jueves, 26 de mayo de 2016

J.Méndez-Limbrick. Fragmento. Novela. Mariposas Negras para un Asesino.


(Fragmento. Novela. Mariposas Negras para un Asesino. Cuarta reimpresión 2015. Premio UNA-Palabra 2004).
- Este don Julián está en todas- exclamó Juancho-, de seguro estaba hace rato esperándonos y nos ha visto con una de las cámaras de circuito cerrado que tiene al frente del portón  principal.
Henry  no hizo ningún comentario: en efecto, pudo mirar en la entrada de la mansión unos muros de piedra  con varios metros de altura que terminaban en unas puntas de lanza de hierro listas para empalar a cualquier intruso que tuviera la idea de traspasar sus límites. Las cámaras de televisión estaban a ambos lados de la puerta principal.
Aceleró el carro y prosiguieron por espacio de unos quinientos metros hasta que se divisó la enorme mansión. Llegaron al pórtico, la puerta se abrió y un joven de escasos veintisiete años les hizo saber que don Julián  estaba esperando en su dormitorio.
La mansión era tan  grande como se miraba por fuera. Su estilo se aproximaba a la construcción de un templo griego. Lo primero que  llamó la atención  a Henry fue su gran luminosidad.  La mansión era de mármol gris pálido y de colores cremas,  contrario a lo que se había imaginado: oscura y de contraluces.
En el recibidor  el piso de mármol estaba adornado por un mosaico con figuras de tres delfines que seguían las naves de Odiseo.  Cuando ingresaron al primer salón,  Henry observó al lado de un gran espejo un óleo en donde  Belerofonte mata a la Quimera...
Avanzaron a otro  salón  en medio de gruesas cortinas de muselina color añil. El  salón estaba iluminado de una luz  azul que se hacía más densa por  el  mármol blanco  que cubría las paredes  y  cielo raso  imitando a un mar áreo. A Henry, le llamó la atención que, a excepción del  cuadro mural de la entrada, en el salón no colgaban pinturas, sino que una  biblioteca estaba empotrada en las paredes, donde en un rincón se hallaban dos búhos en mármol negro de tamaño natural  que la custodiaban.
Siguieron la caminata, el joven andaba de primero sirviendo de guía entre los pasadizos, de segundo iba Juancho, de tercero Oscar y de último Henry.
Mientras caminaban Henry  se abrochaba el saco y de vez en vez con la mano derecha tocaba la Beretta, para asegurarse estuviera en su lugar dándole cierta tranquilidad.
Después de pasar por el Salón Azul, el joven dobló hacia la derecha y  comenzaron a recorrer un  zaguán de unos cien metros de largo. El color de la luz varió  y la luz que los rodeaba ahora era púrpura. Miró al suelo: varios mosaicos narraban pasajes de la Ilíada desde el rapto de Helena hasta las honras fúnebres a Patrocolo.  Un detalle que le interesó a Henry era que en algunos tramos del  zaguán varias estatuas de mármol de tamaño natural eran alusivas a los dioses y héroes de la mitología griega, fue imposible no recordar a Fidias y Praxíteles.
-No se preocupe, doctorcito, - comentó  Juancho a mitad del zaguán de las estatuas -, a este lugar le llamamos Oscar y yo “el túnel”, siempre le hemos comentado a don Julián que mejor ilumine este pasillo con otro color; pero don Julián nos dice que la gracia está en contemplar con este color púrpura las estatuas... en fin...
Y antes que tocara la puerta o que el joven avisara la llegada, se oyó una voz gruesa  de tenor que decía:
-¡Adelante, adelante, está abierto!

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