Julio Miranda Compilador Cuentos fantásticos venezolanos Antología
NOTA EDITORIAL
El manuscrito bifronte que ahora ponemos en manos de los lectores fue tomado de aquella famosa colección Libros de Hoy (identifi cado bajo el número 39), dirigida por Ana María Miler y Daniel Divinsky en El Diario de Caracas del 1980. Por un espacio de tiempo prolongado, la edición dominical del periódico encartaba brevia rios o contenidos diversos, entre esos, esta antología de cuentos venezolanos preparada por Julio Miranda exclusivamente para la colección ya mencionada.
Esta pieza de colección, impresa en papel periódico, de fácil lectura, en formato rústico y ligero constituyó por mucho tiempo el omphalos donde críticos, escritores y lectores argumentaban la existencia de este tipo de literatura en nuestro país. Es de allí que retomamos su valor, su propia consistencia es quizás ser la primera antología para este tipo de relatos, la otra es la mirada panorámica vestida de apotegmas que subyacen en el prólogo de Julio Miranda. Para esta reedición hemos actualizado las reseñas de los autores. Igualmente, hemos puesto al día y al caso normas de estilo atendien do cuidadosamente a los usos, a las intenciones del relato y formas narrativas. También se reconstruyó el listado de fuentes bibliográficas de las ediciones originales y, por último, se han corregido las erratas advertidas y actualizado el texto a las nuevas normas ortográficas.
PRÓLOGO
Fui siempre muy sensible a la vista de enaguas en los aires, y apenas veo unas en la atmósfera tengo la costumbre de acudir en auxilio y prestar gratuitamente mis socorros. Julio Garmendia Que la risueña fantasía de Julio Garmendia me permita atravesar la zona tormentosa de las disputas genéricas es un deseo no sé hasta qué punto cumplido, pero cuya intención quería explicitar.
Porque se trata, aquí, de abarcar —en lo posible— los diversos registros en que la fantasía se ha expresado narrativamente en el país, descartando una definición estrecha de lo fantástico. De entrada, queden señaladas ciertas exclusiones: la ciencia-ficción (que ya tuvo su lugar en estos libros); la fantasía “poética” (de frutos en general dudosos); varios autores de los que se han publicado o se publicarán muy pronto respectivos títulos en esta Colección (Salvador Garmendia, Adriano González León, Luis Britto García).
Si con el Julio Garmendia [1898-1977] de La tienda de muñecos (1927) comienza una de las líneas más ricas de la narrativa fantás tica venezolana, no sería justo ignorar los aportes previos de José Rafael Pocaterra [1889-1955] en sus Cuentos grotescos (1922), donde los personajes obsesionados, el humor casi absurdista, las atmósferas, están siempre a punto de lo fantástico. El cuento aquí incluido, “La ciudad muerta”, tiene además una intuición preciosa para nosotros: la del “tremendo pavor de las cosas en la soledad, a 13 pleno día, a plena luz”: es decir, la posibilidad de una literatura de terror bajo el sol del trópico. Arturo Uslar Pietri [1906-2001] introduce una línea de particular importancia con su cuento “El ensalmo”, de Barrabás y otros relatos (1928): lo que el cubano Alejo Carpentier llamará, veintiún años .después “real-maravilloso americano”.
Pero ese re al-maravilloso ya estaba ahí, presente aunque no teorizado (y casi llega a estar en Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, en 1929, pese a su racionalismo de maestro de escuela), reapareciendo con fre cuencia en la narrativa de Uslar (verlo en Las lanzas coloradas, de 1931, y en varios cuentos) y culminando en Cubagua (1931), novela de Enrique Bernardo Núñez [1895-1964] aún no superada en ese aspecto. Los textos de Alfredo Armas Alfonzo [1921-1990], de quien se incluyen aquí tres muy breves pertenecientes al libro El osario de Dios (1969), son un aprovechamiento en mosaico de la misma fuente real-maravillosa. El terror sicológico de Andrés Mariño-Palacio [1927-1965] en “Abigaíl Pulgar”(de El límite del hastío, 1946) podría considerarse un desarrollo de alguna obsesión de Pocaterra. Toda otra serie de autores, no incluidos aquí, cabría citar por haberse acercado a lo fantástico en algún momento, a lo largo de los cuarenta, los cincuenta y los sesenta (el más destacable: Pedro Berroeta).
Pero la narrativa fantástica venezolana se realiza y se expande en los setenta: apocalipsis caraqueños de Pascual Estrada Aznar [1935-2001] como en “Del diario de la batalla de las hordas des nudas” (Rostro desvanecido memoria, 1973); desdoblamientos por el tiempo de Ben Amí Fihman [1949] en un cuento que da título a su libro, Mi nombre Rufo Galo (1973); vértigo lúdico de Gabriel Jiménez Emán [1950] a partir de su libro inicial, Los dientes de Raquel (1973), del que presentamos dos textos; una fantasía borgiana como la de “Había una vez un tigre” (El Llanero Solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes, 1975), pero enraizada en el 14 suelo nutriente del amor, que es el que interesa siempre a Francisco Massiani [1944-2019]; las metamorfosis alucinantes propias a Ednodio Quintero [1947], apenas una de tantas en este “Álbum familiar” (El agresor cotidiano, 1978); la escritura como semilla del terror en “Los dedos de la muerte” (A la muerte le gusta jugar a los espejos, 1978), de Earle Herrera Silva [1949-2021]; y, finalmente, las trampas del tiempo en un paisaje deltano: “El sustituto” (Pieles de leopardo, 1978), de Humberto Mata [1949-2017]. Con lo que, cerrada la antología “real”, se abre el campo de todos sus dobles “posibles”. Julio Miranda Caracas, 1980

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