martes, 3 de febrero de 2015

El momento literario de los contemporáneos Por José Luis Martínez.


El momento literario de los contemporáneos
Por José Luis Martínez.
Dueño de una proverbial erudición, el crítico e historiador mexicano José Luis Martínez, cuya biblioteca es la memoria viva de nuestras letras, hace en este ensayo la radiografía precisa de los Contemporáneos, el "grupo sin grupo" o primera generación moderna de nuestra literatura.


Comencemos por registrar quiénes fueron los Contemporáneos. Propongo este grupo estricto de nueve escritores: Carlos Pellicer (1897-1977), Bernardo Ortiz de Montellano (1899-1949), Enrique González Rojo (1899-1939), José Gorostiza (1901-1973), Jaime Torres Bodet (1902-1974), Xavier Villaurrutia (1903-1950), Jorge Cuesta (1903-1942), Salvador Novo (1904-1974) y Gilberto Owen (1905-Filadelfia, 1952).
En torno a ellos, deben considerarse quince más también notables: Ermilo Abreu Gómez (1894-1971), José Martínez Sotomayor (1895-1980), Eduardo Villaseñor (1896-1978), Eduardo Luquín (1896-1971), Bernardo J. Gastelum (1896-1982), Samuel Ramos (1897-1959), Octavio G. Barreda (1896-1964), Carlos Díaz Dufoo Jr. (1898-1932), Anselmo Mena (1899-1950), Agustín Lazo (1900-1971), Elías Nandino (1900-1993), Celestino Gorostiza (1901-1973), Enrique Munguía (1902-Ginebra, 1940), Alfonso Gutiérrez Hermosillo (1905-1935) y Rubén Salazar Mallén (1905-1986).
     Entre ellos, el de vida más corta fue Gutiérrez Hermosillo: treinta años. El más longevo, Nandino, que murió a los 93 años. Y hubo cuatro suicidas: Díaz Dufoo Jr. a los 34 años, Munguía a los 38, Cuesta a los 39 y Torres Bodet a los 72 años; y acaso Villaurrutia a los 47. Su edad promedio de vida apenas llega a los 56 años.
     Aunque la mayoría hizo estudios superiores, con la excepción de González Rojo, que fue abogado, ninguno más tuvo un título académico. Entre los del segundo grupo, fueron abogados Martínez Sotomayor, Mena, Villaseñor y Salazar Mallén, y médicos Gastelum y Nandino. Todos pertenecían a familias de clase media. Con la excepción de Pellicer que era poco libresco, los demás Contemporáneos del primer grupo leían el francés y el inglés e hicieron traducciones de escritores de esas lenguas. Villaurrutia, Novo y Lazo añadían autores italianos (Pirandello, Botempelli) entre sus aficiones.
     Publicaron tres revistas literarias. Torres Bodet y Ortiz de Montellano dirigieron La Falange (1922-1923), inclinada a la línea poética de González Martínez; y Novo y Villaurrutia, Ulises (1927-1928), vanguardista. Unidos, hicieron Contemporáneos (1928-1931), una de las más notables revistas literarias de México. Los patrocinó el doctor Gastelum, secretario de Educación y de Salubridad. Inicialmente, los editores además del patrocinador, eran Torres Bodet, Ortiz de Montellano y González Rojo, y del número 10 al 42-43, final, el director fue sólo Ortiz de Montellano.
     Además de dar a conocer las obras del grupo, en Contemporáneos se recogieron estudios y textos de literatura mexicana, piezas teatrales y se divulgaron las obras de un grupo de nuevos pintores: Roberto Montenegro, Rufino Tamayo, Julio Castellanos, Miguel Covarrubias, Manuel Rodríguez Lozano, María Izquierdo, Agustín Lazo, Carlos Mérida, Carlos Orozco Romero, y un fotógrafo excepcional, Manuel Álvarez Bravo. Estos artistas renunciaban a lo monumental y propagandístico instaurado por los muralistas (Rivera, Orozco y Siqueiros) y se esforzaban por volver a un arte menos ambicioso y más limitado e intenso.
     También les interesó el teatro. Novo, Villaurrutia y Owen, en 1928, formaron una especie de compañía que llamaron Teatro de Ulises, para difundir la vanguardia teatral del mundo. Los patrocinó Antonieta Rivas Mercado con un local en la calle de Mesones en el que cabían cincuenta personas de público. Además de escribir teatro, los creadores del grupo dirigían la puesta en escena, traducían obras extranjeras recientes de Cocteau, O'Neill, Roger Marx, Vildrac, Lord Dunsany y Claudel, y algunas veces actuaban. Las esceno-grafías y los vestuarios los diseñaban Montenegro, Rodríguez Lozano, Castellanos y Lazo. En los elencos sobresalieron actrices como Clementina Otero e Isabela Corona, que luego tuvieron largas carreras teatrales.
     Las obras del grupo principal tienen extensiones diversas. Las más numerosas son las de Torres Bodet y Novo, con alrededor de cincuenta libros cada uno; las de Pellicer y Villaurrutia tienen extensiones medias, con unos quince títulos cada uno, de los cuales, los de Pellicer se han concentrado recientemente en los tres gruesos volúmenes de su poesía y los de Villaurrutia en el tomo antiguo del FCE. Las obras de Cuesta se han reunido en cinco tomos. Los libros de Ortiz de Montellano, de Gorostiza, de González Rojo y de Owen caben en un volumen cada uno. Ahora, los nueve Contemporáneos básicos están bien editados, con la excepción de González Rojo cuya edición de 1987 es desordenada y confusa.
     Suele decirse que los Contemporáneos eran homosexuales. De los nueve principales lo fueron tres de los más notables: Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia y Salvador Novo, el cual escribió un relato —que guardó inédito— de sus experiencias en este campo. Los otros seis fueron heterosexuales, y todos defendieron la libertad moral del individuo siguiendo el pensamiento de André Gide.
     Además de escribir, los Contemporáneos trabajaron en la diplomacia, el magisterio y el periodismo. González Rojo y Owen tuvieron puestos modestos en el Servicio Exterior de México, mientras que Torres Bodet y Gorostiza llegaron a ser secretarios de Relaciones Exteriores. Don Jaime fue un funcionario prominente pues, además, fue secretario de Educación Pública en dos ocasiones, director general de la unesco y embajador en París. Pellicer fue maestro de literatura en las secundarias y organizador de museos. Torres Bodet explicó la novela francesa en la Facultad de Filosofía y Letras, y Novo y Villaurrutia fueron maestros de cuestiones teatrales. Cuesta escribió comentarios políticos en El Universal y Novo fue un periodista de gran prestigio en diarios y revistas. A partir de 1937 y hasta su muerte en 1974, a lo largo de seis sexenios presidenciales, de Cárdenas a Díaz Ordaz, en las revistas Hoy, Mañana y Siempre! y en diez tomos (edición de Conaculta arreglada por José Emilio Pacheco y otros), Salvador Novo escribió sin interrupción "La Semana Pasada" para dejarnos una crónica admirable de la vida de México a través de su propia vida.
     Aunque algunos de ellos hayan comenzado a escribir desde los primeros veintes (Pellicer, Novo, Torres Bodet), su acción como grupo se inicia en 1927, con la revista Ulises, de Novo y Villaurrutia, y se extenderá hasta 1932, con la aparición y supresión de la revista Examen, de Jorge Cuesta, consignada judicialmente por la publicación de una novela de Salazar Mallén, con palabrotas. El juez Jesús Zavala los exoneró de culpa. Ese mismo año de 1932, una encuesta periodística que preguntaba si estaba en crisis la literatura de vanguardia provocó la intervención de varios de nuestros poetas, aunque la polémica principal fue de dos escritores nacionalistas, Héctor Pérez Martínez y Ermilo Abreu Gómez, contra el entonces diplomático Alfonso Reyes al que acusaban de ignorar los temas mexicanos.
     El campo propio de los Contemporáneos fue la literatura de vanguardia. Sin embargo, tuvieron el acierto de no proscribir la atención al resto de nuestras letras. Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán, que iniciaban entonces la novela de la Revolución, colaboraron en Contemporáneos. Don Mariano dio a esta revista anticipos de las novelas "vanguardistas" que escribía en estos años, y participó en un número de homenaje a Proust. Y Abreu Gómez, antes de volverse contra el elitismo de los Contemporáneos, fue un colaborador constante de la revista, con 26 trabajos dedicados en su mayor parte a temas coloniales, Sor Juana, Alarcón y Sigüenza y Góngora. Abriéronse también a la generación española de 1927 y coetáneos, pues Alberti, Altolaguirre, Dalí, Diego, Azaña, Enrique Diez-Canedo y León Felipe participaron en la revista; lo mismo que los hispanoamericanos Cardoza y Aragón, Borges, Huidobro, Ibarbourou, Mañach, Marinello, Neruda y Torres Rioseco.
     Las traducciones que aparecieron en Contemporáneos, sobre todo de franceses y de habla inglesa, fueron muy importantes. Recordemos, entre las más notables, las de T. S. Eliot, de quien se publican dos de sus grandes poemas, El páramo (The Waste Land), traducido por primera vez por Enrique Munguía, y "Los hombres huecos", por León Felipe; y Mañanas en México, de D. H. Lawrence y Anábasis de Saint-John Perse, traducidos por Barreda. Hay poemas de William Blake y de Langston Hugues traducidos por Villaurrutia, y de Jules Supervielle por Alberti. Y se publican textos de Paul Valéry sobre la poesía, y de André Maurois sobre La conversación, en traducción de Gorostiza. Pero, junto a esta ojeada a la literatura del mundo, lo sustancial de Contemporáneos eran los "Nocturnos" y los ensayos de Villaurrutia y los de Cuesta, de Ramos y de Torres Bodet; los poemas de Novo, Pellicer y Owen, y las notas de Ortiz de Montellano, quien da a conocer el Romancero gitano de García Lorca, se ocupa de los "Antiguos cantares mexicanos" y saluda a la revista de Guadalajara, Bandera de Provincias. Y de los escritores mayores, en Contemporáneos hay poemas y ensayos de Alfonso Reyes y de Torri, de Toussaint, de Romero de Terreros, de Pérez Salazar, de Mendizábal, de Mediz Bolio e ilustraciones con las últimas obras de José Clemente Orozco.
     Los caracteriza una preocupación exclusivamente literaria, aunque Cuesta añada la política y Torres Bodet, más adelante, la educación y la cultura. Predominan las letras francesas, las del grupo de la Nouvelle Revue Français, encabezadas por André Gide, y los poetas Valéry, Cocteau, Supervielle y Éluard, y los prosistas Proust, Giraudoux, Morand, Maurois y Valéry Larbaud. También eran adictos a la poesía española de Juan Ramón Jiménez, de Antonio Machado, a los poetas y prosistas de la generación de 1927 y a las ideas estéticas de la Revista de Occidente, de Ortega y Gasset. Los aficionados al teatro, Novo, Villaurrutia y Lazo, preferían la literatura inglesa, estadounidense e italiana: O'Neill, Lord Dunsany, Eliot, Pound, Joyce, Pirandello y Joseph Conrad, que leía Novo desde los primeros veintes. Y comenzaban a figurar los hispanoamericanos: Borges, Neruda, Girondo y Mallea. Y casi todos deben mucho al ejemplo de la rica y flexible prosa de Alfonso Reyes, cuyos libros llegaban de España y de sus embajadas en Suramérica, y a su incitación hacia todos los caminos del mundo.
     Nacidos en su mayoría en los primeros años del siglo XX, los libros culminantes de poesía de los Contemporáneos, obsesionados por la muerte, aparecen cerca del año de 1937, en el mediodía de sus vidas, en una nómina de calidad impresionante: de Carlos Pellicer, Hora de junio, 1937, y Recinto, 1941; de Bernardo Ortiz de Montellano, Muerte de cielo azul, 1937; de Enrique González Rojo, "Estudio en cristal", 1936—?; de José Gorostiza, Muerte sin fin, 1939; de Jaime Torres Bodet, Cripta, 1937; de Xavier Villaurrutia, Nostalgia de la muerte, 1938; de Jorge Cuesta, "Canto a un dios mineral", 1938-1942; y de Gilberto Owen, "Perseo vencido", 1942. El mejor libro de poesía de Salvador Novo —extraordinario prosista— es anterior: Nuevo amor de 1933.
     El periodo de mayor actividad pública de los Contemporáneos, digamos de 1927 a 1940, coincide con gobiernos que no hacen mucho caso de la vida literaria. No disfrutaban, pues, de apoyos externos. No puedo precisar, por ejemplo, de qué vivían Villaurrutia, Ortiz de Montellano y Cuesta, que no eran empleados públicos ni tenían profesiones como Novo, que vivía del periodismo y luego de la publicidad. Barreda tenía un puesto administrativo en la Secretaría de Economía que, con el consentimiento del secretario Gaxiola, le permitía publicar en los Talleres Gráficos de la Nación las revistas que patrocinó y, a quienes las cuidábamos, darnos modestos cargos de barrenderos (Antonio Magaña Esquivel, Alí Chumacero y yo los disfrutamos). Pero todos podíamos vivir decorosamente.
     De los escritores de la generación del Ateneo, a principios de siglo, los Contemporáneos aprendieron la sobriedad, la entrega apasionada a su vocación literaria, la búsqueda de la perfección formal y el rigor y la vocación universal del conocimiento. Como los ateneístas, fueron la otra generación excepcional en las letras mexicanas que creó obras maestras que son nuestro orgullo. -Leído en la inauguración del ciclo Los Contemporáneos hoy,
organizado por la Alianza Francesa de México, en enero de 2000.
http://www.letraslibres.com/revista/convivio/el-momento-literario-de-los-contemporaneos

lunes, 2 de febrero de 2015

El extranjero. Albert Camus. Estudio crítico. Rafael López Franco


Albert Camus (Mondovi, 7 de noviembre de 1913 — Le Petit Villeblevin, Francia, 4 de enero de 1960) fue un novelista, ensayista, dramaturgo y filósofo francés nacido en Argelia.
En su variada obra desarrolló un humanismo fundado en la conciencia del absurdo de la condición humana. En 1957, a la edad de 44 años, se le concedió el Premio Nobel de Literatura por «el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy».
Nació en una familia de colonos franceses (pieds-noirs) dedicados al cultivo del anacardo en el departamento de Constantina. Su madre, Catherine Hélène Sintes, nacida en Birkadem (Argelia), y de familia originaria de Menorca, era analfabeta y casi totalmente sorda. Su padre, Lucien Camus trabajaba en una finca vitivinícola, cerca de Mondovi, para un comerciante de vinos de Argel, y era de origen alsaciano como otros muchos pieds-noirs que había huido tras la anexión de Alsacia por Alemania tras la Guerra Franco-Prusiana. Movilizado durante la Primera Guerra Mundial, es herido en combate durante la Batalla del Marne y fallece en el hospital de Saint-Brieuc el 17 de octubre de 1914, hecho que propicia el traslado de la familia a Argel a casa de su abuela materna. De su progenitor, Albert, sólo una fotografía y una significativa anécdota: su señalada repugnancia ante el espectáculo de una ejecución capital. Ubicados en Argel, Camus realiza allí sus estudios, alentado por sus profesores, especialmente Louis Germain en la escuela primaria, a quien guardará total gratitud, hasta el punto de dedicarle su discurso del Premio Nobel; y también Jean Grenier, en el instituto, quien lo inició en la lectura de los filósofos, y especialmente le dio a conocer a Nietzsche.
Comenzó a escribir a muy temprana edad: sus primeros textos fueron publicados en la revista Sud en 1932. Tras la obtención del bachillerato, obtiene un diploma de estudios superiores en letras, en la rama de filosofía. La tuberculosis le impide participar en el examen de licenciatura.
En 1935 comenzó a escribir El revés y el derecho que fue publicado dos años más tarde. En Argel funda el Teatro del Trabajo que en 1937 reemplaza por El Teatro del Equipo. En esos años Albert Camus abandona el Partido Comunista por serias discrepancias, como el Pacto germano-sovietico y su apoyo a la autonomía del PC de Argelia respecto al Partido Comunista Francés.
Entra a trabajar en el Diario del Frente Popular, creado por Pascal Pia: su investigación La miseria de la Kabylia tiene un resonante impacto. En 1940 el Gobierno General de Argelia prohíbe la publicación del diario y maniobra para que Camus no pueda encontrar trabajo. Camus emigra entonces a París y trabaja como secretario de redacción en el diario Paris-Soir. En 1943 trabaja como lector de textos para Gallimard, importante casa editorial parisina, y toma la dirección de Combat cuando Pascal Pia es llamado a ocupar otras funciones en la Resistencia contra los alemanes.
El anarquista Andre Prudhommeaux lo presentó, en 1948, por primera vez, en el movimiento libertario, en una reunión del Círculo de Estudiantes Anarquistas, como simpatizante que ya estaba familiarizado con el pensamiento anarquista. Camus escribió a partir de entonces para publicaciones anarquistas, siendo articulista de Le Libertaire (precursor inmediato de Le Monde libertaire), Le révolution proletarienne y Solidaridad Obrera (de la CNT.) Camus, junto a los anarquistas, expresó su apoyo a la revuelta de 1953 en Alemania Oriental. Estuvo apoyando a los anarquistas en 1956, primero a favor del levantamiento de los trabajadores en Poznan, Polonia, y luego, en la Revolución húngara. Fue miembro de la Fédération Anarchiste.
Su ruptura con Jean-Paul Sartre tiene lugar en 1952 tras la publicación en Les Temps Modernes del artículo que éste encargó a Francis Jeanson, donde reprochaba a Camus que su rebeldía era "deliberadamente estética". En 1956, en Argel, Camus lanza su "Llamada a la tregua civil", pidiendo a los combatientes del movimiento independentista argelino y al ejercito francés, enfrentados en una crudelísima guerra sin cuartel, el respeto y la protección sin condiciones para la población civil. Mientras leía su texto, afuera, una turba heterogénea lo injuriaba, y pedía su muerte a gritos. Para él, en aquella guerra, su lealtad y su amor por Francia, no impedía el cabal conocimiento de la injusticia que vivía el pueblo argelino, depauperado y humillado, como tampoco podía impedir su amor por Argelia que se reconociera deudor de una lengua, una cultura y una sensibilidad política y social indisolublemente unidas a Francia.
Existen corrientes de opinión que afirman que esta ruptura nunca tuvo lugar realmente. La confusión entre las cartas a Sartre enviadas en la década del 1932 al 1954 fue el indicador de que Camus negaba su influencia, achacándola a 'malentendidos intencionados'. Futuras indagaciones siembran dudas sobre la autoría real de esas cartas.

Al margen de las corrientes filosóficas, Camus elaboró una reflexión sobre la condición humana. Rechazando la formula de un acto de fe en Dios, en la historia o en la razón, se opuso simultáneamente al cristianismo, al marxismo y al existencialismo. No dejó de luchar contra todas las ideologías y las abstracciones que alejan al hombre de lo humano. Lo definió como la Filosofía del absurdo, además de haber sido un convencido anarquista, dedicando parte importante de su libro "El hombre rebelde" a exponer, cuestionar y filosofar sobre sus convicciones, y demostrar lo destructivo de toda ideología que proponga una finalidad en la historia.
Camus murió el 4 de enero de 1960, en un accidente de coche cerca de Le Petit-Villeblevin. Entre los papeles que se le encontraron había un manuscrito inconcluso, El primer hombre, de fuerte contenido autobiográfico y gran belleza. Camus fue enterrado en Lourmarin, pueblo del sur de Francia donde había comprado una casa.
Biografía extraída de {http://es.wikipedia.org/wiki/Albert_Camus}

Introducción
La primera novela de Albert Camus, El Extranjero, publicada en 1937 posee, entre varias particularidades, la de ser, además la más ampliamente difundida de las obras del escritor argelino. Expresa una cierta  peculiaridad hipnótica que, aunada al ritmo y la brevedad de la narración, logra convertirla en uno de esos escasos libros que se hacen leer de un tirón. Desde el primer párrafo Camus nos sumerge en el terreno de lo absurdo que, sin embargo, nos resulta siniestramente familiar pues tal absurdo es un fiel reflejo de la existencia del hombre moderno, en la que lo cotidiano y lo extraordinario, lo predecible y lo inexplicable se alternan de manera aleatoria, simplemente suceden y el aparente carácter caótico que determina y moldea toda esa absurda sucesión de fenómenos absurdos.
Partiendo del absurdo como condición existencial primaria y destino ineludible del protagonista, el autor desarrolla una crítica elegantemente mordaz e implacable de valores de la sociedad burguesa, sumando absurdo tras absurdo expresados mediante la sacralización de la muerte, la piedad artificial de los ritos funerarios y del propio luto, así, como las conductas individuales y colectivas que los legitiman conformando un ineludible círculo vicioso de prejuicios, hipocresía e ignorancia malintencionada del cuál, una vez dentro, es absolutamente imposible escapar, pues de principio a fin, de la cuna a la tumba cada existencia individual corresponde a la concretización subjetiva de lo absurdo como rasgo definitorio y definitivo del hombre y del cosmos.
   Tema recurrente en toda su obra, el sistema Judicial es la representación última de la más absurda pretensión del hombre: creerse capaz de distinguir valor alguno en las acciones de sus semejantes y llegar a la pretensión de poder ejercer la justicia. Así dentro de la teatralidad total que es la existencia individual se representa un segundo drama: una trágica pantomima con niveles aún más patéticamente  perversos de falsedad y teatralidad. En este teatro de la crueldad el actor por antonomasia, el histrión último es el juez, impostor de Dios, representación de la incurable necedad del hombre que, ciego a la verdad, se cree capaz de ejercer la justicia.
Resumen del argumento
El argumento del "extranjero" es muy sencillo: Meursault, un chico joven recibe un telegrama anunciando la muerte de su madre, a quien había decidido enviar a un asilo de ancianos puesto que, como admitirá ulteriormente, ya no tenían más nada que decirse. El joven Meursault toma un par de días de descanso de su trabajo, el autor no da una idea concreta de cual es su trabajo (solo que se encuentra en una oficina en el puerto), y asiste al funeral de su madre durante el cual no siente ni manifiesta congoja alguna y sólo le incomoda el calor implacable del verano argelino y el no poder fumar delante del féretro. De vuelta en la ciudad se encuentra con una antigua compañera de trabajo con quien inicia una relación y a la que manifiesta estar dispuesto a casarse con ella a pesar de estar convencido de no amarla (da la impresión que solo sea una relación de placer propio.) En esos días traba amistad con Raymond, un sujeto que aparenta ser un proxeneta y que se halla en problemas con un grupo de árabes. En un paseo a la playa el nuevo amigo de Meursault es amenazado por un grupo de árabes, pasado el incidente Meursault regresa a confrontar a sus adversarios, revolver en mano y deslumbrado por el sol dispara varias veces sobre uno de ellos hasta matarlo.
Meursault es procesado en una atmósfera absurda y en el Tribunal se establece que no ha llorado por la muerte de su madre, que tiene relaciones sexuales extramaritales con una mujer apenas dos días tras el fallecimiento de su progenitora y, según su propio testimonio, que ha disparado contra el árabe porque le dolía la cabeza y la luz del sol le había deslumbrado. Es hallado culpable y condenado a muerte. Frente al capellán de la prisión, la víspera de su ejecución manifiesta su ateísmo, su falta de temor ante la muerte y la conciencia de la indiferencia absoluta entre morir un día u otro, en aquel momento o cincuenta años más tarde. Su único deseo, al final, es acudir al patíbulo rodeado por los gritos de odio de la multitud enfebrecida.
El protagonista
Meursault, un juego de palabras ligado a la relación que tenía con el clima de su Argelia natal, (constituido por las palabras mar y sal/meur et sault.) Es el héroe absurdo prototípico, más que un solitario, un náufrago desolado a la merced de las olas de un absurdo mayor que el propio: la sociedad. Carece de la hipocresía básica necesaria para sobrevivir en la sociedad burguesa, pero no apela con esto a anhelo alguno de virtud, su sinceridad y honestidad, extrema hasta la ingenuidad, es producto de la relación absurda entre dos entes absurdos: el hombre y el mundo, y nace de la respuesta natural del sujeto humano ante tal estado de cosas, la indiferencia. Meursault no es un intelectual amargado, por el contrario es un joven lleno de vitalidad, con el hedonismo egocéntrico propio de los veinte y tantos años, abraza la vida en cuanto se le ofrece con la espontaneidad, tan natural que parece que tenga una pasividad exultante ante todo. Así acepta el amor de Maria, la amistad de Raymond, el regalo ardiente del sol en medio de la frescura del mediterráneo. Esta manera de ser cargada de sensualismo marca todos sus actos, incluyendo los más "trascendentales", en un mundo en el que nunca se molesta en subrayar dada lo obvio de su naturaleza, como son el homicidio y la propia muerte.{ Meursault prefigura el Sísifo sonriente que años más tarde concebirá Camus en su optimista apologética del absurdo Le myth de Sysiphe.} – Frase extraída de la biografía de las primeras páginas del libro.
"Mersault pues es considerado desde mi más humilde opinión como un personaje extraño, intrigante, misterioso, absurdo ya que no mantiene una relación con la sociedad dentro de lo que se considera lo normal, su frialdad despierta curiosidad por saber más, por intentar escudriñar página a página el por qué, quien es y que es lo que hace que tenga está animadversión por la vida. Un ser extraño que crea una curiosidad insaciable que hace que se lea la novela de un tirón."

Resumen de la novela por capítulos

Capitulo I
Los hechos ocurren en Argel. El protagonista, Meursault recibe un telegrama en el que se le informa que su madre ha fallecido. Debe partir hacia Marengo, donde se encuentra el asilo de ancianos, lugar en el que se hallaba su madre. Pide permiso a su patrón y emprende el viaje.Una vez en el asilo, él esta centrado en sus preocupaciones, se niega a ver el cuerpo de su madre y realiza reflexiones que demuestran su indiferencia ante un hecho de tanta importancia. En lugar de llorar a su madre, de expresarle su dolor, conversa con el conserje, sobre Paris. Fuma, se mantiene distante con los amigos de su madre que vienen a participar del velorio, le molesta el llanto de una de las mujeres. Se duerme. El entierro le resulta pesado, tortuoso por el calor de la jornada. Una vez concluido regresa a Argel con alegría pensando solamente en dormir. Nada hubo en él que expresara aflicción, pesar. Había muerto su madre, sin embargo, todo fue un trámite.

Capitulo II
Al despertar y darse cuenta que es sábado, siente el gozo de saber que tiene aun dos días de "vacaciones" (en realidad es el permiso que pidió a su jefe por la muerte de su madre) y decide ir a bañarse al mar. Se encuentra con Maria Cardona, antigua mecanógrafa de su oficina, por la que había sentido deseos en el pasado. La invita al cine y luego pasa la noche con ella. Habían transcurrido pocas horas del entierro de su madre. Sin embargo, no pareció importante. En cambio, a Maria le impresionó, aunque no hizo ningún comentario. Él, entendía que no era su culpa; ya se había disculpado con su patrón. Con ella no se disculparía.Llega el domingo, describe la gente que pasa por la calle, reflexiona acerca de lo que harán y donde irán y también expresa el aburrimiento que le provoca ese día. Pensó que ya era un domingo menos, que su madre estaba ahora enterrada, que volvería a su trabajo. Nada había cambiado. El vacío que vive es extremo. No hay ninguna expresión de sensibilidad en sus reflexiones. Todo en él acontece como en forma autómata, fría muy fría.

Capitulo III
Vuelve a su trabajo. Su patrón lo saluda por el luto y le pregunta por la edad de su madre. No la recuerda. Da una edad aproximada. Demuestra aquí un gran desamor por ella. Algo extraño, sus afectos no significan mucho, pero si el hacho de que la toalla que utiliza para secar sus manos, esté húmeda por la tarde. Sale a almorzar con un amigo, duerme un poco y luego regresa a la oficina. Al regresar a su casa, se encuentra con Salamano, un vecino viejo que tiene un perro sarnoso e enfermo de la piel. Describe la relación entre ambos. A continuación se encuentra con Raymond Sintes, un segundo vecino que lo invita a comer algo en su habitación. Raymond le cuenta una historia que ha vivido con una amante. Lo escucha pero casi sin interesarse por el relato. Por eso, cuando Raymond le pide consejo, le responde con oraciones breves y ante la propuesta de escribir la carta, responde afirmativamente de la misma forma que hubiera rechazado.
Le era indiferente hacerlo o no. No le molestaba. Una vez terminada, vuelve a su departamento y escucha gemir al perro del viejo Salamano. A Meursault le daba lo mismo ser su camarada que no serlo. Total imparcialidad.

Capitulo IV
Trabajó mucho toda la semana. Fue dos veces al cine con Emmanuel, el sábado va nuevamente a la playa y pasan la noche juntos. El domingo almuerzan juntos. Sienten una discusión en la habitación de Raymond. Allí le cuenta a Maria la historia del amante del vecino. Termina interviniendo la policía. Él, debe salir de testigo, afirma que le "da lo mismo" aunque no sabia que debía decir. Cuando regresan se encuentran con Salamano que había extraviado su viejo perro. Su consuelo hacia el vecino es muy técnico, solo hace mención a la actitud de la perrera. No es capaz de captar la soledad y el dolor de Salamano.
Capitulo V
Un día en el que recibió varias propuestas: Raymond lo invita a pasar el domingo en una cabaña en la paya de un amigo, cerca de Argel. El patrón le propone enviarlo a una oficina que instalará en Paris. Meursault expresa que le da igual. Ante la pregunta de su jefe si no le interesa un cambio de vida, responde que nunca se cambia de vida, que todas valían lo mismo. He aquí la absoluta indiferencia. Su jefe observa que jamás responde directamente que no tiene ambiciones. Por la tarde Maria le pregunta si quería casarse con ella. Nuevamente la respuesta es: "me da igual". No hay en él "sí" o "no". Pareciera que nada tiene sentido, nada le importa lo suficiente como para jugarse en una decisión personal única y responsable. Maria lo ama y se lo dice; él ciertamente no la quiere y lo dice. Para él, el matrimonio no es cosa seria. Pero si ella desea casarse él lo haría cuando ella lo disponga.Cena en el bar de Celeste, una extraña mujercita se sentó a su mesa, pidió la cena y extrajo una revista radiofónica en la que marco las emisiones. Esto le llamo la atención a Meursault. Por ello al salir ella, él como no tenia nada que hacer, salió también y la siguió. Termino por perderla entonces, volvió a su casa, encuentra a Salamano desolado por la perdida de su perro. Habla con él, lo escucha, se aburre pero como no tiene nada que hacer, ni sentía sueño, se queda con su vecino. No es el afecto ni la preocupación del otro lo que lo hacen quedar con Salamano. Sólo para poder dejar pasar las horas.
Capitulo VI
Llego el domingo. Raymond, Maria y él marchan hacia la cabaña de la playa de Masson. Al salir, enfrente había un grupo de árabes, entre ellos estaba el hermano de la joven a la que Raymond golpeo. Sin embargo, no les dieron importancia. Siguieron su camino. Se bañan, almuerzan y luego los tres hombres salen a caminar. Se cruzan con dos árabes, que vienen tras Raymond a vengar la paliza que le dio a su amante. Raymond es herido. Lo llevan a un medico. Nuevamente vuelve a salir con Meursault y se encuentra otra vez con los árabes Raymond saca un arma pero no la dispara. Meursault se la pide. Regresan, pero él no quiere encontrarse con las mujeres y decide seguir caminando. El sol le molestaba, el calor lo sofocaba. Encuentra al árabe que hirió a Raymond, le muestra su cuchillo y él dispara. Meursault comprende que destruyó el equilibrio del día. Por primera vez un domingo fue diferente para él. Había sido feliz. Disparo cuatro veces más sobre el cuerpo y reconoce que así llama a la puerta de la desgracia, ya que esto lo condenara seguramente.

Segunda Parte
Capitulo I
Es llevado a un juez de instrucción e interrogado. No había escogido abogado, ja que otra vez daba muestras de total indiferencia, por lo tanto le envían un letrado de oficio. El abogado decide ayudarlo, pero Meursault, absolutamente sincero le afirma que perdió la costumbre de interrogarse, de reflexionar. Su abogado le pregunta si sintió dolor el día del entierro de su madre. Los instructores saben de las muestras de insensibilidad de ese día y harán hincapié en ello el día del juicio. El abogado no logró convencerlo de decir que ese día había reprimido sus sentimientos naturales. Al poco tiempo, compadece nuevamente ante el juez. El juez buscaba el arrepentimiento de él, pero ni siquiera ante el crucifijo, se conmovió. Afirma no creer y más que culpable o arrepentido se confiesa aburrido. El juez resultaba ser una persona muy exaltada y preocupada por la pasividad de MeursaultLas visitas del juez continuaron, pero él no le prestaba atención, estaba cansado de contar siempre lo mismo.
Capitulo II
Maria lo visita por primera y única vez ya que se lo prohibían por no ser su mujer. Allí comienza a sentir que está prisionero.Aquí describe las sensaciones que siente en la prisión: la falta de una mujer, la prohibición de fumar, la falta de libertad. Reflexiona sobre el paso del tiempo estando encerrado. Por primera vez, algo parece importarle. Es el castigo, pero, confiesa no sentirse desgraciado. El único problema era matar el tiempo y para ello comenzó a recordar. Así terminó por no aburrirse. Confiesa que con las horas de sueño, los recuerdos, la lectura de una historia seca y la alternancia de la luz y la sombra discurrió el tiempo. Habían pasado cinco meses.
Capitulo III
Comienza su juicio. El abogado le informa que no es el más importante porque hay otro caso: homicidio (este caso ha atraído a muchos periodistas, Meursault hace referencia a el ambiente de desparpajo y normalidad que hay entre los periodistas.) Este último concentró la atención de los periodistas, por ello hay mucha gente. Al entrar al juzgado le da la sensación de estar en un club. Todos se conocen, se saludan; él se siente un intruso, pero está tranquilo. Hasta que escucha los nombres de los testigos: el director y el conserje del asilo, Raymond, Massou, Salamano, Maria. Comienza a ser interrogado por el fiscal que hace hincapié en el tema de la madre, porque la llevó al asilo. Luego toma testimonio al director y al conserje del asilo. Ambos hablaron de su negación a ver el cuerpo, que no lloró, que se fue inmediatamente después del entierro sin recogerse ante su tumba, ni siquiera sabía la edad de su madre. El fiscal ante estas respuestas experimentó una sensación de triunfo. Meursault se da cuenta de que las cosas no van resultando a su favor porque no solo se lo juzga por su crimen sino también por no haber sido un buen hijo. Maria, Massou, Raymond, testimoniaron destacando sus cualidades, pero el fiscal se mantuvo en la misma línea: para desacreditarlo ante el jurado.
Capitulo IV
Continúa el Juicio. El protagonista siente que se habla más de él que de su crimen. Se realizan los alegatos del fiscal y el abogado defensor. El fiscal insiste en que jamás lamentó haber asesinado al árabe. Meursault piensa que él jamás lamentó nada verdaderamente. Cuando el presidente del tribunal le pregunta si desea decir algo, expresa que no tuvo intención de matar al árabe, que todo fue por causa del sol. Todos rieron en la sala. El alegato del abogado defensor fue menos efusivo. El tribunal se retira de la sala. Delibera. Regresa y se da la sentencia: culpable de asesinato. Sería decapitado en una plaza pública y en nombre del pueblo francés.
Capitulo V
Por tercera vez se niega a recibir al capellán, no tiene deseos de hablar. Tan solo piensa en las posibilidades que se le presentan para volver a la libertad, pero se centra sobre todo en dos cosas: el alba y su petición de indulto. Paso sus noches esperando esa alba en la que lo ejecutarían. Cuando el amanecer pasaba y seguía vivo, reflexionaba sobre el indulto. Deseaba obtenerlo pero también se imaginaba que la petición era rechazada y todo volvía a comenzar. Finalmente el capellán entra en su celda e intenta explicarle porque necesita el consuelo de Dios. Él, sigue firme en su incredulidad y sostiene que todos estamos condenados a muerte, por lo que ese consuelo no tiene sentido, llega a molestarse mucho y a tomar al sacerdote por el cuello. Intervienen los guardias. El capellán lloró por él. Meursault recuperó la calma cuando éste se fue. Agotado, se durmió. En el límite de la noche, las sirenas sonaron. Anunciaban su ejecución. Por primera vez, pensó en su mamá y se abrió "a la tierra indiferencia del mundo". Deseaba la presencia de muchos espectadores que lo acogieran con gritos de odio.
"Me sorprendió el final de la novela, sinceramente cuando acabe el último párrafo no podía creer que acabara así, me dejo con más intriga que antes sobre la actitud del protagonista, esta misma intriga me hizo pensar sobre la historia aún más. Creo que Camus hizo esto para intentar hacer pensar al lector, para que así siguiera preguntándose el valor de la vida y siguiera enamorado de la actitud de Meursault"
Conclusión
En la primera parte, bueno al menos así lo propongo yo, se describe a Meursault como un personaje apático, indiferente de la vida, como desconectado del mundo, este obrar de Meursault es lo que Camus establece como la "sensibilidad absurda" (El mito de Sisifo), es la "vida inauténtica" al decir de Heidegger (Sein und Zeit) en donde las personas viven para ocultar su verdadero ser, que es, ni mas ni menos que el hombre "es-un-ser-para-la-muerte".Explicándolo de otro modo, estamos destinados a morir, pero esta realidad, el camino hacia la muerte o sea la nada, nos genera una angustia gigantesca que tratamos de todos modos de evadirnos de ella. Es por ello que Meursault tiene este comportamiento indiferente, no esta enterado, en esta primera parte, de su verdadero ser, tiene una vida inauténtica, es un verdadero extranjero de su propio ser. Meursault, no se pregunta por que vivir, solo vive y con esta actitud frente a la vida se evade de su propio ser.Esta preso de la vida inauténtica.La segunda parte seria una especie de salto hacia él "ser autentico", es la liberación, es el reencuentro con su ser, este punto es central en la obra, Meursault se topa con la primera certeza en su vida, que va ha morir ejecutado, después de un juicio, por haber dado muerte a un hombre, cuando toma al sacerdote por el cuello, si mal no recuerdo, se produce una rebelión en el, descubre su ser, su verdadero y autentico ser, sabe que es un hombre destinado a la muerte y la aceptación de ella lo hace libre, y es por primera ves en su vida un hombre libre y dueño de su vida, es tan libre que ni siquiera el temor a morir ejecutado lo amedrenta, es mas bien su salvación, su verdadera liberación de aquella vida indiferente hacia las cosas y evasiva de si mismo, a partir de ahora Meursault se hace dueño de su vida, recobra su humanidad, aunque ya no le quede mas tiempo en este mundo. Albert Camus toma al nihilismo, como razón del ser (bueno todos los pensadores existencialistas lo han hecho) y lo plasma en la esta novela de manera brillante. Como tal se entiende la decisión del protagonista de rechazar la visita del capellán, ya que tomando el nihilismo como actitud hacía la vida por parte del autor no puede aceptar la existencia de una "ley superior" que determine nuestra vida.




Autor:
Rafael López Franco


domingo, 1 de febrero de 2015

Rojo y Negro. Novela.


Por Miguel de Loyola

Rojo y negro, de Stendhal (seudónimo de Henri Beyle), es una obra clásica de la literatura francesa del siglo XIX. Un libro imperdible para los amantes del género novelesco.

La novela recrea morosamente la vida de Julián Sorel. Personaje singular, de ascendencia modesta, hijo de un aserrador, pero dotado de prodigiosas facultades mentales para retener y repetir capítulos completos de la biblia o de cualquier otro libro de importancia. Esta singularidad -genial ironía por parte del autor- le permite a  Julián Sorel ascender por la escala social de la Francia de su época, comenzando en calidad de preceptor de los hijos del alcalde de la pequeña ciudad de Verrieres, en el Franco Condado, gracias a su amistad con el cura Chelán, párroco de la localidad.

La novela recrea y cuestiona la composición social de la época descrita, registrando un valioso repertorio de posiciones morales, políticas, religiosas y amorosas de una nación todavía en pleno esplendor y desarrollo, afianzada en el poder de la llamada diosa razón. El contrapunto, serán las sorprendentes conquistas amorosas alcanzadas por Julián Sorel desde su modesta condición de preceptor, donde no será la razón, precisamente, el vehículo para alcanzarlas, sino lo contrario, el poderío de los instintos, capaz de imponerse –en esos tiempos y en cualquier otro- en las almas jóvenes muy por encima de la cordura, las cadenas morales  y religiosas.  

Hay en la obra una abierta manipulación del personaje por parte del autor, para examinar y cuestionar a través suyo la Francia inmediatamente posterior a la caída de Napoleón, donde –parece decirnos entrelíneas el autor- nada ha cambiado respecto a las ideas monárquicas combatidas a cuchillo durante la revolución. Sigue predominando en el Imperio el privilegio de clases, el nepotismo ayer castigado con la guillotina, el insaciable afán de poder y de títulos nobiliarios por parte de la nobleza. Persiste todavía la pleitesía al soberano, recuérdese la visita del rey a Verrieres, la recreación acabada y minuciosa de los preparativos ante la inminencia de su llegada, las intrigas y envidias por participar en dicho acontecimiento.

El perfil del protagonista, Julián Sorel, si bien por momentos resulta contradictorio, dada su extremada indiferencia frente a ciertos asuntos amorosos, termina por acotar claramente el espíritu de una época, marcada por la lucha entre la cordura y la locura desatada por los instintos. Julián Sorel, la señora de Renal y la joven Matilde,  sucumbirán a la pasión, echando por tierra todos los preceptos que el sentido común de su época impone a las personas pertenecientes a su clase, y que tan bien representan los personajes de su entorno. A la señora de Renal de nada le servirán sus plegarias y creencias religiosas, a Matilde tampoco la salvará el orgullo de clase que le impedía reconocer sus sentimientos ante un hombre de baja alcurnia, y Julián Sorel terminará también arrepentido por haber ocultado la verdadera fuerza de su espíritu en los momentos más importantes.

La historia, que en principio busca recrear las virtudes mentales y espirituales del protagonista, termina en una novela de amor alambicada y dramática de trágicas consecuencias, ilustrando una vez más el mayor conflicto humano, social y político: la lucha interna entre la razón y los instintos. De esta manera, Rojo y negro se abre paso en la búsqueda y reconocimiento del inconsciente, anticipando lo que Freud desarrollará algunas décadas más adelante, enseñando y recreando las grandes contradicciones que habitan en el alma humana.

Las conexiones que se pueden establecer a partir de esta obra con otras de la literatura universal son muchas. Sin embargo, cabe detenerse en El extranjero de Albert Camus, cuyo final en muchos aspectos resulta sorprendentemente semejante. Un hombre que pierde la razón a fuerza de ser razonable y se pierde en aquel laberinto racional que desemboca inevitablemente en la locura. Julian Sorel pierde la noción de realidad lo mismo que el protagonista de El extranjero, y rechaza las imposiciones morales impuestas por el llamado inconsciente colectivo. Normas que vienen a ordenar el caos natural y propio de los instintos, y las cuales constituirán las bases más sólidas del creciente imperio Francés. Indudablemente, en Chile la novela es comparable con nuestro Martín Rivas, del célebre escritor chileno Alberto Blest Gana, un paralelo con dicha obra, merece capítulo aparte. Están allí claramente marcados los estereotipos y sus semejanzas.

Otro aspecto notable en esta obra es la mirada crítica del autor a los asuntos de la Iglesia Católica. Julián Sorel estará siempre apadrinado por prelados eclesiásticos, partiendo por el párroco Chélan, su gran amigo y confesor de la infancia y juventud. La facultad de recitar pasajes completos de la Biblia en latín, le otorga empatía absoluta ante los representantes de la iglesia, quienes verán dichas facultades como arma inmejorable para servir a la Iglesia. De hecho, la primera intención del protagonista será hacerse cura, pasando por el prestigioso Seminario donde conocerá al abate Pinard, quien terminará siendo un apoyo fundamental en su ascenso social..

La obra cuestiona la posición de la iglesia, su poder económico y sus influencias sociales que permiten a los eclesiásticos alcanzar una posición sólida y confortable.  Se da a entender muy claramente que se trata entonces de una carrera que lejos de constituirse en una cuestión espiritual, termina siendo un camino para enriquecerse y establecerse socialmente, pasando a formar parte de la clase alta, de acuerdo, se entiende, del rango alcanzado dentro de los escalones militares de la iglesia.



Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Sin fecha.

viernes, 30 de enero de 2015

El escritor que fumaba para buscar adjetivos.

El escritor que fumaba para buscar adjetivos

"Madame Bovary", Alejo Carpentier, Azorín, Elias Canetti, Gustave Flaubert, Guy de Maupassant, Isaak Babel, Jorge Luis Borges, Josep Pla, Jules Renard, Julio Cortázar, Marcel Proust, Mario Vargas Llosa, Paul Valéry, Pío Baroja, Stendhal
Si en el célebre tango Fumando espero, Carlos Gardel decía que fumaba mientras esperaba a la que más quería “tras los cristales de alegres ventanales”, el escritor Josep Pla, mucho más estoico, dijo en una ocasión que fumaba para buscar adjetivos. Aprovechaba el momento en que liaba el cigarrillo para darle vueltas al adjetivo que le rondaba por la imaginación. Éste era uno de los momentos más difíciles de su labor creadora, en el que tenía que elegir el epíteto apropiado, después de haber descartado a otros candidatos.


Pla pensaba que el escritor está sometido a la continua presión de tener que decidir. Para ello recordaba la frase que le dijo Stendhal a su amigo Prosper Mérimée: escribir es tirar, es decir, acertar con el adjetivo apropiado. El autor de Rojo y negro se esforzó siempre por mostrarse seco en los momentos en que escribía o dictaba. Su divisa era la claridad. “Con frecuencia, reflexiono un cuarto de hora para colocar un adjetivo antes o después de un sustantivo”.

Josep Pla fumando un cigarrillo

Josep Pla fumando un cigarrillo

Adjetivar las cosas  es el gran problema de la literatura, según Pla, porque en un texto la forma es lo único que perdura. No se puede añadir un adjetivo a un sustantivo “al buen tuntún, a tontas y a locas, frívolamente”, añadía Pla, quien confesaba haber sido tolerante  con las cosas de la vida menos con  la adjetivación. Aconsejaba que el adjetivo nunca fuese excesivamente vulgar –“en este punto el lenguaje del pueblo es fuente de muchos errores”- ni excesivamente erudito y difícil de comprender. Tiene que ser “preciso, inteligible y claro y, a ser posible, gracioso”, después de haber observado y meditado previamente. Azorín opinaba lo mismo: “La literatura está en el adjetivo”.

Azorín

Azorín

A estos autores les preocupaba que, al desmenuzar una impresión, acertasen en el momento de elegir sus propiedades –ese momento crucial que Pla dedicaba a liar un pitillo-, no dejándose engatusar por la facilidad a que se presta la inexactitud. Se comprende que el escritor catalán reprochase a Pío Baroja, recurriendo a un símil más peludo que suave, su costumbre de ensartar adjetivos “como un burro soltando pedos”.

El adjetivo distingue, selecciona y, en cierto modo, ordena, porque todo intento humano por definir con la máxima precisión lo que percibe por los sentidos implica una voluntad de orden, aunque sea precario, frente al caos de la naturaleza y de la vida. Es un camino que va de lo general a lo particular, de lo difuso a lo concreto, de lo masivo e informal a lo individual y definido, de la indiscriminación irresponsable a la discriminación comprometedora.

Más aún, adjetivar constituye un ejercicio de rigor análogo al que requiere un experimento científico. Si la ciencia se rige por leyes, el adjetivo, por sensaciones y su plasmación material: la palabra. Pero adjetivar con precisión no significa yuxtaponer muchos epítetos a un sustantivo sino aquél que englobe el máximo número de ellos. Antes de añadir un segundo adjetivo conviene estudiar la posibilidad de que sea absorbido por el primero. Un escritor manifiesta más generosidad y amplitud de miras podando adjetivos que plantándolos.

Pió Baroja

Pío Baroja

Aparentemente el adjetivo enriquece el conocimiento de la realidad y al mismo tiempo la delimita. Sabemos más de una cosa a la que acompaña algún epíteto. Es como si estuviese más completa y gozase también de más vida. Gracias al adjetivo no sólo está, también es. Se sobreentiende que quien adjetiva la conoce por experiencia. Calificar con propiedad supone aproximarse al objeto que se intenta describir, observarlo durante cierto tiempo, sin prisas, y recordarlo cuando nos alejemos de él para desentrañarlo -el adjetivo se oculta en las entrañas del objeto- desde la distancia que imprime la memoria.

Una de las dificultades que plantea adjetivar objetos a los que seguramente se ha adjetivado anteriormente con profusión es que el escritor tiene que observarlos de tal manera que descubra en ellos atributos diferentes de las que percibieron otros antes que él.

Aunque, como sostenían Stendhal, Pla, Azorín y otros escritores, adjetivar con propiedad es una cuestión decisiva en la composición literaria, el problema radica en la debilidad que muchos autores sienten por el adjetivo, en el uso excesivo e indiscriminado que hacen de él. Quizá por ello habría que darle la vuelta al planteamiento de Pla y ver si el desafío para el escritor no residirá más bien en hallar la forma de abstenerse en la medida de lo posible del uso de los adjetivos. “El temor al adjetivo es el comienzo del estilo”, sentenció Paul Valéry.

Retrato de Stendhal

Retrato de Stendhal

De hecho, el adjetivo es la tentación del escritor que tiene que estar reprimiendo constantemente. Los más prudentes prefieren prescindir de ellos, aunque sólo sea por precaución. Más vale una descripción sumaria que una cargada de adjetivos. Como, a falta de cigarrillos que liar, éstos suelen escribirse en caliente, conviene dejarlos que se enfríen. Quizá sólo entonces el escritor se percate de su inutilidad. Después de suprimirlos se sentirá como si se hubiera quitado un peso de encima. La satisfacción que le deparó haberlos encontrado se revelará también falsa.

El abuso del adjetivo suele ser propio del autor con poco oficio y normalmente joven que, a falta de cosas significativas que contar, se arroja a la charca de los epítetos, envolviendo con éstos a los sustantivos, hasta asfixiarlos. Seguramente cree que decorando un texto con la bisutería de adjetivos se muestra más escritor que quienes no escriben, o sea, sus lectores, y más original que los que han escrito antes que él.  Para estos autores bisoños el adjetivo es como la huella de identidad de su estilo que tienen que dejar impresa repetidamente.

Los pinitos del poeta adolescente suelen manifestarse en el uso y abuso de adjetivos, mejor si son extravagantes y sonoros. A algunos suele durarles bastantes años este sarpullido de la adolescencia literaria y se empeñan en cultivar adjetivos como granos púberes, aunque hace tiempo que éstos hayan desaparecido de sus caras.

Fotografía de Prosper Mérimée (1803-1870)

Fotografía de Prosper Mérimée (1803-1870)

El escritor prolífico en adjetivos se equivoca si piensa que con esta táctica, similar a la del pulpo cuando arroja la tinta para confundir al enemigo, seducirá al lector, como si éste fuera lo bastante cegato para no reparar en el vacío de los hechos y de ideas que planea sobre el texto plagado de epítetos. Al contrario, lo único que conseguirá es aburrirlo abrumándolo con esa niebla artificial que, entre otras molestias, le hurta la posibilidad de imaginar. Porque una descripción limpia de adjetivos despertará antes la imaginación del lector que otra saturada de ellos y que no reserva al lector margen alguno para completar el relato. Cuantos más adjetivos se ahorra un escritor, más espacio reserva al lector para que imagine.

Los adjetivos aspiran a dejar huella. Otra cuestión es que ésta perdure. Aunque pueden dar vida a un texto, también pueden acelerar su envejecimiento. El falso placer que deparan, ¿se deberá a su caducidad? El verdadero lo producen los adjetivos duraderos, pero entonces quien así los percibe no es quien los escribió, sino el lector, que valora su consistencia. Lo cierto es que son pocos los escritores que, haciendo un uso abundante del adjetivo, han logrado que su obra perdure. Norman Mailer observó que sólo un puñado de best-sellers se libran de una inflación de adjetivos, una práctica que achacaba a que cuando un escritor no puede encontrar el matiz de una experiencia,tiende a recargarla de adjetivos, diciéndole al lector lo que debe pensar.

Retrato anónimo de Flaubert siendo niño

Retrato anónimo de Flaubert siendo niño

Quizá el movimiento literario más proclive al abuso del adjetivo haya sido el Romanticismo, para el cual la estética desplegada por el autor –su bisutería verbal- terminaba por hacer sombra al asunto de la obra. Este tipo de literatura, que tiene la fea costumbre de nacer muerta, da por sentado que el lector participará también del interés del autor por semejante estética.

Hasta los más grandes pasaron en su primera juventud por el sarpullido de los adjetivos. Gustave Flaubert apenas tenía veinte años cuando escribió su novelita Noviembre, abarrotada de adjetivos y de convenciones románticas. Nunca autorizó su publicación. Tuvieron que transcurrir quince años más para que publicara Madame Bovary, un modelo de contención y de elipsis. Por entonces se había formado una opinión sólida de la escritura. En una carta a su amante Louise Colet, también escritora, le confesaba que:

“todo el talento de escribir no consiste, después de todo, más que en la elección de las palabras. La precisión es la que hace la fuerza. En estilo es como en música: lo más hermoso y lo más raro que hay es la pureza del sonido”.

Guy de Maupasannt fotografiado por Nadar

Guy de Maupassant fotografiado por Nadar en 1888

Probablemente como consecuencia de los estragos causados en la literatura por la fiebre de adjetivos que se apoderó de muchos escritores románticos, con especial incidencia en los adscritos al género decadentista de finales del siglo XIX, surgió con fuerza una corriente en sentido contrario. Así fue como se dio un salto del estilo florido al seco; del exhibicionismo del yo a la mesura del relato impersonal; de la descripción prolija de sensaciones al relato de los hechos en una prosa concisa, despojada de epítetos. La consigna era suprimir y desecar; hacer literatura sin que lo pareciese.

Pero los extremos tampoco duran mucho. Ni tanto ni tan calvo. Cumplida la penitencia por el exceso, el término medio recuperó su espacio natural. Es aquí donde hay que ubicar la propuesta de Pla y Azorín: dosificar los adjetivos después de una selección meditada.

Los consejos de los maestros apuntan hacia la austeridad. Guy de Maupassant, que se jactaba de ser discípulo de Flaubert, comentó que para cualquier cosa que queramos decir “existe una sola palabra para expresarlo, un verbo para animarlo y un adjetivo para calificarlo”. Por ello el escritor debe buscar hasta dar con esa palabra, ese verbo y ese adjetivo, y “no contentarse nunca con algo aproximado, no recurrir jamás a supercherías, aunque sean afortunadas, ni a equilibrios lingüísticos para evitar la dificultad”.

Joseph Joubert (1754-1824)

Joseph Joubert (1754-1824)

El maestro de la brevedad, Jules Renard, quien, por cierto, se definía como “un Maupassant de bolsillo”, anotó en su Diario que la palabra “cielo” dice más que “cielo azul”. “El epíteto cae por su propio peso, como una hoja muerta”.

Otro apóstol de la elipsis, y también compatriota de Renard, el moralista Joseph Joubert, preconizaba un estilo “seco y politécnico”, en el que la clave estriba en “saber emplear las palabras y saber prescindir de ellas”. Decía sentirse atormentado “por la maldita ambición de resumir siempre un libro en una página, toda una página en una frase, y esta frase en una palabra”. Voltaire alegaba en contra de los adjetivos que debilitaban a los sustantivos.

Azorín aconsejaba no cargar con dos adjetivos si un sustantivo precisa de uno, porque el emparejamiento de aquellos “indica esterilidad de pensamiento”. Mucho más tajante, Borges recomendaba usarlos lo menos posible, y si no se usaban en absoluto, mejor. Julio Cortázar reconocía estar en deuda con él por el rigor que mostraba en el uso de las palabras. Al leerlo, lo primero que le sorprendió fue “una impresión de sequedad”:

Julio Cortázar

Julio Cortázar

“Yo me preguntaba: ¿Qué pasa aquí? Esto está admirablemente dicho, pero parecería que más que una adición de cosas se trata de una continua sustracción. Y, efectivamente, me di cuenta de que Borges, si podía no poner ningún adjetivo y al mismo tiempo calificar lo que quería, lo iba a hacer. O, en todo caso, iba a poner un adjetivo, el único, pero no iba a caer en ese tipo de enumeración que lleva fácilmente al floripondio”.

Para Cortázar, el autor de El Aleph dio una lección de escritura “más que en materia de temas, de contenidos o de mecánicas”, o sea, la actitud de un hombre que, frente a cada frase, “ha pensado cuidadosamente no qué adjetivo ponía, sino qué adjetivo sacaba, cayendo después en cierto exceso que era el de poner un único adjetivo de tal manera que usted se caiga un poco de espaldas. Lo que a veces puede ser un defecto”.

El escritor cubano Alejo Carpentier definió los adjetivos con una metáfora perfecta: “las arrugas del estilo”. Decía que “cuando se inscriben en la poesía, en la prosa, de modo natural, regresan a su universal depósito sin haber dejado mayores huellas en una página”. Pero cuando “se les confiere una importancia particular, cuando se les otorga dignidades y categorías, se hacen arrugas, arrugas que se ahondan cada vez más, hasta hacerse surcos anunciadores de decrepitud para el estilo que los carga”.

Alejo Carpentier

Alejo Carpentier

Carpentier añadía que, por instinto, quienes elaboran una materia verbal destinada a perdurar, desconfían del adjetivo, “porque cada época tiene sus adjetivos perecederos, como tiene sus modas, sus faldas largas o cortas, sus chistes o leontinas”. También recordaba que los grandes estilos se caracterizan “por una suma parquedad en el uso del adjetivo” y cuando se valen de él se limitan a

“adjetivos más concretos, simples, directos, definidores de calidad, consistencia, estado, materia y ánimo, tan preferidos por quienes redactaron la Biblia, como por quien escribió el Quijote”.

Isaak Bábel, uno de los cuentistas rusos más brillantes del siglo XX, confesaba que, con respecto a los adjetivos, era “la historia de mi vida”. “Si alguna vez escribo mi autobiografía, la llamaré La historia de un adjetivo“, dijo en una entrevista que le hicieron en 1937 pero publicada  en 1964, veinticuatro años después de su asesinato por el régimen de Stalin.

Cuando era joven, Bábel pensaba que todo lo suntuoso debía ser transmitido por medios suntuosos. Hasta que rectificó. Su empeño en decirlo todo en doce páginas le empujó a restringirse en el uso de las palabras, espigando aquellas que “fueran en primer lugar significativas, en segundo lugar sencillas y en tercer lugar hermosas”.

Isaac Babel en 1933. Foto:  Georgii Petrusov

Isaak Bábel en 1933. Foto: Georgii Petrusov

Elias Canetti desconfiaba de los adjetivos porque “albergan sentimientos”. De ahí que a continuación añadiese en el mismo aforismo: “Siempre que le asaltan los adjetivos, se vuelve ridículo”. Canetti se propuso no sucumbir nunca a los adjetivos, “ni siquiera a los triples”. Hasta imaginó a un escritor que durante un año “no utilizó un solo adjetivo”, siendo eso un motivo de “orgullo y proeza”.

Pero el más radical de todos ellos fue el catedrático de la Universidad de Harvard Raimón Lira, de quien su antiguo alumno Mario Vargas Llosa recuerda que la primera frase que decía en sus clases era que los adjetivos “se han hecho para no usarlos”.

Mario Vargas Llosa

Mario Vargas Llosa

Sin embargo, adjetivar las cosas es lo que quizá se aproxima a un lenguaje propio y menos dependiente del lenguaje “corriente”. Adjetivar con gracia e ingenio, ciñéndose a las cualidades observables del objeto adjetivado, exige observarlo atentamente, eligiendo con esmero el término adecuado -para lo cual hay que conocer la propia lengua-, y prescindiendo de los adjetivos heredados por otros que también observaron ese objeto con los ojos de su tiempo y de su circunstancia. Por eso, en un régimen de relaciones dominado por el apresuramiento y el parloteo, se carece de adjetivos y, finalmente, se pierde la facultad no ya para adjetivar la realidad sino para observarla con una elemental atención.

El positivismo característico de la sociedad de masas ha relegado al adjetivo pero porque las características de éste chocan con la tendencia uniformadora de aquélla. Así que cuando se pretende recurrir al adjetivo no sabe y, por simple inexperiencia, tiene que rebuscar en el cajón de adjetivos tópicos y falsos que proliferan en el lenguaje público y que consumen las masas de lectores de periódicos o telespectadores. Al mismo tiempo que se atrofia la habilidad para adjetivar, se deteriora el espíritu de observación que compromete al individuo con las sensaciones y su percepción de las cosas.

https://enlenguapropia.wordpress.com/2014/04/01/el-escritor-que-fumaba-

jueves, 29 de enero de 2015

La visión del hombre en la obra de Carlos Fuentes* Eugenio Núñez Ang.


La visión del hombre en la obra de Carlos Fuentes*
Eugenio Núñez Ang

Los personajes son, como el vaso en el poema de Gorostiza,
forma transparente, molde pasajero del agua verbal que apenas
dicha, derramada, se convierte en palabras escritas: nadie
sabe cuánto dice, cuánto evoca, cuánto escribe al hablar:
una palabra dicha -dicha de la palabra- libera una constelación
de palabras, de cifras, de ayuntamientos verbales nuevos
y antiguos, latentes, premonitorios u olvidados.
Cervantes o la crítica de la lectura
Carlos Fuentes

La obra de Carlos Fuentes, indudablemente contemporánea desde el punto de vista de las estructuras, el estilo, el manejo de los recursos técnicos que definen la literatura del siglo veinte, es también una demostración de dominio sobre los temas más tradicionales de la literatura latinoamericana, que se inserta en la producción literaria de todos los tiempos y todas las latitudes. A través de estos temas, estructuras, técnicas aflorará una concepción de lo humano, de los hombres y las mujeres que retrata. El hombre, como lo establece Octavio Paz, son los hombres y la caleidoscópica representación de los personajes creados por Fuentes nos permite darnos buena cuenta de la complejidad inextricable del ser humano, de sus quehaceres, de sus circunstancias, de su personalidad y de las sociedades en las que se inserta.

Carlos Fuentes, escritor de nacionalidad mexicana, nació en Panamá el 11 de noviembre de 1928. Este hecho circunstancial se debió a que su padre, D. Rafael Fuentes Boettiger, se desempeñaba en ese momento como Encargado de Negocios de México en la capital panameña. Debido al desempeño dentro del Servicio Exterior Mexicano, la familia de Carlos Fuentes se trasladará frecuentemente de una ciudad a otra, por tanto sus estudios los realizará en Estados Unidos, México, Montevideo, Buenos Aires, Santiago de Chile, Río de Janeiro, México y Ginebra. En 1948, en la Universidad Nacional Autónoma de México, iniciará sus estudios de Jurisprudencia. Su obra es muy amplia y abarca relatos, novelas, ensayos y obras de teatro. Ha sido delegado de México ante los organismos internacionales con sede en Ginebra y embajador en Francia. Ha recibido numerosos premios literarios entre los que destacan el Nacional de Literatura de México, en 1984; el Cervantes, en 1987, y el Príncipe de Asturias de las Letras en 1994. Ha sido condecorado con la Legión de Honor francesa en 1992.

Desde sus inicios como escritor, Carlos Fuentes se ha caracterizado por mover conciencias y azuzar a la opinión pública. Sus escritos y sus participaciones públicas son francas provocaciones para repensar el aquí y ahora bajo ópticas cuestionadoras. En uno de sus primeros artículos, encabezado con el título “¿Pero usted no sabe lo que es Basfumismo?”, publicado en la revista Hoy del 29 de septiembre de 1949, Fuentes señala las bases teórico-filosóficas de la sociedad, con especial hincapié en el rechazo del optimismo, del tiempo lineal y con una propuesta de retorno a la exploración de la interioridad humana como matriz real del universo:

... para SER, el hombre debe asesinar al Tiempo... El hombre actual vive, no para él, sino para su proyección en el futuro. No existe el hombre. Existe SU participación en el Tiempo... Y así nunca trascenderá el Hombre al Hombre, sino al vacío. El Tiempo debe detenerse, el Hombre debe salir del océano asfixiante de relojes suizos en el cual diluye su promesa. Al perder al Tiempo el Hombre encontrará al Hombre (Fuentes, 1949: 24).

A lo largo de su obra, Fuentes conservará buena parte de estas ideas expresadas en su juventud. En su obra narrativa, como una exigencia para caracterizar la estructura interna de la novela en una relación orgánica de la forma y el fondo, la multiplicidad de lenguajes nos remite a un discurso impersonal y, a la vez, multipersonal, de obra abierta que implica una arquitecturación de los elementos contenidos en cada uno de los núcleos y subnúcleos estructurantes. Así la trama ya no se constituye en una simple imitación o copia fotográfica de la vida: los acontecimientos se suceden en un cierto orden en relación con la problemática dada. Por ejemplo, el orden de los episodios carece de lógica en el tiempo y en el espacio, puesto que una realidad superficial implica otra realidad profunda. Cada personaje con su propia voz nos conduce a su particular existencia, pero a la vez a la del grupo social al que pertenece. Los extensos monólogos de Catalina o de Artemio en La muerte de Artemio Cruz o de Asunción en Las buenas conciencias o los de Federico Robles o Ixca Cienfuegos en La región más transparente, muestran un derrumbamiento de planos donde se renuncia a una cronología de los hechos para presentar simultáneamente vidas distintas o momentos distintos de la misma vida. Para ello, Fuentes aprovecha un punto de vista móvil o variable e imprevisible, va de un cambio de persona narrativa, de sujeto, a persona narrada, objeto, de un personaje central a uno periférico o a un omnisciente o a un ubicuo. Así cualquier recurso es válido para descubrir la conducta humana: los personajes carecen de identidad concreta, rasgo típico de la novela contemporánea es la ausencia de caracteres tipificados, el resultado son personajes más elaborados, más confusos y complejos. Los personajes son representaciones de la realidad humana en toda su complejidad, en toda la gama de personalidades. Fuentes, como muchos de los autores contemporáneos más representativos, nos entrega personajes no sólo perimetrales, vistos desde sus conductas externas sino que también penetramos mediante finísima autopsia a conductas cerradas e imprevisibles aun hasta para el mismo personaje: sus monólogos internos, sus sueños, sus deseos inconscientes, requieren de muchos lenguajes porque para Fuentes el hombre, los hombres, son su lenguaje, sus lenguajes. El estrato de significaciones apela a la ecuación autor-realidad representada- lector in mente para abrirnos a esa imagen del mundo que nos da una caleidoscópica visión del ser humano, capturado, analizado o revisado desde diversos ángulos posibles como en un juego de espejos que multiplican un instante sin asidero real y concreto, como una propuesta existencialista donde el ser y el parecer se conjugan en la angustia de vivir.

Todos estos recursos de articulación han motivado la idea de la muerte de la novela. Pero para Fuentes “lo que ha muerto no es la novela, sino precisamente la forma burguesa de la novela y su término de referencia, el realismo que supone un estilo descriptivo y sicológico de observar a individuos en relaciones personales y sociales” (Fuentes, 1969: 17).

Carlos Fuentes adoptará las técnicas de renovación literaria como el fluir de la conciencia, el monólogo interior, el collage, la técnica cinematográfica, elementos del realismo mágico, diferentes lenguas extranjeras (francés, inglés, alemán, latín, etc.) y la nacional en sus diferentes voces y modalidades (los lenguajes coloquiales de diferentes estratos, slangs o lenguas de clase, como el caifanesco, el espanglés, el especializado y hasta de la propia invención de autor o de los personajes que han sido liberados de la tutela autoral para dejarlos manifestarse por ellos mismos...). Fuentes desarrolla de esta manera los temas que han preocupado a autores de nuestro tiempo. Sus personajes son el vehículo para enfrentar al lector a su realidad circundante.

Si Comala, Macondo, Yoknaptthawpa, Santa María son lugares míticos para nombrar el mundo, el Distrito Federal, Guanajuato o Cholula son igualmente Praga, Venecia, Aix-en-Provence, Manaos, Hamburgo, Weimar: las pasiones humanas son iguales o semejantes, los mismos colores, las mismas tesituras, las mismas histerias, los mismos goces, el hombre es los hombres, nada más cambian los nombres, las circunstancias, los tiempos, los lugares, las lenguas para decirlo. Como Ixca Cienfuegos otros igualmente repetirán “Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer...” Octavio Paz nos dice que Fuentes es un

“escritor apasionado y exagerado, ser extremoso y extremista, habitado por muchas contradicciones, espíritu exaltado en el introvertido país del medio tono y los chingaquedito, paradójico en la república de los lugares comunes, irreverente en una nación que ha convertido su historia trágica y maravillosa en un sermón laico y que ha hecho de sus héroes vivos una asamblea de estatuas de yeso y cemento” (Paz, 1972: 8).

Una posible imagen de Fuentes es la de un luchador, la de un francotirador animado por una fuerte voluntad de renovar la literatura y, en consecuencia, el mundo. Parecería, por los mundos narrados, una visión pesimista; sin embargo y a pesar de los contradictorios retratos expuestos en su obra, adivinamos en él una postura optimista, solidaria. Sus creaturas cubrirán un extenso mural en el que la naturaleza humana se representará en sus múltiples formas, en la búsqueda de una identidad nacional pero realmente en una búsqueda dentro de una trascendencia planetaria. Las reconocidas y visibles influencias en la obra de Fuentes abarcan autores de diversa índole: John Dos Passos, James Joyce, Aldous Huxley, William Faulkner, Marcel Proust, demasiado notables pero que gracias a la preocupación por lo mexicano se universalizan, Fuentes sienta carta de ciudadanía universal en la denuncia, la ferocidad creativa y el uso de recursos, técnicas, teorías literarias contemporáneas, colocándose en un nivel bastante aceptable de lo que se estaba haciendo y se hace en el mundo entero. La literatura de Fuentes evoluciona con la propia evolución de la literatura.

En La región más transparente, Fuentes nos describe una gran ciudad: México. Rosario Castellanos señala que en esta novela:

...se proponen dos posibilidades para definir a México y a lo mexicano. Una que encarna Ixca Cienfuegos y que pretende una vuelta al origen, un renacimiento de los ídolos prehispánicos, una purificación de los enormes pecados de nuestra historia a través del sacrificio humano... y otra la que propone Zamacona: ‘un hombre nutrido de cultura occidental, heredero de las tradiciones europeas, quien traza la ruta del país arrojando por la borda el peso muerto de la arqueología, de los inoperantes e inasimilables civilizaciones prehispánicas, para incorporar a México al vasto movimiento mundial de desarrollo, apoyado en la técnica, en la planificación, en el ejercicio de los atributos intelectuales... (Castellanos, 1984: 121-122).

Pero además, a través de sus diversos protagonistas encontramos las múltiples caras de la ciudad: Federico Robles, el plutócrata de origen campesino que se enriqueció gracias a la revolución; Norma, hija de un comerciante refugiado español, que se casó con Robles para obtener la posición social que deseaba; la familia Ovando, aristócratas venidos a menos durante el movimiento de 1910; Rodrigo Pola, un estudiante pobre lleno de ambiciones que termina cediendo a los imperativos de una sociedad castrante; Ixca Cienfuegos y Manuel Zamacona, las dos caras de una ciudad poblada por seres tan disímbolos y tan semejantes como los Régules, los Pola, los Robles, los Ovando, Charlotte, Bobó, Natasha, Casseau por un lado y por el otro los miembros más humildes de la sociedad: braceros, taxistas, sirvientas, postitutas baratas. Todos ellos seres que padecen o se divierten, seres enajenados envueltos en la madeja de una ciudad que los crea y los destruye; seres que entrecruzan sus destinos sin advertilo porque ellos mismos son seres en búsqueda de un rostro en una muchedumbre que se niega a sí misma ocultándose tras de una, de mil máscaras.

En Terra Nostra, los personajes purgan las penas de la tierra: descubren la identidad de la frustración y enloquecen. México queda definido como un infierno sin historia ni otra función que el prehistórico terror fascinante y caníbal que vieron Lawrence y Lowry; el despotismo como destino ineludible y la resignación a apoyar el mejor de los despotismos posibles.

Fuentes nos presenta a sus personajes mediante un neonaturalismo donde las situaciones no son narradas ni descritas por un narrador que cuida y protege a los habitantes de su novela. Al contrario, los deja existir y sus posibilidades y límites de realización son consecuencia de su propio actuar. Dios, la religión, la familia, el gobierno, la escuela serán para algunos el refugio o la salida de sus preocupaciones; otros serán víctimas de un determinismo contra el que nada pueden, todos finalmente serán sujetos y objetos de la informe fealdad antinovelesca de la vida de todos los días. Otros serán incapaces de gobernar su destino, de crecer y adoptar decisiones propias. Por un lado, Fuentes ve la necesidad de la autorrealización, de la maduración por la democracia; por la otra, niega la posibilidad de despojarse de un patriarcado, de dar paso a una modernidad democrática. Esta realidad absurda es subrayada en personajes apenas entrevistos pero desnudados por las técnicas del fluir de la conciencia, pues aunque ellos se oculten tras la máscara, su intimidad los delata. En la representación del tiempo, el orden cronológico y el orden espacial se confunden, así la vida transcurre con alteraciones, con múltiples perspectivas, de acciones simultáneas, retrospectivas, entrecruzamientos de planos, como reflejo de integración de lo uno y lo otro, de lo semejante y lo diverso, de lo propio y lo ajeno, de lo individual y lo colectivo. Como un concierto barroco, las voces de la ciudad se mezclan con el silencio de una región de máscaras y transparencias donde el lenguaje testimonial a veces bastante desagradable sólo puede nombrar ese mundo inevitable, aquí, así y en este momento nos tocó que le vamos hacer, ¿sería igual allá y en otro momento? Desamparados, los unos y los otros, vivirán entre la realidad y el deseo, entre la utopía del mejor de los mundos posibles y la miseria de este aquí y ahora.

En una conversación con Emir Rodríguez Monegal, Carlos Fuentes declara que “vivimos en países donde todo está por decirse, pero también donde todo está por descubrirse cómo decir ese todo... Si no hay voluntad de lenguaje en una novela en América Latina, para mí esa novela no existe” (Fuentes, 1969: 31). A Emmanuel Carballo le había dicho: “no hay una construcción lógica de la verdadera realidad, tal como se presenta en la vida. Por el contrario, es ilógica y solo un esfuerzo intelectual, lógico, le da a esa realidad una semblanza comprensible. La vida cotidiana no está ordenada lógica ni intelectualmente...” (Carballo, 1986: 428). Fiel a sus palabras, Carlos Fuentes va a construir cada obra suya con una sintaxis diferente, a fin de descubrir aquello que le duele, a fin de que lo dicho permita extrapolar aquello que no se pudo decir.

La literatura de Fuentes es un buen reflejo de la personalidad de Fuentes. Los datos biográficos de sus Obras completas lo retratan como una conciencia nacionalista; sin embargo, su búsqueda de identidad de lo mexicano, por la creación de una mitología nacional, refleja asimismo una apertura multicultural. Si Fuentes como persona es

...más mexicano que cualquiera, más parisién que cualquiera, a la última moda en el vestir y al calce del último manifiesto de la izquierda cardenista y joyceano. Su lucha: acabar con el provincianismo de la cultura y de los mitos nacionales. Con métodos desarrollistas la misma materia del nacionalismo podría presentarse de otro modo: por esencialmente mágico, surrealista y disparatado, México podía estar a la vanguardia del más reciente “ismo” cultural siguiendo a Lawrence, Artaud, Lowry, Breton, etc. (Blanco, 1980: 425).

Esta multifacética personalidad permea la visión sobre Fuentes, un autor muy profesional, culto, ambicioso, audaz, en la búsqueda constante, con propuestas innovadoras; virtudes que despertarán recelos y rechazos. Como plantea José Joaquín Blanco, “Sin Fuentes, la nueva generación de lectores y escritores no tendría contra quien ensañarse en la ineludible obligación de ‘matar a papá” (Ibíd.: 247). A Fuentes lo definen defectos y virtudes que reflejan su personalidad, pero asimismo tiñen su visión de los mexicanos, pero de lo que el hombre universal no está exento: el escepticismo, la disidencia, el pensamiento independiente, la postura crítica, que apocalípticamente se convierten en su antítesis transformándose en dioses carniceros, que traen consigo la destrucción. Las páginas finales de Terra Nostra contienen simbólicamente esta visión desesperanzada:

Te preguntas -escribe Fuentes- si al revelarse cada mañana, el sol sacrifica su luz en honor de nuestra necesidad, si esa luz de alguna manera autosuficiente, gasta su transparencia revelando nuestra opacidad. Pero la luz da contorno y realidad a nuestro cuerpo. Debes despertar de esta pesadilla. Gracias a la luz sabremos quienes somos. Pero sin ella, acabaríamos por inventarnos antenas de la identidad, detectores de los cuerpos que deseamos tocar y reconocer...” (Fuentes, 1975: 739).

Es evidente que Carlos Fuentes ha desarrollado una literatura en constante evolución. Su imaginación, su sensibilidad y su cultura quedan manifiestas en sus obras en las que se nos revela como un ser en búsqueda, de la que se desprende su necesidad básica de integración: la preocupación por el ser del Hombre y su identificación con y a través del Hombre, de los hombres. Como él mismo lo expresa en “Por una educación incluyente”:

Somos una nación multicultural, tanto en el extremo indígena como en el occidental. La diversidad nos invita a no saltar etapas, a no excluir a ningún componente de civilización, a no olvidar ninguno de los caminos de la relación entre saber, hacer y ser. Pues aprender a saber supone aprender a hacer y aprender a hacer supone extender el aprendizaje individual al trabajo compartido, a la prueba de una mayor acumulación de la enseñanza mediante experiencias de trabajo y labor social. Pero saber y hacer conducen al cabo al aprendizaje del ser mismo y por esto entiendo, mas que otra cosa, la voluntad de tender la mano de la educación a todos, que no se pierda ningún talento de ningún niño, joven o adulto mexicano. Sólo así daremos respuesta humana, respuesta mexicana, a los desafíos del nuevo milenio (Fuentes, 1997: 126).

Bibliografía

Directa

Fuentes, C. (1949). “¿Pero Usted no sabe lo que es el Basfumismo?” Hoy, 29 de septiembre. México.
________. (1969). La nueva novela hispanoamericana. Joaquín Mortiz. México.
________. (1973). La muerte de Artemio Cruz. Fondo de Cultura Económica. México.
________. (1958). La región más transparente. Fondo de Cultura Económica. México.
________. (1959). Las buenas conciencias. Fondo de Cultura Económica. México.
________. (1975). Terra Nostra. Joaquín Mortiz. México.
________. (1997). Por un progreso incluyente. Instituto de Estudios y Sindicales de América. México.
Indirecta

Blanco, J. J. (1980). La paja en el ojo. Centro de Estudios Contemporáneos del Instituto de Ciencias de la Universidad Autónoma de Puebla. México.
Carballo, E. (1986). Protagonistas de la literatura mexicana del siglo XX. Consejo Nacional de Fomento Educativo. México.
Castellanos, R. (1984). Juicios sumarios. FCE/CREA. México.
Paz, O. (1972). “La pregunta de Carlos Fuentes”, Plural N° 14. Noviembre. México.
*La versión impresa apareció en el libro: Alberto Saladino García (compilador), Humanismo mexicano del siglo XX, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2004, Tomo I, págs. 239-248

Eugenio Núñez Ang
Universidad Autónoma del Estado de México
Julio 2006.
http://www.ensayistas.org/critica/generales/C-H/mexico/fuentes.htm

miércoles, 28 de enero de 2015

Lectura estilística de Concierto barroco, de Alejo Carpentier Camilo Rubén Fernández Cozman (Universidad San Marcos de Lima. Perú)


Lectura estilística de Concierto barroco, de Alejo Carpentier
Camilo Rubén Fernández Cozman
(Universidad San Marcos de Lima. Perú)

          Las obras de Alejo Carpentier (1904-1980) revelan un indubitable trabajo estilístico. Se trata de la labor de un orfebre de la palabra: alguien que, con sapiencia, dispone su telaraña de significantes para intentar la aprehensión de lo real. En ese sentido, las novelas y cuentos de Carpentier manifiestan una preocupación por el significante y una reflexión acerca de las complejas relaciones entre el lenguaje y lo real.
          Pensamos que subyace a estos relatos la idea de que el lenguaje poético crea su propio referente que tiene sus propias reglas y coherencia internas. Además, Carpentier es un crítico del regionalismo y del psicologismo. Una lectura que pase por alto este hecho, corre el peligro de tergiversar el pensamiento de Carpentier.
          Si los narradores regionalistas (Rómulo Gallegos, por ejemplo) habían puesto de relieve la linealidad del tiempo y tal vez un cierto maniqueísmo desde el punto de vista social, Carpentier, por su parte, subraya la pertinencia del tiempo circular y realiza una lectura mucho más densa de la realidad social latinoamericana sobre la base del uso de un lenguaje barroco, cuya orquestación permite la aprehensión de un referente rico, lleno de matices y de contradicciones internas. Asimismo, si el psicologismo (heredero del realismo decimonónico) centra todo en un personaje o en un grupo de personajes, Carpentier busca que la estructura y la atmósfera creada por el lenguaje barroco cumplan un papel medular en la construcción del sentido del texto narrativo.
          Carpentier, Rulfo y otros escritores del boom solían trabajar la novela como si fuera un poema. De la misma manera que Flaubert convirtió a la escritura en un valor-trabajo en Francia, Carpentier llamó la atención acerca de la necesidad de perfeccionar el aparato formal de la novela (el lenguaje) para transmitir una cosmovisión auténticamente latinoamericana sobre la base de la asimilación creativa de aportes del mundo europeo y de la cosmovisión prehispánica.

I.        LO REAL MARAVILLOSO EN LA VISION DE CARPENTIER
          Uno de los ensayos más famosos de Carpentier es el prólogo a El reino de este mundo (1949), donde plantea por vez primera el concepto de lo real maravilloso. Se trata de un texto fundacional porque evidencia una superación del paradigma realista decimonónico que se manifestaba en la novela de temple regionalista.
          Carpentier cuenta que un viaje a Haití en 1943 le hizo sentir la presencia de lo real-maravilloso en Latinoamérica. Si Lautréamont, los surrealistas, la novela negra inglesa se acercaban a lo maravilloso desde un punto de vista artificial, Carpentier entra en contacto con ello de una manera natural cuando percibe que la propia realidad en Latinoamérica tiene hechos que consignan de modo irrefutable el funcionamiento de lo maravilloso. Para Carpentier, lo maravilloso presupone una fe y ésta es la que se halla ausente en los surrealistas europeos. Por consiguiente, hay sucesos que son reales pero que parecen ficticios.
          Manifestaciones de lo real-maravilloso se revelan en las cosmogonías americanas, en los mitos suscitados por el Descubrimiento y la Conquista, en el mestizaje fecundo que pulula en Latinoamérica, entre otras manifestaciones[1]. Una de sus grandes expresiones es el vudú, religión de los negros del Caribe. En efecto, el vudú es:

          un conjunto de creencias y ritos de origen africano que, estrechamente mezclado con prácticas católicas, constituye la religión de la mayor parte de los campesinos y del proletariado urbano de la República negra de Haití[2].


          Resulta importante resaltar que la naturaleza en Latinoamérica es un signo de lo real-maravilloso porque allí hay metamorfosis asombrosas, magia, creación de formas, simbiosis. A la naturaleza se suma la historia que, según Carpentier, debiera ser una crónica de lo real-maravilloso, hecho que se evidencia en las crónicas coloniales, por ejemplo.

II.       EL SENTIDO DEL TITULO DE LA NOVELA CONCIERTO BARROCO
          El título de una obra literaria es fundamental para la precisión del sentido de un texto. Concierto barroco (1974) constituye un título sumamente ilustrativo y abiertamente polisémico. Se trata de un sintagma nominal, donde "concierto" está en vez de "música", y "barroco", en lugar de cosmovisión y escritura barrocas. En primer lugar, se trata de un elogio a la música para hablar de Latinoamérica empleando una escritura intencionadamente barroca que transmita una visión también barroca. En segundo término, alude al proceso de escritura del libro. En otras palabras, escribir un relato es como crear un concierto de Vivaldi, donde los significantes cumplan la función de ser notas que se anidan en los pentagramas.
          Roberto González Echevarría afirma que el título de la novela evidencia una oposición porque "concierto" implica la idea de armonía; en cambio, "barroco" traduce la noción de desorden y heterogeneidad[3]. Desde ese punto de vista, la figura literaria que se manifiesta es el oxímoron, pues hay la lucha entre dos isotopías: la del desorden y la de la armonía. La instancia de la enunciación privilegia la isotopía del desorden; sin embargo, posteriormente se produce un intercambio de semas y de significados. En otras palabras, "concierto" le pasa sus semas a "barroco" y "barroco" le transfiere sus semas a "concierto".
          Para comprender plenamente el sentido del título de la novela, tenemos que remitirnos a los ensayos de Carpentier. Según él[4], el novelista en Latinoamérica debe ser barroco. En efecto, el barroco implica un arte en movimiento que se escapa de sus propias márgenes. Para Carpentier, el barroco es un espíritu y no tanto un estilo histórico. La opción opuesta al barroco es el academicismo, típico de épocas asentadas y casi siempre exentas de contradicciones. América, según Carpentier, fue barroca desde sus inicios, vale decir, desde el Popol Vuh, la poesía náhuatl, la escultura azteca y el Chilam Balam. Para el escritor cubano, los estilos históricos (el gótico, el románico) no llegaron a América sino a través de una modalidad del barroco, el plateresco. En otras palabras:

          el alarife español encontró en América una mano de obra india que de por sí añadió el barroquismo de sus materiales, de su invención, de los motivos zoológicos, vegetales, florales del Nuevo Mundo, al plateresco. De esa manera se llegó a lo apoteósico del barroco arquitectónico, que es el barroco americano[5].

          Hay una íntima relación entre el barroco y lo real-maravilloso. Carpentier considera que Latinoamérica es un continente barroco por su arquitectura, por la complejidad de su naturaleza y por aquella pulsión telúrica que se manifiesta de modo heterogéneo y que somete, en cierto modo, al ser humano en las tierras americanas. El carácter indómito de la naturaleza en Latinoamérica debe ser traducido por un escritor, cuya descripción tiene que ser barroca. En otras palabras, el referente (América Latina) barroco debiera articularse con la orquestación barroca.
          Esta concepción se materializa en el título de la novela Concierto barroco. El relato es barroco porque hace referencia a la heterogeneidad, al cruce de culturas y a la transculturación a través de la música. Por ello, dicha particularidad se revela en el título de la obra poniendo de relieve un alto grado de coherencia desde el punto de vista textual.

III.      LA MUSICA COMO TEMA EN CONCIERTO BARROCO
          Como sabemos, Concierto Barroco está basada en una ópera de Antonio Vivaldi. Francesco Malipiero dio a conocer a Carpentier la existencia de esa ópera de Vivaldi, cuyo título era Montezuma. Ella fue estrenada en Venecia en 1733. Como lo afirma Carpentier, el libreto de la ópera fue obra de Alvise Giusti e inspiró "nuevas óperas basadas en episodios de la Conquista de México a dos célebres compositores italianos: el veneciano Baldassare Galuppi (1706-1785) y el florentino Antonio Sacchini (1730-1786)"[6]. Fue Roland de Candé, especialista en Vivaldi, quien comunicó a Carpentier la existencia del Montezuma del Preste Antonio Vivaldi.
          El papel que cumple la música es medular en la novela. No sólo el relato está escrito desde una óptica que pone de relieve la musicalidad de la frase, sino que la música permite al escritor reflexionar acerca de la identidad latinoamericana y de la manera como nuestros narradores y músicos pueden apropiarse creativamente de los aportes de la música europea para reformularlos y materializar una parodia carnavalizadora.
          La escena central de la obra está en el capítulo 5. Allí aparece una sinfonía cacofónica y fantástica:

          Antonio Vivaldi arremetió en la sinfonía con fabuloso ímpetu, en juego concertante, mientras Doménico Scarlatti --pues era él-- se largó a hacer vertiginosos escalas en el clavicémbalo, en tanto que Jorge Federico Handel se entregaba a deslumbrantes variaciones que atropellaban todas las normas del bajo continuo. -"¡Dale, sajón de carajo!" -gritaba Antonio. "¡Ahora vas a ver, fraile putañero!" --respondía el otro, entregado a su prodigiosa inventiva"[7].

          Se trata de una polifonía carnavalizadora y burlesca. No sólo dialogan los instrumentos, sino que las voces de los personajes se intercambian y producen un contrapunto no exento de disonancias. Vivaldi insulta a Handel (el sajón) y éste le responde de modo agresivo. Doménico Scarlatti, músico italiano, intenta intensificar sus acordes. Pero en ese momento se realiza la carnavalización cuando Filomeno (criado del Amo-Montezuma) va a la cocina y trae "instrumentos" que le permiten insertarse en la dinámica del concierto:

          -"¡El sajón nos está jodiendo a todos!" --gritó Antonio, exasperando el fortissimo. -"A mí ni se me oye" --gritó Doménico, arreciando sus acordes. Pero, entre tanto, Filomeno había corrido a las cocinas, trayendo una batería de calderos de cobre, de todos tamaños, a los que empezó a golpear con cucharas, espumaderas, batidoras, rollos de amasar, tizones, palos de plumeros, con tales ocurrencias de ritmos, de síncopas, de acentos encontrados, que, por espacio de treinta y dos compases lo dejaron solo para que improvisara. -"¡Magnífico! ¡Magnífico! -gritaba Jorge Federico. "¡Magnífico! ¡Magnífico! -gritaba Doménico, dando entusiasmados codazos al teclado del clavicémbalo[8].

          La improvisación de Filomeno tiene profundas connotaciones simbólicas en la obra. Se trata de un músico latinoamericano que materializa un pensamiento mítico, cuyo rasgo fundamental es, según Lévi-Strauss, el bricolage:

                   lo propio del pensamiento mítico, como del bricolageen el plano práctico, consiste en elaborar conjuntos estructurados, no directamente con otros conjuntos estructurados, sino utilizando residuos y restos de acontecimientos; odds and ends, diría en inglés, o, en español, sobras y trozos, testimonios fósiles de la historia de un individuo o de una sociedad. En un sentido, por lo tanto, la relación entre la diaconía y la sincronía ha sido invertida: el pensamiento mítico, ese bricoleur, elabora estructuras disponiendo acontecimientos, o más bien residuos de aconteci- mientos[9].

          Profundicemos más en la improvisación musical de Filomeno. Empecemos con la batería de calderos de cobre. Sin duda, ella es un trozo, un residuo de la historia del individuo o de la sociedad. Los instrumentos de cocina demuestran la necesidad que tiene el "primitivo" de elaborar conjuntos estructurados resemantizando la función de ciertos objetos sobre la base de una visión contestaria en relación a la cultura occidental. El sujeto latinoamericano ocupa aquí la casilla del "primitivo" y da una inflexión distinta a ciertos objetos cotidianos desacralizando a tres íconos de la música occidental: Vivaldi, Handel y Scarlatti. Esta desacralización se cumple al equiparar a los objetos de cocina (cucharas, espumaderas, batidoras, rollos de amasar, tizones, entre otros) con instrumentos acuñados en la tradición musical de occidente.
          Pero aquí observamos una parodia carnavalizadora. Filomeno está burlándose de la música occidental proponiendo una inversión de roles y jerarquías. Él es un esclavo que pasa a ser el centro de la sinfonía y motiva la admiración de Handel y de Scarlatti. A él lo dejan solo en la improvisación durante treinta y dos compases. Handel y Scarlatti pasan a ser oyentes de la melodía de Filomeno.
          Sin duda, en este caso cabe mencionar un proceso de transculturación en el ámbito de la narrativa de Carpentier. En un contexto marcado por la música occidental, Filomeno quiebra los acordes, introduce grietas en el discurso musical y resemantiza los aportes de la música occidental dando prioridad a la sabia cacofonía y a la disonancia enriquecedora. Es como si Handel y Scarlatti aprendieran de la improvisación de Filomeno, cuya sabiduría popular está fuera de toda duda. En pocas palabras, hay una mixtura, en este concierto, entre la música clásica y la popular, entre Europa y Latinoamérica. Es más, la música de Handel, según Carpentier, necesita de la improvisación popular; la armonía clásica, por su parte, requiere del "ruido" de los instrumentos de cocina.

IV.      LA MUSICA Y EL COMPONENTE FIGURATIVO DE CONCIERTO BARROCO
          Pero la música no sólo es el gran tema de Concierto barroco, sino que adquiere preponderancia porque se manifiesta en el empleo de numerosas figuras literarias en la novela. Tenemos, en primer lugar, laparonomasiay la aliteración que se hallan presentes al inicio de la obra:

          De plata los delgados cuchillos, los finos tenedores; de plata los platos donde un árbol de plata labrada en la concavidad de sus platas recogía el jugo de los asados; de plata los platos fruteros, de tres bandejas redondas, coronadas por una granada de plata[10].
       
          En este fragmento vemos cómo la novela está escrita musicalmente sobre la base del empleo de figuras literarias fónicas que revelan un arduo trabajo con el significante, homologable al que realiza un poeta barroco.
          Otro recurso que Carpentier emplea magistralmente es eloxímoron, hecho que se evidencia con claridad meridiana en las siguientes líneas: "orinar magistralmente con chorro certero, abundoso y percutiente"[11]. En la expresión "orinar magistralmente" vemos la oposición entre dos isotopías (la  fisiológica y la de lo admirable). A un hecho cotidiano absolutamente banal, Carpentier le asigna un carácter admirable y esto se logra sobre la base de un trabajo musical con el lenguaje.
          Otra figura fundamental es el arcaísmo. Quisiera comentar el siguiente fragmento: "En gris de agua y cielos aneblados, a pesar de la suavidad de aquel invierno"[12]. La palabra "aneblados" viene del verbo "aneblar", arcaísmo que significa, en este caso, "anublar" (cubierto de nubes el cielo) u oscurecer. Además, "aneblar" viene de "nebulare" del latín medieval.

V.       A MANERA DE CONCLUSION
          Concierto barrocotiene una concepción del tiempo que es sorprendente. La acción empieza en 1709, llega a 1733, se traslada a 1924 y desemboca en los albores de una revolución en pleno siglo XX. En un pasaje de la novela, Handel (1685-1759) alude a Igor Stravinsky (1882-1971). ¿Cómo puede ser que alguien que murió en el siglo XVIII hable de alguien que nació a finales del XIX? He ahí la magia de la prosa de Carpentier.
          Concierto barroco traduce la idea de que la música permite acceder a una concepción del tiempo no lineal sino circular, donde el pasado y el presente pueden fusionarse para ir tejiendo la historia del futuro.
          En Concierto barroco, aparece "un Montezuma entre romano y azteca, algo César tocado con plumas de quetzal"[13]. Vivaldi canta el estribillo de Filomeno. Hamlet es comparado a los "chamacos" mexicanos. Todas éstas son expresiones de un discurso profundamente transcultural porque, según Carpentier, en América Latina todo es fábula ("ciudades fantasmas, esponjas que hablan, carneros de vellocino rojo"[14]) y la literatura tiene sus propias leyes distintas de los preceptos de la historia linealmente concebida, por eso, un personaje dice en Concierto barroco: "No me joda con la historia en materia de teatro. Lo que cuenta aquí es la ilusión poética"[15].    

[1]Collard, Patrick. Cómo leer a Alejo Carpentier. Madrid, Júcar, 1991, p. 108.

[2]Ibídem. Collard se sustenta, en este caso, en las ideas de Alfréd Metraux.

[3]González Echevarría, Roberto. Alejo Carpentier: the pilgrim at home. Ithaca and London, Cornell University Press, 1977, p. 266.

 [4]Carpentier, Alejo. La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo y otros ensayos. México-Madrid-Bogotá, Siglo Veintiuno Editores, 1981. Se trata del ensayo "Lo barroco y lo real-maravilloso", conferencia dictada en Caracas el 22 de mayo de 1975.

[5]Collard, Patrick. Op. cit., p. 110.

[6]Carpentier, Alejo. Concierto barroco. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1987, p. 133. Se trata de una nota que pone el propio Carpentier al final de la novela.

[7]Ibídem, p. 65.

[8]Ibídem, p. 66.

[9]Ibídem, pp. 42-43.

[10]Ibídem, p. 9.

[11]Ibídem, p. 10.

[12]Ibídem, p. 49.

[13]Ibídem, pp. 11-12.

[14]Ibídem, pp. 104-105.

[15]Ibídem, p. 104.

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