. Además, Apuleyo afirma que su tema es originariamente griego: «aquí empieza una fábula de origen griego»[16A].
Tampoco cree nadie que Apuleyo haya seguido a Luciano: el autor latino da la impresión de traducir o adaptar una materia preexistente; las numerosas y clarísimas coincidencias textuales con Luciano (sea cual fuere el modelo seguido o transcrito) muestran que la originalidad no era preocupación esencial de nuestro autor; en cambio, si detrás de Las Metamorfosis no hubiera más que el breve opúsculo de Luciano, la novela latina tendría más de creación que de adaptación.
Lo más verosímil, como hoy suele admitirse, es postular un original griego perdido, como fuente común para Luciano y Apuleyo[17A].
A favor de tal conjetura viene a sumarse un precioso testimonio de Focio, patriarca de Constantinopla en la segunda mitad del siglo IX. Focio en un libro titulado Biblioteca[18A] da a su hermano noticias de 280 obras antiguas que ha leído; entre ellas cita «unas Metamorfosis de Lucio de Patras en varios libros», y plantea ya el problema de la relación existente entre Lucio de Patras y Luciano. Aunque con cierta sombra de duda, se inclina a creer que la paternidad del tema ha de atribuirse al escritor de Patras, donde Luciano «recortó la materia» a su antojo, suprimiendo lo que no interesaba a sus propósitos.
El testimonio de Focio parece disipar todas las dificultades: hubo una novela griega en varios libros; llevaba el título de Metamorfosis y era obra de Lucio de Patras; de ella salieron, paralelamente el Asno de Luciano y el Asno de oro de Apuleyo.
Sin embargo no acaban aquí las dudas. Si Focio parece resolver una dificultad, a la vez plantea otras nuevas. Es problemática la existencia de Lucio de Patras, ya que no hay la menor alusión a tal escritor fuera del texto de Focio. «Lucio» es precisamente el nombre del asno protagonista y a la vez el supuesto narrador de la propia historia: ¿no habrá confundido Focio al narrador y al autor como les pasa a los modernos que identifican a Apuleyo con el héroe de su novela, a la que atribuyen un valor personal y autobiográfico? Si el códice del patriarca carecía de nombre de autor, sería fácil equivocarse, pues el título sería: «Metamorfosis de Lucio»; y este «Lucio» podría interpretarse indiferentemente como el nombre del autor de Las Metamorfosis o del personaje que las sufre.
Aún relegada al mundo de los mitos la existencia de Lucio de Patras, lo que sí queda firmemente establecido por el testimonio de Focio es la existencia en el siglo IX de una novela griega con las metamorfosis de un asno. Y por ello se ha lanzado nuevamente la crítica en busca del auténtico autor de esas Metamorfosis griegas, autor que para unos[19A] sería el propio Apuleyo (en tal caso nuestro autor se imitaría a sí mismo en la obra que ahora traducimos), y para otros[20A] sería el propio Luciano (que se resumiría a sí mismo en el consabido opúsculo).
3.2. TÍTULO DE LA NOVELA —. En la actualidad no suele dudarse sobre el título que llevó en un principio el libro de Apuleyo. El único título auténtico sería el de Metamorfosis. El códice Laurenciano 68, 2 (siglo XI), que está en la base de la tradición manuscrita[21A], repite ese título en cada suscripción y no conoce ningún otro. Después de lo dicho anteriormente sobre las fuentes, es de creer que Apuleyo conservó el titulo del original griego, aunque, como salta a la vista de cualquier lector, lo de «las metamorfosis» en plural no responde muy bien al contenido, ya que la mayor parte de las historias de nuestra novela no son precisamente metamorfosis; en realidad sólo hay una metamorfosis, la del asno, y ésta, sólo en cierto modo y como marco externo, envuelve el contenido de la obra.
Apropiado o no el pretendido título original, el libro se ha vulgarizado ya desde la antigüedad como El Asno de Oro; la primera cita con esta denominación «vulgar» (?) es de san Agustín[22A].
Evidentemente —se dice— el adjetivo latino aureus o su correspondiente traducción «de oro», cuando se aplica a un asno de carne y hueso como aquí, es una especificación encomiástica; se añade al cuadrúpedo excepcional que piensa y razona como el hombre; «el asno de oro» es, pues, «el asno que vale el oro que pesa», «el asno incomparable». Metáforas como «edad de oro», «libro de oro», «boca de oro», «corazón de oro», etc., son frecuentes tanto en latín como en castellano y otras lenguas. El mismo Apuleyo llama «niño de oro»[23A] al prodigioso niño que Psique lleva en su seno, y «mansión de oro»[24A] a la fastuosa morada de Venus.
Sin embargo, en un trabajo reciente de R. Martin[25A] se nos da, con nuevos y bien fundados argumentos, una nueva interpretación del adjetivo aureus aplicado al curioso asno. Asinus aureus no es el «asno de oro» como quiere la tradición, sino el ὄνος πυρρός («el asno pelirrojo»), que, según Plutarco, era para los fieles de Isis la encarnación del pecado y de las fuerzas del mal.
Visto el problema desde esta nueva perspectiva, Asinus Aureus parece el único título admisible para la obra de Apuleyo, y el precioso testimonio de san Agustín cobra nuevo valor; san Agustín conocía perfectamente a su paisano Apuleyo, como lo conocían los paganos contemporáneos, cuando lo oponían a Jesucristo, según escribe el mismo Agustín; ahora bien, en La Ciudad de Dios (XVIII 18) se consigna explícitamente que Apuleyo dio a su obra el título de Asinus Aureus: libri quos «Asini Aurei» titulo Apuleius inscripsit. ¿No merece mayor crédito este testimonio temprano y formal de una reconocida autoridad que el suministrado seis siglos más tarde por el manuscrito Laurentianus?
Aún se lee en ciertas ediciones antiguas otro título, el de «Milesias de Apuleyo», inspirado por el propio autor, que inicia su relato con estas palabras: «Lector, quiero hilvanar para ti en esta charla milesia una serie de variadas historias…».
Los términos «cuentos milesios», «charlas milesias», o simplemente «milesias» a secas, son denominaciones frecuentemente aplicadas en la literatura grecorromana a ciertas creaciones literarias de la fantasía que servían de marco a cuadros de costumbres y no encajaban entre los grandes géneros literarios catalogados en los trabajos de retórica. Las milesias tenían por denominador común la facilidad y la ligereza del estilo, así como la variedad de incidentes y episodios sin unidad intrínseca; la característica más destacada de los cuentos milesios era lo escabroso de los temas tratados y la libertad del lenguaje en su desarrollo, libertad que no retrocedía ante la más cruda obscenidad; Ovidio llama a las milesias de Arístides de Mileto «crónica escandalosa» y «diversiones libertinas»[26A]. Plutarco[27A] dice que las milesias halladas entre los efectos de un oficial romano caído en el campo de batalla frente a los partos escandalizaron el pudor del rey bárbaro. Y el emperador Septimio Severo echa en cara a Clodio Albino su afición empedernida por las «milesias púnicas» de su compatriota Apuleyo[28A].
El género había nacido en Mileto, ciudad de costumbres notoriamente relajadas. El creador del prototipo de esta literatura fue un tal Arístides, cuyo libro titulado «Milesíacas» alcanzó gran difusión y fue traducido al latín por el conocido historiador Cornelio Sisenna (120? - 67).
3.3. CARACTERIZACIÓN —. En su estilo milesio, Apuleyo hilvana historias y anécdotas para «acariciar con grato murmullo el oído de todo lector benévolo»: duendes, hechiceras, bandoleros, charlatanes captarán sucesivamente nuestra atención; crónicas macabras, juicios sensacionales, espectáculos fastuosos, historias románticas, resurrecciones de difuntos, apariciones de divinidades, execraciones, maldiciones, fervorosas plegarias, iniciaciones místicas se seguirán a lo largo de la novela en variada e imprevisible ordenación. La misma anécdota resultará con frecuencia alegre y triste a la vez, real y maravillosa, pícara y sentimental; con sin igual destreza se mezclarán los tonos y episodios más dispares, sin que resulte nunca demasiado violento el tránsito entre situaciones orgánicamente incoherentes. La única constante que asegura a la obra al menos cierta unidad extrínseca es el héroe, Lucio, es decir, el asno que ha vivido, visto u oído los acontecimientos que se narran.
¿Hay fuera de esto algún tipo de unidad interna, artística o moral? La cuestión no está decididamente zanjada ni mucho menos. Sin embargo, predomina hoy la respuesta negativa. Las Metamorfosis no son un símbolo religioso o moral orientado a mayor gloria de Isis y a la edificación del lector, aunque es cierto que Lucio se regenera en el último libro por obra y gracia de Isis. El libro XI, con toda la transfiguración material y moral que se quiera, no basta para contrarrestar los efectos del lodo —por no decir las lecciones de libertinaje— que el lector ha de salvar en los libros precedentes. En conjunto, Las Metamorfosis tienen mucho más de escandaloso que de edificante.
Tampoco es el libro una novela previamente concebida como sátira, aunque es evidente que abundan los rasgos satíricos contra la avaricia (de Milón), contra la depravación del clero (sacerdotes de la diosa Siria), o contra la corrupción de las costumbres (tantos y tantos maridos burlados por sus esposas, y viceversa). Las Metamorfosis son a la vez obra de edificación, obra satírica, novela erótica y símbolo religioso: Apuleyo desborda cualquier fórmula única en que se quiera circunscribir su talento[29A]. Lo hemos visto vanagloriarse de cultivar por igual las nueve Musas, y parece haberse empeñado en que se admirara el coro de las nueve Musas en esa producción extraña y única que son Las Metamorfosis[30A].
3.4. EL CUENTO DE PSIQUE Y CUPIDO —. Entre las aventuras novelescas narradas en Las Metamorfosis destaca por su extensión (Libros IV 28 - VI 24), por su estilo, por su altura moral, por su fantasía tan deliciosa como irreal, ese prototipo de los cuentos de hadas que es la fábula de Psique y Cupido. Sin duda remonta a las tradiciones primitivas de Grecia, como lo dan a entender tantos monumentos del arte antiguo. Resulta misterioso que no la haya hecho suya ningún poeta conocido. ¿Cómo ese cantor armonioso de los amores del Olimpo que es Ovidio no dedicó unos versos a los amores del Amor en persona? Psique permanece misteriosamente muda durante siglos en sus representaciones iconográficas: camafeos, medallones, terracotas, sarcófagos (paganos y cristianos), pinturas; sólo en las postrimerías del paganismo, ya en plena expansión cristiana, se le ocurre al africano Apuleyo, y sólo a él, transmitirnos la mítica alegoría. Ello sería motivo suficiente para incluir Las Metamorfosis entre los libros más preciosos del mundo clásico.
Son legión los artistas, poetas y filósofos que posteriormente se han inspirado en la fábula de Psique; pero, siempre que a través de los siglos se ha intentado descubrir el valor simbólico del mito —suponiendo que la fábula arrope alguna idea trascendente—, siempre ha salido una interpretación personal, adecuada a la mentalidad del comentarista. Tal vez radique ahí la gran virtud de la inmortal historia, en su adaptación a todos los gustos.
Ya a finales del siglo V, Fulgencio[31A], el obispo africano, da la primera interpretación cristiana del cuento: la ciudad en que se desarrolla la fábula es el mundo; el rey y la reina de la ciudad son Dios y la carne; sus tres hijas son la carne, la libertad y el alma; etc.
Y ¿cómo no recordar aquí a nuestro gran Calderón? Para el poeta de los autos sacramentales, en «la alegoría de Psiquis y Cupido», Cupido o «Dios de amor» es Cristo; Psiquis es el alma fiel que aspira incesantemente hacia él; el himeneo de los dos amantes es la unión mística del hombre con Dios en la Eucaristía.
En el sentir filosófico, la interpretación menos extraña (y más en consonancia con el filósofo platónico de Madaura) ve en Psique la personificación del alma que, atormentada y desgraciada en ausencia del místico esposo, logra la suprema perfección de su ser y alcanza la plenitud de su felicidad en la unión del amor.
Si la sagacidad de los comentaristas no da con una interpretación objetiva y razonable, tal vez sea porque no existe el sentido oculto que se supone. Sin duda el mito abrigaba originariamente una idea; pero sobre el núcleo de la idea primitiva debió sedimentar todo el fondo de la tradición escrita (si es que la hubo y se perdió) o de la tradición oral que en todo caso ha de admitirse ante las innumerables representaciones de las artes figurativas; la forma ha debido prevalecer insensiblemente bajo los añadidos de maravillas siempre nuevas que irían diluyendo la idea primitiva subyacente, en la misma medida que iban dando cuerpo al incomparable cuento de hadas tal como lo recogió, sin preocupaciones filosóficas, la pluma de Apuleyo: nos hallamos ante un brillante juego de la imaginación más que ante un velo prestado a la verdad.
3.5. ESTILO —. En cuanto al estilo de nuestro autor, son unánimes los elogios desde San Agustín y Sidonio Apolinar hasta los tiempos modernos; los humanistas pregonan sin excepción y siempre con entusiasmo los méritos de Apuleyo como escritor; para Pío V, Las Metamorfosis «son un libro sin par, un verdadero lingote de oro»; en opinión de Felipe Beroaldo —el primero de los comentaristas de Las Metamorfosis—. «si las Musas quisieran hablar en latín, les gustaría hacerlo en el estilo de ese libro».
En cambio, la elocuencia arrebatadora, «atronadora»[32A] que admiraban San Agustín y Sidonio Apolinar, resulta demasiado estridente a los oídos de nuestros contemporáneos. Se dice que el estilo de Apuleyo es demasiado barroco, duro, afectado; se le acusa de atormentar la lengua en busca de la novedad, de amordazar las palabras para adaptarlas a significaciones inauditas; no se concibe «una degradación» tan rápida en los pocos años que separan a Apuleyo de los Plinio y Tácito. Pero ¿es legítimo medir a un autor del siglo II con la medida de los cánones clásicos?
Se han buscado en el estilo de Apuleyo influencias púnicas o libias, y ello con tanto mayor empeño cuanto que el propio autor inicia el libro de Las Metamorfosis pidiendo perdón por los barbarismos que pudieran escapársele; pero África no ha sido hallada en los escritos de Apuleyo ni por los críticos antiguos ni por los modernos. Lo que hay en El Asno de Oro es una brillantísima muestra del estilo imperial. Lo africano está en el vigor y fascinación del autor, en la inquietud espiritual que, respira, en la necesidad de agitar a las multitudes, que se observa en él como en todos los escritores africanos.
3.6. INTERÉS —. Aunque se discuta el valor estilístico de Las Metamorfosis, no decae el interés por el libro: sigue siendo considerado como una alhaja de las letras: a él deben las artes el mito de Psique; es la única novela antigua íntegramente conservada y la muestra esencial del género de las famosas milesias; por último, y sobre todo, El Asno de Oro, con El Satiricón, serán siempre el insustituible manual de quien pretenda conocer la vida real del Imperio; Apuleyo quiso ante todo distraer la ociosidad de sus contemporáneos con bonitas historias, halagar sus oídos con música agradable. Ahora, la lejanía de los siglos añade un interés más sustancial, pues si no cabe mayor inventiva y fantasía en el cuento, tampoco cabe mayor veracidad y realismo en los detalles que integran sus cuadros. El Asno de Oro pone ante nuestros ojos el diario vivir de nuestros antepasados, el retrato, captado al natural, de toda la sociedad del siglo II con su confusa e indigesta mezcla de astrología, metafísica y mitología; con los contrastes entre la opulencia de unos sectores y la rudimentaria economía de otros; en Las Metamorfosis vemos la audacia de los salteadores de caminos, la insolencia de los soldados bajo un régimen totalitario, la crueldad de los amos y la miseria de los esclavos, la lucha diaria del hombre que, en un mar de tribulaciones, busca la felicidad sin dar con ella en este mundo, y que por último se acoge a la fe y a la esperanza para lograr la paz interior. Aquí nos hallamos ya en las fronteras del cristianismo.
3.7. EL TEXTO DE «LAS METAMORFOSIS». EDICIONES. TRADUCCIONES CASTELLANAS —. La tradición del texto de El Asno de Oro está actualmente bien dilucidada. Se conocen unos cuarenta manuscritos; todos ellos derivan más o menos directamente del Laurentianus 68, 2 (siglo XI). En este manuscrito se basan, pues, las ediciones críticas de la obra; sólo cuando no está claro el testimonio del Laurentianus 68, 2, se acude a sus descendientes y, en primer lugar, a otro Laurentianus, el 29, 2, que es la copia más antigua y por lo tanto efectuada cuando el 68, 2 estaba menos deteriorado por efectos del tiempo y retoques posteriores[33A].
La edición princeps fue la de Roma (1469). Buenas ediciones modernas son: la de G. F. Hildebrand (dos volúmenes, Leipzig, 1842), con las notas de Oudendorp; la de R. Helm (3.ª ed., Leipzig, 1931; reimpresión en 1968); la de C. Giarratano (Turín, 1929, 2.ª ed. revisada por P. Frassinetti, Turín-Paravia, 1960); la de D. S. Robertson, P. Vallette (tres vols., «Les Belles Lettres», 1940-1945) y la de P. Scazzoso (Florencia, 1971).
Léxico: W. A. OLDFATHER, H. V. CANTER, B. E. PERRY, Index Apuleianus, Middleton, Connecticut, 1934.
En Barcelona ha publicado M. Olivar Les Metamorfosis (texto latino y traducción catalana en dos volúmenes, I, 1929 y II, 1931, colección «Bernat Metge»). En castellano siempre se ha leído El Asno de Oro en la versión del arcediano de Sevilla Diego López de Cortegana (Sevilla, 1513): tiene, entre otros méritos, el de haber sido la primera de las versiones vernáculas de El Asno de Oro; reproducida muchas veces en los siglos siguientes, citemos, entre las reediciones más recientes, la de la «Biblioteca Clásica» (1890 y 1914), la de la «Colección Universal» (Madrid, 1920), la de la «Biblioteca Mundial Sopena» (Buenos Aires, 1939), y la de «Obras Maestras» (Barcelona, 1955). Una extraña y pobre traducción (¿de Jaime Uyá?) apareció en Barcelona, 1969, en la colección «Podium: Obras significativas», bajo el título Apuleyo: El Asno de Oro; Turmeda: Disputa del Asno.
Nuestro colega A. Ruiz de Elvira ha dado una elegante versión del cuento de Psique en Estudios Clásicos, Suplemento, Serie de Traducciones, 5 (1953) 55-85.
En nuestra traducción hemos seguido el texto de D. S. Robertson - P. Vallette, citado líneas más arriba.
NOVELA LATINA Y LITERATURA ESPAÑOLA

He aquí, para concluir esta introducción, algunas observaciones sobre la novela latina en la literatura española.
El tema general de la literatura latina en su relación con la española no ha merecido la debida atención de nuestros hombres de letras. M. Menéndez y Pelayo es una notabilísima excepción; pero, en el caso concreto de la novela latina, se inclina a creer que no ha dejado claras huellas en nuestras letras, y su opinión ha contribuido sin duda a desalentar entre nosotros ulteriores investigaciones sobre el tema. Oigamos al autor de Los Orígenes de la Novela: «Petronio ha influido muy poco en la literatura moderna… Apuleyo, en quien la obscenidad es menos frecuente y menos inseparable del fondo del libro, ha recreado con sus portentosas invenciones a todos los pueblos cultos, y muy especialmente a los españoles e italianos, que disfrutan desde el siglo XVI las dos elegantes y clásicas traducciones del arcediano Cortegana y de Messer Agnolo Firenzuola; ha inspirado gran número de producciones dramáticas y novelescas, y aun puede añadirse que toda novela autobiográfica y muy particularmente nuestro género picaresco de los siglos XVI y XVII, y su imitación francesa el Gil Blas, deben algo a Apuleyo, si no en la materia de sus narraciones, en el cuadro general novelesco, que se presta a una holgada representación de la vida humana en todos los estados y condiciones de ella».
«Tal es la herencia, ciertamente exigua, que la cultura greco-latina… pudo legarle en este género de ficciones…»[34A].
Y, en otro lugar, dice todavía Menéndez y Pelayo: «El cuadro autobiográfico de El Asno de Oro tiene analogía remota con el de nuestra novela picaresca, sin que por eso haya que admitir imitación ni reminiscencia… Imitación directa de Apuleyo, no encontramos ni en el Lazarillo ni en sus continuaciones, ni mucho menos en el Guzmán de Alfarache»[35A].
Siguen poco después otros párrafos que reflejan las mismas dudas con ciertas matizaciones: «El Asno de Oro, traducido al castellano por Diego López de Cortegana, fue libro muy popular en España durante los siglos XVI y XVII. Así lo testifica, entre otros, el autor de La Pícara Justina (1605), cuando dice en su prólogo hablando de los libros de que se valió, que “no hay enredo en Celestina, chistes en Momo, simplezas en Lázaro…, cuentos en Asno de Oro…, cuya nota aquí no tenga, cuya quinta esencia no saque”. A pesar de tal declaración, ningún cuento de Apuleyo encontramos en la parte hoy conocida de La Pícara Justina, pero acaso estaría en los varios tomos que el supuesto Licenciado de Ubeda tenía compuestos, prosiguiendo su obra, cuyo estilo por otra parte, en lo enrevesado y artificioso, no deja de tener algún parentesco con el de Apuleyo».[36A].
Por último hemos de recordar que nuestro gran polígrafo no se atreve a negar de plano que los pellejos de vino sobre los que Don Quijote descarga la ira de su lanza tengan su precedente en los tres odres que degüella Lucio cuando, al regresar de una cena, se apresta a entrar en casa de Milón (Asno de Oro, II 32); también reconoce que hay varias reminiscencias confesadas en Gonzalo de Ciéspedes y Meneses (El Soldado Píndaro).
H. Cortés se ha atrevido, a pesar de lo dicho por Menéndez y Pelayo, a rastrear la influencia de Apuleyo en nuestra literatura y ha visto sus huellas en los libros de caballería, en Cervantes, en Lope de Vega, en Tirso de Molina, en La Pícara Justina y en Baltasar Gracián[37A].
Que el mito de Psique y Cupido ha inspirado a muchos de nuestros escritores es evidente; ya hemos mencionado antes el auto sacramental de Calderón; José M. de Cossío se refiere al éxito que tuvo el mito entre los poetas sevillanos: «La traducción de El Asno de Oro, de Apuleyo, por el arcediano Diego López de Cortegana, personaje tan ilustre e influyente, atrajo la atención de los poetas hacia la fábula de Psique… (El mito de Psique y Cupido) gustado a través de la prosa de Cortegana es el que casi unánimemente han de cantar los poetas sevillanos del siglo XVI». Sigue la serie de dichos poetas: Gutierre de Cetina, Fernando de Herrera, Juan de Malara, etc.[38A]
Por nuestra parte sentimos la tentación de pensar que el autor de La Pícara Justina conoció no sólo El Asno de Oro, sino también El Satiricón. En La Pícara Justina se define un ideal artístico demasiado parecido al de Petronio, que hemos señalado en su lugar; he aquí ahora los correspondientes párrafos de la novela española: «Antes pienso pintarme tal cual soy, que tan bien se vende una pintura fea, si es con arte, como una muy hermosa y bella». — «Y tan bien hizo Dios la luna, con que descubrir la noche, como el sol con que se ve el claro y resplandeciente día. En las plantas hacen labor las espinas, etc.».
Y otro tanto cabe decir de Mateo Alemán. Las expresivas reflexiones de Guzmán sobre la pobreza como «inventiva sutil» podrían ser un eco de esta frase de Petronio (capítulo 135): «Yo admiraba el ingenio de la pobreza y su habilidad hasta en los más mínimos detalles». Y podría servir de lema al mismo Guzmán otro párrafo de Petronio (capítulo 125): «¡Dioses y diosas del cielo! ¡Qué malo es vivir fuera de la ley! Siempre está uno esperando el castigo merecido».
Sin embargo, es posible que, más que en detalles concretos, haya de buscarse la influencia latina en las estructuras y atmósfera general de ciertas obras maestras de nuestras letras. En un artículo de la Hispanic Review se señalan las semejanzas entre el Lazarillo y El Asno de Oro; para el autor de dicho artículo la novela latina «es fuente más que probable» de la novelita española[39A].
También nos parece fuente más que probable para el Guzmán de Alfarache:
1) En ambos casos el protagonista narra sus aventuras en primera persona.
2) Muchos rasgos de la vida de Apuleyo y Alemán han pasado a sus respectivas novelas, sin que en un caso ni en otro sea fácil discernir lo que es autobiográfico de lo que no lo es.
3) En ambas obras se intercalan varias novelitas cortas y se destaca una particularmente extensa y sentimental: a la historia de Psique y Cupido corresponde en el Guzmán la historia de Ozmín y Daraja.
4) También en ambos casos cortan el hilo de la narración toda clase de cuentos y anécdotas variadas.
5) Guzmán y Lucio tienen la misma afición a plasmar su filosofía en refranes.
6) En ambos casos hay la misma mezcla de trazos edificantes en contraste con un fondo esencialmente descarado y amoral. Al Asno de Oro puede aplicarse con toda propiedad el juicio de Cejador sobre el Guzmán: «El Guzmán de Alfarache es obra de crítica moral o sátira social por el fondo, y novela picaresca por la forma o envoltorio; es filosofía y arte, ambas tan bien casadas, que no hay herramienta de tan fina hoja que acierte a despartirlas»[40A]. Recuérdese lo dicho en su lugar sobre El Asno de Oro.
7) Por último, el fatalismo y básico pesimismo que pesa sobre el pícaro Guzmán tiene la más exacta correspondencia en la «implacable Fortuna» que persigue a Lucio, cuyo estribillo a lo largo de Las Metamorfosis son esta u otras palabras similares: «los rudos asaltos de la Fortuna», «la ceguera de la Fortuna», «mi Fortuna siempre inhumana», «la Fortuna siempre encarnizada con mi desgracia», etc. (cf. VI 28; VII 16 y 25; VIII 24; XI 15; etc.). Incluso la liberación final de Lucio es obra de la Fortuna, pero una Fortuna que esta vez tiene los ojos muy abiertos y lo mira con compasión (XI 15).
Traduciendo a Petronio y Apuleyo nos ha venido muchas veces a la mente otro capítulo importante de nuestra literatura: el de la hechicería. En la novela latina ya vemos a las hechiceras pidiendo ayuda a los seres superiores del cielo y del infierno, ya vemos sus ensalmos y, «en el sobrado alto de la solana», vemos un laboratorio bien surtido donde no falta ningún instrumento o ingrediente para realizar en la mayor soledad (la Celestina también ha de estar a solas para formular su conjuro) las más sorprendentes maravillas; en Apuleyo ya «vuelan» las brujas, ya saben someter a su voluntad el mundo sobrenatural, el mundo de los astros y los elementos de la naturaleza; pero ante todo saben dominar los sentimientos del corazón y aplican su arte fundamentalmente al servicio del amor[41A].

Fuente:
Título original: Asinus aureus

Lucio Apuleyo, siglo II d. C.

Traducción: Lisardo Rubio Fernández

Ilustraciones: Jean de Bosschère y Edmund Dulac

Retoque de cubierta: RLull
Editor digital: RLull

ePub base r1.2


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