viernes, 12 de abril de 2024

PRINCIPIOS NOCTURNOS PREMIO ALBERTO CAÑAS 2020 EUNED FRAGMENTO

 



El pacto

Inglaterra, Ciudad de México, 1939-1987

A pesar de mis charlas políticas, reuniones literarias y conferencias en algunas universidades acá en Latinoamérica –porque la Segunda Guerra Mundial estaba a pocos meses de su inicio en el viejo continente–, muy dentro de mi persona supe que me faltaba el espaldarazo inicial para que otros escritores de primer orden me tomaran en serio.

Entonces, entré en crisis: viajé a Europa en el primer semestre de 1939, a muy pocos meses de que iniciara la guerra. Visité Francia, Alemania, Italia; me iba por varias semanas, aprovechando que mi padre me adelantaba unos dineros prometidos seis meses antes.

Pero, fue en Inglaterra –lugar de mis futuros proyectos literarios– en donde tuve mi encuentro con Astaroth. No; si ustedes están pensando que su aparición fue en un salón y en un claroscuro, están equivocados. Tampoco se me presentó en forma de perro de aguas, ni se me reveló con una enorme chiva mientras yo escribía aperezado en mi mansión de la campiña inglesa. Menos se presentó con los cachos en su frente o con patas de carnero. ¡Atavismos tontos! ¡Equivocados! Esas son habladurías de la gente para atemorizar, para inventar apoteósicos encuentros con este ser. ¡No!

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Sucede que, en Inglaterra, me iba a matricular en un curso de teoría literaria en la Universidad de Oxford, para olvidarme de mis fracasos literarios y para avivar en mi persona la necesidad de empujarme a unos deseos que se debilitaban más y más sin yo proponérmelo. Llegué esa mañana al auditorio principal de la universidad. Estaba colmado de estudiantes como yo, que hacían diferentes cursos universitarios y, en algunas carreras, la signatura era un simple requisito.

Fue ahí donde tuve mi encuentro. Fue ahí donde se me presentó.

Estaba sentado en el auditorio como un oyente o un estudiante. Yo diría, más que estudiante, parecía un profesor que escuchaba a un colega, pues, por alguna razón, tenía interés en lo que el profesor hablaba en el auditorio. Yo me senté varios asientos detrás del hombre y en oportunidades podía observarlo, esa observación que hacemos en forma involuntaria y percibimos un objeto o persona, pero lo hacemos sin precisar en realidad lo que estamos mirando.

Terminada la charla, en pocos minutos el auditorium quedó sin un solo estudiante. Justo cuando me aprestaba a salir, quedé de frente con el hombre. No lo podía creer, porque él estaba a unos cinco metros de mi persona y, sin yo saber cómo, apareció delante de mí.

—Yo a usted lo conozco —dijo el hombre, con perfecto acento británico.

—Creo que se equivoca, señor —respondí, aunque mi curiosidad me sobrepasó: me parecía una persona de vieja y añeja alcurnia y yo debía averiguar de quién se trataba. Me cautivó su acento británico de clase alta, me atrajo su bello traje de casimir color azul cobalto. Usaba unos espejuelos de oro redondeados y un bastón negro cuya empuñadura me pareció ser una bestia mitológica que no logré identificar.

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En el auditorium solo había dos personas: mi interlocutor misterioso y yo. Ocupado minutos antes por unos cincuenta estudiantes, ahora me parecía el lugar más desolado del mundo. Una especie de paisaje sin vida, frío, monocromático, estaba a nuestro alrededor. Ahora, las butacas eran de piedra y el recinto de maderas acogedoras y de una luz sensible al ojo se convirtió en un paisaje ancestral en donde intuía que ningún mortal había estado ni lo había visto jamás. La luz del auditorium se transformó en una luz opaca, sin brillo, para luego pasar a un color llameante y dorado, lo cual me produjo cierta modorra. Me quedé petrificado, escuchando al hombre, una vez que respondí en mi negativa de que nos conocíamos. Él replicó, sin tomar nota de mis últimas frases:

—¿No es usted el escritor Byron Deford? Es usted, ¿cierto?

Y se quedó mirándome con esa curiosidad del interlocutor que solo espera que le confirmen lo preguntado. Pero, no dejó que yo contestara. Agregó:

—Sí, es usted; yo lo conozco desde hace mucho tiempo. Usted está en Inglaterra porque desea darse un respiro a toda esa frustración que siente en su alma, en su espíritu. Su juventud se rebela cada vez que escribe en su vieja máquina Underwood para luego botar cientos de hojas papel periódico. ¿Verdad que no me equivoco? —añadió, con una gran insolencia que, a la vez, por su sinceridad, me dejaba desarmado.

Confieso que la curiosidad no me permitía tampoco ser grosero con mi interlocutor y en cambio empezó a corroer mi persona. ¿Cómo sabía que yo, Byron Deford, estaba pasando por una crisis existencial y, más que existencial, una crisis de escritor? ¿Cómo sabía de mi vieja máquina de escribir y los cientos de borradores que botaba al cestillo de la basura en semanas anteriores?

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—Mucho gusto en conocernos. Mi nombre es lord John Rutland, archiduque de... pero, no sería oportuno que le dijera archiduque de cuál región, jejeje —dijo el hombre, extendiendo su mano. Se quedó mirándome con complacencia y, más que eso, complicidad por sus últimas palabras acerca de mis frustraciones literarias, las cuales, en ese tiempo, yo no confesaba a nadie, ni a mi amigo Horacio Guerra. No perdía nada en contestar al hombre afirmativamente a su pregunta; en verdad me llamaba a la curiosidad y, ¿para qué mentir?, hasta me simpatizó su elegancia, tanto como su acento británico y aristocrático.

—Sí, lo soy... Digo, soy Byron Deford. Está usted en lo correcto, lord Rutland —contesté y disparé la pregunta, pues, equivocado o no sobre si era conveniente, no lo soporté; deseaba saber el cómo un hombre de anteojos con aro de oro, de impecable porte inglés y con educación y modales dignos de sus títulos nobiliarios me confesaba saber de mi persona:

—¿Cómo se enteró usted de mi máquina Underwood? —pregunté, sin atreverme a agregar el resto: cómo sabía que también tiraba al cesto de la basura cientos de páginas.

Lord Rutland no me dejó que continuara:

—También sé muchas cosas más de usted, secretos suyos. Conozco su pasado igual que la palma de mi mano, como dicen las personas, joven Byron Deford.

Al afirmar el hombre esto último, sentí un frío que me corría por dentro y percibí todo a mi alrededor sin vida: era una zona gris entre la vida y la muerte, desde donde él me dirigía sus palabras. Golpeteó levemente con su bastón el suelo, para que yo lo escuchara. Continuó:

—Y perdone, no es que yo sea una persona indiscreta... es que está en mi naturaleza conocer el hoy, el pasado y el futuro de las personas. ¡Ah, qué inmodesto de mi parte! ¡Perdón, perdón, joven Byron Deford! ¡Hablo más de la cuenta!

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Sonreí y dije:

—En verdad que usted me ha intrigado, lord Rutland, por lo que comenta de mi persona. Sí, en efecto, estoy acá en Inglaterra más que por estudios; estoy para obtener un nuevo aire, una especie de limpieza del alma, para recuperar fuerzas.

—¡Limpieza del alma! —interrumpió—. Me gusta, me encanta esa afirmación suya. No se imagina cuántas veces la he escuchado.

—¿Es usted acaso una especie de mago? Digo, porque conocer así las intimidades de las personas es tema de magia —aseguré, con aire medio jocoso, en el límite donde el interlocutor no sabe si uno lo dice en serio o, por el contrario, es una burla.

—La respuesta usted la sabe, joven Byron Deford, si yo soy un mago u otra persona que no desea aceptar. ¿Usted sabe quién soy? ¿Me tiene miedo? ¡No lo creo! ¿Todavía usted posee dudas? A lo mejor soy un simple charlatán o un loco escapado de algún psiquiátrico de Londres. Por ejemplo, sé que su frustración proviene de que usted tiene ya veintiún años y también que acaba de publicar un libro de cuentos en su país con uno de los “grandes” escritores, con su padrinazgo; pero, no ha sucedido nada: una crítica famélica, raquítica, insulsa, ni buena, ni mala. Y eso, a usted, joven Byron Deford, lo tiene mordisqueado en su orgullo... Lo tiene devastado... Y lo entiendo, lo entiendo, no es para menos... Porque, usted tiene razón, usted es bueno como escritor, se lo digo, pero...

Y el hombre se quedó como dudando de lo que quería decir, lo que deseaba confesarme. Me armé de fuerzas y dejé los protocolos a un lado. ¿Qué podía perder si le seguía el juego? ¡Nada! ¿Y si en verdad era cierto lo que yo pensaba: que el tal lord Rutland era un mensajero del Maligno? ¿Me estaba volviendo loco en mi frustra23

ción? ¿Cómo enfrentar una situación como la que estaba viviendo?

—¿Y qué más conoce de mí? —pregunté, con un cosquilleo inevitable en el estómago.

—Yo, por el contrario, le pregunto: ¿qué daría usted por ser el mejor escritor de su generación? —inquirió el hombre—. ¿Lo desea en verdad? ¿Qué sacrificaría? ¿Amores? ¿Hijos? ¿Matrimonios? ¿Aún más? ¿A usted mismo, si fuera del caso?

—Le sigo el juego, lord Rutland o como quiera que el señor se llame —interrumpí, asustado.

—Joven Deford, no es cuestión de seguirme el juego. Si usted desea llamarlo así, pues así lo llamaremos. Deje que mi persona termine la idea. ¡Usted está en problemas! Se siente estéril y usted no sabe cuánto tiempo durará esa esterilidad. Digamos que el fracaso “anunciado” del libro de cuentos a usted lo ha dejado con un temor en su corazón que lo violenta día y noche. Mmmm... Síííí… Pues, esa frustración y esos temores yo puedo hacer que sean razones del pasado. Por ejemplo, sé de su amor no correspondido por una actriz de teatro y cine, de su terquedad, de sus desvelos... No se perturbe, yo puedo hacer que sea suya, la puedo poner postrada a sus rodillas... No hay límites para lo que yo puedo hacer por usted.

La luz dorada continuó y él entonces buscó asiento a unos metros de mí, sin antes pedir permiso. El hombre que decía llamarse lord Rutland tomó asiento y pude observarlo en sus mínimos detalles. Su cara poseía una leve barba al ras de la piel y se le notaban partes con canas. Exhibía una blancura aporcelanada tanto en su rostro como en sus manos, en una de las cuales percibí un anillo con una piedra de color negro. Su cabello entrecano y lacio estaba levemente engominado. En efecto, el hombre poseía unos anteojos de aros dorados que supuse eran de oro y detrás de los cuales se percibían unos ojos

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azulísimos. Llevaba una camisa blanca de puño francés donde se adivinaban unos gemelos de oro. Los puños de la camisa sobresalían cada vez que mi interlocutor gesticulaba con sus manos. La corbata de medio nudo Windsor hacía juego con su traje de casimir azul cobalto y supuse que era de seda, porque su caída se percibía leve. Tomando en cuenta los pliegues en la camisa y el nudo corto fijado en el cuello, deduje que este estaba hecho sin apretar. El pantalón parecía recién puesto, no percibí una sola arruga y, aún estando sentado, los quiebres lucían una perfección que yo no dejaba de observar una y otra vez. Las medias negras de seda y los zapatos Oxford full-brogue de color negro hacían del conjunto y de su dueño una estampa perfecta del buen gusto.

Continuó:

—Si me sigue el juego y soy un farsante, ¿qué podría perder? Aunque, lo sé, lo sé, usted sabe en su interior quién soy. ¡Por favor, no diga mi nombre! Yo solo soy su emisario del gran Señor, porque tenemos jerarquías y somos muchos.

—¿Decir nombres, lord Rutland? Eso, jamás. Si no estoy convencido de con quién estoy hablando, no digo nombres. Y ese detalle me intriga, lo acepto.

—¿Qué prueba última desea? Pregunte por su mayor secreto, que yo responderé.

Pensé en varias preguntas. No importaba que en verdad fueran o no grandes secretos; existían muchas preguntas que, si yo se las hacía, solo yo conocería las respuestas y sus detalles. Pensé por unos segundos que se me hicieron eternos. El hombre, a la espera, sacó de su chaqueta un paquete de cigarros y un encendedor de oro, y empezó a fumar.

Recordé entonces que una revista universitaria de mi país me pedía un ensayo sobre Marlowe, sobre el doctor Fausto. Coincidencia o no con la situación en la cual me

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encontraba, quise hacerle una jugarreta al hombre: a miles de kilómetros y sin tener ninguna relación con la universidad, ni con las personas que me solicitaban el ensayo, me pareció una buena idea preguntar si en la última semana laboraba en un proyecto literario mío o si me encomendaban uno y qué clase de trabajo era. Pero, antes de que pudiera hacerle la pregunta, el hombre dijo:

—Ah, por cierto, joven Byron Deford, tome, es un regalo de mi parte; creo que le va a servir para su trabajo...

Y me entregó un libro con un empaste amarillento y viejo: se trataba de la primera edición del “Doctor Fausto”, del dramaturgo Cristopher Marlowe. En la portada se leía La trágica historia de la vida y muerte del doctor Fausto. Era una edición de 1604, con una dedicatoria a mi interlocutor: lord Rutland.

No podía dejar de temblar, sudé y luego volvía a mirar en derredor; estaba y a la vez no estaba en el auditorio de la Universidad de Oxford. El hombre se adelantó:

—¿Le sirve el libro? No lo vaya a mostrar en público, porque es un original y, si lo muestra, empezarán las preguntas y la gente dirá que usted, joven Byron Deford, lo hurtó. Aclaro que yo tampoco lo he hurtado, como se puede percatar por la dedicatoria. ¡Pobre Cristopher Marlowe!... ¡Qué muerte tan fea! Yo estaba esa noche en la taberna... Ni me acuerdo cómo se inició la disputa que acabó con la muerte de nuestro protegido: Marlowe. Pero, no pude intervenir; mi jefe no me lo tenía permitido —aseguró el hombre, mientras una voluta de humo se posaba junto a mis zapatos, en lugar de subir hasta el techo del auditorio. El hombre continuó:

—¿Era esa su pregunta? ¿Del ensayo, del que está usted preparando? ¡Ah, estos mortales y estos jóvenes!... Uno tiene que emplearse a fondo en nuestro trabajo para que a uno le crean —comentó, con cierto aire retozón y de victoria.

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Y otra voluta de humo se fue a posar a mis pies.

Ahora tenía dos volutas de humo que jugueteaban por mis zapatos como dos gatos, sin que quisieran abandonarme. No comenté nada. Estaba en una situación precaria, donde los límites de lo racional ya no jugaban ningún papel, en una zona límite, bordeando lo irracional. No aguanté, lancé la pregunta...

—Supongo que todo es un trueque. El ofrecimiento. Su amo, su jefe, me ofrece... Y yo, a cambio, también ofrezco. ¿Paridad en las condiciones? ¡No lo creo!

—Joven Byron Deford, no se haga la víctima ahora —rezongó el hombre, con cierta autoridad—. ¿Acaso no es usted el que necesita de nosotros? ¿No es usted el que ha estado pensando que, si la historia del Dr. Fausto fuera real, usted hubiera hecho lo mismo? ¿Llegar a un acuerdo? Venga, tome asiento. Necesitamos una charla, una buena charla. Y no se preocupe por los jóvenes y profesores de la universidad... No vendrá nadie a interrumpirnos. No se preocupe por que sea media mañana; para usted y para mi persona, el tiempo transcurre diferente de como lo ven y lo captan los simples mortales. Por ejemplo, ¿ve el rosal?

Más allá de unos ventanales, se observaba un jardín con varias hileras, donde había un grupo de rosas.

—Yo puedo hacer que las rosas se marchiten o vuelvan a florecer. ¿Lo desea, joven Byron Deford? ¿Quiere ver el rosal en su muerte y en su nacimiento?

No comenté nada acerca del rosal y me enfoqué en las propuestas.

—Lord Rutland, por favor, deje que llame a su eminencia así en esta charla —dije, bastante serio. La cuestión había tomado un matiz que segundos antes no imaginaba: ya no me cupo la menor duda de que con quien estaba hablando era un emisario del Maligno. ¿Propuestas? ¿Contrapropuestas? El hombre se quedó mirándome y aspiró de nuevo del cigarro, que nunca se le acababa y

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parecía recién encendido, aunque ya habían pasado unos diez minutos. Dejó escapar una voluta de humo que, al igual que las anteriores, bajó, bajó, bajó hasta mis pies e inició una danza con las otras volutas, a mi lado; se deslizaban entre ellas mismas, unas encima de las otras, a ras del suelo; luego, daban pequeños saltos y cuanto más brincaban más azul era su color. Jugueteaban de un lado a otro, en medio del auditorio, para luego regresar a mi lado.

—Joven Byron Deford, quizá no me he expresado del todo bien o quizá en medio de la conversación no me ha entendido. ¿Propuestas? Sí, las tenemos por parte de mi señor. ¿Contrapropuestas?

Se quedó pensativo, cruzó la pierna, se acomodó los anteojos, bastoneó el piso con cierto desenfado y continuó:

—Contrapropuestas, usted no las hará. Usted, es el interesado en todo este tema de la escritura, de la creación literaria, en esta enfermedad de su narcisismo. Y esto último lo digo con el mayor respeto, porque, ¿quién no es narcisista? ¡La gente miente al decir que no lo es! Pero, le repito, no existirán contrapropuestas por parte suya. Es simple: lo toma o lo deja como dicen ustedes los mortales; es así de sencillo. Pero, no crea que mi señor es del todo autocrático; creo que en medio del trato existe una prebenda para su persona. ¿La razón? ¡Usted le simpatiza!

Y me guiñó un ojo, con aire jocoso y cómplice.

—La propuesta —continuó—: usted tendrá todo lo que desee, será un gran escritor. Y, además, tendrá como sus ayudantes y secretarios a los siete demonios de los pecados capitales, quienes cooperarán con usted en su aventura literaria. ¿La prebenda? Si usted, escritor Byron Deford, en su gran aventura literaria de tantos años, entrega a nuestro amo y señor un alma –ya sea con engaños o no, esto último es optativo– por cada uno de los siete pecados capitales, usted quedará libre, su alma quedará en libertad; de lo contrario, se convertirá en un demonio

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menor, como nosotros. Cada pecador de cada uno de los siete pecados deberá morir en el pecado, para que así su alma no pueda arrepentirse. Usted no podrá intervenir en su muerte directamente, ni por medio de algún acto indirecto.

—Acepto —dije, sin titubear, aunque por dentro sentía temor y a la vez creía que soñaba, por lo que acontecía en el auditorio.

—¡Lo sabía, lo sabía! ¡Viva! —exclamó, lleno de júbilo, el emisario del Maligno, que se hacía llamar lord Rutland—. Venga, acérquese, firme acá.

Y sin saber de dónde, tenía entre sus manos un documento viejo y amarillento como el texto de Marlowe que me obsequiaba. Al firmar, el espíritu infernal pasó su mano por mi nuca y me sentí desfallecer; sentí que la muerte me visitaba, que llegaba hasta mí y que recorría todas las células de mi ser, se inoculaba en mí como una enfermedad. Me ardía la nuca una vez que retiró su mano y empecé a sentir una leve erupción en mi piel.

El hombre agregó:

—No se preocupe, joven Byron Deford, no se preocupe; este absceso que se le hará en los próximos cinco días es parte del pacto. Es un absceso que estará con usted mientras dure la relación, su relación con mi señor. Y mientras usted esté creando su obra, allí estará. Repito, al quinto día, el absceso será un ojo y lo tendrá en la frente cuando trabaje en su obra. Usted se lo pondrá en su frente para escribir. Será su tercer ojo.

Sentí asco, pero ya estaba hecho el trato. ¿Qué era un absceso-ojo por la creación literaria, la inmortalidad como escritor, la fama, ser el mejor entre los mejores escritores de mi generación? ¡Muy poco!

—Por último, le presento desde ahora a sus siete secretarios.

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Y, como tratándose de una representación teatral, fueron saliendo de un lado del escenario, uno por uno. El primero en aparecer fue Aamón, cc Fabiano Stirge, quien me hizo una reverencia y se quedó a pocos metros de lord Rutland. Le siguió Adremelech, cc lord Ruthven, con su chaqué impecable, e igual que lo hiciera Aamón, saludó con respeto. Salió Esfria, de frac; sus gemelos se adivinaron en la camisa de puño francés; me hizo una genuflexión y dijo que en el mundo de los mortales se le conocía con el nombre de conde Estruch. Pasó y, al aparecer en el escenario, se disculpó con grave y hermoso acento británico Goodfellow, de enorme cabeza, conocido desde la Edad Media con el nombre de Gorgus Black. Malfas, de levita, estaba recorriendo con apuro el escenario; dijo que en el mundo de los mortales se le conocía como Onofre de Dip. Nergal comentó algo entre dientes a su hermano, alias lord Rutland, y se disculpó por su tardanza que, en verdad, no la entendí. Nergal agregó que era conocido como Gilles II, barón de Rais, pero que no era tan perverso como el hombre al cual usurpaba el patronímico. Y, por último, salía Belfegor, de esmoquin monóculo; al saludarme, su ojo flamígero relampagueó en señal de agrado.

Las volutas de humo continuaron jugueteando por el auditorio, mas luego se enredaron como ovillos a los pies de lord Rutland, quien dijo:

—Bien, mi tarea está cumplida, pero, antes de despedirme, le diré mi nombre: soy Astaroth, archiduque de los infiernos de Occidente... Y recuerde… Recuerde este acertijo: ¿qué dijo la primera rana?

Y las volutas de humo comenzaron a agrandarse y agrandarse, hasta que Astaroth desapareció en medio de una niebla. Y los siete espíritus infernales y yo volamos, volamos por el cielo, hasta una mansión en la campiña inglesa.

¡Ya era de noche!

jueves, 11 de abril de 2024

Pedro Salinas-Guillermo de Torre Correspondencia (1927-1950) Juana María González/Carlos García (eds.) Fragmento



 Pedro Salinas-Guillermo de Torre

Correspondencia (1927-1950)

Juana María González/Carlos García (eds.)


PEDRO SALINAS

GUILLERMO DE TORRE

CORRESPONDENCIA

(1927-1950)

Juana María González/Carlos García (eds.)

Iberoamericana  Vervuert  2018

Reservados todos los derechos

© Iberoamericana, 2018

Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid

Tel.: +34 91 429 35 22

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Para todo el material de Pedro Salinas:

© Herederos de Pedro Salinas (México)

Para todo el material de Guillermo de Torre:

© Herederos de Guillermo de Torre (Buenos Aires)

Introducción, ordenamiento, notas, bibliografía:

© Juana María González (Madrid), Carlos García (Hamburg)

De esta edición:

© Iberoamericana/Vervuert (Madrid/Frankfurt am Main)

ISBN 978-84-16922-82-6 (Iberoamericana)

ISBN 978-3-95487-711-9 (Vervuert)

ISBN 978-3-95487-712-6 (e-book)

Depósito legal: M 33370-2018

Diseño de cubierta: Rubén Salgueiro

Impreso en España

Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.


Índice

Introducción ........................................................................................ 9

Criterios de edición ...................................................................................... 27

Modo de empleo .......................................................................................... 27

Agradecimientos .......................................................................................... 28

Correspondencia (1927-1950)

1927 ............................................................................................................ 33

1928 ............................................................................................................ 45

1929 ............................................................................................................ 51

1930-1933...................................................................................................... 53

1934 ............................................................................................................ 55

1935 ............................................................................................................ 65

1936 ............................................................................................................ 77

1937 ............................................................................................................ 81

¿1937? ............................................................................................................ 87

1938 ............................................................................................................ 89

1940 ............................................................................................................ 117

1941 ............................................................................................................ 121

1942 ............................................................................................................ 133

1944 ............................................................................................................ 145

1946 ............................................................................................................ 151

1947 ............................................................................................................ 159

1948 ............................................................................................................ 161

1949 ............................................................................................................ 183

1950 ............................................................................................................ 199

Apéndice 1(1951-1969).................................................................................. 211

Apéndice 2...................................................................................................... 229

Índice de cartas y postales................................................................................ 239

Procedencia de los materiales........................................................................... 241

Bibliografía...................................................................................................... 243


Toda correspondencia es un medio idóneo para acceder a la intimidad de

quien la escribe, a la particular versión que el autor muestra de sí mismo a

su destinatario (Guillén 1986, 85). No en vano la crítica ha dedicado abundantes

estudios a la relación entre escritura epistolar y literatura (Lanson

1965; Gurkin 1982; Kauffman 1990; Guillén 1991 y 1997; Bou 1992).

El propio Pedro Salinas se ocupó del tema en su «Defensa de la carta

misiva y de la correspondencia epistolar» (El defensor, 1948), donde plantea

una pregunta fundamental: «¿A quién se dirige una carta?» (Salinas

2007c, 860). Salinas explica en su ensayo que «todo el que escribe debe

verse inclinado —Narciso involuntario— sobre una superficie en la que

se ve, antes que a otra cosa, a sí mismo» (ibid.). Escribir una carta, añade,

es un ejercicio que nos permite en primer lugar «cobrar conciencia de

nosotros» (ibid.). Las cartas tienen además un destinatario y, en ocasiones,

como ocurre con las cartas de intelectuales y artistas, tras ser compartidas

con un grupo de lectores afines, con los amigos, llegan, finalmente, a hacerse

públicas.

La lectura de la correspondencia de un escritor resulta, por otra parte,

una herramienta indispensable para conocer el entramado cultural en el que

el autor queda inscrito (su círculo de amistades, sus intereses personales, sus

lecturas) y, en muchos casos, el proceso creativo de sus obras.

Afirmaba a este respecto Enric Bou en su edición del epistolario cruzado entre

Pedro Salinas y Katherine Prue Reding, luego Whitmore (Salinas 2002, 19):

Las cartas […] sirven de depósito para fragmentos de obras (no realizadas, o

todavía gestándose) que se proyectan en ellas de forma inconsciente. Si la carta

no tuviera esa relación, como el reverso de la medalla o el síntoma de un estado

de cosas que nos atrae, no la leeríamos.

Introducción

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Este es el caso del epistolario que nos ocupa aquí. Las cartas cruzadas

entre Salinas y Guillermo de Torre son un documento fundamental para

conocer, en parte, la relación entre ambos escritores, así como los puntos

de encuentro que hicieron que ambos compartiesen intereses intelectuales

y estéticos. Este epistolario es, asimismo, indispensable para conocer el importante

papel que desempeñó Torre en la difusión de la obra creativa de

Salinas desde el comienzo del exilio de este en 1936.

Gracias al trabajo de Torre como editor en Losada vieron allí la luz diversos

trabajos de Salinas, como La poesía de Rubén Darío. Ensayo sobre el

tema y los temas del poeta (1948) o el primer volumen de su poesía completa,

Poesía junta (1942).

Torre también hizo una gran labor de difusión de la obra del poeta a

través de sus artículos y reseñas en la prensa, incluso después de la muerte

de Salinas en 1951.

Las cartas cruzadas entre Salinas y Torre son de notable interés para investigadores

y lectores interesados por la voz epistolar de dos de las figuras más relevantes

de la cultura española de la primera mitad del siglo xx. Las misivas correspondientes

al periodo del exilio tienen además un interés particular, tanto

porque permiten vislumbrar las penurias del exiliado como porque revelan los

canales de comunicación y publicación o el entramado de las redes amistosas.

Como bien ha mostrado Mariana Genoud de Fourcade (2007), en sus

epistolarios con la mujer amada o con algunos de sus amigos, Salinas muestra

diferentes facetas de sí mismo. Esto, que quizás sea común a todas las

personas, es aún más intenso en el caso del amante, del poeta o del crítico.

En el presente caso, el aspecto más acentuado es el del productor preocupado

por el destino de sus obras. La mayor parte de las cartas versan sobre

asuntos literarios, sobre plazos de entrega y de impresión, sobre comentarios

a libros, propios o ajenos.

La relación entre los corresponsales es medida, poco propensa a la confesión,

a la intimidad, salvo a la relacionada con lo estrictamente literario, y,

cuando ello ocurre, es, en general, de parte de Salinas.

En este volumen publicamos treinta y una cartas cruzadas entre Salinas y

Torre en el periodo que va de 1927 a 1950. De ellas, veintidós son inéditas

(nueve de Salinas y trece de Torre; se trata de las cartas número 1-11, 15,

17-19, 22, 24-26, 28, 29 y 31).

Las nueve misivas restantes fueron publicadas en la revista Renacimiento

(Sevilla, 1990) y en el tomo III de las Obras completas de Salinas (2007d).

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De las cartas aquí recopiladas, todas a las que hemos logrado acceder, tres

son anteriores al fatídico año 1936 y veintiocho, posteriores a esa fecha.

La primera misiva conservada es de 1927. En ella, Salinas agradece a Torre

el envío del primer número de La Gaceta Literaria, revista cuya fundación había

sido gestionada por Ernesto Giménez Caballero en 1926 con ayuda de Torre.

Para entonces, Torre, poeta y crítico literario, ya estaba firmemente asentado

en el campo cultural español. Había sido una figura fundamental de

la vanguardia histórica: creó el término ultraísta, luego recogido por Rafael

Cansinos Assens para designar el movimiento proclamado a fines de 1918.

En febrero de 1919, el nombre de Torre apareció al pie del primer manifiesto

ultraísta (cf. sin embargo García 2016/09) y fue uno de los representantes

principales de esta tendencia estética, de la que fue un incansable agitador.

Participó en casi todas las revistas de la vanguardia española alrededor de

1920 (Grecia, Ultra, Cosmópolis, etc.) y en varias extranjeras, como la argentina

Prisma (1921) o la francesa Manomètre (1922). Fue autor del poemario

vanguardista Hélices (1923), con ilustraciones de Norah Borges, hermana de

Jorge Luis, con quien se casará en 1928 en Buenos Aires. En 1925 publicó el

irremplazable compendio Literaturas europeas de vanguardia.

Salinas, por su parte, había compaginado en esos años sus labores docentes

como profesor universitario, especialmente en Sevilla, con su vocación

literaria, algo que seguirá haciendo en los años siguientes. De entre sus publicaciones

hasta 1927 destacan Presagios (1924), su primer poemario, que

aglutina sus principales temas de interés y que fue publicado en la Biblioteca

Índice que dirigía Juan Ramón Jiménez, a quien le unían afinidades estéticas,

y su novela Víspera del gozo (1926), publicada por la editorial Revista

de Occidente, en la línea de la prosa vanguardista que se promociona desde

dicha editorial, la colección de los Nova Novorum (López 2005).

Es de suponer que, al dedicarse ambos a la creación literaria, aunque

desde distintas perspectivas estéticas (Salinas, más próximo a las corrientes

puristas; Torre, a la vanguardia), ambos escritores se conocieron a través de

los círculos intelectuales y culturales a los que eran asiduos. Concretamente,

en su artículo «Pedro Salinas en mi recuerdo y en sus cartas», de 1953,

Guillermo de Torre recuerda el momento en el que conoció a Pedro Salinas:

¿Cuándo nos vimos por primera vez? Probablemente fue en el Ateneo, cuya

galería de retratos guardaba todavía, en los años subsiguientes a la primera guerra,

fulgor y prestancia del siglo xx y era lugar de encuentros literarios. Salinas

12

venía de París, donde acababa de pasar algunos años como lector de español

en la Sorbona —allí le reemplazó Guillén, sombra amiga, como luego habría

de sucederle en Sevilla, en Wellesley—; traducía, recreaba a Proust. Era —nos

parecía, sobre todo— un mayor. […] Salinas va y viene, más allá de las fronteras,

desde su casa nativa, en el riñón madrileño (la Plaza del Conde de Barajas,

creo recordar, a la vera de la Cava Baja y a dos pasos de mi solariega Plaza del

Cordón), pero se nos escabulle por temporadas (89).

En los años siguientes, ambos escritores seguirán manteniendo relación

con motivo de las publicaciones de Salinas en La Gaceta Literaria y por el

interés del poeta madrileño por esta publicación, que va a ser considerada

uno de los principales centros de reunión de la obra creativa de los autores

de la joven literatura. Como se verá, hubo, sin embargo, graves disensiones

entre Salinas y Gecé (Ernesto Giménez Caballero).

La correspondencia conservada entre Torre y Salinas sufre una interrupción

entre 1927 y 1928. A fines de 1927 Torre se marcha a vivir a Buenos

Aires, desde donde colaboró en la sección «Gaceta americana» de La Gaceta

Literaria. Salinas, por su parte, se traslada en 1928 de Sevilla a Madrid con un

permiso ministerial para ocuparse de la dirección de los cursos de verano del

Centro de Estudios Históricos. El poeta mantiene una estrecha relación con

la editorial Revista de Occidente, donde publica su segundo libro de poesía,

Seguro azar (1929), volumen que supone un complemento de su libro anterior

(Presagios, 1924), y se muestra cercano a la literatura de corte creacionista.

La correspondencia entre ambos autores se retoma en 1929, pero tan

solo se conserva una carta de este año [2]. En esta fecha Torre comienza a

colaborar con el Instituto de Filología de Buenos Aires, dirigido por Amado

Alonso y dependiente del Centro de Estudios Históricos de Madrid. La

relación entre Salinas y Torre se intensifica a partir de la incorporación de

este último al comité de redacción de una Historia de la Literatura, que llevaban

a cabo Aurelio Viñas, Claudio Sánchez Albornoz, Bienvenido Martín

y el propio Salinas desde 1927 por encargo de Ramón Menéndez Pidal,

y que iba a publicar la editorial Espasa-Calpe. El proyecto, sin embargo,

no se llevó a cabo.

De los años siguientes, y hasta 1936, tan solo se conoce una carta cruzada

entre nuestros corresponsales, fechada en 1935, aunque seguramente

hubo muchas más. Los años treinta fueron fundamentales para el desarrollo

de la relación entre Salinas y Torre. Tras su definitivo traslado a Madrid,

13

entre agosto y septiembre de 1930, Salinas pasó a dirigir la subsección de

Archivos de Literatura Española Contemporánea del Centro de Estudios

Históricos (Sección de Filología), creada en 1932, y su revista Índice Literario

(1932-1936). Para ello, contará con la colaboración de Torre, quien

regresa a España con su mujer en 1932. También colaboraron en la subsección

José María Quiroga Plá, María Galvarriato (cuñada de Dámaso

Alonso), María Josefa Canellada y Vicente Llorens.

Torre dejó constancia de su colaboración con Salinas en los Archivos de

Literatura Española Contemporánea en su ya citado artículo «Pedro Salinas

en mi recuerdo y en sus cartas» (1953); también lo menciona Vicente Llorens

en sus Memorias de una emigración (1975). Asimismo, Torre contribuyó

a la elaboración y publicación de la revista Índice Literario, la principal de

la sección, donde aparecieron reseñas de las más importantes obras literarias

publicadas entre 1932 y 1936. El trabajo de Salinas y Torre en el Centro de

Estudios Históricos hizo que los dos desarrollaran una serie de afinidades

comunes que van a ser fundamentales en los años posteriores de exilio.

La subsección de Archivos de Literatura Española Contemporánea (1932-

1936) tenía como finalidad, tal como informó Torre en 1953, «ahorrar trabajo

a los que vengan después de nosotros: hacer desde ahora para el siglo xxv lo

que don Ramón [Menéndez Pidal] y los suyos están haciendo para los siglos

pretéritos: archivar la historia literaria al día, recoger esos menudos datos que

luego suelen perderse» (90). Para ello, su director, Pedro Salinas, organizó el

trabajo de sus colaboradores en tres ámbitos diferentes: (i) la elaboración de

un archivo hemerográfico organizado por autores, donde se reunían recortes

de prensa con las críticas sobre las obras literarias más reseñables del momento,

fundamentalmente, narrativa, poesía, teatro y ensayo; (ii) la elaboración

y publicación de la revista Índice Literario, donde se incluían reseñas de una

selección de los libros y autores recogidos en dicho archivo y que se complementaban,

ocasionalmente, con fragmentos de críticas tomadas de la prensa,

y (iii) la elaboración de unos cuadernos monográficos sobre figuras del ámbito

literario contemporáneo de especial relevancia.

Las reseñas de Índice Literario no aparecen firmadas, pero se han podido

identificar algunas de las que escribieron Salinas y Torre. Nos ocupamos en

detalle del tema, así como de las numerosas aportaciones de ambos a esa

publicación, en el «Apéndice» que precede a la «Bibliografía».

Como hemos visto, Salinas contó con la ayuda de diversos colaboradores

para la elaboración de las reseñas de Índice Literario; sin embargo, si el autor

14

o la obra reseñada eran especialmente relevantes, solía ocuparse él mismo de

comentarlos. Este es el caso, por ejemplo, de la segunda edición de Cántico,

de su amigo Jorge Guillén. En una carta de 22 de enero de 1936 dice así

Salinas a su amigo (Salinas 2007d, 491):

Mi querido Jorge:

Te escribo avergonzado, con la conciencia llena de remordimientos, de excusas,

de perdones. Te lo explicarás fácilmente: acabo de escribir un artículo sobre

Cántico, para el Índice.

La relación personal entre Salinas y Torre debe de haber sido muy estrecha

especialmente en los años treinta, aunque no quede constancia de

ello en esta correspondencia, quizás precisamente debido a la asiduidad del

contacto personal. Conjeturamos que Torre se habrá servido de su experiencia

en la sección de Archivos de Literatura Española Contemporánea

para abordar otros proyectos posteriores, como su Almanaque Literario de

1935, publicado en colaboración con Miguel Pérez Ferrero y Esteban Salazar

y Chapela por la editorial Plutarco, cuyo objetivo era mostrar un

registro anual de la vida intelectual y literaria del año anterior, en este caso

1934. Aunque originalmente se había previsto sacar un número por año,

la publicación no prosperó, entre otras razones, a causa del estallido de la

Guerra Civil. Dedicamos al volumen un apartado en el capítulo «1935».

En 1931, Salinas publica su tercer libro de poesía: Fábula y signo, prolongación

de Seguro azar, y en 1933 La voz a ti debida, que lo consagrará

definitivamente como poeta. Torre dedicó algunos de sus artículos a este

último libro, como el publicado en Luz el 14 de febrero de 1934. En 1936

Salinas publica Razón de amor, el último libro de poesía que aparece en España

antes de su exilio en Estados Unidos.

Antes de marcharse, Salinas ejerce como secretario de la Universidad

Internacional de Santander, de la que había sido promotor principal. Torre,

a su vez, apoyó este proyecto mediante su labor periodística: véase, por

ejemplo, su artículo sobre dicha universidad en Diario de Madrid el 9 de

mayo de 1935, reproducido en este volumen. En él Torre indica que esta

universidad aspira «no sólo a romper la incomunicación entre profesores

y estudiantes de distintas regiones, sino también a proporcionar a nuestros

estudiosos un contacto fructuoso con los intelectuales extranjeros que

concurren a ella».

15

El estallido de la Guerra Civil española va a provocar un nuevo parón en

la correspondencia entre Salinas y Torre. El conflicto sorprende a Salinas en

Santander, desde donde se traslada a Boston, ya que en 1935 había aceptado

una invitación del Wellesley College para impartir allí clases durante el

curso 1936-1937. Su esposa e hijos se instalan temporalmente en Argelia

con la familia de su mujer, Margarita Bonmatí, y vuelven a reunirse en Estados

Unidos en 1937. Salinas dio clases en el Wellesley College hasta 1940,

aunque alternó este puesto durante los cursos 1937-1938 y 1938-1939 con

el de profesor visitante en la Johns Hopkins University, a donde finalmente

se trasladará.

Guillermo de Torre y Norah Borges, por su parte, se marchan a París a

poco de estallar la Guerra Civil. Allí, Torre colaboró con la Oficina de Turismo

republicana, para luego instalarse definitivamente en Buenos Aires. Fue

allí fugazmente agregado cultural de la embajada leal a la República (1938).1

Visitaría ocasionalmente España a partir de la década de los cincuenta.

En Buenos Aires, Torre trabajó durante algún tiempo para la editorial

Espasa-Calpe Argentina y colaboró con la revista Sur, dirigida por Victoria

Ocampo, publicación de la que fue el primer factótum.2 En 1938, el autor

abandonó la editorial Espasa-Calpe Argentina y fundó con otros emigrados

españoles la editorial Losada, donde trabajó hasta su muerte. Desde allí difundió

la obra de un gran número de autores peninsulares, incluida la de

Salinas. Compiló las primeras ediciones de las obras completas de Federico

García Lorca y de Miguel Hernández.

La primera carta cruzada entre Salinas y Torre que se conserva de estos

años de exilio está fechada el 3 de julio de 1937. En ella, Torre solicita a

Salinas su colaboración para la revista Sur, donde Salinas publicará «Pareja,

espectro (poema)» (junio de 1938), perteneciente a la serie de Largo lamento

(1937-1938), y el ensayo «Lamparilla a Paul Valéry» (octubre de 1945).

Torre también solicita obra para la editorial Espasa-Calpe Argentina, donde

se encuentra trabajando en ese momento. Salinas responde a esa misiva y

da a Torre algunos detalles sobre la situación de su familia (el poeta escribe

desde Middlebury, donde pasará muchos veranos dando cursos de español).

1 Cf. Carlos García (2016/07b).

2 Carlos García planea la publicación del epistolario entre Torre y Victoria Ocampo, la

directora de Sur.

16

Salinas pregunta a Torre en estas primeras cartas por la recepción de su libro

Razón de amor, que había aparecido publicado en 1936 por la editorial Cruz y

Raya, dirigida por José Bergamín. También hace mención de un libro de poesías

que está terminando, Largo lamento, obra que comenzó a gestarse durante

los últimos meses de 1936, época en que el poeta pone fin a su relación con

Katherine Whitmore (a la que, como se sabe, había dedicado sus dos anteriores

libros de poesía: La voz a ti debida y Razón de amor), y el verano de 1937.

Largo lamento es «un libro puente que inicia una segunda etapa en la poesía

de Salinas, calificada por algunos críticos de ‘mística’, cuya obra más representativa

será El contemplado (1946), dedicada al mar de Puerto Rico» (Escartín

en Salinas 2005, 39). La historia del proceso de edición frustrada de este libro,

que aparecerá publicado de forma parcial en 1971, está íntimamente relacionada

con la editorial Losada y con la labor de Guillermo de Torre.

El mismo mes de junio de 1938 en que aparece «Pareja, espectro (poema)

» en Sur, Salinas gestiona la edición de Largo lamento con Torre en Losada,

aunque le anuncia a su amigo que, si el libro no les interesa, lo enviará

a México (Salinas había publicado otro de los poemas de Largo lamento,

«Error de cálculo», en forma de separata en México en ese mismo año). Sin

embargo, el poeta desestimó finalmente la oferta mexicana. Largo lamento

estuvo a punto de publicarse en la editorial Losada en diciembre de 1938.

Sin embargo, la edición acabó frustrándose porque Losada pretendía publicar

el volumen junto con los dos libros de poesía de Salinas anteriores: La

voz a ti debida y Razón de amor, a lo que el poeta se negó.

Ante el fracaso de esa edición y los distintos avatares personales que afectan

al poeta en este momento (Escartín en Salinas 2005, 54-55), Salinas

abandona definitivamente el proyecto de publicación de Largo lamento, lo

fragmenta y aprovecha más tarde parte de su material en Todo más claro

(Sudamericana, 1949).

Por su parte, la editorial Losada se ocupa de la edición de la poesía completa

del autor (Presagios, Seguro azar, Fábula y signo, La voz a ti debida y Razón

de amor) bajo el título de Poesía junta, volumen que aparecerá en 1942.

A partir de ese momento Salinas se impone silencio como poeta, hasta que

publica en 1946 El contemplado, y desarrolla, en cambio, su faceta como

narrador, ensayista y autor de teatro.

Además de todo lo relacionado con la edición de Largo lamento y Poesía

junta, en las primeras cartas cruzadas entre Salinas y Torre en el exilio, ambos

se refieren muy frecuentemente a las publicaciones del poeta madrileño,

17

como, por ejemplo, las traducciones de algunas de sus poesías, Lost Angel

and other Poems, realizadas por Eleanor L. Turnbull (1938), o un proyecto

de antología de poesía española de los siglos xii-xvii que no llegará a cuajar.

Salinas y Torre también hablan de la reedición que la editorial Losada hace

de la versión del Poema de mío Cid de Salinas (1938).

Salinas y Torre también mencionan con nostalgia a los colaboradores del

Centro de Estudios Históricos, como Ramón Menéndez Pidal, Américo

Castro, Federico de Onís, y a algunos que han quedado en España, como

Dámaso Alonso. También se refieren a otros compañeros exiliados. No faltan

comentarios críticos sobre algunos autores españoles por su actitud ante

la Guerra Civil, como José Ortega y Gasset y Ramón Gómez de la Serna.

Entre 1939 y 1940, la correspondencia conservada entre Salinas y Torre

sufre una nueva interrupción, aunque contamos con referencias a algunas

cartas cruzadas entre ambos a través del epistolario del poeta madrileño con

Jorge Guillén. La correspondencia se reanuda, no obstante, en 1941. Salinas

agradece los artículos que Torre publica este año en la revista Sur sobre su

obra ensayística, en concreto sobre sus libros Reality and the Poet in Spanish

Poetry (Johns Hopkins University Press, 1940) y Literatura española, siglo

xx (1941). El poeta también hace referencia a sus avances en la escritura de

obras de teatro y de sus dificultades para publicarlas o verlas representadas.

La práctica del teatro fue una dedicación algo tardía en Salinas. El primer

indicio de su interés por ese género se remonta a 1930, pero no fue hasta

enero de 1936 cuando pudo culminar su primer ensayo de una obra teatral,

titulada El director. Salinas llegó a escribir hasta catorce obras de teatro más,

pero en vida solo vio representada una, La fuente del arcángel (1946). La

primera edición del teatro del autor se publicó en Ínsula en 1952. En sus

cartas a Torre, Salinas se referirá a este tema con frecuencia.

En las misivas cruzadas con Torre en 1941, Salinas realiza diversas críticas

a publicaciones y autores del momento.

En primer lugar, a la Antología de la poesía española contemporánea (1900-

1936) de Juan José de Domenchina, discípulo de Juan Ramón Jiménez

—con quien Salinas y su amigo Jorge Guillén estaban enfrentados desde

1933—, editada en 1941. El texto llevaba epílogo de Enrique Díez-Canedo

y dejaba mal parados a Salinas, a Guillén y a otros amigos coetáneos (la correspondencia

entre ambos abunda sobre el tema).

En segundo lugar, a algunos autores españoles que residen en la península,

como Valbuena, Rosales o Vivanco, que están publicando diversas

18

antologías sobre literatura española en estos años, y a los que Salinas acusa

de no ser libres y de estar bajo el control del régimen franquista.

Del año 1942 solo se conserva una de las cartas cruzadas entre Salinas

y Torre. Sin embargo, la correspondencia del poeta madrileño y su amigo

Jorge Guillén permite comprobar que el intercambio epistolar con Torre

fue más abundante.

En el año 1943 se produce un nuevo parón en la correspondencia entre

los dos amigos, que será retomada en febrero de 1944. Salinas se encuentra

en este momento en Puerto Rico, a donde llegó con la idea de pasar un

curso académico como profesor visitante en la Universidad de Río Piedras.

Salinas consiguió extender la estancia en esta isla hasta 1946, fecha en que

vuelve a la Universidad de Johns Hopkins, en Baltimore. Este es un periodo

de gran felicidad para Salinas desde su salida de España en 1936 y que

va a coincidir con un incremento en su productividad.

Desde Puerto Rico Salinas escribe a Torre y le refiere algunos problemas

con la liquidación de sus obras y la editorial Losada, solicita publicaciones

de la misma y propone manuscritos para su edición. El poeta

también comenta a Torre que tiene interés en leer trabajos suyos como La

aventura y el orden o Menéndez Pelayo y las dos Españas.

En 1945 se produce otro parón en la correspondencia cruzada entre

Salinas y Torre, que dura hasta 1946. En su primera carta de este año,

Torre informa a Salinas de que sigue al tanto de sus publicaciones ensayísticas.

En concreto menciona sus textos «La gran Cabeza de Turco o la

minoría literaria» (Cuadernos Americanos, 1945), «Reflexiones sobre la

cultura. A propósito de la encuesta a los intelectuales» (Revista de Indias,

1945), «Los nuevos analfabetos» (Revista de América, 1945) y «Nueve

o diez poetas». (El hijo pródigo, 1945). Torre envía además a Salinas su

libro Apollinaire, su vida, su obra y las teorías del cubismo (Buenos Aires,

1946), por el cual el poeta madrileño mostrará interés en estas cartas. Por

su parte, Salinas informa a Torre sobre sus publicaciones: la aparición de

su poema «Cero» en Cuadernos Americanos (1944) y la finalización de sus

ensayos Jorge Manrique o tradición y originalidad, que publicará Sudamericana

en 1947, y La poesía de Rubén Darío: ensayo sobre el tema y los temas

del poeta, cuya edición propone para Losada y que, finalmente, apareció

en dicha editorial en 1948.

No se conserva correspondencia cruzada entre Salinas y Torre en 1947.

Sin embargo, gracias a las cartas intercambiadas por Salinas con Jorge Gui-

19

llén sabemos que el primero se queja de los retrasos de Losada en relación

con su libro sobre Darío. Además, menciona un artículo de Ramón Gómez

de la Serna sobre Guillén y él mismo, que le ha hecho llegar Torre en una

carta que no se ha conservado.

La correspondencia es retomada en 1948. Salinas habla a Torre de sus viajes

a Colombia, Ecuador y Perú, donde dio una serie de conferencias que pertenecen

al ciclo de El defensor, publicado en Bogotá en 1948. En Lima, además,

le nombraron catedrático honoris causa de la Universidad de San Marcos.

Salinas habla de su intención de visitar Argentina (a donde Torre ya le había

animado a viajar varias veces), Uruguay y Chile, aunque finalmente no llevará

a cabo tal proyecto. El poeta, además, habla a Torre de modo íntimo de sus

dificultades para publicar su obra y de lo mucho que esto lo desanima.

Salinas se muestra satisfecho de la edición que Losada hiciera de su ensayo

sobre Rubén Darío. Asimismo, agradece la atención que Torre presta a

sus libros (Jorge Manrique y Rubén Darío), a través de sus envíos de recortes

aparecidos en prensa y de la publicación de artículos, como sus reseñas en

las revistas Ínsula o Saber Vivir. Sin embargo, Salinas se queja paralelamente

en privado ante Guillén de las irregularidades de Losada e, incluso, del estilo

de escritura de Torre en sus artículos, lo que da cuenta de una cierta insinceridad

en su relación con Torre.

Guillermo de Torre practicó desde muy temprano la crítica y en varias

de sus obras reflexionó acerca de la función y los alcances de esa disciplina,

ya desde los tempranos capítulos que dedicara a ello en Literaturas europeas

de vanguardia (libro publicado en 1925, pero concebido ya en 1923: cf.

García/García-Sedas 2008).

Véanse allí, en especial, los apartados «La crítica constructora y creadora

», «La comprensión de amor» y «El deber de fidelidad a nuestra época» de

su ópera magna.

Torre matizará o abandonará algunos de esos conceptos en la introducción

de 1953 a Historia de las literaturas de vanguardia (1965), sobre todo en

el apartado «Función de una crítica literaria» (62-70). Por ello no reproduce

a continuación el texto introductorio de los años veinte de manera completa,

sino que elimina algunos pasajes. (El libro no es, como a menudo se

afirma, una reedición actualizada de Literaturas europeas de vanguardia, sino

una obra completamente diferente, de enfoque mucho más amplio.)

Especialmente en sus cartas a Guillén, Salinas se queja a menudo de la

calidad de los comentarios que Torre dedica a sus libros en la prensa. El exa-

20

brupto más agrio podría ser este, procedente de una carta del 12 de agosto

de 1948 (Salinas/Guillén 1992, 453; Salinas 2007d, 1241):

Salió una reseña del Manrique en Realidad, de Buenos Aires, por José Luis

Romero. Y ayer recibo otra de Guillermito; me manda dos hojas de una revista

Saber Vivir, que trasciende a cursilería argentina. La revista es de los dos libros,

Manrique y Darío. Del primero dice algo, aludiéndose a sí mismo, como siempre;

al segundo lo descabella de mala manera, en unas líneas. Es causa perdida.

¡Figúrate que en el mismo artículo despacha el libro de Castro, el de Ferrater

Mora sobre el sentido de la muerte y los dos míos! Representa una de las formas

más bajas del escribir: ese periodismo pseudo literario con pretensiones, estilo

Nouvelles Littéraires.

Esta queja encierra, a nuestro entender, una falta de comprensión, por

parte de Salinas, acerca de cuál era el fin que Torre perseguía con sus notas.

Se pueden hacer, y se hacen, diferentes clases de reseñas sobre libros. Las

hay escritas para críticos y escritores, las hay para lectores. Hay los estudios

sesudos, pero también la glosa de mera noticia.

En su trabajo publicístico, Torre escribió diferentes clases de textos. No

debe olvidarse que fue uno de los primeros reseñistas en dedicar atinados comentarios

a la obra de García Lorca, favoreciendo así su recepción. También

lo hizo sobre Salinas en 1934 (cf. 1934/02). Ese texto fue subsumido meses

más tarde en un trabajo más largo, en el que Torre se ocupa no solo de La

voz a ti debida, sino también de los demás poemarios de Salinas (1934/07)

(reproducimos aquí ambos textos de Torre, en el capítulo «1934».)

Pero la clase de texto que uno escribe depende del soporte al que esté

dedicado. Torre realizó gran parte de su labor divulgativa en la prensa diaria,

semanal o mensual.

Desarrolló para ello un sistema peculiar, que puede reducirse a estos pasos

(aunque no siempre practica todos), a veces separados por meses o semanas

entre sí.

Mencionaba primero en un suelto que tal o cual autor estaba trabajando

en esta o aquella obra. Más tarde, informaba al público que el libro en cuestión

estaba por aparecer. A menudo acusaba recibo del ejemplar y anunciaba

un comentario próximo. Finalmente, comentaba más o menos detalladamente

el libro. A los diez, quince o más años pasaba revista al autor o a ese

libro, registrando la fortuna literaria que había tenido.

21

Por un lado, este sistema del refrito era, por cierto, un medio de subsistencia

en un segmento económico difícil como era y es el de la prensa. Pero,

por otro lado, ayudaba así a crear un ámbito, un campo literario, o a modificar

paulatinamente los acentos dentro de él. Cierto es también que varios

de esos comentarios tenían además el interés de que favorecían a personas,

grupos o editoriales con los que Torre estaba en buen trato o para quienes

trabajaba. Habrá habido en ellos, por eso, muchos textos surgidos más por

compromiso personal o laboral que por entusiasmo literario.

Pero, de hecho, sin que mediara la relación que hubo entre Salinas y

Torre, y sin la peculiar manera de trabajar de este, la obra del poeta hubiera

tenido menor difusión y repercusión. Huelga mencionar que Torre fue embajador

y abogado de Salinas (y de otros poetas) ante la editorial Losada y

ante las redacciones de varias revistas.

Además de estas cuestiones, en sus cartas de 1948, Salinas pregunta a

Torre por la publicación del Cancionero inédito de Miguel de Unamuno.

Dedicamos un apartado al tema tras la carta número [21].

En el año 1949, nuestros corresponsales cruzan un buen número de cartas.

En ellas vemos cómo Torre le hace llegar a Salinas recortes de prensa o

noticias sobre estudios acerca de su obra literaria. Torre también se refiere

a la reedición de los libros Razón de amor y La voz a ti debida por Losada,

la cual ofreció a Salinas publicarlos en un solo volumen, algo que el poeta

rechazó. Ambos volúmenes aparecerán publicados por separado. Torre también

se refiere al poemario de Salinas Todo más claro, que publicó Sudamericana

en ese mismo año, y al volumen de ensayos de El defensor.

En las cartas intercambiadas entre Salinas y Torre en 1949, el primero

también habla de sus intentos en el género novelístico, desde la publicación

de Víspera del gozo (1926), que darán lugar a su novela El valor de la vida,

que no será publicada en vida del autor. Ambos escritores hablan igualmente

del teatro encajonado de Salinas y del viaje que realizó a Europa en 1949,

donde pudo reunirse con parte de la familia de su mujer.

La correspondencia conservada termina en 1950. En estas últimas cartas

Salinas habla de sus experiencias en su primer y único viaje a Europa

desde que estalló la guerra, del encuentro con sus amigos y de las propuestas

de Jaime Torres Bodet y la Unesco para quedarse en Europa, cosa

que finalmente no conseguirá. El poeta se refiere también a un volumen

de narraciones que ha terminado, que debe ser El desnudo impecable y

otras narraciones, publicado en México (Tezontle, 1951) y a una plaquette

22

de versos que ha concluido, que deben ser los poemas incluidos luego de

manera póstuma en Confianza. Poemas inéditos (1942-1944), edición de

Jorge Guillén y Juan Marichal (Madrid, Aguilar, 1955, Colección Literaria).

Salinas se queja de nuevo ante Torre de sus dificultades para publicar.

No obstante, la editorial Sudamericana le editará La bomba increíble (Fabulación)

en 1950.

Salinas falleció el 4 de diciembre de 1951, víctima de un cáncer. En 1953

la revista Buenos Aires Literaria, dirigida por Andrés Ramón Vázquez, le dedicó

una entrega especial. En ella colaboró Torre con su texto citado «Pedro

Salinas en mi recuerdo y en sus cartas» (1953b).

El papel de las editoriales Losada y Sudamericana en la difusión

de la obra de Pedro Salinas

La circunstancia del exilio obligó a Salinas a cambiar, siquiera en parte,

la orientación de su vida profesional y personal, así como la de su obra

literaria. El poeta pasó de tener un puesto como profesor en la Escuela Oficial

de Idiomas y encargado de curso de la Facultad de Filosofía y Letras

de Madrid, que complementaba con sus responsabilidades en el Centro de

Estudios Históricos y la Universidad Internacional de Santander, a impartir

clases en el Wellesley College (1936-1940) y, después, en la Johns Hopkins

University en Baltimore (1940-1951), salvo el paréntesis de su estancia en

Puerto Rico (1943-1946), que, si bien le permitieron asegurar el sustento de

su familia y continuar su carrera académica, le aislaron relativamente de su

relación con el mundo cultural hispánico, lo que afectó, entre otros aspectos,

a las posibilidades de publicación y difusión de su obra literaria. Decía

así, por ejemplo, Salinas a Torre en la carta de 8 de enero de 1941 [14]:

Yo, si como profesor continúo igual que en España, o mejor, puesto que

estoy en una excelente Universidad y tengo trabajo grato, en cambio como escritor

me siento a veces muy distante. No sé de qué, pero distante. Del público,

en general, ya que me veo rodeado de una atmósfera lingüística no española. De

los amigos escritores españoles, de todos ustedes. De las revistas, de todas esas

solicitaciones de cada día, llamadas «ambiente» o «vida literaria». Porque claro,

la vida literaria de América del Norte es en inglés. Tengo que vivir y vivo muy

a gusto, culturalmente en inglés. Pero tengo que escribir mi poesía en español.

23

Ese es el conflicto. Y me faltan «los tirones», esos estímulos que da la charla con

un amigo, el ver una cosa de uno impresa en un periódico, o las palabras de

exhortación de un crítico.

Salinas va a experimentar, por este y otros motivos, un cambio importante

en su producción literaria a partir de 1936. En primer lugar, el poeta

reduce visiblemente su producción lírica durante, al menos, diez años, hasta

la aparición de El contemplado (1946). En segundo lugar, muestra un mayor

interés por el ensayo, la narrativa y el teatro, publicando varios títulos en los

años previos a su muerte, sucedida en 1951, encuadrados en estos géneros.

Las editoriales Losada y Sudamericana, así como la figura de Guillermo

de Torre, cobran especial protagonismo en estos años de vida literaria de

Salinas. Bajo su sello se van a publicar un buen número de los libros que

Salinas redacta en este periodo, aunque algunos de sus proyectos, como es

el caso de su poemario Largo lamento, fueran desestimados. Salinas no tuvo

una buena relación con la editorial Losada, de la que siempre se quejará por

el trato recibido y por lo que consideraba su falta de seriedad en el aspecto

comercial. Decía Salinas, por ejemplo, en una carta a León Sánchez Cuesta

de 19 de diciembre de 1948: «El tal Losada, por ejemplo, es modelo de incumplimiento,

trapisondas y dilaciones» (J. M. González 2016, 125).

El poeta tuvo, sin embargo, una muy buena experiencia con la editorial

Sudamericana: «He acudido a los de la Sudamericana, que me tratan con

mayor consideración y puntualidad», según dice a Torre en una carta de 20

de junio de 1950 [30] a propósito de la edición de sus volúmenes de poesías

Todo más claro (1949) y La bomba increíble (Fabulación) (1950).

El silencio al que Salinas somete su producción lírica a partir de 1936 ha

sido abordado en diferentes ocasiones por parte de la crítica. Al iniciarse la

Guerra Civil Salinas está trabajando, como se indicó con anterioridad, en

un libro de poesía, Largo lamento, último texto de la trilogía relacionada con

Katherine Whitmore. Como se sabe, desde que la conoció en 1932, Katherine

se convirtió en la musa del poeta y la fuente de inspiración de sus dos

grandes libros de poesía: La voz a ti debida (1933) y Razón de amor (1936).

A finales de 1936 se produce la ruptura definitiva entre ambos. Además, en

1939 Katherine contrae matrimonio con Brewer Whitmore, lo que limita

aún más las posibilidades de relación con el poeta.

Entre 1937 y 1938 Salinas sigue trabajando en Largo lamento y comienza

a buscar un editor. Tras recibir noticia del proyecto de Salinas a través de

24

Torre, la editorial Losada propone al autor publicar Largo lamento en un

solo volumen junto con sus otros dos libros de poesía anteriores: La voz a ti

debida y Razón de amor. Como puede verse en esta correspondencia (carta

de 26 de octubre de 1938 [13]), Salinas no acepta el proyecto y propone

a Losada una edición de su poesía completa, bajo el título de Poesía junta,

donde incluye toda su poesía anterior menos Largo lamento. Como hemos

dicho, este último no aparecerá publicado hasta 1971 (de manera parcial), si

se descuentan publicaciones aisladas de algunos poemas en revistas literarias

y en su volumen Todo más claro, aparecido en 1949.

El fracaso editorial de Largo lamento, la ruptura con Katherine y su posterior

boda, las circunstancias del exilio, el final adverso de la Guerra Civil

española, el traslado definitivo de la residencia familiar a Baltimore a causa

de la incorporación de Salinas a la universidad de Johns Hopkins y el diagnóstico

de la grave enfermedad de su mujer Margarita (cáncer de pecho, del

que fallecerá en 1953) hacen que el autor se olvide del proyecto de publicación

de Largo lamento y no vea editados nuevos libros de poesía hasta, al

menos, 1946, en que aparece El contemplado (México, Stylo), dedicado al

mar de Puerto Rico.

La poesía de Salinas vuelve a aparecer bajo el sello de Sudamericana en

1949, en concreto su libro Todo más claro, donde el poeta muestra una faceta

de preocupación social ante las vivencias que experimenta el hombre

contemporáneo. En 1955 la editorial Aguilar publicará, además, de modo

póstumo su último libro de poemas, titulado Confianza.

Si la obra poética de Salinas sufre un claro receso en estos años, el exilio

va a despertar, como ya hemos apuntado, su interés por otros géneros literarios,

concretamente el ensayo, la narración breve, la novela y el drama. De

nuevo tendrán aquí Losada y Sudamericana un papel preponderante para la

publicación y difusión de estos textos.

En lo referido al ensayo, las publicaciones de Salinas a partir de 1936

denotan su interés por reflexionar acerca del panorama literario contemporáneo,

como demuestra su volumen Literatura española, siglo xx (1941)

y su texto La poesía de Rubén Darío. Sobre el tema y los temas del poeta,

publicado por la editorial Losada en 1948. Este último fue desde su aparición,

y en opinión de Enric Bou, «uno de los principales vehículos de

introducción del poeta nicaragüense para los lectores españoles y americanos

» (Salinas 2007c, 40). En él Salinas exhibe una metodología crítica

poco habitual en la que concurren elementos inspirados en el psicoanálisis

25

y otros elementos histórico-culturales. Torre comentó el volumen en las

revistas Ínsula, Repertorio Americano y Saber Vivir en el año 1948. Decía

así el autor sobre esta obra en la segunda de las mencionadas revistas (51):

Salinas descubre en ella cierta esencial unidad, mediante la persistencia del

tema erótico, en primer término, y luego de los que llama sus subtemas, a saber,

la preocupación social y la idea del arte y el poeta.

Salinas no apreció los párrafos que Torre dedica a su libro por considerarlos

insuficientes. Sin embargo, lo cierto es que los artículos del autor, por

entonces un crítico literario consolidado, ayudaron a la difusión del libro

sobre Darío.

Tal como se puede deducir de las cartas que se editan en este epistolario,

Torre también facilitó a Salinas recortes de los artículos de prensa dedicados

a los libros del poeta madrileño a los que logra acceder.

En sus ensayos del exilio, Salinas también muestra un gran interés por diversos

aspectos del mundo contemporáneo (El defensor, 1948), así como por

la literatura y los autores de la tradición española. Este es el caso de su obra

Jorge Manrique o tradición y originalidad (1947). Este fue uno de los primeros

resultados de la estancia de Salinas en Puerto Rico y fue publicado por la

editorial Sudamericana. En opinión de la crítica, uno de los elementos más

reseñables de este ensayo es «la reflexión sobre el concepto de tradición, en

diálogo con el T. S. Eliot de Sacred Wood» (Bou en Salinas 2007c, 39). Torre

dice en su comentario sobre el libro en la revista Saber Vivir (1948, 51):

Para Salinas la tradición es liberadora y selectiva: obliga a elegir, depurando

el pasado y quedándose con lo mejor. Concibe así la tradición como rectora del

futuro, agregando que «es superficial simpleza pintarla como una fuerza retrógrada,

invitadora [sic] a la mímesis de lo pasado».

El libro sobre Manrique despertó gran interés entre los intelectuales del

momento y fue reseñado en diversos medios españoles y extranjeros: Arbor,

Bulletin of Hispanic Studies, Hispanic Review, etc.

A estos ensayos que Salinas escribe a partir de 1936 se unen textos inéditos

recientemente publicados, como Defensa del estudiante y de la universidad

(Puerto Rico, 1940), o las referencias a proyectos no realizados,

incluidos, por ejemplo, en su correspondencia con Torre.

26

Las novedades más importantes relacionadas con las obras de Salinas

en su etapa del exilio vienen, sin embargo, de la incursión del autor en

el ámbito de la narrativa y el drama. Salinas explora en estos años las

posibilidades de la novela breve, como ocurre en sus textos La bomba

increíble (1950) o El desnudo impecable y otras narraciones (1951), y escribe

alrededor de catorce obras de teatro, que no aparecerán publicadas

de modo parcial hasta 1952. Menos conocidos son sus textos narrativos

más comprometidos, puestos a disposición del público recientemente,

como son A la sombra del paraguas en flor (Desvarío en clave de ira)

(1938-1939) y Los cuatro grandes mayúsculos y la doncella Tibérica (Cuento

infantil con una víctima al fondo) (1946), o su segundo intento de

escritura de una novela tras su reconocido texto Víspera del gozo (1926),

también inédito hasta el año 2009, y titulado El valor de la vida (1948).

De entre todos estos textos, la editorial Sudamericana se hace cargo de la

edición de la narración La bomba increíble (1950), que se destacó sobre

todo por su carácter antimilitarista y su ataque a la concepción materialista

del mundo.

En conclusión, podemos decir que el papel de las editoriales Losada y

Sudamericana en la evolución literaria de Salinas en los años del exilio es

importante en varios sentidos. En primer lugar, porque son editoriales que

apuestan por publicar, a pesar de los proyectos fallidos, no solo reediciones

de sus libros anteriores ya con un éxito reconocido, sino libros nuevos, ya

sean de poesía, como Todo más claro (1949), de un tono sustancialmente

diferente a los libros anteriores del poeta, o textos ensayísticos o narrativos,

géneros relativamente nuevos para el autor, como ocurre con sus obras Jorge

Manrique (1947), Rubén Darío (1948) y La bomba increíble (1950). Torre

reseñará además muchos de estos volúmenes en publicaciones periódicas de

diversos países de habla hispana. En segundo lugar, porque concretamente

Losada es la primera editorial que, conocedora del valor de la obra literaria

de Salinas, va a proponer la primera edición de su obra poética completa,

que llevará el título de Poesía junta (1942). En todo ello jugó Torre un importante

papel.

* * *

27

Criterios de edición

Se regularizan los márgenes, los títulos de revistas y libros y los giros en

lengua extranjera (todo ello en cursiva), salvo en las citas de otros autores.

Las fechas de las cartas, que, en tanto han podido ser establecidas, siempre

se escriben completas (día, mes, año), se unifican y se las sitúa en el ángulo

superior derecho, independientemente de la preferencia del corresponsal.

Las rúbricas son situadas siempre en el ángulo inferior derecho y escritas

en cursiva.

Se corrige la ortografía solo cuando parece no tratarse de una peculiaridad

del autor, sino de un error causado por ligereza, según muestra,

por ejemplo, el que en otro pasaje se utilice correctamente el vocablo en

cuestión.

No corregimos, por ejemplo, la oscilación de las diversas personas que

aparecen en este libro entre Méjico y México, sino respetamos su elección.

Tampoco corregimos el ocasional laísmo de Salinas.

Las erratas evidentes son corregidas.

La acentuación se agrega cuando falta (lo cual ocurre a menudo en los

textos mecanografiados) y se regulariza según el uso actual; asimismo, se

completan los signos de admiración o interrogación cuando faltan.

Se despliegan las abreviaturas unívocas (art. = artículo; edc. = edición; q.

= que; Ud., V., Vd., Vd = usted; Uds., Vds. = usted, ustedes, etc.), pero no

las usuales fórmulas de despedida (affmo. y similares).

Los agregados de los editores van siempre entre corchetes («[…]»).

Modo de empleo

El esclarecimiento de momentos biográficos de los corresponsales es solo

puntual. Los comentarios no pretenden ser leídos como biografía suya, sino

solo a hacer comprensible el contexto inmediato de cada misiva.

Las someras noticias biobibliográficas sobre personas mencionadas en

el epistolario o en las notas no aspiran a hacerles justicia, sino, meramente,

a informar acerca de ellas en función de Salinas, de Torre o de alguna de

sus actividades comunes. Ello explica que se haya dado más peso a la obra

temprana de ambos escritores, presumiblemente menos conocida, ya que

sus respectivas carreras no interesan aquí en detalle, y que se trate a algunos

28

autores conocidos como si no lo fueran, para llamar la atención sobre algunas

afinidades o divergencias entre estos y los corresponsales.

Las notas al pie contienen varias novedades, en general basadas en materiales

inéditos, poco divulgados o mal interpretados hasta ahora.

Presentamos el material en orden cronológico. Al decir «material» no

solo aludimos a las cartas y postales de los interlocutores, sino también a

otros textos de las mismas o de otras personas, tanto sobre cada uno de

los corresponsales como sobre algunos temas tratados en el epistolario. Hemos

prestado especial atención a las publicaciones de Torre sobre Salinas

y reproducimos varias de ellas. Contrastamos las cartas también con otras

correspondencias de ambos escritores, lo cual hace a veces eco a los pasajes

pertinentes de la presente.

En un «Apéndice» ubicado antes de la «Bibliografía» final recogemos todos

los aportes de Salinas y de Torre a la revista Índice Literario (1932-1936)

que hemos logrado identificar.

Agradecimientos

Miguel de Torre Borges (Buenos Aires)

Carlos Marichal (México)

Enric Bou (Venecia)

Davina Pazos (Madrid)

Pablo Rojas (Talavera de la Reina)

In memoriam Klaus D. Vervuert (1945-2017)


Correspondencia

1927-1950


1927

Hay diversos motivos para suponer que Salinas y Torre se conocieran

personalmente ya desde comienzos de la década de los veinte.

Por un lado, en relación con García Lorca. Dice al respecto José Mora

Guarnido (1958, 118-119):

Fernández Almagro y yo lo introdujimos [a Lorca] en nuestras relaciones del

Ateneo: Gerardo Diego, Pedro Salinas, Guillermo de Torre, el malogrado José

de Ciria y Escalante…

Por otro lado, en relación con Juan Ramón Jiménez y su revista Índice, a

cuyo plantel Torre ansió pertenecer, sin éxito.

En Literaturas europeas de vanguardia (1925; 2002, 69), Torre muestra

en nota al pie conocer ya la obra de Salinas. Menciona allí a Lorca, Moreno

Villa, Salinas y Jorge Guillén como poetas «puros», «aunque al margen de

nuestra estética» (es decir, del ultraísmo).

Pero quizás se conocían ya desde antes: Torre mismo alude en un texto

tardío al tema (cf. aquí, el capítulo «1953»):

¿Cuándo nos vimos por primera vez? Probablemente fue en el Ateneo, cuya

galería de retratos guardaba todavía, en los años subsiguientes a la primera guerra,

fulgor y prestancia del siglo xx y era lugar de encuentros literarios. Salinas

venía de París, donde acababa de pasar algunos años como lector de español

en la Sorbona —allí le reemplazó Guillén, sombra amiga, como luego habría

de sucederle en Sevilla, en Wellesley—; traducía, recreaba a Proust. Era —nos

parecía, sobre todo— un mayor.

34

Salinas había sido nombrado en 1913 secretario de la Sección de Literatura

del Ateneo, pero Torre debe aludir a una fecha posterior, tras el regreso

de París, donde Salinas estuvo entre 1914 y 1917. Es probable, pues, que él

y Torre se conocieran al filo de los años 1917-1918.

De un modo u otro, la primera de las cartas conservadas indica, por su

tono, que ya había trato personal entre los corresponsales. Probablemente

hubo misivas previas, perdidas o aún no encontradas.

35

[1]

[Carta manuscrita de PS a GT, una hoja, doblada de manera que conforma cuatro

páginas. Hamburg, Staats- und Universitätsbibliothek, Ms. NGT: 112: 1. El papel

ostenta una orla de luto. La madre de Salinas había fallecido el 22 de diciembre de

1925, pero ignoramos si el luto es por ese motivo]

[Sevilla, ca. enero de 1927]

[Letra de GT] C El 15-I-19271

s/c Barrio del Nervión2

Sr. Don Guillermo de Torre

Mi querido amigo:

Muchas gracias por el envío del primer número de La Gaceta Literaria.

Aceptando la marina metáfora inicial de Ortega [y Gasset], le diré que,

aunque yo no sea remador ni pasajero —por las razones que usted conoce—

de ese barco, sino sencillamente el que se queda en tierra, sigo con la mayor

simpatía y cordialidad los rumbos y venturas de la nave, como es deber del

que escribe por nobles motivos en España.

Prueba de ello es que me permito hacerle dos indicaciones. Echo de menos

una sección bibliográfica que informe puntualmente de la producción

librera española. ¿No creen ustedes que sería de gran utilidad? Y también me

parece que no harían mal noticias, ecos de literatura propia y extranjera en

pocas líneas, de carácter informativo o levemente crítico. O una sección de

greguerías de Ramón [Gómez de la Serna] que tan bonitas cosas está haciendo.

No son estos reparos, sino posibles perfecciones, creo, del periódico.3

1 Torre tenía por costumbre anotar en las cartas que le enviaban cuándo las recibía y

cuándo las respondía. Ello permite a menudo datar cartas sin fecha. R significa ‘recibida’; C,

‘contestada’ (dejamos constancia de esas notas en las cartas). En este caso, también la aparición

del primer número de La Gaceta Literaria permite datarla con certeza.

2 El barrio del Nervión está situado en Sevilla. Salinas se alojaba por estas fechas en Villa Anita.

En 1918 había ganado por oposición una cátedra de Literatura y Lengua Española y a partir

de 1919 fue profesor en la universidad de dicha ciudad. Véase Pedro Salinas: 1891-1951, 42.

3 Las propuestas que hace Salinas en su carta nada agregan a los planes que Giménez

Caballero y Torre venían afinando desde meses atrás. Gómez de la Serna, por ejemplo, colaboraría

en La Gaceta Literaria, si bien no siempre con greguerías (fue él, por lo demás, quien

36

Mi enhorabuena por esa primera salida y mis mejores augurios. Con

saludos a los amigos de ahí reciba usted el muy cordial de su afirmado

P. Salinas

[Al margen superior derecho de página 1]

Ah, no ha llegado el periódico a Sevilla ni a librerías ni a quioscos. ¿Cómo

es eso?

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