sábado, 29 de noviembre de 2025

pablo-ignacio de dalmases los novios De federico FRAGMENTO




 SOBRE EL AUTOR

Pablo-Ignacio de Dalmases es Doctor en Historia por la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster universitario en Historia contemporánea y Licenciado en Ciencias de la Información. Ha trabajado como periodista durante cincuenta años y desempeñado diversos cargos directivos: Director de RNE y TVE en el Sáhara español, Director del diario La Realidad de El Aaiún, Jefe de los Servicios Informativos del Gobierno de Sáhara, Jefe del Gabinete de Prensa de RTVE en Cataluña y Jefe de Informativos de Radiocadena Española en Cataluña. Se ha dedicado también a la docencia como profesor titular de cátedra en la Escuela Oficial de Publicidad, consultor de la Universitat Oberta de Catalunya y técnico superior de Educación de la Diputación Provincial de Barcelona.

Es autor de una veintena larga de títulos, entre ellos dos con el sello editorial de Almuzara: Los últimos de África y Cuentos y Leyendas del Sáhara Occidental.

Pertenece a las Reales Academias Europea de Doctores y de Buenas Letras de Barcelona.


defecto sin nombre

El diccionario de la Real Academia Española define como segunda acepción del término “defecto” una “imperfección en algo o en alguien”. Es decir, que puede darse tanto en cosas materiales, como en personas humanas, si bien hay que reconocer que, en lo que respecta estas últimas, el mismo concepto de imperfección resulta mutante. En efecto, rasgos que en ciertas comunidades o en determinadas épocas pudieran ser considerados como imperfecciones, en otros contextos no lo son. Así, por poner un ejemplo, el albinismo, que en algunas culturas hace de quienes lo poseen seres punto menos que tocados por la gracia divina, en otras se conceptúan como peligrosísimos o malditos. Mucho más común y próxima es la zurdera, que durante siglos fue consideraba un defecto grave y trataba de corregirse de forma imperativa obligando a “reeducar” a quienes utilizaban la mano izquierda para que fueran capaces de adquirir la presunta “normalidad” con la diestra. Con el tiempo ha quedado fehacientemente demostrado que el albinismo no pasa de ser un rasgo genético y la zurdera una variable que comparten alrededor del diez por ciento de los seres humanos. En ninguno de los dos supuestos constituye una imperfección.

Idéntico criterio puede ser aplicado a otras diversas peculiaridades o variables de la persona humana que, en algún caso, han sido rechazadas con mucha mayor contundencia aún. Tales son la referidas a las conductas sexuales que divergen de una heterosexualidad considerada durante siglos, por no decir milenios y en una mayoría de culturas, no solo como la normativa, sino como la única aceptable, siendo así que según estudios científicamente reconocidos la homosexualidad es la tendencia predominante de aproximadamente entre un cinco y un diez por ciento de la población mundial, con independencia de las variables circunstanciales que pueden producirse en favor de un incremento o incluso posible decrecimiento de dicho porcentaje en razón de modas, contextos ambientales, presiones sociales o situaciones personales.

Más en concreto, la cultura judeo-cristiana-musulmana ha venido considerando la homosexualidad como un vicio nefando y un pecado gravísimo con consecuencias en su conceptuación jurídica como delito tipificado en numerosos códigos penales que la convierten en perseguible sin lenidad alguna, circunstancia que ha dado lugar a una cantidad infinita de dramas personales y de injusticias flagrantes cuya vigencia ha permanecido viva hasta un ayer muy próximo. Solo una evolución en el sistema de ideas y valores imperantes ha permitido, junto a otros factores, tal la eficaz movilización habida en los últimos decenios, una clara evolución en la consideración social y la regulación legal de las variantes de la conducta sexual. Aunque también es bien cierto que esto solo se ha producido en algunos países, mientras que en otros sigue siendo un baldón punible hasta con la propia vida.

La homosexualidad en España

Por lo que respecta a España, la memoria histórica, todavía muy fresca, y, si ésta fallara, la lectura de los textos literarios, nos ilustra sobre cómo era considerada la homosexualidad en nuestra sociedad y qué términos, epítetos o insultos se utilizaban para caracterizar a las personas homosexuales, entre las que siempre ha habido, y hay, de toda condición (marica/maricón, loca, sarasa, mariposón, puto, apio, violeta, cundango, joto, pájaro, flora y un largo etcétera, amén de epítetos “elegantes” como invertido, sodomita, afeminado, o expresiones tales la de “perder aceite”, ser “de la acera de enfrente”, de la “cáscara amarga” o “pertenecer al ramo del agua”) De igual modo no faltan epítetos aplicados a la homosexualidad femenina (lesbiana, sáfica, tortillera, bollera, machorra, marimacho, hombruna, tribada, tuerca…)

El caso es que a lo largo de la historia ha habido numerosos personajes sobresalientes con dicha condición y sin ir más lejos y por lo que se refiere a nuestro país y al ámbito de las glorias literarias patrias, en la nómina de escritores varones ilustres se han registrado casos notorios, ciertos o imaginados. Entre estos últimos, la atribución de dicha condición al eximio Cervantes, tesis que defendió con apasionamiento Fernando Arrabal en cierto encuentro que mantuve con él hace algún tiempo y que me pareció gratuita hasta que muchos años después constaté, no sin sorpresa, que Álvaro J. San Juan citaba al autor del Quijote en su libro Grandes maricas de la historia1.

Sin embargo, ha sido un aspecto que permanecido oculto o ha sido eludido hasta fecha muy reciente en la literatura. Cuando Juan Valera tradujo el clásico griego Dafnis y Cloe consideró oportuno actuar de censor de un texto que bien puede considerarse paradigma de la ingenuidad pastoril, como advirtió María Pilar Hualde:

“Valera confiesa sentirse autorizado para «cambiar o suprimir» lo que pudiera haber de perverso en el texto de Longo, en el que, como vemos, no se aparta mucho de las líneas de la censura de la novela griega empleadas en España, según hemos visto, desde el siglo XVI. Esta perversión se restringe, no obstante, a la homosexualidad presente en la novela en el episodio de Gnatón, que Valera consigue obviar haciendo a Cloe objeto del deseo del parásito, en lugar de Dafnis, tal como aparece en el texto griego y modificando, por tanto, parte del contenido de la novela”2.

Atinada fue la prudencia de Valera pues ser una pluma ilustre no eximía en aquel tiempo de censuras y maledicencias. Téngase en cuenta que en pleno siglo XX relevantes figuras de la literatura española hubieron de soportar comentarios malévolos, como fue el caso de Jacinto Benavente, pero también de Antonio de Hoyos y Vinent, Álvaro Retana, Vicente Aleixandre, Gustavo Durán o Luis Cernuda, y más cercanos en el tiempo, éstos ya con mayor tolerancia, Jaime Gil de Biedma, Terenci Moix, Álvaro Pombo, Rafael Chirbes, Antonio Gala, Alberto Cardín, Juan Goytisolo, Vicente Molina Foix, Cristina Peri Rossi, Eduardo Mendicutti, Eduardo Haro Ibars, Luisgé Martín, Máximo Huerta o un activo y militante Luis Antonio de Villena, al que habremos de mencionar con frecuencia en las páginas que siguen.

Tuvo que pasar casi medio siglo desde su muerte para que los exégetas, biógrafos y comentaristas de la vida y la obra literaria de Federico García Lorca se hicieran eco de este rasgo de su personalidad que la propia familia se empeñó en mantener en secreto, a nuestro modo de ver con un mal entendido sentido de la dignidad de su allegado.

Un secreto mal guardado

Hubo un pionero que se atrevió en 1944, a formular la primera alusión, siquiera fuese tangencial y tan harto discreta que podría calificarse de críptica. Nos referimos a su compañero en la Residencia de Estudiantes de Madrid el pintor José Moreno Villa quien, en sus memorias, aparecidas en Méjico en dicho año, se refiere a los problemas que hubo entre García Lorca y los demás huéspedes de aquel centro por culpa de cierto “defecto”. “Él —dice— venía por temporadas, de un modo irregular. A veces se quedaba un año entero. No todos los estudiantes le querían. Algunos olfateaban su defecto y se alejaban de él. No obstante, cuando abría el piano y se ponía a cantar, todos perdían su fortaleza”3.

¿A qué defecto se refería Moreno Villa? ¿Era zurdo, bizco o zambo Federico? ¿Padecía algún tic? Bien, su amigo de la infancia, Pepe García Carillo, le comentó al investigador Penón en su encuentro de 9 de noviembre de 1955 que “cuando se enfadaban (García Carrillo y Federico) Pepe imitaba la cojera de Federico y el poeta siempre terminaba riéndose”4. Algún problema debió padecer, sin duda, en sus órganos motores, pese a que su hermano Francisco tuviera especial empeño en desmentirlo o minusvalorarlo:“Se ha hablado mucho, y con notoria exageración, de torpeza física en sus movimientos. Algunos bocetos biográficos, y no sé de dónde lo sacan, lo han querido representar como ligeramente cojo. Lo cierto es que ya de mayor tenía unos movimientos muy personales, que como mejor podían describirse es con las mismas palabras del poeta: «—¡Oh, mis torpes andares!». Pero ni siquiera esa torpeza del Federico hombre se acusaba en sus años más tempranos; se manifestaba en él más bien como una inhibición en los juegos que pedían mayor destreza física… Fue una sorpresa para toda la familia cuando, al entrar en edad militar, una medición médica (interesada, digámoslo discretamente, en encontrar defectos físicos) advirtió una diferencia milimétrica y apenas perceptible entre ambas piernas”5.

Sea como fuere, nadie le dio mayor importancia y desde luego una leve cojera no hubiera sido la causa de que nadie expresara alguna reserva con respecto a Federico. Parece evidente que Moreno Villa se refería a otro rasgo diferente, en aquellas calendas mucho más grave y, si se nos apura, infamante. Todo hace pensar que “tomó la decisión de no ocultar en su libro la homosexualidad de Lorca. Decisión difícil, cabe suponer, dado el carácter entonces tabú del asunto y el peligro de ser acusado de traidor, mentiroso o violador de intimidades”6. Por lo que según su biógrafo Ian Gibson, “lo más probable es que Moreno Villa utilizara el término «defecto» al referirse a la homosexualidad de Lorca”7.

Que la homosexualidad tratara de mantenerse reservadamente en la España de la primera mitad del siglo XX resulta a todas luces comprensible. Pero no que hubiera seguido siendo ocultada con pertinacia en las siguientes décadas. Según Villena

“la vida sentimental de Federico García Lorca (1898-1936) se ha escrito tarde, quizá no completa y entre muchísimos pudores que venían de un tiempo gazmoño en España— y del hecho de que dos hermanos de Federico, Paco e Isabel, fueran mucho tiempo totalmente refractarios a que se hablara nada sobre la homosexualidad de su hermano. Incluso quisieron negarla, hasta que resultó del todo imposible. Además, quienes habían conocido muy bien esa historia (íntimos de Federico) tampoco la hablaron en público. Nos la contaron sólo a algunos amigos, y eso hizo que su testimonio directo se escapara a los biógrafos”8.

El historiador hispano-irlandés Ian Gibson es todavía más terminante en su denuncia: “hasta mediados de los años ochenta ningún crítico o lorquista español estaba dispuesto a decir públicamente que Lorca era gay y que incumbía tener en cuenta tal circunstancia a la hora de analizar su vida, su obra y su muerte. La razón principal, inconfesable: si lo hacían se les cerraba probablemente el acceso al archivo del poeta. Hay numerosos testimonios acerca de la imposibilidad de suscitar con Francisco e Isabel García Lorca la cuestión de la homosexualidad de su hermano. El tema era tabú”9. Gibson tuvo que vencer pétreas resistencias para poder investigar esta cuestión.

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