miércoles, 15 de octubre de 2014

Juan de Yepes Álvarez llamado San Juan de la Cruz.


Juan de Yepes Álvarez llamado San Juan de la Cruz (Fontiveros, Ávila, España, 24 de junio de 1542 - Úbeda, 14 de diciembre de 1591) fue un poeta místico y religioso español.
Nacido en Fontiveros, en Castilla, tercero y último hijo de una familia pobre y trabajadora, Juan perdió muy pronto a su padre Gonzalo de Yepes, y desde entonces fue educado por su madre, Catalina Alvarez. A los 2l años tomó el hábito con los Carmelitas con el nombre de Juan de Santo Matía. Veinticinco años tenía cuando lo descubrió Santa Teresa, la cual vio en él al hombre providencial destinado a hacer aplicar los planes de la Reforma que ya había ellacomenzado a realizar en las carmelitas y que la tentativa del Padre Jerónimo Gracián no había logrado imponer a los carmelitas. Desde entonces revistió el nuevo hábito de los Carmelitas descalzos, de burda estameña y capa blanca, confeccionada por la propia Santa Teresa.
Hebiendo desaparecido Santa Teresa en l582 después de haber establecido la Reforma en l7 conventos de mujeres y l5 conventos de hombres,Juan de San Matías quedaba solo para llevar el peso de la obra que había de mantener y desenvolver. para lo sucesivo se llamó Juan de la Cruz, título que justificaban ya sus pruebas pasadas, pero que había de merecer aún más aceptando numerosas cargas. Entre los reformados mismos surgieron conflictos a propósito de la interpretación del pensamiento de la `buena Madre Teresa`, pensamiento que todos reivindicaban. Destrozado por el autoritarismo del P. Nicolás Doria, Juan de la Cruz, despojado de todo cargo en la Orden, fue relegado al convento de Peñuela, en la bravía Sierra Morena, retiro forzado que él aprovechó también para profundizar en su experiencia mística y terminar su vida en un diálogo ininnterrumpido con sólo Dios. Agotado, comido de abscesos y de úlceras, fue llevado al Convento de San Salvador de Ubeda, donde murió a la edad de 49 años.

Beatificado en l675, canonizado en l726, fue declarado Doctor de la Iglesia por el Papa Pío Xl en l926.

***



Poesía






     [Nota preliminar: Edición digital a partir de Cántico espiritual y poesías de San Juan de la Cruz según el códice de Sanlúcar de Barrameda, Burgos, El Monte Carmelo, 1928, 2 vols. Reed.: Juan de la Cruz, Santo, Cántico espiritual y poesías. Manuscrito de Sanlúcar de Barrameda, Sevilla, Consejería de Cultura y Medio Ambiente ; Turner, 1990, 2 vols. Y la edición de Juan de la Cruz, Santo, Cántico espiritual y poesías (Manuscrito de Jaén), Madrid, Junta de Andalucía ; Turner, 1991, 2 vols., y cotejada con las ediciones críticas de Raquel Asún (Barcelona, Planeta, 1989), Domingo Ynduráin (Madrid, Cátedra, 1987), Paola Elia (Madrid, Castalia, 1993) y Luce López-Baralt y Eulogio Pacho (Madrid, Alianza Ed., 1991). Recomendamos la consulta de la edición preparada por el doctor Ynduráin para la correcta valoración crítica de la obra. Hemos actualizado la ortografía y la puntuación.]





Cántico espiritual
Canciones entre el Alma y el esposo

[LA ESPOSA]

1
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

2
Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero,
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decilde que adolezco, peno y muero.

3
Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores
ni temeré las fieras;
y pasaré los fuertes y fronteras.

4
¡Oh, bosques y espesuras
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh, prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado.


[RESPUESTA DE LAS CRIATURAS]
5
Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura,
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.


[LA ESPOSA]
6
¡Ay! ¿Quién podrá sanarme?
Acaba de entregarte ya de vero;
no quieras enviarme
de hoy más ya mensajero,
que no saben decirme lo que quiero.

7
Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo;
y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.

8
Mas, ¿cómo perseveras,
¡oh, vida!, no viviendo donde vives
y haciendo porque mueras
las flechas que recibes
de lo que del Amado en ti concibes?

9
¿Por qué, pues has llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y, pues me le has robado,
¿por qué así le dejaste
y no tomas el robo que robaste?

10
Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacellos;
Y véante mis ojos,
pues eres lumbre dellos
y solo para ti quiero tenellos.

11
Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor que no se cura
sino con la presencia y la figura.

12
¡Oh, cristalina fuente!
¡Si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados...!

13
¡Apártalos, Amado,
que voy de vuelo!


[EL ESPOSO]

Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma
al aire de tu vuelo, y fresco toma.


[LA ESPOSA]
14
Mi Amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos,

15
la noche sosegada
en par de los levantes del aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.

16
Cazadnos las raposas,
que está ya florecida nuestra viña,
en tanto que de rosas
hacemos una piña,
y no parezca nadie en la montiña.

17
Detente, cierzo muerto.
Ven, austro, que recuerdas los amores;
aspira por mi huerto
y corran tus olores,
y pacerá el Amado entre las flores.

18
¡Oh, ninfas de Judea!
En tanto que en las flores y rosales
el ámbar perfumea,
morá en los arrabales,
y no queráis tocar nuestros umbrales.

19
Escóndete, Carillo,
y mira con tu haz a las montañas,
y no quieras decillo;
mas mira las compañas
de la que va por ínsulas extrañas.


[EL ESPOSO]
20
A las aves ligeras,
leones, ciervos, gamos saltadores,
montes, valles, riberas,
aguas, aires, ardores
y miedos de las noches veladores.

21
Por las amenas liras
y canto de serenas os conjuro
que cesen vuestras iras
y no toquéis al muro,
porque la Esposa duerma más seguro.

22
Entrádose ha la Esposa
en el ameno huerto deseado,
y a su sabor reposa
el cuello reclinado
sobre los dulces brazos del Amado.

23
Debajo del manzano:
allí conmigo fuiste desposada,
allí te di la mano
y fuiste reparada
donde tu madre fuera violada.


[LA ESPOSA]
24
Nuestro lecho florido
de cuevas de leones enlazado,
en púrpura tendido,
de paz edificado,
de mil escudos de oro coronado.

25
A zaga de tu huella
las jóvenes discurren al camino,
al toque de centella,
al adobado vino,
emisiones de bálsamo divino.

26
En la interior bodega
de mi Amado bebí, y cuando salía
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía,
y el ganado perdí que antes seguía.

27
Allí me dio su pecho,
allí me enseñó ciencia muy sabrosa,
y yo le di de hecho
a mí, sin dejar cosa;
allí le prometí de ser su Esposa.

28
Mi alma se ha empleado
y todo mi caudal en su servicio.
Ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio,
que ya solo en amar es mi ejercicio.

29
Pues ya si en el ejido
de hoy más no fuere vista ni hallada,
diréis que me he perdido,
que, andando enamorada,
me hice perdediza, y fui ganada.

30
De flores y esmeraldas,
en las frescas mañanas escogidas,
haremos las guirnaldas
en tu amor floridas
y en un cabello mío entretejidas.

31
En solo aquel cabello
que en mi cuello volar consideraste,
mirástele en mi cuello,
y en él preso quedaste,
y en uno de mis ojos te llagaste.

32
Cuando tú me mirabas,
su gracia en mí tus ojos imprimían;
por eso me adamabas,
y en eso merecían
los míos adorar lo que en ti vían.

33
No quieras despreciarme,
que, si color moreno en mí hallaste,
ya bien puedes mirarme
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste.


[EL ESPOSO]
34
La blanca palomica
al arca con el ramo se ha tornado;
y ya la tortolica
al socio deseado
en las riberas verdes ha hallado.

35
En soledad vivía,
y en soledad ha puesto ya su nido;
y en soledad la guía
a solas su querido
también en soledad de amor herido.

36
Gocémonos, Amado;
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte y al collado
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.

37
Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.

38
Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día.

39
El aspirar del aire,
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donaire,
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena.

40
Que nadie lo miraba,
Aminadab tampoco parecía;
y el cerco sosegaba,
y la caballería
a vista de las aguas descendía.

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