martes, 14 de octubre de 2014

Josep Pla. La huida del tiempo.


Josep Pla i Casadevall (Palafrugell, 8 de marzo de 1897 - Llofriu, 23 de abril de 1981). Escritor y periodista español en lenguas catalana y castellana.
Su original y extensa obra literaria, que abarca de forma interrumpida seis décadas y más de 30.000 páginas, fue esencial en la modernización de la lengua catalana y en la divulgación de las costumbres y tradiciones locales. Sus artículos de opinión, sus crónicas periodísticas y sus reportajes sociales de numerosos países constituyen también un singular testimonio de la historia del siglo XX. Todo ello, unido al hecho de seguir siendo el autor más leído de la literatura en catalán 25 años después de su muerte, le ha consagrado de forma unánime como el prosista más importante de la literatura catalana contemporánea.

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«La huida del tiempo», pertenece al estilo más propio de José Pla. Es una glosa a las fechas y hechos más salientes de nuestro calendario, que nos da toda la medida de su genio de escritor. Las características más importantes del estilo planiano son la sencillez, la ironía y la claridad. Extremadamente pudoroso y sensible al ridículo, detestaba los artificios y la retórica vacua.

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Prólogo a:  “La huida del tiempo”.
USTED mira atrás, amigo Plá, en las páginas de este libro. Todo él está inmerso en una luz de atardecer, entristecida. Sólo esa calidad elegíaca del volumen puede explicarme el que me haya buscado a mí para inaugurarlo. ¿Podría yo haber esperado nunca eso, aun de un espíritu tan fino y sorprendente como el suyo? Sí, el tiempo huye. Y al mirar atrás, en la irisación sutil de las horas transcurridas, me habrá encontrado a mí. Siempre ha querido usted que pasaran antes los que vienen empujando, y yo prologo ahora, sin más razón que su cortesía, las páginas de uno de sus mejores libros. Con este encargo ha querido corroborar las exclamaciones de estas páginas: «¡Qué cambios, Dios, mío! ¡Cuántas trasmutaciones violentas!»
¿A mí, para quien antes de ser usted un amigo fué un maestro; para quien constituía durante prolongados años algo extrañamente próximo y lejano a la vez; que podía usted haber muerto sorprendiéndome en la más pura y estricta veneración...?
Luego, la connivencia, esa connivencia creada al rociar juntos en el mismo cilindro de una rotativa, la comunidad de criterios y de peligros, de aciertos y de errores, las largas horas del diálogo, en la ardua realidad de unos años nada fáciles, me han dado suficiente aplomo y la facultad de no sorprenderme de nada. Ha sido el tiempo, Plá. Ese tiempo que huye. Acháquele a él, que llena sus páginas, la audacia de las mías.
¡Qué escalonamiento tan sutil y significativo el de sus libros hacia la más completa interiorización y unidad de su persona, amigo Plá! No sé si usted ha reparado en ello: primero sus Cartes de lluny; a continuación, las Cartes meridionals. Más tarde, Viatge a Catalunya, y después, Viaje en autobús. Al decir La huida del tiempo parece que llegue usted al término de un largo viaje hacia sí mismo. En este libro no hay ya superficies. Aquella sinuosa vaguedad de los horizontes, la sólo aparente realidad de los paisajes, trasunto lírico intimista de usted, no será ya aplicado a la geografía, sino al calendario; no al espacio, al tiempo. Pero no es el tiempo el que huye, como no eran los paisajes los que viajaban. Es usted, es usted, siempre...
El tiempo no pasa, pasamos nosotros por él. ¡Cómo están impregnadas de esta realidad, de la realidad de su tránsito a través del tiempo, las páginas de este libro! Claro que no podía usted titular a este libro Mi huida. Pero tácitamente, y para mí, éste y los cuatro citados que le anteceden podrían ir bautizados así. Tiene usted en La Escala, a punto de marcha, un barco de once metros, recién construído para usted, con el que se propone recorrer el Mediterráneo. No conseguirá, ni con esos libros ni con el barco, consumar jamás la huida que pretende, la que sigue fraguando cuando habla «de la situación» o de literatura, de política o de estética, y de la que sólo le distrae eso que usted llama «la vaguedad» o el contacto con la gente de su comarca o, preferiblemente, ambas cosas a la vez. Por el contrario, siempre se quedará usted en sí mismo.
A esta actitud de constante huida le ha aplicado en el recorrido todas las formas, modos, estructuras y andamiajes del exterior que ha podido hallar siempre en su mano. Ha luchado denodadamente contra el tedio que sigue a los grandes debates interiores, a la actividad imaginativa y sensitiva. Muchos no han comprendido que la defensa que usted hacía de ellos en la polémica o en el periódico, o que el ataque con que simultáneamente era capaz de regalarles, o que cualquiera de las posturas que fuera usted capaz de adoptar, sin adhesión ni desdén profundo por las contingencias, en los aspectos de la realidad objetiva que se ofrecían a su consideración, eran meros y circunstanciales drenajes constantes a la vigencia de su más íntimo ser, inactual y desasido. El esfuerzo que usted ha hecho por apasionarse en cosas que no le rozaban ni afectaban, esfuerzo demoledor y fabuloso, no ha hecho, con todo, más que agudizar la sensibilidad de ese íntimo ser, valorizar sus más apurados matices. Ha sido usted político —episódicamente—, periodista, viajero, campesino. ¿Qué es lo que ha sido, sin embargo, más que lo que casi nadie conoce de usted, más que lo que usted mismo se ha estado deliberadamente desconociendo y ocultando durante toda su vida? Así ha podido pasar por epicúreo un estoico, por periodista un filósofo, por escéptico un apasionado, por sarcástico un hombre de gran corazón, en mi combate tremebundo, entre usted, de un lado, y su ángel y su diablo de otro.
Todos sus libros son grandes libros. Cuando hace vibrar su cuerda más auténtica y más honda hay un estremecimiento del aire que nos ahonda a usted, a mí y a todos los seres existentes, en nuestra irreductible soledad. Ese estremecimiento es trasunto del suyo propio. La huida del tiempo es un reconocimiento, una sumisión a este hecho de su implacable y grande soledad. Sus páginas, muchas de sus páginas son, por ello, estremecedoras. Permita que le exprese mi admiración y que le llame maestro.

IGNACIO AGUSTÍ

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