viernes, 21 de abril de 2017

MEMPO GIARDINELLI EL GÉNERO NEGRO ORÍGENES Y EVOLUCIÓN DE LA LITERATURA POLICIAL Y SU INFLUENCIA EN LATINOAMÉRICA. James Cain: El tercer hombre


James Cain: El tercer hombre

 James Mallahan Caín (1892-1977) puede ser considerado, junto con Hammett y con Chandler, uno de los tres fundadores de la moderna novela negra.
    De vida intensa y azarosa, cantante de ópera frustrado pero de sólidos conocimientos musicales, fue periodista en varios medios importantes de los Estados Unidos, y llegó a ser uno de los guionistas más destacados de Hollywood. Tuvo una larga vida (falleció a los 85 años de edad) y dejó una muy profunda huella en el género. Sobre todo desde su primera y para muchos insuperada novela El cartero siempre llama dos veces, verdadero clásico negro que fue llevado al cine en cuatro oportunidades desde su primera edición en 1934 y que puede ser considerada una de las obras fundacionales del género, equiparable en importancia a Cosecha roja o a cualquiera de las novelas de Chandler. Particularmente porque inaugura una de las vertientes más impactantes de la novelística negra: el punto de vista del criminal.
    El cartero... narra la historia del frío y calculador Frank Chambers, quien se asocia pasionalmente con una mujer asombrosa, Cora, para matar al marido de ésta, un griego-americano ambicioso y bonachón: Nick Papadakis. Historia de pasión, violencia y traiciones, la tensión narrativa que en este texto logra Cain es ejemplar. Se diría que es una novela que tiene tensión e intensidad de cuento: la clase de texto que no se puede leer sino de una sentada y que deja el lector perturbado y con la boca reseca. Y es que en esas páginas, como dice Juan Martini en la presentación a la edición de Bruguera, queda claro que “no hay escapatoria del destino social, del rol que el sistema nos asigna según nuestra historia y según sus intereses”.
    Pero no fue solo esta obra la que catapultó a la fama a Cain, quien fue además un reconocido guionista de Hollywood entre 1930 y 1947. En el período inmediatamente posterior a su arribo a los estudios cinematográficos, escribió lo mejor de su obra: a El cartero siempre llama dos veces le siguieron Pacto de sangre (1936) [83]; Una serenata (1937) [84]; El estafador [85] (1939) y Mildred Pierce (1941) [86]. Estas cinco novelas son las más logradas de Cain, las de su mejor período creativo, y en ellas se aprecia el narrador excepcional que fue: frío observador de triángulos amorosos y eximio conocedor de las pasiones humanas. Todas ellas son novelas carentes de detectives, los que cuando aparecen simplemente siguen el accionar de los personajes, casi todos seres mediocres y ambiciosos a los que el destino zarandea despiadadamente. Con un estilo seco, duro, de frases cortas y diálogos asombrosamente reales (alguna vez fueron calificados en Hollywood como “extremadamente brutales”), Cain fue el más digno contemporáneo de Hammett y Chandler.
    En ese período de su obra, ha escrito Martini en su artículo “Moral por moral”, que sirve de presentación a El estafador, esas novelas “representan una trayectoria creativa de inolvidables aciertos, y alcanzan —en más de una ocasión— una belleza huidiza, una poesía vibrante, una capacidad de perturbación que, sustentadas en la violencia y el suspenso, crearon un estilo inconfundible y señalaron, con inapelable intuición, rumbos definitivos para la por entonces recién nacida novela negra”.[87]
    Después del éxito de El cartero..., Cain se consolidó con otra obra que, llevada al cine, también devino clásico: Pacto de sangre —dirigida por Billy Wilder, con guión de Raymond Chandler y protagonizada por Fred McMurray, Barbara Stanwick y Edward G. Robinson. En esta novela, una vez más Cain coloca al crimen en el medio de un triángulo amoroso: el agente de seguros Walter Huff y la irresistible y seductora señora Nirdlinger entablan una relación irreparable en la que el cinismo y la crueldad parecen no tener límites. Los diálogos de Chandler, por cierto, son espectaculares.
    Lo grande de la literatura de Cain parece estar en los climas que logra. Su violencia es casi naive: siempre aparenta un grado de casualidad que resulta asombroso porque combina —con incomparable eficacia— lo increíble con lo verosímil. Sus novelas carecen de sanguinolencias obvias y de bajos recursos; la suya es una violencia sutil, basada en la economía del lenguaje y en la acidez y fuerza de sus diálogos. El lector va sintiéndose involucrado poco a poco, merced a la perfecta construcción, el ritmo y el realismo de las situaciones.
    Eso es lo que sucede, por ejemplo, con El estafador, historia en la que un empleado bancario de Los Ángeles organiza un original sistema para quedarse con ahorros de los clientes. Su mujer —un personaje inolvidable llamado Sheila— enloquece de pasión al supervisor Bennett, quien descubre el enredo pero también las desavenencias matrimoniales. El triángulo queda otra vez establecido, y aunque de las novelas de Cain probablemente sea ésta la de desenlace más débil, los ardores textuales y la ambición impiden hasta el final saber exactamente quién estafa a quién.
    Una serenata es quizás la más lograda de todas las novelas de Cain. Sin dudas es la más profunda en cuanto a la indagación interior de los personajes, al punto que se constituye en un ejemplo narrativo de análisis psicológico. Transcurre casi totalmente en México, y traza el recorrido de un tenor en decadencia, de singular ambivalencia sexual (ama a una mexicana morena y hermosa pero no consigue olvidar una antigua experiencia homosexual), quien se sumerge en lo más rudo de sus propias miserias interiores. Hay en esta obra un nivel reflexivo no habitual en la literatura policiaca (no habitual en la Literatura, podría decirse), una delicadeza asombrosa en el planteamiento de la homosexualidad y un manejo del crimen casi exquisito. El arte taurino no está ausente de la trama, acaso porque esta novela es también un estudio sobre las obsesiones artísticas. La pasión del personaje por la ópera (aquí hay que recordar que el propio Cain fue un tenor frustrado y su madre había sido una famosa contralto) lo lleva a la destrucción de todo vestigio de su arte y, por ende, de su vida.
    De Una serenata ha escrito el escritor italiano Elio Vittorini: “Los hechos, un delito, un crimen o lo que fuere, aparecen siempre como extremadamente inocentes, frescos y ligeros en su falsa inocencia. Es como si Cain ignorara que los hombres poseen, desde hace mucho tiempo, nombres para todo lo que hacen o sienten. Como si ignorara que se puede llamar a un hombre, por sus acciones, ladrón, asesino o criminal. Su tono es casi de estupor frente a los acontecimientos, pero ese estupor, con su aparente frescura, es terriblemente perverso y nunca ingenuo”. [88]
    En cuanto a Mildred Pierce (titulada en Argentina El suplicio de una madre), no es una novela policiaca pero se inscribe perfectamente en la línea dura del análisis crítico de la sociedad norteamericana de los tiempos posteriores a la Gran Depresión. Es en este sentido que cabe, como toda la obra de Cain, en el género negro. La novela desarrolla un interesantísimo, fascinante estudio psicológico de una mujer californiana, dueña de una ambición blindada, que rehace su vida a partir de 1931 y lo hace a cualquier precio. Hay un seguimiento cronológico lineal de sus relaciones amorosas, comerciales y amicales, para desembocar en la constitución de una típica familia americana banalizada y sin más objetivo que la figuración social y el dinero.
    Un año después de la edición de Mildred Pierce (o sea en 1942) Cain publicó El simulacro del amor, una novela que carece de la fuerza de las anteriores y que significó de hecho su última producción específicamente negra. Es la historia de un trepador, Ben Grace, que se ve envuelto en una serie de traiciones, vínculos con el hampa y —una vez más— típicos tríos amorosos. [89]
    A partir de entonces, puede afirmarse que la producción de Cain se ablandó notablemente. Desaparecieron la violencia y el crimen de sus textos, y se dedicó al romance costumbrista, acaso exigido por el éxito que tenían sus libros, pues por entonces Cain ya era considerado como uno de los hitos vivientes de la literatura norteamericana.
    De todos modos volvió al género algunos años después, en 1975, con Rainbow's End, en castellano Al final del arco iris [90]. Es ésta una novela bastante débil —la historia de un joven que vive con su madre en un paraje de Ohio, donde cae un avión que ha sido secuestrado por un tipo que tiene cien mil dólares y a una azafata como rehén— que no tuvo la repercusión de sus obras iniciales.
    A comienzos de los años 80 del siglo pasado, cuando Cain estaba en el ocaso de su vida literaria, apareció en los Estados Unidos una bien documentada biografía suya escrita por Royy Hoopes. [91] Este libro pareció destinado a ser tan importante como la biografía que de Chandler escribiera Frank MacShane, y permitió profundizar en la vida de este notable y contradictorio escritor que alguna vez fue definido por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares como “tal vez el más genuino representante de la escuela norteamericana de tough writers, quien sobresale en la invención y descripción de caracteres brutales y de situaciones de apasionada violencia".
    En un artículo de la revista norteamericana The Nation, del 12 de marzo de 1983, el crítico Gary Giddins ubica a Cain como "parte indeleble de la historia literaria norteamericana”. Dice que el éxito logrado por Cain en 1934, cuando tenía 42 años, "carece virtualmente de precedentes en los anales de los best-sellers" y permitió considerarlo, para siempre, como el más importante autor de la Gran Depresión (donde se lo puede ubicar junto a autores de la talla de Steinbeck, Fitzgerald y otros).
    Cain escribió un total de dieciocho novelas y según su biógrafo fue un hombre bastante envanecido por el éxito, primero como periodista (trabajó en el diario The Sun de Baltimore y el American Mercury, y también colaboró en las más prestigiosas revistas literarias, entre ellas World, New Yorker y The Atlantic Monthly) y luego como escritor consagrado.
    Nacido en Annapolis, Maryland, su padre era presidente de un colegio universitario y su madre una ex cantante de ópera. Él mismo fue un fanático de la lírica, a la que nunca pudo dedicarse, en parte porque desde que llegó a Nueva York se vinculó a uno de los zares periodísticos de la época (Walter Lippmann) quien contribuyó a consagrarlo como uno de los mejores editorialistas de los años 20. Antes había combatido en la Primera Guerra Mundial, durante la cual fue editor de la revista de su regimiento: The Lorraine Cross.
    En 1930 llegó a Hollywood, contratado como scriptwriter (guionista). Allí se quedó diecisiete años y ahí fue donde Alfred Knopf (uno de los más importantes editores norteamericanos) aceptó a regañadientes su primera novela, la misma que lo haría famoso y que ayudaría a llenar las cuentas bancarias de la Editorial Knopf.
    Bebedor asiduo, Cain se casó cuatro veces y jamás dejó de escribir por lo menos cinco horas diarias. El éxito le permitió dedicarse exclusivamente a la literatura, pero solo a partir de sus 56 años. Eso fue en 1948, cuando se casó por cuarta vez (naturalmente, dada su obsesión operística, con la soprano Florence Macbeth) y volvió a su Maryland natal. Ya tenía dinero y la decisión de no hacer nada más que escribir; y estaba desilusionado de Hollywood, donde había intentado crear una especie de sindicato de escritores. Paradójicamente, opina Giddins, “nunca más fue capaz de escribir un buen libro”.
    La “Biografía” de Hoopes se detiene en esta época de la vida de Cain, en una vasta recopilación de cartas y en el rescate de sus memorias inéditas. Ahí parece quedar en evidencia el desorden interior de este autor que vendía millones de ejemplares pero que casi siempre estaba endeudado y falto de dinero. Entre los datos curiosos de esta biografía figura el de que buena parte de sus guiones en Hollywood los escribió en colaboración con Daniel Mainwaring, seudónimo de Geoffrey Homes, otro de los buenos autores del género negro.
    Paradójicamente, cuando abandonó el género negro y su literatura se volvió “seria”, la obra de Cain perdió el vigor original. Juan Martini ha opinado que “los devaneos del éxito precipitaron la producción de Cain hacia un declive quizás no tan pronunciado como intrascendente”. Lo cual no quita que su ciclo negro —aquellas cinco primeras, memorables novelas—, alcance para sostenerlo para siempre como uno de los tres más grandes escritores del género.

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