viernes, 28 de agosto de 2015

NUEVE ENSAYOS DANTESCOS. Jorge Luis Borges.


Impresionado por los versos de la Divina Comedia de Dante, su preocupación por el poeta florentino queda reflejada en gran parte de su producción creadora. SELECCIONES AUSTRAL incorpora el último título inédito de Borges: NUEVE ENSAYOS DANTESCOS, libro singular y profundo en el que expone qué personajes de la Comedia, le han causado mayor impacto. Toda su erudición aflora a medida que analiza las distintas interpretaciones que de esta obra han realizado los más importantes críticos. Pero aún mas interesante resulta el encontrarnos con las reacciones del Borges lector de la Comedia, ver cómo su sensibilidad se ve afectada por los versos de Dante, plasmándose en esa prosa tan característica del escritor argentino. Acompañan a estos NUEVE ENSAYOS DANTESCOS una extensa introducción, realizada por el escritor Marcos Ricardo Barnatán, gran conocedor del autor y de su obra, y una presentación de Joaquín Arce, catedrático de Lengua y Literatura Italiana de la Universidad Complutense de Madrid, que nos acerca a la gran obra de Dante.


 Marcos Ricardo Barnatán
NOTICIA PRELIMINAR

En un memorable «Prólogo de prólogos» nos recordaba Borges que nadie ha formulado hasta ahora una teoría del prólogo, para definirlo a continuación: «El prólogo, en la triste mayoría de los casos, linda con la oratoria de sobremesa o con los panegíricos fúnebres y abunda en hipérboles irresponsables, que la lectura incrédula acepta como convenciones del género…, cuando son propicios los astros, no es una forma subalterna del brindis; es una especie lateral de la crítica». Para regalarnos más tarde la idea de un libro: «Constaría de una serie de prólogos de libros que no existen. Abundaría en citas ejemplares de esas obras posibles» . Un querido maestro de Borges, al que nunca olvida entre sus lealtades, Macedonio Fernández, emprendió una aventura prologuística semejante en sus cincuenta y siete prólogos que preceden su Museo de la novela de la Eterna . La propuesta de Borges y la atrevida ejecutoria de Macedonio Fernández están hermanadas por una misma voluntad lúdica que subleva e irrita a quienes entendieron y entienden la literatura como una trascendente solemnidad trazada por la mano de un demiurgo.
En otro prólogo de Borges, no menos memorable, el que abre El hacedor y que se presenta en forma de dedicatoria a Leopoldo Lugones, nuestro escritor pergeña un encuentro imposible con su recuperado maestro y le confiesa «Usted no me malquería, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío. Ello no ocurrió nunca, pero esta vez usted vuelve las páginas y lee con aprobación algún verso, acaso porque en él ha reconocido su propia voz, acaso porque la práctica deficiente le importa menos que la sana teoría» . Bajo esas palabras dirigidas al maestro muerto quiero yo poner este nuevo atrevimiento mío, y decirle con ellas a Borges ese mismo: si no me engaño, usted no me malquiere, Borges, acaso porque en mí reconoce un eco de su propia voz…
Y así, una vez más, el azar quiere que sea el discípulo quien prologue un libro del maestro cuando la convención parece señalar todo lo contrario. Y en este caso un libro completamente inédito en el que la curiosidad borgeana demuestra su legendaria infatigabilidad.
Cuando me propusieron escribir un extenso preámbulo a este libro que, como el mapa de aquel imperio que tenía el tamaño del imperio, debía de tener casi igual número de páginas que el propio libro, no pude evitar el malsano pensamiento de remedar el ingenio de Pierre Menard y escribir un prólogo que coincidiera puntualmente con el libro de Borges. Me era suficiente recurrir a la autoridad que nos confiere Novalis cuando esboza el tema de la total identificación con un autor determinado, y perpetrar así el sueño concretado de Menard: no copiar mecánicamente el original de Borges, sino producir unas páginas que coincidieran palabra por palabra, línea por línea, con las que él escribiera sobre la Comedia. Para ello hubiera tenido que agudizar aún mi facilidad al mimetismo y emprender el arriesgado proceso de ser Borges o, lo que es aún mucho más difícil, escribir el ensayo de Borges sin dejar de ser Barnatán. Pero para desgracia del lector me acobardó tarea tan ardua y lo que es peor no pude afrontar la previsible incomprensión de los editores. Sé que pagaré esta cobardía, pero los que tantas veces hemos construido un peldaño de la torre sabemos que todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho, y que en Babel no nació el criterio de la confusión.
M.R.B.
Madrid, febrero de 1982.

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