jueves, 10 de abril de 2014

Carlos Fuentes: "Vlad".


Termino de leer “Vlad” de Carlos Fuentes. Una novela corta. Un final inesperado. “Vlad” es una historia bien entretenida, con lenguaje coloquial, y que a partir de la mitad de la historia el ritmo narrativo se incrementa.
“Vlad” es un vampiro, “Vlad” es el vampiro típico que llega de Europa a la ciudad de México con sed de sangre pero, ¿qué secreto más macabro que su mismo vampirismo esconde? Vladimir Radu llega a  México acompañado de un grupo de personas que le asisten y otras más al final de la novela se le unirán por siempre.
Navarro (notario y abogado) es el encargado de dar seguimiento a la compra de la mansión del enigmático Vladimir Radu quien señala del cómo deberá de ser remodelada para su gusto particularísimo cada habitación incluyendo un pasadizo subterráneo.
No es difícil obtener la propiedad  y complacer al conde porque, la esposa de Navarro, la joven Asunción es corredora de Bienes Raíces.
La obra de Carlos Fuentes posee la originalidad de que, si bien es cierto, toma prestada parte de la línea argumental de la mítica novela de Bram Stoker “Drácula”, los argumentos secundarios son diferentes.
Un clásico de la Literatura Universal como “Drácula”, en manos de otro ya “clásico” escritor latinoamericano: Carlos Fuentes quien reinventa la historia del vampiro en ciudad de México.

J.Méndez-Limbrick.

VLAD.
Fragmento.
"...Las divagaciones de mi cliente volvían difícil la conversación. Me di cuenta de que el small talk no cabía en la relación con el conde y las sentencias metafísicas sobre la vida y la muerte no son mi especialidad. Agudo, Vlad («Llamadme Vlad», «Soy Vlad para los amigos») se levantó y se fue al piano. Allí empezó a tocar el más triste preludio de Chopin, como una extraña forma de entretenerme. Me pareció, de nuevo, cómica la manera como la peluca y el bigote falsos se tambaleaban con el movimiento impuesto por la interpretación. Mas no reía al ver esas manos con uñas transparentes acariciando las teclas sin romperse.
     Mi mirada se distrajo. No quería que la figura excéntrica y la música melancólica me hipnotizaran. Bajé la cabeza y me fasciné nuevamente con algo sumamente extraño. El piso de mármol de la casa contaba con innumerables coladeras, distribuidas a lo largo del salón.
     Empezó a llover afuera. Escuché las gotas golpeando las ventanas condenadas. Nervioso, me incorporé otorgándome a mí mismo el derecho de caminar mientras oía al conde tocar el piano. Pasé de la sala al comedor que daba sobre la barranca. Las ventanas, también aquí, habían sido tapiadas. Pero en su lugar, un largo paisaje pintado —lo que se llama en decoración un engaño visual, un trompe l’oeil— se extendía de pared a pared. Un castillo antiguo se levantaba a la mitad del panorama desolado, escenas de bosques secos y tierras yermas sobrevoladas por aves de presa y recorridas por lobos. Y en un balcón del castillo, diminutas, una mujer y una niña se mostraban asustadas, implorantes".

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