domingo, 22 de mayo de 2016

Adolfo Bioy Casares. La trama celeste.


LA TRAMA CELESTE
Adolfo Bioy Casares
 En los seis relatos que componen `La trama celeste`, escritos entre 1944 y 1948, la inagotable fantasía de Adolfo Bioy Casares teje en torno a los juegos de apariencia y realidad, espaciales y temporales, audaces variaciones de sorprendente originalidad. Si «En memoria de Paulina» tiene por argumento la encarnación de una fantasía convertida en destructora obsesión, «De los reyes futuros» toma como motivo las imprevisibles consecuencias de los experimentos de un naturalista. La posibilidad de la existencia de varios mundos paralelos, una ancestral leyenda celta y un intento de vencer al tiempo enmarcado en una investigación casi policial dan origen, respectivamente, a «El ídolo», «La trama celeste» y «El perjurio de la nieve», mientras que «El otro laberinto» revela el amor de Bioy «por esa delicada Cenicienta, la belleza menos fácil, la simple».

Cuando el capitán Ireneo Morris y el doctor Carlos Alberto Servian, médico homeópata, desaparecieron, un 20 de diciembre de Buenos Aires, los diarios apenas comentaron el hecho. Se dijo que había gente engañada gente complicada y que una comisión estaba investigando; se dijo también que el escaso radio de acción del aeroplano utilizado por los fugitivos permitía afirmar que éstos no habían ido muy lejos. Yo recibí en esos días una encomienda; contenía: tres volúmenes in quarto (las obras completas del comunista Luis Augusto Blanqui); un anillo de escaso valor (una aguamarina en cuyo fondo se veía la efigie de una diosa con cabeza de caballo); unas cuantas páginas escritas a máquina - Las aventuras del capitán Morris - firmadas C. A. S. Transcribiré esas páginas.

LAS AVENTURAS DEL CAPITÁN MORRIS
(Fragmento).
Este relato podría empezar con alguna leyenda celta que nos hablara del viaje de un héroe a un país que está del otro lado de una fuente, o de una infranqueable prisión hecha de ramas tiernas, o de un anillo que torna invisible a quien lo lleva, o de una nube mágica, o de una joven llorando en el remoto fondo de un espejo que está en la mano del caballero destinado a salvarla, o de la búsqueda, interminable y sin esperanza, de la tumba del rey Arturo:
Ésta es la tumba de March y ésta la de Gwythyir;
ésta es la tumba de Gwgawn Gleddyffreidd;
pero la tumba de Arturo es desconocida.
También podría empezar con la noticia, que oí con asombro y con indiferencia, de que el tribunal militar acusaba de traición al capitán Morris. O con la negación de la astronomía. O con una teoría de esos movimientos, llamados «pases», que se emplean para que aparezcan o desaparezcan los espíritus.
Sin embargo, yo elegiré un comienzo menos estimulante; si no lo favorece la magia, lo recomienda el método. Esto no importa un repudio de lo sobrenatural, menos aún el repudio de las alusiones o invocaciones del primer párrafo.
Me llamo Carlos Alberto Servian, y nací en Rauch; soy armenio. Hace ocho siglos que mi país no existe; pero deje que un armenio se arrime a su árbol genealógico: toda su descendencia odiará a los turcos. «Una vez armenio, siempre armenio». Somos como una sociedad secreta, como un clan, y dispersos por los continentes, la indefinible sangre, unos ojos y una nariz que se repiten, un modo de comprender y de gozar la tierra, ciertas habilidades, ciertas intrigas, ciertos desarreglos en que nos reconocemos, la apasionada belleza de nuestras mujeres, nos unen.

Fuente: Edición electrónica de Matocool


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