miércoles, 26 de noviembre de 2025

GUILLERMO MENESES DIEZ CUENTOS ANTOLOGÍA


GUILLERMO MENESES DIEZ CUENTOS ANTOLOGÍA

Respuesta breve: Diez cuentos: antología de Guillermo Meneses es una selección publicada en 1968 por Monte Ávila Editores en Caracas. Reúne relatos fundamentales del escritor venezolano (1911–1978), considerado una de las figuras más influyentes de la narrativa contemporánea de su país entre 1930 y 1960.

📖 Contexto de la obra

  • Autor: Guillermo Meneses (Caracas, 1911–1978). Fue narrador, ensayista y diplomático, clave en la renovación de la narrativa venezolana.

  • Editorial: Monte Ávila Editores, Caracas, 1968.

  • Género: Cuento, con fuerte carga social, psicológica y estilística.

  • Importancia: La antología muestra la evolución del autor desde sus primeras narraciones hasta relatos más maduros, marcados por la experimentación y la crítica social.

📚 Contenido principal

La antología incluye diez relatos seleccionados como representativos de su trayectoria:

RelatoAño aproximadoTemática / Rasgo
AdolescenciaDécada de 1930Juventud y despertar emocional
La balandra “Isabel” llegó esta tarde1934Uno de sus cuentos más célebres; atmósfera marinera y existencial
Borrachera1930sMarginalidad y descontrol
LunaPoética y simbólica
El duquePoder y decadencia
Un destino cumplidoFatalismo y destino
Alias el ReyIdentidad y poder
Tardío regreso a través de un espejoTiempo y memoria
La mano junto al muro1951Considerado otro de sus relatos mayores; tensión psicológica
El destino es un Dios olvidadoFilosofía y desamparo

✨ Relevancia literaria

  • Innovación estilística: Meneses introdujo técnicas narrativas modernas en Venezuela, con un lenguaje preciso y atmósferas densas.

  • Temas centrales: El destino, la identidad, la marginalidad, el poder y la memoria.

  • Influencia: Su obra influyó en narradores posteriores y consolidó el cuento como género de prestigio en la literatura venezolana.

🔗 Recursos disponibles

  • Puedes consultar la edición digitalizada en Internet Archive.

  • También está disponible en librerías de segunda mano y catálogos como Amazon.

En síntesis: Diez cuentos: antología es una obra clave para entender la narrativa venezolana del siglo XX, mostrando la versatilidad de Guillermo Meneses y su capacidad para transformar lo cotidiano en símbolos de destino, poder y memoria.

En colaboración Dr. Enrico Pugliatti y Méndez Limbrick.

*** 

PALABRAS DEL AUTOR ' 

V A estoy en edad suficiente como para desear ver reunidos unos cuantos de los trabajos realizados a lo largo de la vida. Precisamente por eso escribo estas líneas en el sentido de dar especial carácter a la sucesión de mis cuentos, desde La Balandra Isabel llegó esta tarde — publicado en 1934— hasta El destino es un dios olvidado — incluido en la novela La misa de Arlequín, como sueño o invención de un personaje, y publicado por primera vez en “El Nacional” en 1958. 

 Para algunos de estos cuentos he tenido no pocas dudas. El llamado Tardío regreso a través de un espejo, por ejemplo, supone cierta duplicidad que bien puede mirarse como de fecto esencial; hay dos relatos allí y uno pesa sobre el otro hasta que llegan a anudarse. La mujer, el as de oros y la luna me parece, a veces, excesivamente retórico, aunque su comienzo me agrada todavía. Me parecen de poco interés Rosita Guillén y Parucho es un hombre amargado. Pero no se trata de iniciar autocríticas que terminarían por aparecer pedantes, ya que, entre nosotros, eso de criticarse está reservado en la mayoría de los casos a la más estricta conversación privada. Sin embargo, pienso que debo una explicación. Tal vez sería conveniente afirmar que estos cuentos son la casi totalidad de los que he escrito. Quedarían sólo algunos esbozos como Las vacaciones de la maestra rubia — aparecido en “Elite” y luego en “El Tiempo” de Bogotá— y algún otro del que apenas me acuerdo. Una selección tiene que merecer su nombre. Sin embargo, he creído justo y conveniente dejar fuera un pequeñísimo ejer cicio — mi primera publicación— presentado en el aniversario de “Elite” en 1930. Se trata de mi bautismo de escritor. Tenía entonces 18 años y no era el menor del grupo. Carlos Augusto León estrenó en aquella oportunidad sus primeros poemas y no pasaba de 16. Los comentaristas de literatura venezolana se han ocupado con interés de ese número de “Elite” (13 de septiembre de 1930) por considerarlo en cierta manera definidor de una genera ción: la que se forma en los años finales del gobierno del General Juan Vicente Gómez. 

Sin duda puede señalarse esa edición de “Elite” como significativa. No es fácil lograr tan compacto número de escritores casi parejos en edad y cercanos en gran parte por estar en las filas de quienes se com portaban como opositores o, al menos, como extraños, al ré gimen gomecista. He creído que sería adecuado colocar dentro de una selección de cuentos míos aquel trabajo de 1930, por la evidente razón de que se me presenta hoy como base de mucho de lo que he escrito después. Bien podría decir que en ese Juan del Cine, que publiqué hace treinta y siete años, van incluidos muchos de los temas expuestos luego en El mestizo José Vargas, El falso cuaderno de Narciso Espejo y La misa de Ar lequín, así como aparecen sus huellas en Tardío regreso a través del espejo, Un destino cumplido y, con toda seguri dad en el cuento Adolescencia. Sin embargo, no dejo de observar que hay excesivas torpe zas en Juan del Cine y por ello voy a dejar incluido en estos párrafos lo que me parece seriamente unido al resto de mi trabajo narrativo, sin dejar de escamotear algunas de las mu letillas tan al gusto de la época. 

Juan del Cine comienza así: Juan, 15 años. Los ojos desvaídos en un triste mirar. La boca en línea por los labios apretados. Y en las manos un vago gesto que rubrica de elegancias una sortija pequeña, delgada... Juan, 15 años, en pose delante del espejo. Y, sin embargo, Juan no es Juan. O, mejor dicho, este Juan acaba de nacer a la salida del cine. Está viviendo ahora el momento — hurtado a Rodolfo— del desprecio a la mujer que acaba de insinuar para él el gesto del amor. Juan tiembla delante de esa cámara límpida de mercurio que va a conservar en inocentes celuloides la gracia muda de sus gestos. Va recordando: los ojos de la vampiresa con el sello del amor; y además — recuerdo que le afirma la expresión— el último consejo dado en el Colegio sobre la Serpiente y sobre la mo derna encarnación más funesta del reptil. Juan, 15 años. Greta. Lya de Putti. Bárbara La Marr. Delante del espejo, Juan esboza un gesto dulce, suave. Bárbara. Lya. Greta. Y ahora, juventud. El espejo — por la seguridad en los ges tes— ya no se usa. Y aquellos ratos se han convertido en una fila larga de momentos eslabonados sin saber por qué. He aquí el origen de Juan: su mitología. Ya su vida no es suya ni él ha vuelto a su personalidad. Está viviendo vidas de celuloides que se le transparentan en sombras. No es más que el ecran de sus propios sucesos: pantalla inasible e insensible donde se reflejan estilizadas sus acciones... Un rótulo le quedó pegado en la espalda como a los muñecos: Made in Cinelandia. T odos los días viste al amanecer el traje DE LTNA VIDA. Análisis de la mitología de Juan. — No trae. . . convidados para sus banquetes, sino que es el visitante ladrón que se lleva en los bolsillos — como cucharas— mil vidas y mil personajes. La pose se lo engulló. . . He aquí el análisis de su mitolo gía. A mí me agrada verle envuelta la vida en luz blanca de reflector, sombra entre sombras, cristalina oscuridad. Sentimental, preocupado y con su carga de vidas. Un científico habría de aconsejarle el desnudo en la vida. Segundo análisis de la mitología de Juan. — No se puede atravesar la zona envolvente, cotidianamente diversa — aquí se mira la auténtica significación cinemática de Juan— por que, detrás del barniz profuso de las personalidades, no hay nada. 

La pantalla no es sino zona de retención de las sombras móviles. Quien se dé cuenta y quiera ir más allá, verá lo horroroso de las genuflexiones y de los ángulos de luz partidos. Quien rompa la pantalla de Juan lo verá huir hacia lo más hondo, encurrujarse, doblarse. Mirar hacia adentro buscando asideros para colgar el disfraz inservible de su mo mentánea personalidad, que se le transparenta en visibles harapos antes de caer. Sus pupilas cruzarán graves recodos ocul tos. Sus rincones interiores le abrirán los brazos benévolos y Juan escapará por ellos como por un escotillón. Yo lo he visto en momentos como ése. De desazón. De horrenda desazón ante la duda de un interlocutor pasmado de su trans formismo. Por eso es necesario creer siempre en Juan. PIEnso que, con la inclusión de este Juan del Cine (llevaba como subtítulo “síntesis de una biografía”) los leciu/es pn drán tener una idea cabal de lo que yo he logrado en mis narraciones cortas y en mis novelas. Sin él — creo— habría un vacío. Es posible que haya dos tendencias en lo que he es crito; una por la cual se tiende a realizar lo que podría llamarse “realismo mágico”, para usar frases muy del gusto de los años de mis comienzos literarios. Luego permanece, a lo largo de la vida entera, ese gusto por los supuestos valores de la duda, por la inseguridad del propio testimonio, por lo que puede reducirse a las contraposiciones entre el disfraz y el espejo. Hay igualmente las características comunes a la generación a la que pertenezco. El afán del paisaje y su rela ción con la fábrica de imágenes, así como la tendencia a plantear los problemas sociales, con mayor o menor fortuna, de acuerdo con lo que se lograba exponer sin que hubiera des lizamiento alguno fuera de la intención de hacer arte. 

Podría hablar también de la curiosidad por brujerías y encantamien tos unidos al mundo del vicio y del delito. Ello aparece en La balandra Isabel llegó esta tarde, en Campeones, en La misa de Arlequín. Hay detalles que pueden mover a risa. Cuando en La balan dra Isabel llegó esta tarde, el personaje de Esperanza está conversando con la negra loca; ésta dice: “Somos para que los amos puedan tener señoritas”. Y Esperanza responde: “— Yo no tengo amo, negra. La esclavitud se acabó”, y es cucha una respuesta muy seria: — “¿Y la barriga? Pásate la vida sin comer y te diré R.eina”. Eso era “intención social”. Divertido, ciertamente; algo así como la afirmación de que los factores económicos tienen importancia esencial en la exis tencia de todos los hombres. Pero nunca dejábamos solos estos razonamientos.

 Hubiéramos necesitado mayor madurez para insistir en la intención. Iguales travesuras e insinuacio nes hay a lo largo de las páginas de cualquier cuento mío; pero quiero decir que lo que daba a esas tareas su condición artística (porque era arte lo que deseábamos hacer), no de pendía de ninguna falsificación; tal o cual frase intencionada quedaba como era y no había razón ninguna para esconderla. Más tarde, en el mismo cuento, la negra María, vuelve so bre sus pensamientos y refiriéndose a Esperanza, dice: “— Rei na. Y no tiene ni hombre a quien querer”. Así resolvíamos nosotros — por lo menos, yo— las dificultades que podía traer nuestra vaga actitud ideológica, a la que pudiéramos definir como democrática y socializante. No negábamos en ningún momento los problemas que nos preocupaban, pero tampoco escondíamos las afirmaciones de los misterios, de los mila gros, de las sorpresas, del azar. Y añadíamos — supongo que va claro en mis cuentos— otras tendencias de análisis y de teorías que tendían al examen de la vida espiritual, hacia los hondones del alma, con o sin alardes psicológicos, con o sin Freud y ]ung. 

 Tal vez será interesante ir diciendo las influencias que nos lle garon. Allá por los años de 1930 estábamos los jóvenes den tro de lo que considerábamos la “vanguardia”. Nos empa pábamos de todo lo que nos hacía pasar Madrid (sobre todo a través de la “Revista de Occidente ). Ese Madrid de entonces estaba en sana relación europea, de tal manera que no nos era extraño lo francés, lo alemán, lo italiano, lo yanky, que recogía para su revista Ortega. Leíamos a Mann, a Huxey, a Fraulkner, a Jung, a Hesse, a Hauptman, sin olvidar nos de Proust y sin abandonar a Zola, a Queiroz, a Dostoievski, a Balzac y a nosotros mismos. Y a se podrá estable cer las diferencias entre aquéllos de 1930 y los jóvenes de ahora. Vivíamos dentro de lo que hoy se llama "la contemporaneidad ". 

Estábamos entusiasmados por lo que sucedía en el mundo. Sin embargo, sucedió que apareció Doña Bárbara y los libros siguientes de Gallegos. Nosotros teníamos lecturas venezolanas de mucho respeto: conocíamos bien lo que habían hecho escritores tan dispares como Díaz Rodríguez y José Rafael Pocaterra y nos habíamos acercado igualmente, aunque con menor interés, a Urbaneja Achelpoll. Estimábamos a Gallegos — el de La Trepadora en especial— y sus triunfos en España nos colmaron de alegría y de entusiasmo. Así lo estu viéramos viendo como rezagado ante los nuevos movimientos, entendíamos que su idioma se había enriquecido al contacto con el mundo español y sabíamos que lo que podía pasar por oratoria anti-novelesca, estaba metido dentro de una prosa rica y bien trabajada. Además apareció entonces “Las Lanzas Coloradas” de hombre tan cercano como Arturo Uslar Pietri. Tanto en Gallegos como en Uslar quisimos observar cómo lo que teníamos por crio llismo podía lograr formas que lo unían a las nuevas tendencias literarias. Por ese tiempo escribí yo Canción de ne gros, La balandra Isabel llegó esta tarde, Adolescencia y Campeones. Pretendo hablar de estas cosas para explicar cuáles pudieron ser los resultados posteriores de nuestra actividad inicial Tu vo que haber el desarrollo^ de la vanguardia tal como la sen timos — el uso de las imágenes y metáforas relumbrantes y promovidas por el mundo civilizado que considerábamos nuestro por contemporáneo— y, al mismo tiempo se presentó una nueva manera de comprender las “cosas venezolanas” de tal modo que no eran para nosotros motivos de simple pintores quismo sino conocimiento de los problemas que mantenían a Venezuela en un estado social y en un ordenamiento político que considerábamos insoportable. El criollismo anterior era de turistas. El nuestro lo teníamos dentro, como testimonio. 

 De todo eso surgió el tono peculiar de quienes nos iniciamos en 1930 o un poco antes. Creo que me he explicado suficientemente, sin excesos personalistas, para decir lo que fue el tiempo de mi juventud y cómo fue tomando fisonomía el impulso inicial de la vocación. No sé si será interesante leerlo. A mí me ha interesado escribirlo. Esta clase de explicaciones puede servir de algo a quien se acerca a la literatura con áni mo generoso. Guillermo Meneses. Caracas, 21 de noviembre de 1967.

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