domingo, 6 de marzo de 2016

Historia Universal de la Infamia. (Fragmento). 1935. EL LUGAR... Jorge Luis Borges.

*(En la gráfica: Borges y Betina Edelberg).
Historia Universal de la Infamia. (Fragmento). 1935.
EL LUGAR
El Padre de las Aguas, el Mississipi, el río más extenso del
mundo, fue el digno teatro de ese incomparable canalla. (Álvarez
de Pineda lo descubrió y su primer explorador fue el capitán
Hernando de Soto, antiguo conquistador del Perú, que distrajo
los meses de prisión del Inca Atahualpa, enseñándole el juego
del ajedrez. Murió y le dieron por sepultura sus aguas.)
El Mississipi es río de pecho ancho; es un infinito y oscuro
hermano del Paraná, del Uruguay, del Amazonas y del Orinoco.
296 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS
Es un río de aguas mulatas; más de cuatrocientos millones de
toneladas de fango insultan anualmente el Golfo de Méjico, descargadas
por él. Tanta basura venerable y antigua ha construido
un delta, donde los gigantescos cipreses de los pantanos crecen
de los despojos de un continente en perpetua disolución, y donde
laberintos de barro, de pescados muertos y de juncos, dilatan las
fronteras y la paz de su fétido imperio. Más arriba, a la altura del
Arkansas y del Ohío, se alargan tierras bajas también. Las habita
una estirpe amarillenta de hombres escuálidos, propensos a la
fiebre, que miran con avidez las piedras y el hierro, porque entre
ellos no hay otra cosa que arena y leña y agua turbia.
LOS HOMBRES
A principios del siglo diecinueve (la fecha que nos interesa) las
vastas plantaciones de algodón que había en las orillas eran trabajadas
por negros, de sol a sol. Dormían en cabanas de madera,
sobre el piso de tierra. Fuera de la relación madre-hijo, los parentescos
eran convencionales y turbios. Nombres tenían, pero podían
prescindir de apellidos. No sabían leer. Su enternecida voz
de falsete canturreaba un inglés de lentas vocales. Trabajaban en
filas, encorvados bajo el rebenque del capataz. Huían, y hombres
de barba entera saltaban sobre hermosos caballos y los rastreaban
fuertes perros de presa.
A un sedimento de esperanzas bestiales y miedos africanos habían
agregado las palabras de la Escritura: su fe por consiguiente
era.la de Cristo. Cantaban hondos y en montón: Go down Moses.
El Mississippi les sei'vía de magnífica imagen del sórdido Jordán.
Los propietarios de esa tierra trabajadora y de esas negradas
eran ociosos y ávidos caballeros de melena, que habitaban en
largos caserones que miraban al río — siempre con un pórtico
pseudo griego de pino blanco. Un buen esclavo les costaba mil
dólares y no duraba mucho. Algunos cometían la ingratitud de
enfermarse y morir. Había que sacar de esos inseguros el mayor
rendimiento. Por eso los tenían en los campos desde el primer sol
hasta el último; por eso requerían de las fincas una cosecha anual
de algodón o tabaco o azúcar. La tierra, fatigada y manoseada
por esa cultura impaciente, quedaba en pocos años exhausta: el
desierto confuso y embarrado se metía en las plantaciones. En
las chacras abandonadas, en los suburbios, en los cañaverales apretados
y en los lodazales abyectos, vivían los poor whites, la canalla
blanca. Eran pescadores, vagos cazadores, cuatreros. De los negros
solían mendigar pedazos de comida robada y mantenían en su
HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA 297
postración un orgullo: el de la sangre sin un tizne, sin mezcla,
Lazarus Morell fue uno de ellos.
EL HOMBRE
Los daguerrotipos de Morell que suelen publicar las revistas
americanas no son auténticos. Esa carencia de genuinas efigies de
hombre tan memorable y famoso, no debe ser casual. Es verosímil
suponer que Morell se negó a la placa bruñida; esencialmente
para no dejar.inútiles rastros, de paso para alimentar su misterio.
. . Sabemos, sin embargo, que no fue agraciado de joven y
que los ojos demasiado cercanos y los labios lineales no predisponían
a su favor. Los años, luego, le confirieron esa peculiar majestad
que tienen los canallas encanecidos, los criminales venturosos
e impunes. Era un caballero antiguo del Sur, pese a la
niñez miserable y a la vida afrentosa. No desconocía las Escrituras
y predicaba con singular convicción. "Yo lo vi a Lazarus
Morell en el pulpito", anota el dueño de una casa de*" juego en
Baton Rouge, Luisiana, "y escuché sus palabras edificantes y vi
las lágrimas acudir a sus ojos. Yo sabía que era un adúltero, un
ladrón de negros y un asesino en la faz del Señor, pero también
mis ojos lloraron".
Otro buen testimonio de esas efusiones sagradas es el que suministra
el propio Morell. "Abrí al azar la Biblia, di con un
conveniente versículo de San Pablo y prediqué una hora y veinte
minutos. Tampoco malgastaron ese tiempo Crenshaw y los compañeros,
porque se arrearon todos los caballos del auditorio. Los
vendimos en el Estado de Arkansas, salvo un colorado muy brioso
que reservé para mi uso particular. A Crenshaw le agradaba
también, pero yo le hice ver que no le servía."
Fuente: Obras Completas. Editorial EMECÉ Editores, año 1972. Buenos Aires, Argentina.

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