jueves, 16 de enero de 2014

Xavier Villaurrutia habla de los Contemporáneos.Claudia Macías de Yoon.

Resumen: Existen numerosos estudios de los miembros y del grupo de Contemporáneos, poetas mexicanos que renovaron la lírica en la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, la importancia de la crítica que entre ellos mismos ejercieron sobre sus propias obras nos mueve ahora para mirar a los Contemporáneos desde la perspectiva de uno de sus más destacados miembros, Xavier Villaurrutia, en un ejercicio que se ha continuado en la concesión del premio que lleva su nombre: escritores bajo el juicio de sus colegas contemporáneos.
Palabras clave: crítica, sueño, vigilia, poesía mexicana, Contemporáneos

Introducción
Xavier Villaurrutia puso fin a su vida por propia mano en 1950. Uno de los mayores poetas del grupo de los Contemporáneos cuya obra reúne excelencia y universalidad, ejerció como poeta, dramaturgo y agudo crítico. En el mismo año de su fallecimiento, Francisco Zendejas propuso honrar su memoria con la creación del “Premio Xavier Villaurrutia” que concede anualmente la Sociedad Alfonsina Internacional y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a través del Instituto Nacional de Bellas Artes de México. Este premio tiene la peculiaridad de que son los propios escritores quienes lo otorgan a sus colegas, por lo cual los triunfadores de una convocatoria constituyen el jurado del siguiente año. Juan Rulfo inauguró una larga lista de autores que constituyen lo más granado de las letras mexicanas, como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Elena Garro, Juan José Arreola, Jaime Sabines, Sergio Pitol, Augusto Monterroso, Inés Arredondo, Juan Villoro, que han sido distinguidos con este galardón. El homenaje no podía haber sido menos acertado. Xavier Villaurrutia fue, ciertamente, un escritor que desde temprana edad publicó ensayos donde demostraba serios estudios sobre sus maestros, Luis G. Urbina, Juan José Tablada, Ramón López Velarde, André Gide, Jean Cocteau, Paul Valéry, pero también sobre sus amigos y compañeros de generación a la par que no dejaba nunca de producir.
En 1924, Xavier Villaurrutia toma la palabra para hablar formalmente de los Contemporáneos, presentando su visión sobre la historia de la poesía mexicana en la conferencia La poesía de los jóvenes de México, [1] publicada después como un extenso ensayo que ha llegado a nuestras manos en la recopilación de su obra completa en Fondo de Cultura Económica, y que será el punto de partida para nuestro estudio. Con solo veintiún años de edad habla de jóvenes que se distinguen “por la seriedad y conciencia artística de su labor; porque sintetizan, en su porción máxima, las primeras realizaciones de un tiempo nuevo” (1924: 828). En el “grupo sin grupo”, con cursivas del autor, Xavier Villaurrutia incluye en ese temprano ensayo, por orden de aparición, a Jaime Torres Bodet, a Enrique González Rojo, a Bernardo Ortiz de Montellano, a Carlos Pellicer, a Salvador Novo, a Ignacio Barajas Lozano y a José Gorostiza. Como afirmó Luis Mario Schneider, la inclusión de Ignacio Barajas Lozano y la ausencia de Jorge Cuesta, de Gilberto Owen y de Elías Nandino significaba que para esa fecha aún no tenían plena conciencia de quiénes eran los que conformaban el grupo de los Contemporáneos.
Existen numerosos estudios de los miembros o del grupo, sin embargo, la importancia que guarda la revisión de la crítica que entre ellos mismos ejercieron sobre sus propias obras nos mueve ahora para mirar a los Contemporáneos desde la perspectiva de Xavier Villaurrutia, en un ejercicio que se ha continuado en la concesión del premio que lleva su nombre: escritores bajo el juicio de sus colegas contemporáneos. Villaurrutia afirmó: “Cultivo la debilidad de no sentirme completo cuando no puedo hablar de mis amigos en presente. Siempre he evitado que se me vuelvan recuerdo, cifra, moneda”. [2] En esta afirmación se encuentra la justificación de Xavier Villaurrutia en relación con los comentarios y juicios sobre sus compañeros escritos y publicados entre 1923 y 1942; hablar de ellos “en presente” en dos sentidos, cuando podían responder a sus críticas y porque su vida -sus amigos y compañeros- giró siempre en torno a un presente y a una poética que dominaron toda su escritura.

I

1. Jaime Torres Bodet
El primero al que le dedica un artículo y quien encabeza la lista del “grupo sin grupo” es Jaime Torres Bodet (1902-1974). Al hablar del poemario Los días en un ensayo de 1923, Villaurrutia reconoce a Torres Bodet como “poeta completo y diverso, reaccionando frente a la vida que nos hiere diariamente sin que nos detengamos a expresarla en palabras”. Villaurrutia destaca que el valor de la poesía de Torres Bodet está en la capacidad de poder hablar de “todo aquello que a fuerza de tenerlo muy cerca no lo podemos ver, o no lo queremos ver”. Además de su visión de la vida, Villaurrutia pone de relieve la cualidad musical de los versos: “el acompañamiento de la melodía simple, constante” está acorde con “el sentimiento color de lluvia, de la melodía abierta, casi nunca concluida” (1923: 842). Sobre la sección titulada “Los sentidos”, Villaurrutia destaca que el poeta “afina su sensibilidad y la muestra. Se dejan los asuntos. Y el canto se levanta de sí mismo” (844). Ahora bien, el crítico descubre que el verso “se ha agrandado y enriquecido [...] de formas y figuras plásticas, más que decorativas, psicológicas”, llegando a un punto en que la poesía se materializa de manera que “ya todo lo miramos; es más, lo tocamos con la mirada” (843).
Un año después, en La poesía de los jóvenes de México (1924), Villaurrutia se refiere a Torres Bodet como “un poeta formado”. Su pensamiento “conciso, contenido” le sirve de argumento para demostrar la filiación del grupo a la tradición poética. Y siguiendo la línea marcada en su crítica anterior atenderá, principalmente, a los recursos musicales de la poesía de Torres Bodet para presentarlo en la línea de la poesía joven de México como un escritor cuya “voz tiene un diapasón que suena grato y familiar, canciones hechas para todas las almas, desde todos los labios, con una música delgada” (1924: 828). En dos párrafos y cuatro líneas más concentra una serie adjetivada que muestran la admiración del crítico por el poeta que cierra su comentario con la inclusión de un bello poema de Torres Bodet , “Tu boca”, como prueba de su valoración.
2. Enrique González Rojo
A los ojos de Villaurrutia, Enrique González Rojo (1899-1939) es un “poeta de pensamiento firme, de pasión ordenada. Amante despacioso de la técnica tradicional” (1924: 829). Sin embargo, sus elogios carecen de la espontaneidad que lo caracteriza cuando habla de otros compañeros. Los aciertos que van desde “el movimiento de su poesía” hasta el “abrir de los sentidos a nuestro paisaje real” se mueven en un tono más convencional que privativo de las cualidades personales de este poeta. Xavier Villaurrutia cuidaba que las apreciaciones críticas sobre la obra de sus compañeros no se influyeran con la relación personal. Muestra de ello es el comentario que hace sobre González Rojo en una de sus cartas a Salvador Novo, cuando Villaurrutia estudiaba en la Universidad de Yale:
Me entristece lo de Enrique, a quien le tengo un verdadero afecto. Pienso que él no sabe o no quiere saber nada acerca de su propio destino y que por eso se adhiere a cualquier cosa, y sigue un camino cualquiera, como un sonámbulo, prefiriendo esa mediocridad a la lucidez de un gesto heroico más elegante sin duda pero también más doloroso. Yo no lo juzgo. Me lo explico. [3]
La preocupación por el compañero es evidente y sincera, Villaurrutia trata el asunto con suma discreción de manera que el lector no destinatario de la carta nunca sabrá a qué tipo de crisis o problema se refiere. No obstante, en esta carta de 1936 el juicio es lapidario y la frase sobre la preferencia de una postura de “mediocridad” de González Rojo revela el criterio exigente de Villaurrutia que comprende los límites del genio creador de su contemporáneo.
3. Bernardo Ortiz de Montellano
La cualidad que Xavier Villaurrutia destaca de Bernardo Ortiz de Montellano (1899-1949) respecto de los demás miembros del grupo es el haber asumido los “tonos más característicos del espíritu mexicano”. Villaurrutia agrega a esa afirmación dos comentarios, uno sobre la capacidad del poeta para lograr la combinación de “un espíritu delicado, de resonancias infantiles y de un espíritu adulto, con observaciones humanas, precisas”, y otro sobre la forma de sus versos que “oscila entre la regla y el descuido” (Villaurrutia 1924: 830). Los juicios anteriores tienen el mismo tono pero tal vez no la misma intención. Nueve años después, luego de agradecer y alegrarse por la confianza que Ortiz de Montellano, “tan desconfiado habitualmente” como subraya en la carta, deposita en él al pedirle su opinión sobre su libro Sueños, Villaurrutia emprende una de las críticas más duras que hiciera a sus compañeros, en el ensayo “Una botella al mar” (1933b). Comienza elogiando la poesía de Sueños que consigue instalarlo durante la lectura “en un clima nuevo”, señalando como cualidad el haber hecho “del mutismo su lenguaje más elocuente” y destacando que los “fragmentos más ciertos” son aquellos que responden a una especie de “poética de la angustia” heredada de los antiguos (1933b: 838). La última de las tres partes de la obra Sueños es la que más le gusta a Villaurrutia, “la más abundante y la mejor” donde “su inteligencia se adueña de todos los medios a su alcance”. Sin embargo, Villaurrutia le señala: “si no todas las raíces del fuego de la poesía se entierran en su intimidad es porque usted unas veces juega con las palabras y porque, otras veces, las palabras, que no desean otra cosa, juegan con usted” (ídem).
En la cita anterior, Villaurrutia se pronuncia en contra de “una escritura poética automática” y a favor de la vigilia en el sueño, siguiendo la propuesta de Albert Béguin: “no siempre, como parece haber sido su propósito, se ha mantenido usted, aun en pleno sueño, completamente despierto, que unas veces se ha dormido usted sobre las palabras; que, otras veces, las palabras narcóticas han triunfado sobre su vigilia” (1933b: 838-839). [4] Villaurrutia afirma que cuando la mano del poeta no logra mantenerse despierta “surgen en su poema huecos, lagunas, pasajes oscuros o puntos muertos de gran valor documental, si usted quiere, pero sin valor artístico” (1933b: 839). En esta carta, el crítico dice a propósito de su propia poética: “¿Me creerá usted si le digo que no se hallará en mis poesías un juego de palabras inmotivado o gratuito?” (1933b: 840-841), pero olvida en este escrito su propia postura ante la escritura automática surrealista, “automatismo poético”, presente en el ensayo sobre Aurelia, de Nerval (1940d: 896). Al final de su carta a Ortiz de Montellano, Villaurrutia insiste sobre los juegos de palabras aunque matiza para señalar que no está en contra de ellos, siempre y cuando estén “al servicio de la voluntad poética” (1933b: 841).
4. Carlos Pellicer
Villaurrutia define a Carlos Pellicer (1897-1977) como el poeta de la sensualidad y “el único artista que está capacitado para fundir los elementos de todas las artes...” (Villaurrutia 1924: 831). Pellicer es el renovador de imágenes y “la mayor fuerza de su poesía reside en su expresión del paisaje” (832). Estas dos características son justamente las que utiliza Villaurrutia en el poema “Cézanne”, dedicado a Carlos Pellicer. El poema trata de ajustarse a la poética de Pellicer, un mes de julio lleno de colorido y la naturaleza en plena madurez bajo el efecto plástico acorde con el título que da vida al poema: el bodegón de frutas que por el calor se transforma y se ofrece en un delicioso jugo de “naturaleza muerta” que Villaurrutia desea beber (1925b: 31).
En este poema “Cézanne”, Villaurrutia inserta parte del verso que López Velarde más le elogiara: “las peras pecosas”. El crítico y poeta recuerda: “debajo de una línea de uno de mis manuscritos, subrayando entre todos, y repasándolo varias veces, un verso: bruñe cada racimo, cada pecosa pera.” Este verso pertenece al poema “Tarde” (1974: 16), recopilado en los Primeros poemas, que le valió un especial reconocimiento de Ramón López Velarde, quien le dijo: “Es extranordinario cómoha captado usted estas dos cosas. En efecto, el sol bruñe, ésa es la palabra, los racimos. [...] Eso es: las peras son pecosas” (1940b: 643). Con Carlos Pellicer, Villaurrutia no puede menos que reconocer el carácter dionisíaco de su poesía por “el goce del color y su embriaguez y su culto” (1924: 832). La comparación con el impresionismo pictórico de Cézanne no le pareció suficientemente justo y su crítica derivó en una creación como un homenaje.
5. Salvador Novo
Para Villaurrutia, Salvador Novo (1904-1974) representa “el triunfo de las conquistas nuevas en la poesía”, Novo es “el poeta que sustantiva las sugestiones más fugaces e inasibles” (1924: 832-833), y vislumbra ya en él al poeta que llegará siempre más lejos que los demás. En el ensayo que le dedica especialmente Villaurrutia señala: “Salvador Novo es, entre nosotros todos, el humorista [...] dueño de una agilidad mental envidiable y temible”. Novo era implacable con todos por su ironía, incluso consigo mismo, “es difícil y peligroso juzgar a quien tanto mal dice de la crítica [...] difícil y peligroso sería hablar de cualquier asunto delante de Salvador, a quien más de una vez hemos imaginado solo, frente a un espejo, diciendo cosas terribles de sí mismo” (1925a: 850).
En Ensayos, primer libro de prosa y verso del “enfant terrible”, Villaurrutia nota una desviación técnica y estilística que llama “irónica” por lo cual no puede menos que inventar una denominación para ello, “son ensayos de poemas”. Y respecto de los ensayos propiamente dichos señala que “están escritos en una prosa lanzada a cincuenta kilómetros por hora” (1925a: 850). Nuestro crítico destaca la personalidad de Novo que le permite aventurarse sin límites: “tiene un gran temperamento balanceado, refrenado y a menudo oscurecido por el humorismo”, esa nota humorística es la que hace contrastar y brillar “el puro arranque lírico, acentuándolo y confirmándolo. Es entonces cuando Salvador Novo se muestra todo un poeta” (1925a: 851).
Durante la estancia de Xavier Villaurrutia en los Estados Unidos, de 1935 a 1936, mantiene una profusa correspondencia con su amigo que pone de relieve el grado de afectividad que los unía. Dice Villaurrutia: “nuestra amistad no se ha basado nunca en la razón ni en la inteligencia” (1966: 18). En dichas cartas, Villaurrutia habla mucho más de sí mismo y de sus experiencias como estudiante en la Universidad de Yale que de su interlocutor. Sin embargo, los datos que revela de Novo son más significativos porque se muestran bajo el tono confidencial del que carecen los textos pensados para publicación, aunque Villaurrutia fue siempre muy discreto y cuidaba sus respuestas cuando Novo le hacía confidencias: “por fin reconoces que soy capaz de guardar secretos. El que me confías es interesantísimo” (1966: 37); lo previene de artistas conflictivos: “no te metas con Siqueiros: es capaz de todo. Toréalo y déjalo pasar” (1966: 43), y le infunde ánimo, “ya sé que eres persona de recursos y que el mundo tampoco se te cierra fácilmente” (1966: 59). Así pues, reitera cuando puede el prestigio de Novo como escritor, incluso en tono de broma: “ya veo, querido Salvador, que llevas el camino de Gertrude Stein y que pronto pagarán tus monosílabos a precio de oro. Me alegro” (1966: 42).
Villaurrutia confesó que regularmente solo escribía a Salvador Novo, a Agustín Lazo, a Elías Nandino y a Carlos Pellicer, deja entrever con su selección a sus amigos preferidos y de ahí que se permita decir a Novo a favor de la convivencia del grupo: “no puedo entender siquiera las diferencias entre gentes como Agustín Lazo y tú [...] Espero que esas diferencias habrán desaparecido a mi regreso” (1966: 79). Xavier Villaurrutia regresa a México transformado de su único viaje al extranjero, más maduro y seguro de sí mismo y de la dirección que debía tomar su escritura. “Nocturno mar” escrito a un año de su regreso de Yale y dedicado a Salvador Novo tiene un tono confesional, de vuelta al origen de sí mismo: “cuando mi piel crecía en la piel de otro cuerpo, / cuando alguien respiraba por mí que aún no nacía” [...] Nocturno mar amargo [...] lo llevo en mí como un remordimiento [...] y lo escondo y lo cuido y le guardo el secreto” (1937: 59-60). Si alguien conocía a Xavier Villaurrutia era precisamente Salvador Novo con quien compartía sus anhelos, sus pesares y su descubrimiento de los misterios que encierra la poesía.
6. Ignacio Barajas Lozano
Villaurrutia incluye a Ignacio Barajas Lozano (1898-1952) en la primera lista presentada del “grupo sin grupo” en 1924. Antes, apareció también en la antología Ocho poetas (Porrúa, 1923) junto a Bernardo Ortiz de Montellano y Jaime Torres Bodet. Villaurrutia se refiere a Barajas Lozano como un poeta que “trae consigo un medio tono de voz grato a los oídos y una fina vibración espiritual”. El rasgo más destacado, según el joven crítico es un “ruido personal producido por una sintaxis curiosa que lo diferencia y aparta” (1924: 834), comentario muy superficial que no tendrá seguimiento en los escritos de Xavier Villaurrutia. Los estudios más recientes sobre los Contemporáneos se refieren a este poeta como “el olvidado Ignacio Barajas Lozano con su tardío modernismo provinciano” (García 2001: 243).
7. José Gorostiza
José Gorostiza (1901-1973) es el poeta más admirado por Villaurrutia: “es, entre todos, el de más fina y contenida emoción” (1924: 834). En “La poesía de los jóvenes de México” reserva calificativos para su obra por su “pureza y perfección definitiva, laboriosa decantación” (834). José Gorostiza somete “su expresión a una música menos de los oídos que del espíritu” (834), cualidad que luego cristalizaría en Muerte sin fin. Villaurrutia señala que “Gorostiza sabe -como Juan Ramón Jiménez- tocar su poema hasta la rosa, y dejarlo de tocar, precisamente, cuando ya es la rosa” (834), elogio que nos recuerda el brevísimo pero profundo verso de Juan Ramón Jiménez titulado “El poema”: ¡No le toques ya más, / que así es la rosa! (Jiménez 1959: 695). [5] La rosa como metáfora de la admiración de Villaurrutia por su poesía de aparecerá de nuevo en “Nocturno rosa”, dedicado a José Gorostiza (1939: 57-58). En dicho poema, la rosa de todos los sentidos se deshace en humo y ceniza para transformarse en “carbón diamante” que se pierde al final en las tinieblas, en el vacío. Este poema, como en el caso del dedicado a Pellicer, es un homenaje al estilo de la poesía de José Gorostiza. Villaurrutia aprovecha cuanta oportunidad se presenta para exaltarlo, por ejemplo: “Pepe Gorostiza me escribió una carta que vale lo que uno de sus poemas”, le dice a Novo con emoción (1966: 64). Finalmente, citaremos un elogio que no ocupa más de una línea aunque con cuatro adjetivos que sintetizan su admiración: “Celestino Gorostiza, hermano del pulido, lento, agudo y fino poeta José Gorostiza” (1930: 23).

II
Aunque no incluidos en el primer enlistado del grupo de Xavier Villaurrutia, los seis siguientes se integraron al grupo Contemporáneos y les dedicó atención en sus ensayos y hasta algún poema. José Luis Martínez (2000: 60-61) propone a nueve en un sentido estricto del grupo en el que se incluyen todos los anteriores menos Barajas Lozano más Jorge Cuesta y Gilberto Owen, ausentes los dos últimos en la conferencia de 1924 del joven Villaurrutia. En “torno a ellos”, según señala, incluye a Elías Nandino, Celestino Gorostiza y a Agustín Lazo; Manuel Rodríguez Lozano, el último que hemos agregado por nuestra parte, es un pintor que gozaba de la amistad y compartía el trabajo en el ámbito dramático, otro de los géneros en donde Villaurrutia descuella con gran éxito.
8. Jorge Cuesta
Sobre Jorge Cuesta (1903-1942) Villaurrutia afirma: “El rigor que Jorge Cuesta exige en los demás y que ha exigido siempre a sí mismo” (1928c: 845), en defensa de la Antología de la poesía mexicana moderna que editara Cuesta. El rigor y la agudeza crítica son las principales cualidades que Villaurrutia subraya en el poeta, cuando señala “Jorge Cuesta, con dedos de crítico”, y más adelante, Jorge Cuesta y sus “juicios depurados” (1928c: 846). En la carta dirigida por Villaurrutia a Manuel Horta por la mediana crítica que hiciera sobre la Antología, pone en primer plano la amistad que lo une con Cuesta y no duda en enfrentarse a Horta y a los críticos que censuraron la Antología en menoscabo del prestigio del amigo. Villaurrutia reconoce en Cuesta a “una figura singular y compleja”, autor de una “obra lúcida y conceptuosa, personalísima en la poesía y en el ensayo libres” (1942: 847) que, sin embargo, espera tiempos futuros para que se hable de ella.
Jorge Cuesta es el primer suicida del grupo y en el artículo escrito en su memoria Villaurrutia se deshace en elogios: “Era como yo y más que yo, autodidacto” (1942: 847), señalando que “su vocación de químico lo llevó a establecer entre la literatura y la ciencia sutiles y peligrosos vasos comunicantes” por lo cual le llamaron “El Alquimista” (847). [6] La “inteligencia vigilante y la cortesía natural” de Jorge Cuesta en combinación con “las armas afiladas de su cultura y de su inteligencia”, hicieron que demostrara en su obra “la flexibilidad de su curiosidad, la avidez de su crítica y, sobre todo, el caudal de conocimientos que lo definían como el más 'universalmente' armado de todos los escritores del grupo” (848). Villaurrutia señala que “todo le servía para poner en juego la destreza de su ingenio, su facilidad de argumentación, su capacidad para asociar y analizar conceptos” (848). La gran cercanía entre Villaurrutia y Cuesta nos la podemos explicar por la frase que el primero recuerda de Novo: “Salvador Novo me acusó sonriendo de haber descubierto a dos escritores jóvenes tan delgados como inteligentes: Jorge Cuesta y Gilberto Owen” ( 848). Y al fin, Villaurrutia destaca la conjunción literatura-ciencia que llevará a cabo Cuesta, innovación que influirá en generaciones como la del Crack: “este raro espíritu, cuando no se vio absorto en otras formas de alquimia, consagró su tiempo a la secreta alquimia del verbo” (848).
9. Gilberto Owen
Salvador Novo escribe a Villaurrutia rememorando cuando recibieron “a dos inteligencias jóvenes descubiertas y estimuladas” por “el espíritu siempre central” del propio Villaurrutia, y al presentarlos los clasifica como “el poeta” a Gilberto Owen, y como “el demoledor” a Jorge Cuesta (1966: 10). Sin embargo, la relación de Villaurrutia con Gilberto Owen (1905-Filadelfia, 1952) no fue preferencial. Solo podemos encontrar un breve y superficial comentario sobre él: “no menos delgado y fino entonces”, recordando el momento en que Villaurrutia conoció a la pareja de amigos (1942: 847). Más tarde, Villaurrutia escribe de nuevo sobre Gilberto Owen, pero más que destacarlo como poeta, hablará de sus logros como actor en el teatro de experimentación Ulises.
10. Elías Nandino
La preferencia de Villaurrutia por Elías Nandino (1900-1993) es evidente. En el prólogo a Eco, dice: “este hombre que arde y se consume en los ejercicios más diversos, que halla equilibrios momentáneos de la razón y del instinto [...] este hombre que, en una palabra, vive y, sin tener una conciencia lúcida de su deseo, quiere verse vivir, se llama ahora Elías Nandino” (1934: 852). Elías Nandino era el médico poeta capaz de “escribir con fiebre y operar con frialdad”, a juicio de nuestro crítico. Cuando Villaurrutia habla de Nandino parece estar hablando en ocasiones de sí mismo: “ya lo imagino el día más pensado, desprenderse de sí mismo y con precauciones infinitas, lúcido y frío, auscultar su propio tronco ardiente [...] para extraer del interior [...] los ligeros pájaros y los seres marinos que el hombre ha ido ocultando en el hombre” (853).
En prólogo a Eco (1934), Xavier Villaurrutia escribe estas líneas donde se muestra el conocimiento que tiene sobre la vida y la obra de su amigo, incluye una larga introducción antes de hablar de Nandino en donde utiliza la analogía entre el poeta y el cirujano, recurso que se adelanta a la conferencia que dictaría Paul Valéry en octubre de 1938, “Un discurso a los cirujanos”, también comentado por Villaurrutia (1940c: 704). En 1934, Villaurrutia dice: “la intuición luminosa y certera, la razón clara y fría, la mirada rápida y profunda, la mano firme y delicada de un cirujano salvan y prolongan la vida de un cuerpo enfermo, pero anestesiado, sumido en una muerte provisional. Solo el poeta opera en un cuerpo sensible. Solo el poeta corta en carne viva. Ese cuerpo sensible, esa carne viva son los suyos” (1934: 852). Nandino era médico de profesión y gracias a él Villaurrutia verá de frente a la muerte real por las visitas que le permitía durante las cirugías y en el anfiteatro, [7] de ahí que el reconocimiento de los valores de Nandino como poeta se sumara en Villaurrutia con el afecto personal, según le comenta a Novo: “Elías me escribe con frecuencia y con ese cariño que pone en todas las cosas, un cariño rápido y como distraído: un cariño de médico que receta cariño” (1966: 47).
11. Celestino Gorostiza
Celestino Gorostiza (1901-1973) entra en contacto con Villaurrutia a través del teatro experimental Ulises, donde Gorostiza “hizo sus primeras armas como director y como actor” (1933a: 738). En este momento, Villaurrutia toma en cuenta las cualidades que permitirán a Celestino Gorostiza llegar a ser una gran figura en el teatro mexicano: “si no es dueño de un temperamento fogoso, cuenta con una cabeza lógica”, “diez obras dirigió en solo un año, logrando siempre versiones correctísimas, y, a veces, indudables aciertos” (738, 739). Esta experiencia del teatro Ulises “fue de ascetismos, de entrenamiento deportivo” (1930: 21), a los que Gorostiza se sometió con disciplina. Dos años después, Villaurrutia dirá: “Celestino Gorostiza ha logrado ligarse por medios más intelectuales a una tradición dramática, pero no por ello menos sino más precisos” (1935: 734). Por ello, el crítico afirmará que con las obras de Gorostiza, Ser o no ser y La escuela del amor, “el teatro mexicano contemporáneo logra colocarse en un plano de universalidad sin perder por ello el contenido que la personalidad de su autor, mexicano selecto, ha sabido vaciar en un continente que tiene validez en cualquier latitud espiritual” (734).
En su análisis sobre Ser o no ser de Celestino Gorostiza, Villaurrutia muestra preferencia por el segundo acto, ya que se trata de “una prueba de que el autor sabe respirar y [hacer] respirar a sus personajes en una atmósfera poética: la del sueño” (1935: 735), sin duda el tema de principal interés en el crítico y poeta. En la correspondencia que Villaurrutia sostiene con Celestino Gorostiza desde los Estados Unidos se revela mayor confianza que cuando trabajaban en los experimentos teatrales. Algunas confesiones que se encuentran en las cartas a Novo son también para Celestino Gorostiza, tales como su tormento por no poder escribir y su fastidio por estar estudiando entre “bestias” en la Universidad de Yale.
12. Agustín Lazo
Para Villaurrutia, Agustín Lazo (1896-1971) es ejemplo de la conjunción del mundo de la pintura con el de la poesía: “Agustín Lazo pinta, casi siempre, sin modelo, consonancia perfecta, intelectualista, que produce la misma impresión que una rima justa en un poema” (1926: 1042), y del mundo de la pintura con el teatro, y agrega, “con un sentido notable de lo que es el teatro, Agustín Lazo realiza en el escenario del Teatro de Orientación, escenificaciones perfectas”. Villaurrutia admira en Lazo la disciplina en su tarea y la habilidad para vencer obstáculos, “todas las limitaciones de un escenario pequeño e inadecuado le sirven de estímulo en vez de cohibirlo”, logrando escenografías magníficas que el crítico elogia por resolver los problemas plásticos “con la precisión que da el equilibrio del temperamento y el gusto” (1933a: 739).
Villaurrutia señala que dos viajes por Europa le sirvieron a Agustín Lazo “para enriquecer y acendrar las entrañas de su espíritu en que la pasión de la inteligencia se enlaza con una sensibilidad poética singular en la nueva pintura mexicana” (1926: 1041). Su admiración reside especialmente en la habilidad que Lazo posee para hacer que sus cuadros dejen de ser “objetos plásticos” y que sean “seres acabados y vivientes” (1042). Su personalidad inspira a Villaurrutia una serie de aforismos que titula “Fichas sin sobre para Lazo”, de las que destacamos las tres siguientes: 1) “Lazo alarga los sentidos y roba un par de manos, un trozo de piso, una cortina, un niño. Luego, en su taller, con ayuda de todo esto, inventa un cuadro” (1928a: 1044). 2) “Lazo hace entrar en una tela la alcoba de un sueño que parece que acaba de salir de un espejo, una escalera imprevista [...] Pero el público no ha soñado nunca, o cuando ha estado a punto de soñar, ha cerrado los ojos” (1045). 3) “La pintura de Lazo es tan clara como dos y dos son tres” (1046).
El “Nocturno de la estatua” (1928b: 46-47) está dedicado a Agustín Lazo. La fecha de composición del poema, 1928, coincide con la de los dos artículos dedicados al pintor. El poema se corresponde con el estilo de la obra de Lazo: el movimiento de lo estático y el logro de plasmar plásticamente un sueño; esto es, el poema como un objeto plástico que cobra vida propia. La relación de Villaurrutia con Lazo era profunda, así lo revelan las palabras de Novo: “Agustín Lazo. Tú lograste sacarlo [a Villaurrutia] de la concha a que tu muerte lo ha restituido” (1966: 11).
13. Manuel Rodríguez Lozano
Villaurrutia dedica el “Nocturno amor” (1933c: 52-53) a Manuel Rodríguez Lozano (1896-1971). Este poema refleja un suceso trágico en la vida del artista: la muerte de Gabriel Ángel, joven pintor con quien Rodríguez Lozano llevaba una íntima amistad. El tema del poema es el binomio amor/muerte, en un tono de rebeldía por la imposibilidad de amar en esta vida. Se refleja la “angustia” del poeta ante el “crimen” y estalla en un ánimo en que maldice, se encoleriza y llega a un estado nihilista que pretende llegar más allá de la muerte: “porque la ausencia de tu sueño ha matado a la muerte”. Como con Agustín Lazo, lo unía a Rodríguez Lozano el interés por el teatro, especialmente durante el tiempo que trabajaron junto con Antonieta Rivas Mercado para la fundación del Ulises. Manuel Rodríguez Lozano es recordado por su famosa frase sobre la pareja que formaron Villaurrutia y Lazo: “Agustín pinta los poemas de Villaurrutia cuando Xavier no escribe los cuadros de Lazo” (Ocampo 1997: 279).
Xavier Villaurrutia
Xavier Villaurrutia (1903-1950) en el prólogo a Textos y pretextos afirmó que “la crítica es siempre una forma de autocrítica” (1940a: 639), y Novo lo recuerda como un “espíritu riguroso, crítico, debatido”. Espíritu crítico que juzgaba bajo su visión poética a todo el que incursionara en el mundo del arte. Dominio de la inteligencia, búsqueda del equilibrio de las pasiones, la vigilia durante el sueño son algunas de las constantes en la crítica de Villaurrutia. Dueño de una curiosidad que no sabe si lo alimentaba o lo consumía, se complacía en repetir: “Elogiar con moderación es signo de mediocridad” (1933b: 838). La dureza de sus juicios llevaba siempre como justificante la intención artística y así parece haberlo heredado Jorge Cuesta de su joven maestro. Los elogios más nutridos los merecieron José Gorostiza, Jorge Cuesta y Elías Nandino. La amistad más profunda, Salvador Novo y Agustín Lazo. Y en todos sus escritos estaba presente siempre un afán por la novedad que le sirvió para protegerse de “la costumbre, madre de todas las virtudes domésticas, de todas las virtudes abominables”.
Al hablar de sus compañeros de generación, Xavier Villaurrutia describía su propia naturaleza y su gran interés por el grupo de Contemporáneos. Luis Mario Schenider señalaba que es el único que toca a todos los Contemporáneos, es el que más completa el cuadro, el mayor propagandista y el mayor defensor del grupo. En 1924 esboza la primera lista de sus compañeros y, a partir de entonces, siguió la trayectoria personal de cada uno con una visión rigurosa desde el ámbito de la poesía o en el plano intelectual. La crítica incluida en su reconocido trabajo como ensayista merece atención especial por haber sido el más interesado en mantener los lazos de comunicación y la permanencia del “grupo sin grupo” como el mismo Villaurrutia lo denominó con un acierto que ha perdurado hasta el presente.

Notas
[1] Xavier Villaurrutia presentó este ensayo como conferencia en la Biblioteca “Cervantes” en 1924, y fue publicado después en Antena. Utilizo la versión publicada en Villaurrutia 1924: 819-835.
[2] Xavier Villaurrutia, “Carta a Celestino Gorostiza” fechada en enero de 1936 (Villautturia 1988: 37).
[3] Carta fechada el 18 de noviembre de 1935 (Villaurrutia 1966: 45).
[4] Villaurrutia conocía a fondo la propuesta teórica de Béguin: “Albert Béguin, en la primera página de su admirable libro El alma romántica y el sueño”, de donde toma la idea de la vigilia como tiempo que debe desarrollarse en la poesía (Villaurrutia 1940d: 895).
[5] Juan Ramón Jiménez, “El poema”, en Eternidades (1911-1917), recopilado en Libros de poesía, ed. Agustín Caballero, Aguilar, Madrid, 1959.
[6] Jorge Cuesta es de los autores más admirados por los miembros del Crack. Jorge Volpi trabajó sobre la vida del poeta Jorge Cuesta para su tesis de literatura y realizó una interpretación alquímica del poema Canto a un dios mineral, el último que escribiera Cuesta antes de su suicidio. El resultado de su investigación fue el ensayo El magisterio de Jorge Cuesta que le valió a Volpi el Premio Vuelta de ensayo en 1991, magisterio que se ha reflejado en la trayectoria de Volpi en su idea de conjuntar la literatura con la ciencia.
[7] Gerardo Bustamante señala: “don Elías refirió en varias entrevistas la importancia de que Villaurrutia tuviera acceso a las operaciones que realizaba su amigo en el Hospital Juárez de México, pues fue ahí donde Villaurrutia encontró los verdaderos encuentros con la muerte.” (Bustamante : 79, n. 4).

Bibliografía
Bustamante Bermúdez, Gerardo: “Elías Nandino, el enamorado de la muerte”, Casa del Tiempo, 2009, núm. 18, pp. 76-79.
García Gutiérrez, Rosa: “Acerca del «Archipiélago de soledades» y otros tópicos sobre los Contemporáneos: lo mexicano según Cuesta”, en La isla posible : III Congreso de la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos. Biblioteca Virtual Universal-Biblioteca Cervantes Virtual, 2001, pp. 243-258, http://www.cervantesvirtual.com/s3/BVMC_OBRAS/ff3/ea9/1c8/2b1/11d/fac/c70/021/85c/e60/64/mimes/ff3ea91c-82b1-11df-acc7-002185ce6064_118.htm [citado el 6 de junio de 2011].
Jiménez, Juan Ramón (1959): Eternidades (1911-1917), en Libros de poesía, ed. Agustín Caballero. Aguilar, Madrid.
Martínez, José Luis: “El momento literario de los Contemporáneos”, Letras Libres, 2000, año 2, núm. 15, pp. 60-62.
Ocampo, Aurora M. (1997): “Agustín Lazo”, en Diccionario de escritores mexicanos. UNAM, México, pp. 279-281.
Villaurrutia, Xavier (1974): Obras. Poesía, teatro, prosas varias, crítica, eds. Miguel Capistrán, Alí Chumacero y Luis Mario Schneider. Fondo de Cultura Económica, México.
Villaurrutia, Xavier (1920): “Tarde”, en Obras..., p. 16.
Villaurrutia, Xavier (1923): “Los días de Jaime Torres Bodet”, en Obras..., pp. 842-844.
Villaurrutia, Xavier (1924): “La poesía de los jóvenes de México”, en Obras..., pp. 819-835.
Villaurrutia, Xavier (1925a): “Salvador Novo”, en Obras..., pp. 850-851.
Villaurrutia, Xavier (1925b): “Cézanne”, en Obras..., p. 31.
Villaurrutia, Xavier (1926): “Tres notas sobre Agustín Lazo”, en Obras..., pp. 1041-1043.
Villaurrutia, Xavier (1928a): “Fichas sin sobre para Lazo”, en Obras..., pp. 1044-1046.
Villaurrutia, Xavier (1928b): “Nocturo de la estatua”, en Obras..., pp. 46-47.
Villaurrutia, Xavier (1928c): “Carta a Manuel Horta. A propósito del artículo de Vereo Guzmán: ‘Una antología que vale lo que cuesta’”, en Obras..., pp. 845-846.
Villaurrutia, Xavier (1930): “Nuevas ilustraciones a El nuevo paraíso de Celestino Gorostiza”, El Espectador, núm 3, 6 de febrero, pp. 21-23.
Villaurrutia, Xavier (1933a): “El teatro es así”, en Obras..., pp. 736-739.
Villaurrutia, Xavier (1933b): “Una botella al mar”, en Obras..., pp. 837-841.
Villaurrutia, Xavier (1933c): “Nocturno amor”, en Obras..., pp. 49-50.
Villaurrutia, Xavier (1934): “Elías Nandino”, en Obras..., pp. 852-853.
Villaurrutia, Xavier (1935): “Un nuevo autor dramático”, en Obras..., pp. 733-735.
Villaurrutia, Xavier (1937): “Nocturno mar”, en Obras..., pp. 59-60.
Villaurrutia, Xavier (1939): “Nocturna rosa”, en Obras..., pp. 57-58.
Villaurrutia, Xavier (1940a): “Prólogo a Textos y pretextos”, en Obras..., pp. 639-640.
Villaurrutia, Xavier (1940b): “Ramón López Velarde. Encuentro”, en Obras..., pp. 641-643.
Villaurrutia, Xavier (1940c): “Paul Valéry. Un discurso a los cirujanos”, en Obras..., pp. 701-704.
Villaurrutia, Xavier (1940d): “La poesía de Nerval”, en Obras..., pp. 894-903.
Villaurrutia, Xavier (1942): “In memoriam: Jorge Cuesta”, en Obras..., pp. 847-849.
Villaurrutia, Xavier (1966): Cartas de Villaurrutia a Novo. 1935-1936, pról. Salvador Novo. INBA, México.
Villaurrutia, Xavier (1988): Cartas a Celestino Gorostiza, pról. Gabriel Zaid. El Equilibrista, México.

© Claudia Macías de Yoon 2011
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero48/villaurru.html

2 comentarios:

  1. Ojo: Villaurrutia no murió en 1955

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    1. Le agradecemos a la persona que se tomó la molestia de señalar el gazapo en este artículo en donde se comenta que el gran poeta Villaurrutia murió en 1955, cuando la verdad su fallecimiento se produjo en el año de 1950. Gracias por indicar este error.

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