LITERATURA DE RESCATE.
«Imaginen un marido cuya mujer, una suicida que se ha arrojado por la ventana hace sólo unas horas, yace ante él sobre una mesa. Él está conmocionado y no ha tenido tiempo de ordenar sus ideas. Camina de habitación en habitación e intenta dar un sentido a lo que acaba de ocurrir… De ahí que se cuente a sí mismo la historia, intente aclarársela». Así explica Dostoievski su obra en la «Nota del autor» que precede a La dulce, a la que llama relato fantástico.
La dulce se basa probablemente en hechos verídicos en que el autor ruso se inspiró para escribir una de sus más inquietantes novelas cortas. Como si de un viaje al pasado se tratara, Dostoievski, a través de las contradicciones, remordimientos y justificaciones en el soliloquio del protagonista «ante un auditorio invisible o una especie de juez», investiga en los recuerdos a la búsqueda de la verdad que se esconde en el alma humana.
Relato de Dostoievski publicado en su "Diario de un escritor" que ha sido traducida al castellano como "La tímida", "La dulce" y "La mansa"
FEDOR DOSTOIEVSKI
LA TÍMIDA
Advertencia del autor
Pido perdón a mis lectores por darles esta vez un cuento en lugar de mi "diario", redactado bajo su forma habitual. Pero este cuento me ha tenido ocupado cerca de un mes. De todos modos, solicito la indulgencia de mis lectores.
Este cuento lo he calificado como fantástico, aun cuando yo lo considere real, en el más alto grado. Pero tiene su lado fantástico, sobre todo en la forma, y acerca de esto deseo extenderme.
No se trata ni de una novela, en sentido estricto ni de unas "Memorias". Imaginen ustedes un marido que se encuentra en su casa ante una mesa, sobre la cual reposa el cuerpo de su mujer, que se ha suicidado. Se ha tirado por la ventana algunas horas antes.
El marido está como loco. No logra reunir sus ideas. Va y viene por el cuarto, tratando de descubrir el sentido de lo que ha pasado.
Además, es un hipocondríaco inveterado, de los que hablan con ellos mismos. Habla, pues, en voz alta, contándose la desgracia, tratando de explicársela. Se encuentra en contradicción con sí mismo en sus ideas y en sus sentimientos. Se declara inocente, se acusa, se confunde entre su defensa y su acusación: A veces se dirige a oyentes imaginarios. Poco a poco acaba por comprender. Toda una serie de recuerdos que él evoca le conduce a la verdad.
He ahí el tema. El relato está lleno de interrupciones y de repeticiones. Pero si un taquígrafo hubiese podido ir escribiendo a medida que él hablaba, el texto aún sería más borroso, menos "arreglado" que el que les presento. He tratado de seguir el que me ha parecido ser el orden psicológico. Esa suposición de un taquígrafo anotando todas las palabras del desgraciado es.el que me parece un elemento fantástico del cuento. El arte no rechaza este género de procedimientos. Víctor Hugo, en su obra maestra Los últimos momentos de un condenado a muerte se sirvió de un medio análogo. No introdujo un taquígrafo en su libro; pero admitió algo más inverosímil, presumiendo que un condenado a muerte podía hallar tiempo de escribir un volumen el último día de su vida, qué digo, la última hora —al pie de la letra— en el ultimo momento. Pero si hubiese rechazado esta suposición, la obra más real, la más vivida de todas cuantas escribió, no existiría.
PRIMERA PARTE
I
¿QUIEN ERA YO Y QUIEN ERA ELLA?
...Mientras la tenga aquí, no habrá terminado todo... A cada instante me aproximo a ella y la miro.. Pero mañana se la llevarán. ¿Cómo haré para vivir solo? En este instante está en el salón, sobre la mesa...; han puesto una junto a otra dos mesas de juego: mañana estará ahí el féretro, todo blanco... Pero no es eso... Ando, ando y quiero comprender, explicarme... Hace ya seis horas que busco, y mis ideas se disgregan... Ando, ando, y eso es todo. Vamos a ver: ¿cómo es? Quiero proceder con orden (¡ah! ¡con orden!) Señores...: bien ven ustedes que estoy muy lejos de ser un hombre de letras; pero lo contaré tal cual lo comprendo.
Miren: al principio ella venía a mi casa, a empeñar objetos suyos para pagar un anuncio en el Golos... "Tal institutriz aceptaría viajar o dar lecciones a domicilio", etc., etc. Los primeros tiempos no me fijé en ella: iba allí como tantas otras; eso era todo. Luego me fijé más. Era muy delgada, rubia, no muy alta; tenía movimientos molestos ante mí, indudablemente ante todos los extraños; yo, es verdad, estaba con ella como con todo el mundo, con aquellos que me tratan como a un hombre, y no solamente como a un prestamista. En cuanto le había entregado el dinero, daba rápidamente media vuelta y se iba. Todo esto sin ruido. Otras regateaban, implorando, enfadándose para conseguir más. Ella, nunca. Tomaba lo que le daban... ¿En dónde estoy? ¡Ah, sí! En que me traía extraños objetos o alhajas de poco precio: pendientes de plata sobredorada, un medalloncito miserable, cosas de veinte kopeks. Sabía que eso no valía más, pero veía en su rostro que para ella tenían un gran valor. En efecto; más tarde supe que era todo cuanto sus padres le habían dejado. Sólo una vez no pude dejar de reírme al ver lo que ella pretendía empeñar. En general, nunca suelo reírme de los clientes. Un tono de caballero, maneras severas, ¡oh, sí, severas, severas! Pero aquel día se le ocurrió traerme un verdadero andrajo: restos de una pelliza de pieles de liebre... Pudo más que yo, y le hice una broma... ¡Santo Dios, qué furiosa se puso! Sus ojos azules, grandes y pensativos, tan dulces siempre, despidieron llamas. Pero no dijo una palabra. Volvió a recoger su "andrajo" y se fue. Hasta aquel día no me di cuenta de que la miraba muy particularmente. Pensaba algo de ella..., sí, algo. ¡Ah, sí! Que era tremendamente joven, como un niño de catorce años; en realidad tenía dieciséis. Además, no, no es eso... Al día siguiente volvió. Supe más tarde que había llevado su resto de hopalanda a casa de Dobronravov y Mayer; pero éstos no prestan más que sobre objetos de oro, y no quisieron escucharla. En otra ocasión le había tomado en garantía un camafeo, una porquería, y yo mismo me quedé asombrado. Yo no presto más que sobre objetos de oro o de plata. ¡Y había aceptado un camafeo! Era la segunda vez que pensaba en ella, lo recuerdo muy bien. Pero al día siguiente del asunto de la hopalanda quiso empeñar una boquilla de ámbar amarillo, un objeto de aficionado, pero sin valor para nosotros. ¡Para nosotros, oro, plata o nada! Como venía después de la rebelión de la víspera, la recibí muy fríamente, muy serio. Débil, le di con todo dos rublos; pero le dije, un poco enfadado: "Lo hago por usted, nada más que por usted. Puede ir a ver si Moset le da un kopek por un objeto así! "
Ese por usted lo subrayé particularmente. Más bien estaba irritado... Al oír aquel por usted se encendió su rostro; pero se calló; no me arrojó el dinero a la cara; al contrario, lo tomó muy aprisa... ¡Ah, la pobreza! Pero se ruborizó, ¡oh, sí!, se ruborizó. La había molestado. Cuando se hubo marchado, me pregunté: "¿Vale dos rublos la pequeña satisfacción que acabo de tener?" Dos veces me repetí la pregunta: "¿Vale eso? ¿Vale eso? " Y, riendo, resolví en un sentido afirmativo. Me había divertido mucho, pero lo hacía sin ninguna mala, intención.
Se me ocurrió la idea de probarla, pues ciertos proyectos pasaron por mi cabeza. Era la tercera vez que pensaba muy particularmente en ella.
Pues bien, en aquel momento fue cuando empezó todo. Claro está, me enteré... Después de eso esperé su llegada con cierta impaciencia. Calculaba qué no tardaría en presentarse. Cuando reapareció, le dirigí la palabra, y entré en conversación con ella en un tono de infinita amabilidad. No me he visto del todo mal educado, y cuando quiero tengo mis maneras. ¡Hum! Adiviné fácilmente que era buena y sencilla. Estos, sin entregarse demasiado, no saben eludir una pregunta. Contestan. No averigüé entonces cuanto de ella podía averiguar, claro está, sino que fue más tarde cuando me fue explicado todo; los anuncios de Golos, etc. Seguía publicando anuncios en los periódicos con ayuda de sus últimos recursos. Al principio, el tono de aquellos anuncios era altivo: "Institutriz, excelentes informes, aceptaría viajar. Enviar condiciones bajo sobre al periódico". Un poco más tarde era: "Aceptaría todo, dar lecciones, servir de señora de compañía, cuidar de la casa; sabe coser, etc." ¡Muy conocido!, ¿verdad? Después, en un último intento, hizo insertar: "Sin remuneración por la comida y el alojamiento." Pero no encontró colocación ninguna. Cuando la volví a ver, quise pues, probarla. La enseñé un anuncio del Golos concebido en estos términos: "Muchacha huérfana busca colocación de institutriz para cuidar niños pequeños; preferiría en casa de viudo de edad; podría ayudar en el trabajo de la casa."
—Ahí tiene —le dije—; ésta es la primera vez que publica un anuncio, y apuesto cualquier cosa a que antes de esta noche encuentra una colocación. ¡Así es como se redacta un anuncio!
Enrojeció, sus ojos se encendieron de cólera. Esto me agradó. Me volvió la espalda, y salió. Pero yo estaba muy tranquilo. No había otro prestamista capaz de adelantarle medio kopek por sus baratijas y pitilleras. ¡Y ya entonces ni pitilleras tenía!
A los tres días se presentó sumamente pálida y agitada. Comprendí que la ocurría algo grave. Pronto diré qué; pero no quiero más recordar cómo me arreglé para asombrarla, para lograr su estima. Me traía un icono. ¡Óh! ¡Aquello sí que debía haberle costado decidirse! Y ahora es cuando empieza, pues me confundo..., no puedo juntar mis ideas. Era una imagen de la Virgen con el Niño Jesús, una imagen hogareña, los adornos del manto, en plata sobredorada, valdrían lo menos... ¡Dios mío!... lo menos unos seis rublos. Le dije:
—Sería preferible dejarme el manto y llevarse la imagen, porque, en fin... la imagen... es un poco...
Ella me preguntó:
—¿Es que lo tiene prohibido?
—No; pero lo hago por usted misma.
—Pues bien, quíteselo.
—No, no se lo quitaré. ¿Sabes lo que voy a hacer? Voy a ponerla en el nicho de mis iconos... (En cuanto abría mi casa de préstamos todas las mañanas encendía en aquel nicho una lamparilla), y le daré diez rublos.
— ¡Oh! No necesito diez rublos. Déme cinco. Pronto rescataré la imagen.
—¿Y no quiere usted diez por ella? La imagen los vale —dije, observando que sus ojos despedían fuego. No, respondió. Le entregué cinco rublos.
—Es preciso no despreciar a nadie —dije—. Si usted me ve desempeñar un oficio como éste, es que también yo me he visto en circunstancias muy críticas. Fue mucho lo que sufrí antes de decidirme a esto...
—Y se venga usted con la sociedad —interrumpió ella. Brillaba entre sus labios una sonrisa amarga, por lo demás bastante inocente. "¡Ah! ¡Ah! —pensaba yo—. Me descubres tu carácter... y sabes de letras".
—Ya ve —dije en voz alta—; yo soy una parte de esa parte del todo que quiere hacer mal y produce bien. »
— ¡Espere usted! Conozco esa frase; la he leído en algún sitio.
—No se moleste recordando. Es una de las que pronuncia Mefistófeles cuando se presenta a Fausto. ¿Ha leído el Fausto?
—Distraídamente.
—Es decir, que lo ha leído. Es preciso leerlo. ¿Sonríe? No me crea tan idiota, a pesar de mi oficio de prestamista, para representar ante usted el papel de Mefistófeles. Prestamista soy y prestamista me quedo.
—¡No quería decirle nada semejante!
A punto estuvo de dejar escapar que no esperaba que yo tuviese erudición. Pero se había contenido.
—Ya ve —le dije, encontrando una ocasión] para producir mi efecto— cómo no importa la carrera para hacer el bien.
—Ciertamente —respondió ella—: todo campo puede producir una cosecha.
Me miró con gesto penetrante. Estaba satisfecha por lo que acababa de decir, no por vanidad, sino porque respetaba la idea que acababa de expresar. ¡Oh, sinceridad de los jóvenes! ¡Con ella logran la victoria!
Cuando se marchó fui a completar mis informes. ¡Ah, había vivido días tan terribles, que no comprendo cómo podía sonreír e interesarse por las palabras de Mefistófeles! Pero eso es la juventud... Lo esencial es que la miraba ya como mía, y no dudaba de mi poder sobre ella... Saben ustedes que es un sentimiento muy dulce, casi diría muy voluptuoso, el que se experimenta al sentir que ha terminado uno con las vacilaciones...
Pero si sigo así, no podré concentrar mis ideas. Mas de prisa, más de prisa; no se trata de eso, ¡oh, Dios mío! ¡No!
Fuente: Editorial Medi.
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