WILLIAM DEAN HOWELLS
La crítica y la ficción
Introducción, traducción y notas de Constante González
Groba
Taller de Estudios Norteamericanos
Universidad de León
Introducción
No se puede hablar del realismo en la ficción
norteamericana sin mencionar a William Dean Howells (1837-1920), el más
ardiente promotor y defensor de una corriente que llegó a la nueva nación
después de la pérdida de la inocencia y la entrada definitiva en la historia
que supuso la Guerra de Secesión (1861-1865).
Al igual que en otras literaturas de naciones
occidentales, el realismo constituyó en Norteamérica el período de transición
entre el romanticismo y el modernismo. El impulso realista que predominó en la
narrativa estadounidense posterior a la Guerra de Secesión fue un movimiento
internacional, y el origen y la fuente de sus técnicas y principios se suele
situar en París a partir de 1845. La llegada a las costas norteamericanas fue
relativamente tardía (a menudo se sitúa en 1872, año en el que Howells publicó Their
Wedding Journey), ya que la nueva corriente significaba algo radicalmente
distinto de las tendencias hasta entonces predominantes en la narrativa
estadounidense, que había primado lo mítico, lo intemporal y lo abstracto, así
como la relación entre el ser humano y la naturaleza, en detrimento de la
preocupación por lo histórico y lo social.
El mundo intemporal de una modalidad narrativa
cuyos autores habían denominado romance, para distinguirla de la novela
realista que se hacía en la Europa del siglo XIX, sufrió la invasión de la
poderosa maquinaria del período de industrialización rápida y masiva que siguió
a la Guerra de Secesión. Y William Dean Howells fue uno de los autores con
mayor convencimiento de que la América posterior a dicha tragedia era un
mecanismo social fluido y cambiante que exigía una nueva narrativa que
observase y reflejase los detalles de dicho proceso. El espíritu de cambio que
se apoderó de la sociedad estadounidense requería una novela que prestase
atención a las preocupaciones materiales que estaban cambiando tanto a la
nación como a sus habitantes, y que confrontase los dilemas éticos provocados
por las nuevas circunstancias. El realismo vino a significar, entre otras
cosas, un medio para asimilar, tanto las nuevas fuerzas que estaban conformando
la historia y la sociedad, como las duras lecciones proporcionadas por una
guerra civil devastadora.
Para Howells y sus seguidores, el objetivo del
realismo consistía en ver lo heroico en las vidas ordinarias, en tomar en serio
tanto los temas de la vida cotidiana como la experiencia individual, y
someterlos a un tratamiento riguroso y fidedigno. Ello implicaba dejar de
considerar la ficción como un medio de explorar verdades abstractas y
simbólicas.
Howells nació en 1837 en Martin's Ferry, un
pueblo de Ohio, en el seno de una familia de un estatus económico medio.
Trabajó desde muy pequeño en las imprentas de su padre, que publicó periódicos
en Ashtabula y Columbus y, al no poder beneficiarse de una educación
universitaria, adquirió por su cuenta una buena instrucción cultural. De su
padre heredó las sólidas convicciones morales que plasmaría después en sus
obras de ficción. El autor nunca perdería su identificación con la sociedad de
su infancia y juventud, una sociedad preindustrial e igualitaria en la que
predominaba la gente honrada y nadie era ni muy rico ni muy pobre. En The
Rise of Silas Lapham (1885), la novela que le convirtiría en un autor
consagrado, Howells plasmó su visión nostálgica de la Norteamérica rural
anterior a la Guerra de Secesión como una sociedad moralmente superior.
La "peregrinación" de Howells a los
centros literarios del Este en 1860 constituyó uno de los eventos más
importantes en la historia cultural norteamericana, y se consideró el comienzo
oficial de la literatura estadounidense, pues, como dijo el mismo Howells,
hasta entonces había habido únicamente una literatura de Nueva Inglaterra. Con
Howells, el futuro de la literatura norteamericana, que iba a tener mucho que
ver con el Oeste del que aquél procedía, llegó a Nueva Inglaterra, cuyo dominio
literario del presente pasaría muy pronto a convertirse en pasado. Las cosas no
pudieron ir mejor para Howells en Boston, entonces el centro literario
indiscutible de la nación, tanto con el escritor y editor James T. Fields, como
con J. R. Lowell, entonces editor de la revista Atlantic Monthly. Este
último llevó a Howells a una cena con Oliver Wendell Holmes, cofundador del
Atlantic junto con Lowell en 1857. Holmes habló medio en broma de una sucesión
apostólica encarnada en Howells.
Parece que Howells no tuvo tanto éxito en
Concord, entonces la Atenas estadounidense, en donde se agrupaban autores de la
talla de Emerson, Thoreau y Hawthorne. Howells tuvo algún contacto con
Hawthorne, al que siempre miró con admiración, aunque lo consideró una
influencia que se debía superar, pero los grandes transcendentalistas no
disimularon una frialdad que ponía de manifiesto el abismo generacional
existente entre la prometedora estrella y los principales escritores de la
generación y la mentalidad de su padre.
La enorme preocupación de Howells por la
justicia social y el igualitarismo tuvo mucho que ver con su confección de una
biografía para la campaña presidencial de Abraham Lincoln. La suculenta
recompensa fue el consulado estadounidense en Venecia (1861-1865), ciudad que,
según J. R. Lowell, constituyó la universidad en la que Howells consiguió el
título de Master. Allí escribió ensayos sobre literatura italiana que publicó
en la North American Review, lo que hizo que su nombre sonase cada vez
más fuerte en Cambridge, Massachusetts. Durante su estancia en Italia, Howells
aumentó ostensiblemente su conocimiento de lenguas y literaturas clásicas y
modernas. Allí descubrió también las comedias realistas de Cario Goldoni, un
dramaturgo del siglo XVIII, cuya obra generó en Howells un ardiente interés por
una ficción que reflejase a los individuos tal como son y se comportan en la
vida real.
Después de establecerse en Boston en 1866,
Howells presidió el mundo literario de Nueva Inglaterra durante veinte años.
Durante su década como director del Atlantic Monthly (1871-1881),
entonces el arbitro cultural del país, Howells convirtió dicha revista en el
principal promotor del realismo, el movimiento literario que estaba conformando
la narrativa de los escritores europeos que él admiraba, y que consideraba el
más adecuado para reflejar la nueva realidad de su país. Desde las páginas del Atlantic
se promovió durante la década de 1870 una gran diversidad geográfica de
literatura estadounidense, en detrimento de la inglesa. Las contribuciones de
los autores de Nueva Inglaterra, que habían dominado la revista en sus primeros
años, disminuyeron considerablemente, para dar paso a autores del Oeste y del
Sur, a la vez que aumentaban las subscripciones a la revista más alia de los
Apalaches. Howells hizo de sí mismo y del Atlantic el punto de enlace
entre la cultura de Nueva Inglaterra y el Oeste, entre una generación de
autores que tocaba a su fin y otra que surgía con fuerza.
Siempre habrá que reconocer los esfuerzos
ingentes de Howells por democratizar la literatura estadounidense, hasta
entonces excesivamente elitista, y por ampliar el público lector, tanto en la
dimensión geográfica como en la social y cultural. Su intención era hacer
accesible la nueva literatura estadounidense a capas sociales cada vez más
amplias, a nuevos territorios y a nuevos grupos, como las mujeres jóvenes y las
clases medias que habían accedido a la educación pero carecían de la
sofisticación que había caracterizado a las de Nueva Inglaterra. El editor del Atlantic
estaba convencido de que el realismo cerraría la brecha que había separado la
alta cultura norteamericana de las principales corrientes de la vida social y
cultural del país[1].
Howells disfrutó de un poderío que le permitía
encumbrar o hundir a otros escritores, y hay que decir que mostró siempre una
encomiable disposición para descubrir y promocionar autores noveles de talento,
incluso aquellos que disentían de la preocupación de su mentor por la moralidad
en la literatura. Fue Howells el que dio un impulso decisivo a las carreras de
Harold Frederic, Henry Fuller, Robert Herrick, Frank Norris y Hamlin Garland,
entre muchísimos otros. Alabó con fervor los poemas de Emily Dickinson
inmediatamente después de la primera edición de una selección en 1890, aunque
la lírica de la reclusa de Amherst no iba a ser realmente admirada hasta la
década de 1920[2]. En
1915 fue Howells el que dio los nombres de los poetas que liderarían el
renacimiento de la lírica norteamericana: Edgar Lee Masters, Edwin Arlington
Robinson, Vachel Lindsay, John Gould Fletcher y Conrad Aiken. Y en 1919, cuando
prácticamente nadie se acordaba de Hermán Melville, Howells hablaba de él como
el mejor creador de romances.
Howells conoció y ejerció su influencia sobre
prácticamente todos los escritores importantes de su época, y desde 1870 a 1890
fue el crítico literario más influyente de su país, tanto que sus ensayos
dictaron y determinaron los estándares del gusto literario en los Estados
Unidos. Un público lector cada vez más numeroso recibía de Howells las
instrucciones, no sólo sobre qué libros leer, sino también sobre cómo y por qué
leerlos. Fue también Howells el que reconoció la importancia que suponía para
la literatura estadounidense el éxito consolidado de autores de tendencias tan
dispares como Mark Twain y Henry James, aunque Howells nunca alcanzó el calibre
ni el poderío artístico de ninguno de los dos maestros incompatibles que
representan tendencias opuestas: humor / sofisticación, espíritu fronterizo /
gusto europeo, democracia / tradición. Y no sabemos el grado de integración y
reconciliación que alcanzaron ambas tendencias en la mente de Howells, al que
Mark Twain recordaba sus propios orígenes en el Oeste fronterizo, mientras que
Henry James representaba para él el ideal literario del Este. Y mucho antes de
que se consolidasen en la historia literaria norteamericana los conceptos antitéticos
de "highbrow" / "lowbrow", piel roja / rostro pálido o
popular / elitista, Howells subrayó la existencia de las dos corrientes
aparentemente opuestas, pero probablemente paralelas e interrelacionadas:
One a tendency toward an elegance refined and
polished, both in thought and phrase, almost to tenuity; the other a tendency
to grotesqueness, wild and extravagant, to the point of anarchy[3].
Howells hizo lo indecible para que el público
lector aceptase a Henry James, que resultaba difícil de asimilar por negarse a
colmar las expectativas de unos lectores acostumbrados a los finales con
matrimonio feliz de las novelas románticas. Otro empeño de Howells fue el
conseguir que Mark Twain fuese considerado no sólo un buen humorista, sino
también un buen realista que combina el humor con las más profundas cuestiones
morales.
En 1888 el sultán de las letras
norteamericanas abandonó un Boston que le resultaba un tanto anémico y estéril
para trasladarse a Nueva York, que había suplantado a la capital de Massachusetts
como centro de la actividad literaria, y mostraba todo el vigor y la crudeza de
la inusitada competitividad de la cultura norteamericana. Es como si Howells
quisiese encontrar un equilibrio entre las tendencias idealistas de Nueva
Inglaterra y las más realistas de Nueva York[4].
En Nueva York, Howells encontró unas tendencias intelectuales más radicales y
se hizo más consciente todavía de la necesidad imperiosa del realismo, ahora
con tintes humanistas debido a la influencia de Tolstói, tanto en la narrativa
como en la crítica. Fue justamente el período en el que Howells alcanzó la
cumbre en ambos campos con la publicación de A Hazard of New Fortunes
(1890) y Criticism and Fiction (1891).
Durante más de medio siglo Howells fue el
crítico que más influyó sobre el gusto literario estadounidense. El ayudó al
lector de su país, tanto al urbano como al de provincias, a liberarse de una
pleitesía mal entendida a los "clásicos", sobre todo los de
tendencias románticas, y a adquirir interés por los autores realistas de
Italia, Francia, Rusia, España y los países escandivavos.
Howells y la novela
Howells desarrolló y propagó un nuevo concepto
de la novela, que él concebía como una modalidad seria de observación social, y
no como aventura romántica, y ello tuvo mucho que ver con el hecho de que la
narrativa, y no la poesía, fuese la forma literaria dominante en los Estados
Unidos desde la Guerra de Secesión hasta finales de siglo.
Para Howells la novela no se propone otro
objetivo que no sea reflejar la verdad. Como buen seguidor de Aristóteles,
concibe el arte de la ficción como una representación mimética de la realidad
empírica, un retrato vivido de los individuos en relación con las
circunstancias externas. Y el test al que hay que someter la novela es el de la
verosimilitud, la capacidad para reflejar fielmente la vida; de ahí su famoso
aserto de que la pregunta que nos hemos de hacer sobre una obra de ficción es:
Is it true? — True to the motives, the
impulses, the principies that shape the life of actual men and women?[5]
El mayor empeño de Howells consistió en
promover y exigir el realismo y la objetividad, la fidelidad a los hechos
observables de la experiencia humana, que él admiraba en autores como Balzac,
Flaubert, Tolstói o Palacio Valdés. En uno de los pasajes más citados de su
obra ensayística, el autor hacía la siguiente exhortación:
But let fiction cease to lie about life; let
it portray men and women as they are, actuated by the motives and the passions
in the measure we all know; let it leave off painting dolls and working them by
springs and wires; let it show the different interests in their true
proportions; let it forbear to preach pride and revenge, folly and insanity,
egotism and prejudice, but frankly own these for what they are, in whatever
figures and occasions they appear; let it not put on fine literary airs; let it
speak the dialect, the language, that most Americans know — the language of
unaffected people everywhere — and there can be no doubt of an unlimited
future, not only of delightfulness but of usefulness, for it[6].
La
batalla de Howells por una ficción realista que reflejase las características
de la vida de su país le acarreó la desaprobación de numerosos críticos, tanto
ingleses como estadounidenses, para los que la ficción debería reflejar una
vida idealizada que ofrezca modelos dignos de imitación. Tal era el caso de
Hamilton Wright Mabie, adalid de la "Genteel Tradition"[7],
que detestaba el realismo por su falta de idealismo, y decía de The Rise of
Silas Lapham:
Realism is crowding the world of fiction with
commonplace people; people whom one would positively avoid coming in contact
with in real life; people without native sweetness or strength, without
acquired culture or accomplishment, without that touch of the ideal which makes
the commonplace significant and worthy of study[8].
Por otra parte, los defensores del romance[9],
como Robert Louis Stevenson, proclamaban que, puesto que todo arte es
selectivo, la narrativa no puede ser nunca verdaderamente realista, y que la
novela, como obra de arte que es, existe, no en virtud de sus semejanzas, sino
de sus diferencias, con la vida.
Como dice Lionel Trilling, Howells hizo de lo
ordinario y lo trivial prácticamente el objeto exclusivo de su fe literaria[10].
El autor habla claramente por boca del
Reverendo Sewell en The Rise of Silas Lapham:
Commonplace? The commonplace is just that
light, impalpable, aerial essence which they've never got into their confounded
books yet. The novelist who could interpret the common feelings of commonplace
people would have the answer to the "riddle of the painful earth" on
his tongue"[11].
Lo trivial es en Howells a veces tan excesivo
como los seis primeros capítulos de A Hazard of New Fortunes (1890),
dedicados a los pormenores y angustias de la búsqueda de vivienda por parte de
Basil March y su esposa en Nueva York.
Fue precisamente su intenso moralismo el que
llevó a Howells a detestar y atacar con todas sus fuerzas el excesivo y falso
sentimentalismo que caracterizaba a la novela popular de los años posteriores a
la Guerra de Secesión. En una conferencia decía al respecto:
When I began to write fiction we were under
the romantic superstition that the hero must do something to win the heroine;
perform some valorous or generous act; save her from danger. . . . but after
[my first novel] I began to look about me and consider. I observed that none of
the loved husbands of the happy wives I knew had done anything to
"win" them except pay a certain number of visits, send them flowers,
dance or sit out dances with them at parties, and then muster courage to ask if
they would have them[12].
En su novela The Rise of Silas Lapham,
Howells utiliza al personaje del Reverendo Sewell como portavoz de sus propias
ideas sobre la ficción, y sobre la verdadera relación entre ésta y la vida.
Durante la memorable cena que los Corey dan para conocer formalmente a los
Lapham, algunos invitados hablan sobre una novela sentimental, Tears, Idle
Tears, que está causando sensación entre el público lector femenino. Según
Sewell, estas novelas son perniciosas y hacen un daño incalculable. Este
clérigo, que da soluciones a los dilemas que atormentan más tarde a los
personajes de la novela, sostiene, al igual que su creador, que
The novelists might be the greatest possible
help to us if they painted Ufe as it is, and human feelings in their true
proportion and relation, but for the most part they have been and are
altogether noxious[13].
Y es que para Sewell = Howells la cuestión de
la proporción o justa medida es fundamental en la ficción:
The whole business of love, and love-making
and marrying, is painted by the novelists in a monstruous disproportion to the
other relations of life[14].
A pesar de considerarse a sí mismo como el
adalid del realismo, que para él era la mejor expresión de la democracia
norteamericana, Howells no pudo evitar un cierto grado de idealismo,
condicionado por su falta de contacto con las facetas de la realidad de su país
situadas fuera de los confines de la clase media, a la que aquél pertenecía. Y,
así, continúa todavía siendo víctima de su famoso y desafortunado
pronunciamiento sobre los novelistas de su país:
Our novelists, therefore, concern themselves
with the more smiling aspects of life, which are the more American, and seek
the universal in the individual rather than in the social interests. It is
worth while, even at the risk of being called commonplace, to be true to our
well-to-do actualities[15].
Este comentario, que le acarrearía un
sinnúmero de críticas y descalificaciones, identificó a Howells con la llamada
"Genteel Tradition". Las palabras fueron sacadas de contexto, en
parte por culpa del propio Howells, debido al descuido con el que unió diversos
ensayos, a veces incompletos, en el proceso de compilación de Criticism and
Fiction. En The Ordeal of Mark Twain (1920, rev. 1947), Van Wyck
Brooks utilizó a Howells como chivo expiatorio al que acusó de representar el
optimismo y el conformismo Victorianos que, según dicho crítico, anularon la
visión trágica de Mark Twain. Aunque hoy veamos como una contradicción la
coexistencia en Howells de la defensa del realismo y la verdad en la ficción
con el rechazo de los aspectos más feos y sórdidos de la realidad, y la defensa
de la ficción como vehículo de instrucción, no hemos de perder, sin embargo, la
perspectiva histórica. Y la verdad es que Howells fue criticado por muchos
coetáneos debido a su pesimismo, e incluso por alabar y recomendar autores como
Dostoievski. Precisamente la frase manipulada y descontextualizada pertenece a
un ensayo en el que Howells introduce y recomienda Crimen y castigo al
lector norteamericano. Y no debemos olvidar que Howells se hizo cada vez más
crítico para con la realidad social de su país. Sirva como ejemplo este pasaje
de otra entrega del "Editor's Study", de Agosto de 1889:
Especially in America, where the race has
gained a height never reached before, the eminence enables more men than ever
before to see how even here vast masses of men are sunk in misery that must
grow every day more hopeless, or embroiled in a struggle for mere life that
must end in enslaving and imbruting them[16].
Como apostilla Edwin H. Cady:
As a realist [Howells] saw that American
reality was "more smiling" than the reality of Dostoevski's Russia
and that flction must register the truth. But as a socialist Howells saw that
the American "more smiling aspects," far from warranting the sleep of
inwit, demanded more sensitivity, more responsibility, perhaps even more alarm[17].
Fueron precisamente los autores que más se
beneficiaron de la apertura de las nuevas sendas conseguida por el empeño de
Howells los que más le atacaron por no ser lo suficientemente realista, sobre
todo en el tratamiento de la sexualidad en la ficción, a la que Howells siempre
mostró serios reparos. En "A Plea for Romantic Fiction", Frank Norris
defendía a los naturalistas que, como él, seguían a Zola, e identificaba el
realismo con "the drama of a broken teacup, the tragedy of a walk down the
block, the excitement of an afternoon cali, the adventure of an invitation to
dinner." Los escritores naturalistas abogaban por la libertad de expresar
lo que Norris describía como:
the unplumbed depths of the human heart, and
the mystery of sex, and the problems of Ufe, and the black, unsearched
penetralia of the soul of man[18].
Elizabeth Stevens Prioleau, en The Circle
of Eros: Sexuality in the Work of W. D. Howells, recordó, sin embargo, que,
a pesar de que las escenas amorosas de las novelas de Howells resultan
obviamente remilgadas desde nuestra perspectiva, éstas fueron consideradas
arriesgadas por sus contemporáneos. Según Prioleau, Howells fue un escritor
erótico poderoso y eficaz, con una considerable dimensión pasional tanto en su
vida como en su obra:
With a preternaturally sharp eye for sensual
details, he used every conceivable literary device to portray the sexual drama:
dialogue, allusion, symbolism, choreography, euphemism, and the entire
"novel of manners" repertoire. He focused so tightly and lingeringly
on phallic and coital images, infused his love scenes with such palpable
tensión, and built his erotic climaxes with such finesse, that no sexual
overreading is really ever necessary[19].
El realismo de Howells estuvo siempre
subyugado por interpretaciones moralistas. Los ambientes y aspectos más
sórdidos, que tanta atención recibían en las novelas de realistas europeos como
Zola, apenas tienen cabida en la ficción de Howells. Y cuando aparecen, ocupan
el lugar marginal y restringido que según él ocupaban en la sociedad
norteamericana. Para Howells, el realismo consistía en escribir acerca de la
gente con la que uno se relaciona a diario, gente que se enamora y se casa,
gente con problemas sentimentales o familiares, que está preocupada por su
trabajo y su posición social, gente que se enfrenta a dilemas morales, a menudo
de tipo doméstico[20].
Un objetivo fundamental de la ficción de Howells era la búsqueda de maneras de
infundir vigor espiritual a la cotidianidad de la vida social.
Con W. D. Howells la ficción norteamericana se
apartó de los mares abiertos de Herman Melville y del río Misisipí de Mark
Twain, para adentrarse en los despachos de los nuevos hombres de negocios y las
salas de estar de las clases medias. El interés principal de Howells está en el
círculo familiar, que se convierte en el objetivo primario de su comedia de
costumbres, algo que distingue a Howells de prácticamente todos los novelistas
norteamericanos decimonónicos de renombre. No es de extrañar que Jane Austen
fuese la escritora inglesa preferida de Howells, cuyos métodos son a veces similares
a los de aquélla. En The Rise of Silas Lapham, el famoso capítulo de la
cena desempeña un papel similar al de los bailes y otras celebraciones sociales
en las novelas de Jane Austen. Son acontecimientos en los que el lector puede
presenciar la interacción de diversos personajes, reunidos oportunamente en
aras de la sátira social y la comedia de costumbres. Las novelas de Howells,
igual que las de Jane Austen, exigen del lector una exquisita atención y
sensibilidad al tono y al detalle, así como la capacidad de percibir y aceptar
las más sutiles indicaciones morales.
Howells fue, sin ninguna duda, el agente más
importante de la transición entre la literatura norteamericana de mediados del
siglo XIX y la moderna, de la literatura de inspiración romántica producida en
Nueva Inglaterra a una literatura que presta atención a los cambios sociales y
ayuda a la nación americana a entenderse y percibirse a sí misma en el devenir
histórico. Al mostrar su rechazo por los narradores omniscientes de la novela dieciochesca
y victoriana, que irrumpen en sus relatos para dirigirse abiertamente al lector
y hacer sus propios comentarios sobre cuestiones vitales o morales, Howells
inicia también una cierta transición hacia las nuevas técnicas que
perfeccionaría Henry James. Howells prefiere la presentación dramática, lo que
Percy Lubbock en The Craft of Fiction (1921) denominaría como showing,
en oposición al telling de la novela más tradicional, e intenta que los
personajes se den a conocer por lo que dicen y hacen. En este sentido es
revelador el comentario sobre George Eliot que Howells, en The Rise of Silas
Lapham, pone en boca de Penelope, que está leyendo Middlemarch:
"I wish she would let you find out a little more about the people for
yourself'[21]. En
este aspecto Howells tuvo, al igual que James, a Turguenev como maestro, y
decía que el método del autor ruso era lo máximo que podía alcanzar el arte de
la ficción:
His fiction is to the last degree dramatic.
The persons are sparely described, and briefly accounted for, and then they are
left to transad their affair, whatever it is, with the least possible comment
or explanation from the author[22].
A pesar de su empeño declarado en favor del
realismo, y de su intención de desaparecer de sus narraciones, muchos de los
libros de Howells rezuman didactismo, pues él los utiliza en parte como medio
para transmitir e ilustrar su propia escala de valores. Así, hace que sus
personajes hablen de los temas sobre los que el autor quiere pronunciarse
implícitamente, y la cena del capítulo 14 de The Rise of Silas Lapham
constituye el mejor ejemplo posible de ello. El propósito de las novelas de
Howells no es, pues, el mero entretenimiento, sino la instrucción, y en ello
tiene mucho que ver la ineludible influencia puritana. El autor estaba
convencido de que el idealismo exacerbado de la narrativa sentimental y popular
proporcionaba modelos y ejemplos falsos de conducta, enfermedad para la que el
realismo contenía la medicina más eficaz. Así, pues, para Howells la función de
la literatura va indisolublemente ligada a cuestiones morales; la mimesis no es
un fin en sí misma y la literatura ha de enseñar, además de agradar. La técnica
realista ha de enganchar al lector, pero el escritor ha de impartir
simultáneamente lecciones sobre el mundo, la naturaleza y la condición humana.
Ahora bien, el didactismo no debe ser, según Howells, nunca explícito y
directo, como el que él critica en las novelas de George Eliot. El papel del
artista se define en términos de su responsabilidad para con la sociedad en la
que está inmerso, por lo que aquél acaba por convertirse en un instructor y el
realismo deviene en un asunto ideológico y moral, más que una teoría estética o
la promoción de una modalidad literaria específica.
Criticism and
Fiction
Desde enero de 1886 hasta marzo de 1892,
Howells se encargó de escribir el artículo mensual "Editor's Study",
una importantísima sección de la revista Harper's Monthly. Durante este
período sus opiniones críticas se clarificaron y consolidaron, al mismo tiempo
que su preocupación por los conflictos sociales encontraba expresión en novelas
como The Minister's Charge (1887) y Annie Kilburn (1889). Para
explicar la convicción tan profunda de la necesidad apremiante del peculiar
realismo que Howells preconizaba en este período, tanto en la crítica como en
la ficción, se han apuntado varias causas: el contacto con el dinamismo y las
desigualdades sociales de Nueva York, la lectura de las novelas de Tolstói, que
supuso una especie de conversión religiosa para el autor, y la fuerte impresión
que le produjo la injusta condena a muerte de los anarquistas de Chicago en
1887, a raíz de los famosos disturbios de Haymarket. Fue un período en el que
Howells luchó denodadamente por transmitir sus convicciones post-darwinianas
sobre la necesidad de la compasión, la justicia y la solidaridad.
Una importante recopilación, hecha por el
mismo Howells, de dichos ensayos, todos ellos escritos hasta octubre de 1890,
se publicó en 1891 (hubo una segunda edición en 1910). Según Everett Cárter,
dicha colección constituye "the volume of critical essays which heretofore
has been assumed to be the manifesto of realism in America"[23].
Howells recortó y organizó diversos pasajes de su columna mensual que trataban
de aspectos generales de la crítica y la ficción; agrupó los que trataban de la
crítica en las secciones I-XIII y los que trataban más directamente del arte de
la ficción en las secciones XIV-XXVIII. En la edición de 1910 las secciones XXI
y XXII se reagruparon en una única sección.
La publicación de Criticism and Fiction
dio lugar a una importante controversia en los círculos de la crítica literaria
a ambos lados del Atlántico. Con esta obra Howells asestó un golpe muy severo a
sus peores enemigos: la modalidad narrativa llamada "historical
romance"[24] y la
novela sentimental. Howells estaba plenamente convencido de lo que él llamaba
"la superioridad de lo vulgar", y rechazaba el "genio", el
"heroísmo" y la "distinción" como falsedades y vestigios de
un pasado feudal a sepultar. Tenía muy clara la diferencia entre el auténtico
romántico, como un Wordsworth, un Coleridge, un Keats o un Hawthorne, y el que
se limita a explotar, sin convicción alguna, los recursos más manidos del
romanticismo, simplemente para inducir emociones falsas y artificiosas. Howells
se sirvió del ataque de su admirado Armando Palacio Valdés, en el prólogo de La
hermana San Sulpicio, al vicio del "efectismo" para atacar a los
que aquél calificaba de neo-románticos:
Es enteramente falso que los grandes poetas
románticos, simbólicos o clásicos, hayan modificado la Naturaleza; tal cual la
expresaron la han sentido, y en este punto de vista son tan realistas como
nosotros... Los que la falsean, únicamente, son aquellos que, sin sentir el
arte clásico o romántico, se empeñan en ser clásicos o románticos reproduciendo
fastidiosamente los modelos de otras edades... La causa principal de la
decadencia en la literatura contemporánea se funda, a mi entender, en el vicio
que se ha denominado gráficamente efectismo, o sea el prurito de
despertar a toda costa en el lector emociones vivas y violentas que acrediten
la inventiva y la originalidad del escritor[25].
A lo largo de Criticism and Fiction,
Howells no ceja en su empeño de alabar y proclamar lo sencillo, lo natural y lo
sincero, y de atacar la idealización, lo alegórico y lo afectado. Prefiere lo
natural a la estilización formal, y combate lo emocional en aras de lo
razonable. Al igual que Emerson y Whitman, Howells proclamaba que lo
revolucionario estaba en ver la belleza, la verdad y la bondad en las cosas y
las vidas ordinarias. Tanto Howells como Emerson exigían a los escritores
norteamericanos jóvenes una contemporaneidad genuina, y les urgían a ver con
sus propios ojos y expresar con sus propias voces la realidad de su tiempo y su
país.
Howells tuvo el mérito de ser consciente de la
relación entre el novelista y el crítico, y concebía a ambos como buscadores de
la verdad, guiados por la nueva luz aportada por la ciencia, y dicha verdad
habría de tener la eficacia suficiente para liberar al individuo ordinario[26].
Según Howells, el crítico que exigían los nuevos tiempos no debería
precipitarse en los juicios, y su deber consistía en "clasificar y
analizar los frutos de la mente humana de forma muy similar a como el
naturalista clasifica los objetos de su estudio, más que alabarlos o
culparlos"[27]. El
realista auténtico "no puede observar la vida humana y declarar esta o
aquella otra cosa indigna de atención, igual que el científico no puede
considerar ningún hecho del mundo material indigno de su estudio"[28].
El realista debería ser como el científico, y abstenerse de informar sobre lo
que no encuentra en su observación de la vida. Y, cuando llega el momento de
emitir un juicio ponderado, el crítico, igual que el científico, no ha de dejarse
llevar ni por el peso de la tradición, ni por el clamor popular, sino por la
percepción de la verdad, accesible a todo individuo normal.
Howells advirtió una y otra vez sobre la
inutilidad de la crítica para el verdadero artista, que no se deja llevar por
los caprichos ni las sugerencias de los críticos, y exigía de estos últimos el
ejercicio de la humildad. Lo que Howells le pide al crítico es transparencia
personal, modestia y disposición a ayudar al lector a ver qué tipo de
literatura tiene en sus manos, y nada más.
[1] Sobre la etapa de Howells como director del Atlantic, véase el
capítulo 4 de Ellery Sedgwick, A History of the Atlantic Monthly,
1857-1909: Yankee Humanism at High Tide and Ebb (Amherst: U of
Massachusetts P, 1994).
[2] Edwin H. Cady dice que parece ser cierto que Howells liberó la
creatividad poética de Stephen Crane al leerle los poemas de Emily Dickinson (Howells
as Critic [Londres: Routledge and Kegan Paul, 1973], p. 189).
[3] "Editor's Study", Harper's Monthly, Nov. 1891.
[4] Malcolm Bradbury, "'Years of the Modern': The Rise of Realism and
Naturalism", capítulo 13 de American Literature to 1900, ed. Marcus
Cunliffe (Vol. 8 de Sphere History of Literature. Londres: Sphere Books,
1986), p. 332.
[5] Criticism and Fiction, sección XVIII.
[6] Ibid.
[7] El término se originó con la publicación del famoso ensayo de Santayana
"The Genteel Tradition at Bay" (1931). En este ensayo Santayana
critica el absolutismo moral del Nuevo Humanismo, al que considera un producto
de la decadencia de la tradición cultural "gentil" de la sociedad
democrática occidental.
[8] Citado en James W. Tuttleton, "William Dean Howells and the
Practice of Criticism", The New Criterion (June 1992), p. 29.
[9] En la tradición anglosajona el término "romance" se viene
utilizando desde los comienzos de la novela. El romance utilizaba un estilo
elevado y describía hechos fantásticos, mientras que la novela se distinguía
por su realismo y el tratamiento de temas contemporáneos. En relación con la
ficción moderna, el término adquirió dos significados: comúnmente se utiliza
para designar ficciones con personajes extraordinarios, escenarios remotos y exóticos,
acontecimientos heroicos, amor apasionado, o sucesos misteriosos o
sobrenaturales. Según otro significado más sofisticado, el romance designa una
obra narrativa que huye de las restricciones de la verosimilitud realista y
expresa verdades profundas o transcendentales. Esta modalidad floreció en los
EE. UU., con autores como Hawthorne o Melville, que la utilizaron para explorar
ideas o actitudes filosóficas.
[10] Lionel Trilling, "W. D. Howells and the Roots of Modern
Taste", Partisan Review 18 (Sept.-Oct. 1951), p. 524.
[11] The Rise of Silas Lapham (Harmondsworth: Penguin, 1983), p. 202.
[12] "Novel Writing and Novel
Reading: An Impersonal Explanation", en The Norton Anthology of
American Literature (2nd. edition), vol. II: (Nueva York: Norton, 1985), p.
294. El ensayo es una transcripción corregida de una conferencia que Howells
dio en 1899.
[13] The Rise of Silas Lapham, p. 197.
[14] The Rise of Silas Lapham, p. 198.
[15] Criticism and Fiction, sección XXI.
[16] Criticism and Fiction, sección XXVIII. El pasaje refleja el
pensamiento de los Socialistas Cristianos, organización a la que Howells estaba
entonces afiliado.
[17] Howells as Critic, p. 90.
[18] "A Plea for Romantic Fiction" (18 de diciembre de 1901). En The
Literary Criticism of Frank Norris, ed. Donald Pizer (Austin: The U of
Texas P, 1964), p. 78.
[19] Elizabeth Stevens Prioleau, The Circle of Eros: Sexuality in the Work
of William Dean Howells (Durham: Duke UP, 1983), pp. xv-xvi. Sobre Howells y el
sexo en la literatura, puede verse: Edwin H. Cady, ed. Howells as Critic,
pp. 147-149.
[20] Frank Norris, a pesar de ser admirador de Howells, consideraba la
narrativa de éste limitada por la negativa a explorar el instinto y las
profundidades sicológicas que dan origen a lo trágico en las vidas ordinarias:
"Howells's characters live across the street from us, they are 'on our
block.'(...) One can go even further. We ourselves are Mr. Howells's characters
(...) so long as we are not adventurous or not rich or not unconventional. If
we are otherwise, if things commence to happen to us, if we kill a man or two,
or get mixed up in a tragic affair, or do something on a large scale (...) Mr.
Howells cuts our acquaintance at once." ("Zola as a Romantic
Writer", en Wave, vol. XV [27 de junio de 1896], p. 3).
[21] The Rise of Silas Lapham, p. 88.
[22] La cita, de My Literary Passions, está tomada de Clara Marburg
Kirk and Rudolf Kirk, eds., Criticism and Fiction and Other Essays by W. D.
Howells (New York: New York UP, 1959), p. 111.
[23] Everett Carter, "William Dean Howells' Theory of Critical
Realism", ELH, vol. XVI (1949), p. 152.
[24] El término suele designar a la literatura popular ambientada en el
pasado, y se aplica a novelas como Quo Vadis, Lo que el viento se llevó,
etc.
[25] Armando Palacio Valdés, Prólogo del autor a La hermana San Sulpicio
(Madrid: Tipografía de Manuel G. Hernández, 1889), pp. xx, xxxiv.
[26] Kirk, pp. 6-7.
[27] Sección VI.
[28] Sección II.
- Autores: William Dean Howells; Constante González Groba (ed. lit.)
- Editores: Universidad de León
- Año de publicación: 1996
- Colecciones: Taller de estudios americanos, 23
- País: España
- Idioma: español
- ISBN: 84-7719-536-6