viernes, 6 de diciembre de 2024

GEORGE SANTAYANA LUCRECIO TRES POETAS FILÓSOFOS

 



L U C R E C I O

Acaso no hay n ingun poema importante cuyos antecedentes

puedan determinarse de u n modo tan completo como

los que corresponden a la obra de Lucrecio, De Reram

Natura. Sin embargo, estos antecedentes no se h allan en

el poeta. Si asi fuera, no podriamos rastrearlos, por cuanto

nada o casi nada sabemos sobre el hombre Lucrecio. En una

cronica compilada por San Jeronimo aprovechando muchos

elementos de Suetonio y en la cual estan anotados diversos

acontecimientos ocurridos en anos sucesivos, leemos en lo que

corresponde al ano 94 antes de J . C .: gHa nacido el poeta

T ito Lucrecio. Despues de haber enloquecido a consecuencia

de un filtro amoroso y de haber escrito, en los intervalos

de su locura, varios libros revisados p o r Ciceron, se suicido

al llegar a los cuarenta y cuatro anos, de edadh .

El filtro amoroso suena aq u i como algo apocrifo, y el

relato de la locura y suicidio atribuye u n fin demasiado edificante

a un n o to rio ateo y epicureo. Si algo da colorido al

relato es cierta concordancia entre el tragico lance y el genio

del poeta tal como queda revelado en su obra, donde encontramos

un ex tran o desden por el amor, una sorprendente

vehemencia y una gran melancolia. N o es en modo alguno

increible que el au to r de tal poema haya sido alguna vez

esclavo de una pasion patologica, que su vehemencia e in spiracion

se hayan convertido en locura, y que haya dado

con sus propias manos fin a su vida. Pero la dudosa au to ridad

de San Je ro n im o n o puede proporcionarnos la seguridad

de que reproduce una tradicion fundada en hechos

o bien una ficcion ingeniosa.

Creo que n o debemos lamentar mucho nuestra ig n o ran cia

de la vida de Lucrecio. Su obra le protege en aquellos

aspectos en que hubiera deseado protegerse. Al proclamar

la verdad publica, la perfecta conviccion se ignora a si misma.

Para lograr esto se requiere sin duda un genio peculiar

llamado inteligencia, pues inteligencia significa presteza en

ver las cosas tal como son. Pero cuando se alcanza la in te ligencia

resulta in u til el resto del hombre, como el armazon

en el edificio ya construido. N o queremos distraer

nuestra mirada de la solida estructura, unica que se p ro puso

edificar el artista . siempre que construyera para otros

y no fuera un fachendoso. Es la vision intelectual alcanzada

la que . sobre to d o el n aturalista. desea transmitir

a la posteridad, n o los ruines incidentes que precedieron a

su vision. Tales incidentes, aun en el caso de ser interesantes,

n o podrian ser repetidos dentro de nosotros. Pero

la vision en que el pensador derramo sus facultades y a la

cual dedico sus desvelos es comunicable y puede convertirse

en una parte integrante de nosotros mismos.

Desde el momento en que Lucrecio se ha hecho identico

a su poema y se ha disuelto en su propia filosofia, sus

antecedentes son simplemente los estadios a lo largo de los

cuales se fo rm o p o r vez primera su concepcion de la n a tu raleza

en la mente humana. Rastrear estos estadios es

facil; algunos de ellos nos son inclusive tan familiares que

la misma trivialidad del tema puede llegar a cegarnos para

la grandiosidad y audacia de la hazana intelectual implicada

en ellos. U n a concepcion n aturalista de las cosas es

una gran o b ra de la imaginacion, una obra mayor, a mi

entender, que cualquier mitologia dramatica o moral: es

una concepcion adecuada para inspirar una gran poesia.

Y acaso sea, en ultima instancia, la unica concepcion que

pueda inspirarla.

Nos dicen que el viejo Jenofanes miro la boveda del

cielo y exclamo: gEl T o d o es U n o h . Lo que, desde el

p u n to de vista logico, es una perogrullada puede ser con

frecuencia, desde el p u n to de vista imaginativo, u n gran

descubrimiento, pues nadie hasta entonces puede haber a d vertido

la evidente analogia que ta l perogrullada revela.

Asi, en el caso presente, la unidad de todas las cosas es logicamente

una verdad evidente, bien que esteril, pues los

mundos mas dispares e inconexos seguirian siendo una m u ltitu

d , por tan to , u n agregado y, consiguientemente, en cierto

sentido, una unidad. A u n asi fue una gran hazana de

la imaginacion dirigir deliberadamente la mirada a toda la

anchura del horizonte y abarcar mentalmente el co n ju n to

de toda la realidad descubriendo que1 la realidad es un conju

n to y puede ser llamada g u n a h , de la misma suerte que

cualquier piedra o cualquier animal, aunque compuestos de

muchas partes, son llamados g u n o sh en el vulgar romance.

Fue, sin duda, algun hombre prehistorico genial quien,

mucho antes que Jenofanes, aplico al co n ju n to de todas las

cosas aquella nocion de unidad y to ta lid ad que cualquiera

ha descubierto en la observacion de las cosas singulares, y

quien por vez primera se aventuro a hablar del gm u n d o h .

Hacer esto es plantear el problema de to d a filosofia natural

y, en cierto modo, anticipar la solucion de tal problema,

pues.equivale a preguntar como las cosas permanecen u n idas

y comprender que permanecen unidas de una manera

o de otra.

Exclamar g El T o d o es U n o h , y advertir que todas las

cosas se encuentran en u n paisaje y forman, mediante su

yuxtaposicion, un sistema, es el tosco comienzo del saber

en la filosofia natural. Pero es facil seguir adelante y ver

que las cosas forman una unidad de un modo mas p ro fundo

y misterioso. Por ejemplo, una de las primeras cosas

que impresionan al poeta, al hombre que siente y que reflexiona,

es el hecho de que esos objetos que pueblan el mundo

desaparecen y no vuelven. Sin embargo, cuando se desvanecen

no todo desaparece; otras cosas surgen en lugar de

ellos. La naturaleza permanece siempre joven e integra a

pesar de la muerte que en todas partes acecha, y lo que

sustituye a lo que continuamente desaparece es con frecuencia

extraordinariamente parecido. L a inestabilidad u n iversal

no es incompatible con una gran monotonia, de modo

que mientras Heraclito se lamentaba de que to d o fluyera,

el Eclesiastes, que estaba tambien enteramente convencido

de esta verdad, se dolia de que no hubiera nada nuevo

bajo el sol.

Esta doble experiencia del cambio y de la repeticion .

una experiencia a la verdad sentimental y cientifica. dio

bien p ro n to origen a una gran idea, acaso a la mayor idea

que se le ha ocurrido a la humanidad. Esta idea co n stitu yo

la inspiracion capital de Lucrecio. Consiste en afirmar

que to d o lo que observamos a nuestro alrededor, asi como

nosotros mismos, no es otra cosa sino formas pasajeras

de una sustancia permanente. Esta sustancia . cuya cantidad

y cualidad internas son siempre iguales. se redistribuye

constantemente, y en el curso de tal redistribucion

forma esos agregados que llamamos cosas y que vemos

desaparecer y reaparecer continuamente. T o d a s las cosas son,

en ultima instancia, p o lv o y se convierten en polvo, pero

un polvo que es eternamente fertil y que esta destinado a

adoptar perpetuamente nuevas y hermosas figuras. Esta

nocion de sustancia otorga una unidad mucho mayor al

mundo disperso. Nos indica que todas las cosas se tran sfo rman

y que poseen u n fundamento comun del cual surgen

y al cual vuelven.

El espectaculo del cambio inexorable, el triu n fo del tiempo

. o lo que fuere. ¡ h a sido siempre uno de los temas

favoritos de la poesia lirica y tragica, asi como u n tema

de la meditacion religiosa. La percepcion del cambio u n iversal,

la experiencia de la vanidad de la vida ha sido siempre

el comienzo de la seriedad. Es la condicion ineludible

de cualquier filosofia bella, mesurada o delicada. Antes de

ello, to d o era barbaro, ta n to en moral como en poesia, pues

hasta entonces la humanidad no habia aprendido a ren u n ciar

a nada, no habia superado el egotismo y el optimismo

instintivos del animal joven y no h ab ia trasladado el centro

de su ser, o de su fe, desde la v o luntad a la imaginacion.

Descubrir la sustancia es asi dar u n gran paso en la vida

de la razon, aun en el caso de que la sustancia sea concebida,

de un modo enteramente negativo, como u n vocablo que sirve

meramente para senalar, para contrastar la insustancialidad,

la vanidad de todos los momentos particulares y de

todas las cosas. Asi es como la filosofia y la poesia indias

concibieron la sustancia. Pero el paso dado p o r la fisica

griega y por la poesia de Lucrecio va mas alla. Al observar

el cambio universal y la vanidad de la vida, Lucrecio

y los griegos concibieron tras la apariencia un gran p ro ceso

inteligible, una evolucion en la naturaleza. La realidad

llego a ser, lo mismo que la ilusion, interesante. La fisica,

que habia sido hasta entonces meramente espectacular, se

h izo cientifica.

Se encontraba aqui un tema mucho mas rico en posibilidades

para el poeta y el filosofo que se hubiesen lanzado al

descubrimiento del fundamento y de las secretas causas de

tal alegre o melancolico flu jo de las cosas. El entendimiento

que le permitio descubrir estas causas hizo para el europeo

aquello que ninguna mistica in d ia , aquello que ningun desprecio

de la inteligencia puede permitirse hacer: dominar,

predecir y transformar ese cambiante espectaculo mediante

una inteligencia practica y viril. El hombre que descubre

los resortes secretos de las apariencias abre a la contemplacion

un segundo m u n d o positivo, la fragua de la naturaleza

y sus activas profundidades, donde un mecanismo p ro d igioso

alimenta continuamente nuestra vida y la prepara a

distancia con las mas exquisitas regulaciones. Pero si la

marcha de tal mecanismo produce la vida y la nutre, m u chas

veces p one obstaculos a su desarrollo y la condena al

aniquilamiento. Esta verdad, que hace comprensible por

vez primera la concepcion de la sustancia natural, justifica

las elegias que h an escrito siempre sobre las cosas humanas

los poetas de la ilusion y de la desilusion. Es una verdad

que tiene un aspecto melancolico, pero, como es una verdad,

satisface y exalta el espiritu racional que pide con vehemencia

la verdad pura, aunque sea triste o desoladora, y que

desea alcanzar una posible y n o una imposible felicidad.

Hasta aqui la ciencia griega habia descubierto que el

mundo era uno, que habia una sustancia, que se trataba

de una sustancia fisica y que estaba distribuida y se movia

en el espacio. Era la materia. Pero seguia en pie este in te rrogante:

.Cual es la verdadera naturaleza de la materia y

como produce las apariencias que observamos1? La unica

respuesta que aqui nos im p o rta es la que fue dada por

Lucrecio . una respuesta que habia recibido de su maestro

en todas las cosas, Epicuro, el cual a su vez la habia recibido

de Democrito. A hora bien, Democrito habia realizado

u n progreso notable sobre los sistemas que eligieron una sustancia

evidente, como el agua, o que recogieron todas las

sustancias evidentes, como h izo Anaxagoras, in ten tan d o

explicar el m u n d o p o r ellas. Democrito penso que la sustancia

de todas las cosas no debia poseer ninguna de las

cualidades presentes en unas y ausentes en otras; debia p o seer

solamente las cualidades presentes en todas las cosas.

Debia ser meramente materia. Segun el, la materialidad

consiste en extension, figura y solidez. En el eter mas fino

y sutil no podemos encontrar, si lo examinamos a ten ta mente,

mas que particulas con estas propiedades. T o d a s las

demas cualidades de las cosas son solo aparentes y se les

atribuyen por una convencion del espiritu. El espiritu es

un mitologo n a to y proyecta sus opiniones a sus causas. La

lu z , el color, el gusto, el calor, la belleza y la excelencia

son esas supuestas y convencionales cualidades, pero solo el

espacio y la materia son reales. E l espacio vacio no es, sin

embargo, menos real que la materia. P o r consiguiente,

aunque los atomos de la materia n o cambien nunca de f o r ma,

puede haber cambios reales en la naturaleza por cuanto

puede cambiar su posicion en un espacio real.

A diferencia de la inutil sustancia de los indios, la sustancia

de Democrito podia ofrecer una base calculable para

explicar el flu jo de las apariencias, pues tal sustancia se

hallaba desigualmente distribuida en el vacio y se movia

de u n modo constante. T o d a apariencia, por efimera que

fuera, correspondia a una precisa configuracion de la sustancia:

surgia con esta configuracion y con ella perecia.

Segun eso, tal sustancia es fisica y no metafisica. No es una

expresion dialectica, sino una anticipacion cientifica, una

profecia sobre lo que u n observador, debidamente pertrechado,

descubriria en el interior de los cuerpos. E l materialismo

no es un sistema metafisico; es una especulacion quimica

y fisiologica, de suerte que, si el analisis pudiera ser b a stante

profundo, encontraria que to d a sustancia es h om o genea

y que todo movimiento es regular.

Segun Democrito, aunque la materia es homogenea, las

formas de las particulas ultimas son diversas, y las varias

combinaciones de las mismas constituyen los varios o b je tos

de la naturaleza. El movimiento no es, como el vulgo

Tres poetas filosofos.. S.

(y Aristoteles) suponian, in n a tu ra l; no es producido magicamente

por alguna causa moral: es eterno y se ha originado

con los atomos. Al ser estos golpeados, se produce

un rebote, y las corrientes y los remolinos mecanicos ocasionados

p o r estos contactos fo rm an una m u ltitu d de sistemas

estelares, llamados mundos, de1 los que estan llenos

los espacios infinitos.

El mecanicismo en lo que respecta al movimiento, el a to mismo

en lo que toca a la estructura, el materialismo en lo

que se refiere a la sustancia: he aqui todo el sistema de

Democrito. Este sistema es tan maravilloso en su penetracion,

en su sentido para las exigencias ideales de metodo y

conocimiento, como extrano y audaz en su simplicidad.

Solo el mas convencido racionalista, el mas osado profeta

podria admitirlo dogmaticamente. Sin embargo, el tiempo

le ha dado en gran parte la razon. Si Democrito pudiera

conocer el estado actual de la ciencia, se reiria, como tenia

por hab ito , en parte por la confirmacion que podemos dar

a diversas partes de su filosofia, y en parte por nuestra estupidez

al no poder adivinar el resto.

Hay en Lucrecio dos maximas que, aun en nuestros

dias, bastan para distinguir entre un pensador naturalista

y uno que no lo sea. gN a d a h , dice, gsurge en el cuerpo

para que podamos u tilizarlo, sino que cuanto surge p ro duce

su usoh *). Aqui se encuentra la eliminacion de las

causas finales de que depende todo progreso cientifico. La

otra maxima dice asi: gU n a cosa se hace evidente al ser

comparada con otra. Y la ciega noche no te borrara el sendero

antes de que hayas escudrinado a fondo las cosas u ltimas

de la naturaleza. Asi, las cosas arrojan luz sobre las

!) LUCRECIO, IV, 8 3 4, 8 3 5 :

N i l . . . n a tum s t in corpore, ut u ti

Possemus, sed q u o d n a tum s t id procreat u sum .

cosash *). La naturaleza es su pro p ia norma, y si nos parece

in n atu ral no habra esperanza para nuestras almas.

La etica de Democrito, hasta donde podemos juzgarlo

p or los escasos testimonios conservados, era meramente descriptiva

o satirica. Democrito era un espectador aristocra-

h tico que desdenaba a los necios. Segun el, la naturaleza se

rie de nosotros. El sabio considera su destino y, al conocerlo,

se eleva en cierto modo por encima de el. T o d o s los

seres vivientes persiguen la mayor felicidad posible, pero son

maravillosamente miopes. Asi, la mision del filosofo es

prever y conseguir la mayor felicidad realmente posible.

En un mundo tan desapacible como el nuestro, esto solamente

puede obtenerse mediante la abstencion y el retiro.

Si son pocas las cosas pedidas, es mucho mas probable que

lo obtenido no desilusione. Es importante, aunque muy

dificil, no ser un necio.

El sistema de Democrito fue adoptado por Epicuro, pero

no porque Epicuro tuviera algun deseo de conocimiento

cientifico. P o r el contrario, Epicuro, el Herbert Spencer de

la antiguedad, fue en su filosofia n atu ral una enciclopedia

de segunda mano. P ro lijo y minucioso, vago e inconsistente,

recogia su miscelanea cientifica con los o jo s fijos n o en

la naturaleza, sino en las exigencias de u n a fe interna .

una fe basada en fundamentos morales, considerada necesaria

para la salvacion y defendida a toda costa y con todas

las armas asequibles. Es instructivo que el materialismo

haya sido adoptado en aquella coyuntura p o r los mismos

ajenos motivos morales en nombre de los cuales ha sido

usualmente rechazado.

i) ibid., I, 1 115 18:

A lid e x alio clarescet, nec tib i caeca

N o x itec cripiet, quin u ltim a naturai

Pervideas: ita res accendent lu n iin a rebus.

P o r extrano que pueda parecer a quienes han oido decir,

con h o rro r o envidia, que se revolcaba en su pocilga, Epicuro

era u n santo. Los caminos del mundo le llenaban de

congoja. La Atenas de su epoca, para ver la cual dariamos

algunos nuestros ojos, conservaba todo su esplendor en

medio de su decadencia politica, pero nada de ella le interesaba

o atraia a Epicuro. Los teatros, los porticos, los gimnasios

y, por encima de todo, el agora estaban para el ennegrecidos

con el humo de la vanidad y la locura. Retirado

en su ja rd in privado, con unos pocos amigos y discipulos,

buscaba los senderos de la p az. Vivia sobriamente; hablaba

con suavidad; daba limosna a los pobres; predicaba contra

la riqueza, contra la ambicion, contra la pasion. Defendia

el libre albedrio porque deseaba practicarlo alejado del m u n do

y no arrastrado por la corriente. Negaba lo sobrenatural

por cuanto su creencia en el hubiera ejercido una influencia

perturbadora en el animo y hubiera convertido en obligatorias

y graves demasiadas cosas. No habia para el ninguna

vida fu tu ra ; el arte de vivir sabiamente n o debe ser desfigurado

por ta n alocadas imaginaciones.

T o d a s las cosas ocurrian segun el debido curso de la

naturaleza. L o s dioses eran demasiado remotos y demasiado

felices, retirados como buenos epicureos, para mezclarse

en los sucesos terrenales. Nada perturbaba lo que

W o rd sw o rth llamaba su g voluptuosa indiferenciah . Sin

embargo, era grato frecuentar sus templos. Alli, lo mismo

que en los espacios donde moraban entre los mundos,

los dioses eran silenciosos y bellos, y tenian forma h u mana.

Cuando u n hombre desdichado contemplaba sus

estatuas, estas le recordaban la felicidad; durante unos instantes

se rejuvenecia y se apartaba del insensato tumu lto

de los negocios humanos. Desde esos boscajes y santuarios

consagrados, el filosofo regresaba a su ja rd in fortalecido en

su sabiduria, mas feliz en su aislamiento, mas benevolo y

mas indiferente a todas las cosas del mundo. Asi, la vida de

Epicuro, como testimonia San Jeronimo, estaba g llena de

hierbas, frutos y abstinenciash . Habia en ella u n silencio

parecido al desamparo. E ra u n a filosofia de la decadencia,

u n a filosofia de negacion y de huida del mundo.

Aunque la ciencia por si misma no podia interesar a u n a

tan monastica naturaleza, podia ser util p a ra apoyar la fe

o para suprimir las objeciones a la misma. P o r lo tan to ,

Epicuro se apartaba de la reserva de Socrates y buscaba una

filosofia n atural que pudiera sostener su etica. De todos los

sistemas existentes . y habia muchos. encontro que el de

Democrito era el mas provechoso y edificante. Mejor que

cualquier otro podia persuadir a los hombres a que ren u n ciaran

a la locura que debe ser rechazada y disfrutaran de

los placeres que pueden ser gozados. Pero como el sistema de

Democrito fua adoptado p o r estos motivos externos y pragmaticos,

no fue necesario aceptarlo en todos sus puntos.

P o r lo menos una alteracion en el era imperiosa. El m ovimiento

de los atomos no debe ser absolutamente regular

y mecanico. Para eliminar el destino debia admitirse el

azar. El destino era una nocion aterradora. El pueblo

hablaba de el con uncion supersticiosa. El azar era algo

mas humilde, mas apropiado para el hombre de la calle.

Si se permitiera que los atomos experimentaran una pequen

a desviacion en sus cursos, el fu tu ro seria imprevisible y

el libre albedrio quedaria a salvo. P o r lo tanto, Epicuro

determino que los atomos se desviaban, agregandose fan ta sticos

argumentos p a ra mostrar que semejante intrusion del

azar representaba una ayuda en la organizacion de la n a tu raleza,

pues la llamada inclinacion de los atomos explicaba

como su caida originaria habia producido remolinos y, con

ello, cuerpos organizados. Pero continuemos nuestra descripcion.

El materialismo, como cualquier o tro sistema de filoso

fia natural, no implica mandatos o consejos. Se limita a

describir el mundo, con inclusion de las aspiraciones y conciencia

moral de los mortales, refiriendolo todo a u n fu n damento

material. Como el materialista es un hombre, no

dejara de tener preferencias y aun una conciencia moral

propia. Pero sus preceptos y su conducta expresaran, no

las implicaciones logicas de su ciencia, sino sus instintos h u manos

tales como pueden haberlos formado la herencia y

la experiencia. Segun ello, cualquier sistema de etica puede

coexistir con el materialismo, pues si el materialismo declara

que ciertas cosas (como la inmo rtalid ad ) son imposibles,

n o puede declararlas indeseables. Sin embargo, no

es probable que un hombre constituido para adoptar el

materialismo este fo rmad o de tal manera que se dedique a

perseguir cosas consideradas como inalcanzables. Hay, por

lo tanto, un lazo psicologico, aunque n o logico, entre el

materialismo y una moralidad vulgar.

El materialista es, ante todo, un observador, y probablemente

lo es tambien en la etica. Esto quiere decir que no

tendra ninguna etica excepto la emocion que le produzca

el proceso del mundo. Si es un esprit fo rt, si es realmente

desinteresado, amara la vida, en el mismo sentido en que

nos complace la perfecta vitalidad, o lo que tal nos parece,

de las gaviotas y de las marsopas. Creo que aqui radica

el sentimiento etico psicologicamente concordante con un

vigoroso materialismo: simpatia p o r el movimiento de las

cosas, interes en la ola ascendente, complacencia por la

espuma que produce antes de hundirse de nuevo. La n a tu raleza

n o distingue entre lo mejor y lo peor, pero si lo

hace el amante de la naturaleza. Este llama mejor a lo que,

siendo analogo a su propia vida, aumenta su vitalidad y

posee probablemente alguna vitalidad propia. Es el sentimiento

etico de Spinoza, el mas grande de los naturalistas

modernos en filosofia. Y veremos como Lucrecio, a pesar

de su fidelidad al ascetico Epicuro, es arrastrado p o r su

extasis poetico en la misma direccion.

Pero aqui advertimos el misterio de esta union. El m a terialista

amara la vida de la naturaleza cuando ame su

propia vida. Pero si odiara su vida, .como podria complacerle

la vida de la naturaleza? A h o ra bien, Epicuro o d iaba,

en su parte mas considerable, la vida. Su sistema moral,

llamado hedonismo, recomienda el placer que rio produzca

excitacion ni desemboque en riesgos. Este ideal es modesto

e inclusive casto, pero n o vital. Epicuro era notable por

su clemencia, por su amistad, por su completo horror a la

guerra, por el sacrificio, p o r el sufrimiento. N o son sentimientos

de los que participaria un autentico naturalista. La

piedad y el arrepentimiento, decia Spinoza, son vanos y

malos; lo que aumenta el poder y la alegria de un hombre

aumenta tambien su bondad. El naturalista confiara, como

decia Nietzsche, en cierta crueldad; se inclinara, siguiendo

el caracter desdenoso de la risa de Democrito, a cierto

desprecio. N o tendra demasiado escrupulosamente en cuenta

el coste de lo que consiga; sera u n imperialista, arrebatado

por la alegria de obtener algo. En resumen, el to n o

moral del materialismo en una epoca de desarrollo o en un

animo agresivo sera aristocratico e imaginativo. Pero en

una epoca decadente o en un alma que renuncie a todo, sera,

como lo fue en Epicuro, h um anitario y timidamente

sensual.

Tenemos ahora delante de nosotros los antecedentes y

los componentes del poema de Lucrecio sobre la naturaleza.

Queda entonces el genio del poeta mismo. L o mas grande

de este genio es su capacidad de perderse en su objeto, su

impersonalidad. Parece que estamos leyendo, n o la poesia

de un poeta acerca de las cosas, sino la poesia de las cosas

mismas. Lo que Lucrecio demuestra a la h umanidad de una

vez para todas es que las cosas tienen su poesia a causa de

su propio movimiento y vida, y no simplemente porque

nosotros las hayamos convertido en simbolos.

Desde luego, la poesia que vemos en la naturaleza se debe

a la emocion que produce en nosotros el espectaculo. La

vida de la naturaleza puede ser ta n romantica y sublime

como se quiera, pero seria polvo y ceniza si no hubiera

en nosotros nada sublime y romantico que nos llevara a

simpatizar con ella. Sin embargo, nuestra emocion puede

ser sincera; puede referirse a lo que la naturaleza realmente

es y hace, a lo que h a sido y a lo que h ara en lo sucesivo.

No necesita proceder de una preocupacion egoista acerca de

lo que esas inmensas realidades significan para nuestras p ersonas

o acerca de como pueden utilizarse en favor de

nuestro desenfrenado capricho. No, la poesia de la n a tu ra leza

puede percibirse solo con el poder in tu itiv o que despierta

y el entendimiento que emplea. Me atrevo a afirmar

que, mas aun que nuestro capricho y nuestros tornadizos

suenos, pueden dichas facultades poner en tension los resortes

del alma y extraer de ella toda su vitalidad y toda

su musica. El naturalismo es una filosofia de observacion

y de una imaginacion que amplia lo observable; todas las

visiones y sonidos de la naturaleza forman parte de el y le

otorgan su simplicidad, su acritud y su fuerza coercitiva.

Al mismo tiempo, el naturalismo es una filosofia intelectu

a l: presume la sustancia tras la apariencia, la co n tin u idad

tras el cambio, la ley tras el azar. P o r lo tan to , a tribuye

y reduce todas esas visiones y sonidos a u n fondo

oculto que las relaciona y explica. Asi entendida, la n a tu raleza

tiene ta n ta p ro fundidad como superficie, ta n ta fuerza

y necesidad como variedad sensible. Ante la sublimidad

de esta vision, todas las formas de la falacia patetica

parecen bastas y artificiales. La mitologia, que es para un

espiritu in fan til la unica poesia posible, suena al compararla

con ella como u n a mala retorica. El poeta n atu ralista

abandona la tierra de las hadas, porque ha descubierto

la naturaleza, la historia, las verdaderas pasiones del h om bre.

Su imaginacion h a alcanzado el estado de madurez.

Su placer consiste n o en representar, sino en dominar.

El dominio poetico sobre las cosas tal como son, se ad vierte

ante todo en Shakespeare en lo que se refiere a las

cosas humanas, y en Lucrecio en lo que toca a las cosas

naturales. E xtraordinariamente v ivido, inexorable, inequivoco

en todos sus detalles, es sobremanera grandioso y severo

en su agrupacion de los hechos. Es la verdad lo que

lo absorbe y arrastra. Desea que los hechos mismos nos

convenzan y sosieguen, que las cosas impongan sobre n osotros

su abrumadora evidencia, que impregnen nuestro ser

y nos testimonien univocamente la naturaleza del mundo.

Supongamos, no obstante . y es una suposicion defendible.

que Lucrecio este completamente equivocado en su

ciencia y que no haya n in g u n espacio, sustancia o n a tu raleza.

Su poema perderia entonces su referencia inmediata

a nuestras vidas y a nuestras convicciones personales, pero

n o perderia su grandeza imaginativa. Podriamos seguir

concibiendo u n m undo tal como lo describe. Imagine el

lector las emodones que los h ab itantes de tal mundo h u bieran

sentido el dia en que u n Democrito o u n Lucrecio

les hubieran revelado su verdadera situacion. !Cuan grandes

serian la ceguera y la locura disipadas, cuan maravillosa 1.a

vision obtenida! !Que claro el fu tu ro , que inteligible el

pasado, que maravillosos los atomos p u lu lan d o en su in v o luntaria

y perpetua fertilidad! Cualquier rincon y escondrijo

de la naturaleza se asemejaria entonces a lo que es para

nosotros el cielo en una noche estrellada, en que la esbozada

sonrisa de la vida juega en to rn o a las constelaciones.

P a ra los que en el vivieran, tal universo tendria seguramente

su poesia. Seria la poesia del naturalismo. Pensando que

vivia en tal mundo, Lucrecio oyo su musica y la puso en

solfa.

Sin embargo, parece que cuando se dispuso a componer

su poema a base del sistema de Epicuro le abrumo la grandeza

de su tarea. P o r vez primera tenia que explicar, en

sonoros aunque ponderosos vocablos latinos, el nacimiento

y naturaleza de todas las cosas tal como sutilmente habian

sido descritas en griego. T e n ia que disipar la supersticion,

refutar a los antagonistas, establecer los seguros fu n d a mentos

de la ciencia y de la sabiduria, hacer apartar a la

humanidad de sus crueles pasiones y locuras para conducirla

a una vida sencilla y pacifica. El mismo era bastante

atu rd id o y belicoso, pues son frecuentemente nuestras in quietudes

mas que nuestras tranquilidades lo que determina

nuestros ideales. Asi, al proclamar el advenimiento

de la felicidad humana y al describir la felicidad divina,

tenia que perseguir la propia, remontandose con las fuertes

alas de sus hexametros hacia u n extasis de contemplacion

y entusiasmo. Si experimentamos ta n grande emocion al

leer estos versos, .que debia pasar al componerlos? .Podia

conseguir lo que se proponia? .Podian caberle en suerte

tan grandes cosas? Si, podian solo con que las fuerzas creadoras

de la naturaleza, siempre in fin ita s y siempre dispuestas

a ser utilizadas, pasaran a su cerebro y a su espiritu;

solo con que las semillas de la corrupcion y de la locura,

perpetuamente suspendidas en el aire, fueran durante unos

momentos aventadas; solo con que quedara suspendido

mientras escribia el estrepito de las luchas civiles. U n nino

debe su primera existencia a una conjuncion fo rtu ita de

atomos. U n poeta debe su inspiracion y su exito a una a tmosfera

y a una estacion propicias. Sabiendo que su empresa

depende de esas azarosas conjunciones, Lucrecio comienza

p o r invocar los mismos poderes que va a describir, pidiendoles

que le concedan suficiente genio y aliento para hablar

de ellos. E inmediatamente esos poderes le envian una feliz

inspiracion, acaso una feliz reminiscencia de Empedocles.

Hay dos grandes perspectivas que el moralista puede discernir

en el universal impulso de los atomos: u n movimiento

creador, que produce los valores morales, y u n movimiento

destructor, que los anula. Lucrecio sabe muy bien

que esta distincion es unicamente moral o, como hoy se

dice, subjetiva. Nadie ha senalado con tan ta frecuencia y

claridad como el, que nada surge en este mundo cuya vida

no implique la muerte de alguna otra cosa *), de suerte

que el movimiento destructor crea y el movimiento creador

destruye. P o r lo menos, y desde el p u n to de vista de cualquier

vida o interes particulares, la distincion entre una

fuerza creadora y otra destructora es real y sobremanera

importante. Hacer esta distincion no significa negar la estructura

mecanica de la naturaleza, sino solo mostrar como

esta estructura mecanica es moralmente fecunda, como sus

partes extrinsecas son para mi o para otro cualquiera, para

sus productos locales y vivientes, favorables u hostiles.

Esta doble p in tu ra de las cosas es altamente interesante

para el filosofo, hasta el p u n to de que antes de que su

ciencia fisica haya alcanzado el estadio mecanico, considerara

indudablemente el aspecto doble que las cosas presentan

como la expresion de un principio dual en estas cosas

mismas. Asi, Empedocles hablaba del Amor y de la D iscordia

como de dos fuerzas que reunen y separan respectivamente

los elementos, cargando sobre sus hombros una

labor semejante a la de Penelope: tejiendo la primera perx

) L U C R E C IO , I , 2 6 4 , 2 6 5 :

A lid ex alio reficit natura, nec ullam

R etn gigni p a titu r, nisi m o r te a d iu n ta aliena *) .

Ver apendice final para la traduccion.

petuamente nuevas formas de la vida; deshaciendolas continuamente

la segunda x) .

Solo u n a ligera concesion era necesaria a la retorica tr a dicional

para substituir estos nombres, Amor y Discordia,

que designaban en Empedoclcs potencias divinas, p o r los

nombres de Venus y Marte, que designaban las mismas

influencias en la mitologia romana. Marte y Venus no son

en Lucrecio fuerzas morales incompatibles con el mecanismo

de los atomos; son ese mecanismo mismo en tan to

que produce y destruye la vida o cualquier preciosa empresa,

como esa misma de Lucrecio, consistente en componer

su poema. Marte y Venus, dandose el brazo, gobiernan

ju n to s el universo; nada surge en el excepto con la muerte

de otra cosa. Sin embargo cuando lo que nace es mas feliz

en si mismo o mas congenial para nosotros que lo que

muere, el poeta dice que Venus prevalece, que ha obligado

a su cautivo amante a suspender su infecunda ira. E n esto.s

momentos es primavera en la tierra; la tormenta retrocede

(parafraseo el pasaje correspondiente) 2, los campos estan

1) Un a excelente expresion de este p u n to de vista pone Platon en

boca del medico Etiximaco. en E l Banquete.

2) L u c r e c i o , I, 1 - 1 3 :

A en ea d um g e n e ttix , h om in um d ivom q u e voluptas,

A lm a V en u s, caeli subte r labentia signa

Quae maro n avigerum, quae terras fru g ife ren tis

Concelebras; per te q u o n iam genus omn e a n im a n tum

C o n c ip itu r, v is itq u e e x o r tum lum in a solis:

T e , dea, te fu g iu n t v en ti, te nubila caeli

A d v e n tum q u e ta um : tib i suaves daedala tellus

S u b m ittit flores; tib i rident aequora p o n ti,

P lacatumque n ite t d iffu so lum in e caelum.

N am sim u l ac species patefaclast tierna diei,

E t reserata Viget genitabilis aura fa vo n i;

Aeriae primara vohtcres te, diva , tu um q u e

S ig n ifica n t in itum , perculsae corda tua t i i 2) .

cubiertos de flores, la luz del sol inunda el cielo sereno

y todas las especies animales sienten en su corazon el poderoso

impulso de Venus. El trigo madura en las llanuras y

el propio mar lleva con seguridad las flotas que lo a tra viesan.

Sin embargo, el pueblo romano no es la menor de estas

obras de Venus. El poder de la naturaleza no quedo nunca

mejor ilustrado que mediante la v italidad de esa raza, conquistadora

de tan ta s otras razas, o mediante su poder asimilador,

que las civilizo y pacifico. L a leyenda habia hecho

de Venus la madre de Eneas, y de Eneas el padre de los

romanos. Lucrecio se aprovecha de esta feliz coyuntura e

identifica la Venus de la fabula con la verdadera Venus,

con el movimiento favorable o propicio de la naturaleza,

del cual constituia Roma la culminacion. Pero si la obra

del poeta ha de ser dignamente realizada, no puede desatender

el mismo movimiento favorable con vistas a su feliz

resultado y a su poder persuasivo. Venus debe ser el p ro tector

y el p a tro n o de su arte y de su filosofia. Debe m a n tener

a Meinmio fuera de la guerra, para que pueda leer y

alejarse de las ambiciones frivolas; debe detener el tum u lto

de la sedicion constante, para que Lucrecio pueda dedicarse

enteramente al estudio de los preceptos de Epicuro, para

que su corazon pueda entregarse a una sublime amistad

que le incite a dedicarse a una intensa vigilancia de todas

las palpitaciones de la noche estrellada, siguiendo el curso

de cada atomo invisible y remontandose casi hasta la sede

de los dioses 1) .

1) L u c r e c io , I, 24, 2 8 -3 0 , 4 1 - 4 3 , 1 4 0 - 4 4 :

T e sociam studeo scribendis versibus esse. . .

Q a o magis ae te in um da dictis, diva, leporem:

E ffic e , a t interea fe ta moeneta m ilitia i

Per maria ac terras omnes sopita q u ie sca n t. . .

La impersonalizacion en la figura de Venus de cuanto

favorece a la vida no seria legitima . y realmente estaria

en contradiccion con una concepcion mecanicista de la n a turaleza.

si no fuera contrarrestada por una figura que

representase la tendencia opuesta, la no menos universal

tendencia a la muerte.

El dios Marte del pasaje citado, subyugado durante unos

momentos por los requiebros del amor, manifiesta en todo

el resto del poema su irrefrenable furia. Estos son los dos

aspectos de toda transmutacion, el hecho de que en la

creacion una cosa destruya a otra. Y como esta tran sm u ta cion

es perpetua . pues nada es duradero excepto el vacio,

los atomos y sus movimientos. , se sigue de ello que la

tendencia hacia la muerte es para cada cosa individual la

tendencia final y victoriosa. Como los nombres de Venus

y Marte no son esenciales para el pensamiento del poeia,

pueden suprimirse, y los procesos que personifican son en tonces

descritos desnudamente. N o obstante, si el poema se

hubiera terminado y Lucrecio hubiese deseado componer

un final que armonizara con el comienzo y representar un

gran ciclo del mundo, es muy posible que hubiera in tro ducido

en los ultimos versos un pasaje mitico parejo al del

principio. Habriamos visto entonces a Marte despertar de

su amorosa letargia, refirmar su naturaleza inmo rtal y

salir con la tea en la mano del palacio del amor para sembrar

la destruccion en todo el universo, hasta que todas las

N am neque nos agete hoc patriai tem p o re in iq u o

P ossum u s aequo a n im o , nec M em m i clara propago

T a lib u s in rebus c om m u n i desse s a lu ti. . .

Sed tua me v ir tu s tamen, et sperata vo tu p ta s

S u avis amicitiae, q u em v is sufferre laborem

Suadet, e t in d u c it noctes vigilare serenas,

Qu a ren tem , dictis q u ib u s et q u o carmine d em um

Clara tuae possim praepandere lum in a m e n t i 3) .

cosas ardieran violentamente y se consumieran. Pero no

todas, pues la diosa misma seguiria existiendo, mas divina

y deseable que nunca en su aislada belleza. El dios de la

guerra de nuevo se acogeria instintivamente a su seno, fa tigado

y ebrio de la matanza, y un mundo nuevo surgiria

de los dispersos atomos del viejo.

Estas incesantes revoluciones, tomadas en si mismas, se

equilibran exactamente, y no estoy seguro de que, considerandolo

imparcialmente, sea mas triste el nacimiento de

nuevos mundos que la perpetua continuacion de este. Ademas,

la naturaleza no puede tomar de nosotros mas de lo

que nos ha dado, y seria capcioso e ingrato por nuestra

parte pensar en ella solo como potencia destructora o esencialmente

destructora segun la moda poco especulativa de

los modernos pesimistas. La naturaleza destruye para crear

y crea para destruir, pues su interes (si podemos expresarnos

asi) no se halla en las cosas particulares ni en su continuacion,

sino unicamente en el movimiento que las sop

orta, en el flu jo de la sustancia p rimordial. No obstante,

la vida pertenece a la forma y no a la materia, o, en el lenguaje

de Lucrecio, la vida es un eventum, un producto ideal

superfluo o un aspecto incidental implicado en el equilibrio

de la materia, del mismo modo que la obtencion de un

doble seis es un eventum, un producto ideal superfluo o un

aspecto incidental implicado ocasionalmente en el acto de

agitar un cubilete de dados. Pero asi como el resultado

mencionado es la culminacion y la mejor consecuencia p o sible

en un juego de dados, asi tambien la vida es la culminacion

y la mejor consecuencia posible de la danza de

los atomos. Y solo desde el p u n to de vista de ese eventum

puede ser considerado y ju zg ad o por nosotros el proceso

total. Hasta que no ha tenido lugar dicha o p ortunidad

favorable no existimos moralmente ni podemos reflexionar

o ju 2gar. El filosofo se halla en la cresta de la ola, es la

e sp um a de la retumbante tormenta, y como la ola debe elevarse

antes de deshacerse, to d o lo que vive y testimonia

es su propia caida. La decadencia de todo lo viviente es la

unica perspectiva que encuentra ante si; toda su filosofia

debe ser una profecia de la muerte. De la vida que pueda

v en ir luego, cuando los atomos vuelvan a juntarse, nada

puede imaginar; la vida que conoce y de que participa,

to d o lo que para el es vida, declina y muere.

P o r lo tan to , Lucrecio, que n o es o tra cosa que sincero

y h o n ra d o , se halla poseido por una p ro fu n d a melancolia.

P o r vigorosas y palpitantes que sean sus descripciones de

la primavera, del amor, de la ambicion, de los florecientes

cu ltiv o s, de la victoria intelectual, palidecen ante los vividos

toques con los cuales pinta la proximidad de la muerte . la

fa tig a de la voluntad, la lasitud en el placer, la corrupcion

y la desintegracion de la sociedad, el agotamiento del suelo,

la domesticacion o la exterminacion de los animales salvajes,

la miseria, la peste y el hambre, y para el individuo

la fin a l disipacion de los atomos de su alma, huidos de

u n cuerpo languido para mezclarse y confundirse con la

corriente universal. Si consideramos la sustancia, nada p ro cede

de nada y nada se convierte en nada, pero si consideram

o s las cosas . los objetos del amor y de la experiencia.

to d o procede de la nada y vuelve a ella. El tiempo n o puede

p ro d u c ir ning u n a impresion sobre el vacio o sobre los a to m

o s; mas aun, el tiempo es un cuontum creado por el mov

im ie n to de los atomos en el vacio, pero el triu n fo del

tiem p o es absoluto sobre las personas, las naciones y los

m u n d o s J) .

i ) L u c r e c io , II, 1 1 3 9 -4 1 , 1 1 4 8 -4 9 , 1 1 6 4 - 7 4 :

O m n ia debet en im cibus integrare n o va n d o ,

E l fu lc ire cibus, cibus omnia sustentare.

Ne q u id q u am . . .

A l tra ta r del alma y de la inmortalidad, Lucrecio es u n

psicologo imperfecto y u n arbitrario moralista. E l esfuerzo

que realiza para demostrar que el alma es mortal esta in spirado

p o r el deseo de disipar to d o temor a los castigos

futu ro s y de facilitar asi al alma la tran q u ilid ad y el templado

disfrute de este mundo. Indudablemente, algo puede

conseguirse en este sentido, especialmente si los relatos acerca

de las venganzas divinas del fu tu ro se u tiliz an para sancionar

practicas irracionales y para impedir que la pobre

gente experimente un empeoramiento de su destino. Al

mismo tiempo, es muy dificil adm itir que el infierno sea

la unica perspectiva que la inmortalidad puede ofrecernos,

y es poco sincero n o observar que los castigos con que las

fabulas religiosas amenazan a los muerto s son en su mayor

parte simbolos de la efectiva degradacion que la maldad

produce entre los vivos, de staerte que el temor al infierno

no es mas acobardador o represivo que la experiencia de

la vida en el caso de que fuera claramente comprendida.

H a y en esta polemica co n tra la inm ortalidad o tro elemento

que, sin dejar de ser altamente interesante y muy

caracteristico de una epoca decadente, revela un ideal muy

limitado y, en el fondo, insostenible. Este elemento es el

temor a la vida. Epicuro habia sido un moralista puro y

tierno, pero pusilanime. T en ia ta n to miedo a ser causa u

objeto de dano, a correr riesgos o a p ro b a r fo rtu n a , que

deseaba demostrar que la vida humana es un negocio breve,

Sic ig itu r m a g n i q u o q u e circutn moenia m u n d i

E xp u g n a ta d a b u n t labem p u trisq u e ruinas. . .

lam q u e caput quassans granais suspirat arator

Crebrius incassum m a n u um cecidisse laborem:

Et cum tempora tem p o rib u s praesentia conferi .

Praeteritis, laudat fo r tu n a s saepe p a r e n tis . . .

Nec tenet, omnia p a u la tim tabescere et ire

A d cap u lum , spatio aetatis defessa v e tu sto 4) .

Tros poetas filosofos,. %.

no sometido a grandes transformaciones ni capaz de grandes

hazanas. De acuerdo con ello, ensenaba que los atomos

habian producido ya todos los animales que podian p ro ducir,

pues aunque los atomos eran in fin ito s en numero

h a b ia muy pocas clases de ellos. P or consiguente, las especies

posibles del ser eran finitas y p ro n to agotadas. Este

mundo, aunque en vispera de la destruccion, era de fecha

reciente. Los mundos situados a su alrededor o que podian

ser producidos en el futuro no podian ap o rtar nada esencialmente

diferente. T o d o s los soles eran m uy parecidos y

nada nuevo habia bajo ellos. Asi, pues, no necesitamos temer

al mundo; es u n escenario explorado y domestico . un

hogar, un pequeno ja rd in , dos metros de tierra para el

descanso de cada hombre. Si la gente se enfurece y hace

mucho ruido, no es porque haya mucho que ganar o mucho

que temer, sino porque la gente es loca. No seamos locos,

pensaba Epicuro, seamos razonables, cultivemos sentimientos

apropiados a u n mortal que h abita u n mundo moralmente

comodo y pequeno, y fisicamente pobre en su in fin

ita monotonia. En los bien conocidos versos de Fitzgerald

resuena perfectamente este mismo sentimiento:

Bajo la rama, un libro de poesia;

Un cantaro de vino y una hogaza de pan . y tu

a m i lado en la soledad cantando'. .

T u paraiso, soledad, me bastaria,

Pero .que ocurriria si la sombra de posibilidades incalculables

cruzara este risueno retiro? .Que pasaria si despues

de la muerte despertaramos en un mundo en el cual no

tuviera la menor vigencia la filosofia atomica? Observese

que esta sugestion no se opone de ninguna manera a los

argumentos p o r los cuales la ciencia puede demostrar la

exactitud de la teoria atomica. T o d o lo que Epicuro enseno

acerca del universo que se encuentra actualmente delante

de nosotros puede ser perfectamente cierto. Pero, .que

pasaria si manana un nuevo universo lo substituyera? La

sugestion es indudablemente g ratuita y ningun hombre de

accion se inquietara p o r ella. Mas cuando el corazon esta

vacio se llena con tales suenos. Los velados placeres del

sabio, tal como Epicuro lo concebia, eran realmente u n a

provocacion para el sobrenaturalismo. Dejaban un gran

vacio, y hacia ya tiempo que el sobrenaturalismo . tal

como lo veremos en Dante. no se cansaba de vivificar

los pulsos de la vida con nuevas esperanzas e ilusiones o,

cuando menos (lo que puede parecer mejor que n a d a ) , con

terrores y celo fanatico. Con tales tendencias en movimiento,

tal como habian sido reveladas en los mitos y dogmas

de P la to n , era imperioso para Epicuro desterrar impacientemente

todo pensamiento de lo que podia seguir a la

muerte. Con esta finalidad estan compuestos todos sus a rgumentos

referentes a la naturaleza material del alma y a

su incapacidad para sobrevivir al cuerpo.

Decir que el alma es material suena de modo extrano y

barbaro para los oidos modernos. Vivimos despues de Descartes,

quien enseno al mundo que la esencia del alma es

la conciencia, de modo que llamar material a la conciencia

equivaldria a hablar de la negrura del blanco. Pero los a n tiguos

dieron a la palabra alma un significado mas bien diferente.

La esencia del alma no consistia tan to en ser consciente

como en regir el desenvolvimiento del cuerpo, en

vivificarlo, moverlo y guiarlo. Y si pensamos en el alma

exclusivamente de esta manera no nos parecera una p aradoja,

sino u n a perogrullada, decir que el alma debe ser

material. Pues, .como podemos concebir que la conciencia

preexistente gobierne el desenvolvimiento del cuerpo, lo

mueva, guie y vivifique1? U n espiritu capaz de tal milagro

no seria en n ingun caso humano, sino enteramente divino.

SI

Asi, pues, el alma que Lucrecio llama material no deberia

ser identificada con la conciencia, sino con el fundamento

de la conciencia, que es al mismo tiempo la causa de la

vida en el cuerpo. P o r eso la concibe como un enjambre

de atomos muy pequenos y volatiles, como una especie de

eter residente en todas las semillas vivientes, aspirado con

abundancia durante la vida y exhalado en el momento de

la muerte.

Sin embargo, aunque esta teoria fuera aceptada no demostraria

lo que Lucrecio en el fo n d o se propone, es decir,

la imposibilidad de u n a vida futura. Los atomos del alma

son, como todos los atomos, indestructibles, y si la conciencia

se a tribuyera a un pequeno numero de ellos o solo

a uno (como luego enseno L e ib n iz ), la conciencia seguiria

existiendo despues de que esos atomos hubieran salido del

cuerpo y atravesado rapidamente nuevos espacios. Mas aun,

se h ab rian elevado todavia mas a causa de esta aventura,

del mismo modo que una abeja puede encontrar el cielo

o el ja rd in mas estimulante que la colmena. T o d o lo que

Lucrecio dice acerca de la divisibilidad del alma, y su d ifusa

sede corporal y de los peligros que encontraria fuera,

n o llega a suprimir la siniestra posibilidad que le a to rmenta.

Para convencernos de que perecemos completamente en

el momento de la muerte tiene que fiarse de vulgares experiencias

y de su correspondiente probabilidad: lo que cambia

no es indestructible; lo que empieza, termina; la madurez

intelectual, la salud, la cordura son inherentes al

cuerpo como co n junto y totalidad (no puede demostrarse

que lo sean solo a los atomos componentes del alma) ; las

pasiones son propias de la vida corporal y de la existencia

terrenal; no tenemos p o r que llevar una mascara diferente

o estar en un nuevo escenario; no recordamos ninguna existencia

anterior en el caso de que hubieramos tenido alguna,

por lo cual en una existencia fu tu ra no recordariamos la

presente. Estas reflexiones causan impresion y son expresadas

por Lucrecio con su h abitual b rillantez y sentido de

la realidad. Mediante tales pensamientos nada se prueba

cientificamente, pero se trata de buena filosofia y de buena

poesia; representan la acumulacion de muchas experiencias

y su sometimiento a un elevado juicio. El artista tiene sus

ojos fijos en el modelo y pinta la muerte segun la vida.

Si estas consideraciones consiguen ahuyentar el temor a

una vida futura, permanece todavia la angustia que muchos

sienten ante la idea de la extincion. Y si hemos cesado de

temer a la muerte, como Hamlet, por los suenos que p u e den

venir despues de ella, podemos aun temerla in s tin tivamente,

como los cerdos en el matadero. Contra este h o rro

r in stin tiv o a morir, Lucrecio ofrece muchos valientes

argumentos. Locos, nos dice, .por que temeis lo que nunca

p o d ra afligiros? Mientras vivis todavia, la muerte esta au sente,

y cuando estais muertos, lo estais h a sta el p u n to de

que no podeis saberlo y lamentaros p o r ello. Estareis tan

tranquilos como antes de nacer. .O es que tal vez os acongoja

el pueril temor de tener frio b ajo la tierra, de sentiros

ahogados por su peso? Pero vosotros no estareis alli; los

atomos, inconscientes, de vuestra alma danzaran muy lejos,

en algun rayo de sol, y no estareis en parte alguna. No

existireis en absoluto. La muerte es por definicion un estado

que excluye la experiencia. Si la temeis, estais temiendo una

mera palabra.

Acaso a todo esto Memmio o algun o tro lector recalcitrante

arguira que lo que le hacia estremecer no era el estado

metafisico de la muerte, sino la realisima agonia del

morir. Morir es algo horrible, como nacer es algo ridiculo.

Y aun en el caso de que la entrada en este mundo o la

salida de el no implicara n in g u n dolor, podremos decir lo

que dice de ello la Francesca de D an te : iEs la manera lo que

me estremece. Lucrecio, por su lado, no hace ningun esfuerzo

para mostrar que todo es como deberia ser, y si

nuestra manera de llegar al m undo es innoble y nuestro

modo de salir de el lastimoso, eso no es un defecto ni de

el ni de su filosofia. Si el temor a la muerte fuera meramente

el temor al morir, seria mejor tratado por la medicina

que por los argumentos. Hay, o deberia haber, un

arte de bien morir, de morir sin dolor, de buena gana y

con oportunidad . como en esas nobles despedidas que describen

las lapidas sepulcrales aticas. , especialmente si se

nos permitiera, como lo haria Lucrecio, escoger nuestro

momento.

Pero me atrevo a pensar que el temor radical a la muerte

es algo enteramente diferente. Es el amor a la vida. E p icuro,

que temia a la vida, parece haber olvidado aqui la

fuerza primordial y colosal contra la que estaba luchando.

Si hubiera percibido esa fuerza, se habria visto obligado a

combatirla de un modo mas radical, por medio de un m o vimiento

envolvente y de un ataque p o r la retaguardia. El

amor a la vida no es nada racional o fu n d ad o en la experiencia

de la vida. Es algo anterior y espontaneo. Es la

Venus Genetrix que cubre la tierra con su flora y su fau na.

Ensena a cada animal a buscar su alimento y su pareja,

a proteger su descendencia, asi como a resistir o a huir de

los danos corporales y ante todo de la amenazadora muerte.

Es el originario impulso por el cual el bien se distingue

del mal y la esperanza del temor.

P o r lo tan to , nada p o d ria ser mas futil que reunir argumentos

contra ese temor a la muerte que es meramente otro

nombre para designar la energia de la vida o la tendencia

a la conservacion del p ro p io ser. Los argumentos suponen

premisas, y estas premisas expresan en el caso presente a lguna

forma particular del amor a la vida, de donde es

imposible concluir que la muerte no es en manera alguna

un mal y no debe ser temida en absoluto. Pues lo que mas

se teme no es la agonia del morir ni siquiera la extrana

imposibilidad de que cuando no existimos no sufrimos por

la no existencia. Lo que se teme es la derrota de una voluntad

actual dirigida a la vida y a sus diversas empresas.

T a l voluntad no puede ser discutida, pero puede ser debilitada

mediante sus contradicciones internas, mediante la

ironia de la experiencia o la disciplina ascetica. La in tro duccion

de la disciplina ascetica, la revelacion de la ironia

de la experiencia, la exposicion de las contradicciones in ternas

de la v o luntad serian los verdaderos medios de m itigar

el amor a la vida. Y si el amor a la vida se e x tin guiera,

el temor a la muerte, como hum o procedente de

aquel fuego, tambien se desvaneceria.

En realidad, la fuerza que tiene el grandioso pasaje

contra el temor a la muerte que se encuentra al final del

tercer libro de Lucrecio procede ante to d o de la descripcion

que contiene acerca de la locura de la vida. Su filosofia

desaprueba la codicia, la ambicion, el amor y el sentimiento

religioso; se esfuerza en renunciar a la vida, en renunciar

a to d o lo que en la vida es apasionado, alegando que es,

en ultima instancia, doloroso e ignominioso. Hu ir de todo

ello es una gran liberacion. Y como el genio debe apasionarse

por algo, Lucrecio vierte su entusiasmo sobre Epicuro,

que trajo esta liberacion y fue el salvador de la h um a nidad.

Sin embargo, esto constituia solo un principio de

salvacion, y lo s mismos argumentos, llevados a mas rad icales

consecuencias, nos h ab rian liberado tambien de la vida

epicurea y de lo que conservaba de griego y de n aturalista:

la ciencia, la amistad y los sanos placeres del cuerpo. Si

hubiera renunciado asimismo a estas cosas, el epicureismo

habria desembocado completamente en el ascetismo, en un

sistema acabado de mortificacion o en una persecucion de

la muerte. Para los que persiguen sinceramente la muert?,

esta no es ningun mal, sino el sumo bien. En este caso no

h ay necesidad de esmerados argumentos para demostrar que

la muerte no ha de ser temida porque no es nada, pues a

pesar de no ser nada . o mas bien por no ser nada. la

muerte puede ser amada por un espiritu fatigado y desilusionado,

de la misma manera que a pesar de no ser nada

. o mas bien por no ser nada. debe ser odiada y temida

p o r cualquier animal vigoroso.

U n a observacion mas y termino con este tema. La cultu

ra antigua era retorica. Abundaba en ideas que son verbalmente

plausibles y son consideradas como modelos en

u.n discurso publico, pero que si nos detenemos a criticarlas

revelan inmediatamente su falsedad inexcusable. Una de

estas falacias retoricas es la maxima de que los hombres

no pueden vivir para aquello de que no pueden ser testigos.

.Que te importa, podemos alegar en un debate, lo que ha

ocurrido antes de que nacieras o lo que puede suceder despues

de tu muerte? Y el orador que lance tal reto arrastra

ra a su auditorio y provocara una risa a expensas de la

sinceridad humana. No obstante, los mismos hombres que

aplauden estan orgullosos de sus antepasados, se preocupan

del fu tu ro de sus h ijo s y estan muy interesados en

asegurar legalmente la ejecucion de sus ultimas voluntades

y testamento. Lo que pueda ocurrir despues de su muerte

les afecta profundamente, no porque esperen vigilar los

acontecimientos desde el infierno o el cielo, sino porque

estan interesados idealmente en lo que1 seran tales acontecimientos

aunque nunca puedan ser espectadores de ellos. El

propio Lucrecio, con su simpatia por la naturaleza, su celo

p o r la civilizacion, sus lagrimas por Ifigenia mucho tiempo

despues de su muerte, no es incitado p o r la esperanza de

observar o el recuerdo de lo observado. Se olvida a si mismo.

Ve la to ta lid ad del universo desplegada con y de los estragos

de la pasion. La vision inflama su entusiasmo, exalta

su imaginacion y llena sus versos de evidente gravedad.

P o r lo tan to , si seguimos a Lucrecio en su recomendacion

de limitarnos a una breve y parcial ojeada sobre la

tierra, no debemos suponer que necesitamos circunscribirnos

a la esfera de nuestros intereses morales. P o r el contrario,

en la misma proporcion en que despreciamos los terrores

supersticiosos y las esperanzas sentimentales, a medida que

nuestra imaginacion se hace olvidadiza, fortalecemos nuestro

primitivo y directo interes en el mundo y en lo que en el

puede suceder, antes de nosotros, despues de nosotros o fuera

del alcance de nuestra vista. Si, como Lucrecio- y todo poeta

filosofo, nos extendemos a todas las epocas y a todas las

existencias, olvidaremos, como el, nuestra propia persona y

aun desearemos ser olvidados en favor de las cosas por las

que nos preocupamos. El que ama verdaderamente a Dios,

dice Spinoza, no puede desear que Dios le ame a su vez. El

que ama la vida del universo no puede preocuparse mucho

de su propia vida. Despues de todo, la vida del universo no

es sino el aumento y ampliacion de la nuestra. Los atomos

que han servido en una ocasion para producir la vida, estan

en disposicion de reproducirla, y aunque el cuerpo que mas

tarde animen sea un cuerpo nuevo y tenga un curso algo

diferente no sera, segun Lucrecio, de una especie totalmente

nueva. Acaso no sera mas diferente de nosotros de lo que

somos cada uno con respecto a los demas o de lo que es

cada uno con respecto a si mismo en los varios momentos

de su vida.

Asi, pues, de acuerdo con Lucrecio, el alma de la n a tu raleza

es en sus elementos efectivamente inmortal. Solo la

individualidad humana, la azarosa composicion de dichos

elementos, es transitoria, de modo que si un hombre se p reocupara

de lo que ocurre a otros hombres, de lo que le ocurrio

a el cuando era joven o de lo que le' pasara al llegar a

viejo, podria perfectamente preocuparse, siguiendo la misma

ru ta de la imaginacion, de lo que puede sobrevenirle al m u n do

para siempre. La fin itu d y la injusticia de su vida p ersonal

quedarian deshechas; la ilusion del egoismo seria d isipada,

y podria decirse a si mismo; tengo imaginacion y nada

real me es ajeno.

La palabra g naturalezah tiene muchos sentidos, pero si

conservamos el que justifica la etimologia y es al mismo

tiempo mas filosofico, encontraremos que significa el p rin cipio

del nacimiento o genesis, la madre universal, la gran

causa o sistema de causas que revelan los fenomenos. Si to mamos

la palabra gnatu ralezah en este sentido, podremos

dccir que, mas que cualquier o tro hombre, Lucrecio ha sido

el poeta de la naturaleza. Como se trata de un antiguo, no

es, naturalmente, un poeta del paisaje. P ro fu n d iz a mas; es

un poeta de la fuente del paisaje, un poeta de la materia.

U n poeta del paisaje puede in ten ta r sugerir, mediante palabras

bien elegidas, las sensaciones de luz, movimiento y

forma que la naturaleza despierta en nosotros, pero en su i n tento

encontrara la insuperable dificultad que hace ya m u cho

tiempo advertia Lessing a los poetas: la ineptitud del

lenguaje para interpretar lo que es espacial y material; su

capacidad para traducir solamente lo que, como el lenguaje

mismo, es incorporeo y fluido . accion, sentimiento y pensamiento.

En efecto, es notable que los poetas que estan fascinados

por los sentidos puros e intentan escribir poemas sobre ellos

no sean llamados impresionistas, sino simbolistas, pues al

procurar expresar alguna sensacion absoluta, expresan mas

bien el campo de asociacion en que radica tal sensacion o las

emociones y vagos pensamientos que caprichosamente lo

atraviesan. Se convierten . acaso contra su propia v o lu n tad.

en poetas psicologicos, en campaneros de campanas

mentales, en oyentes de las accidentales armonias de la conciencia.

P o r eso los llamamos simbolistas, adscribiendo tal

vez a este termino alguna sombra de menosprecio, como si

fueran simbolistas de u n a especie vacia, supersutil o fatua.

Pues esos poetas juegan con las cosas de un modo exuberante,

haciendo de ellas simbolos de sus pensamientos en vez

de enmendar sus pensamientos de manera inteligible para

convertirlos en simbolos de las cosas.

U n poeta podria ser simbolista en otro sentido en el

caso de que desmenuzara la naturaleza, el objeto sugerido

al espiritu por el lenguaje, y retrocediera a los elementos del

paisaje, no con el fin de asociar perezosamente esas impresiones,

sino para formar a base de ellas una naturaleza diferente,

un m u n d o mejor que el que revelan a la razon. Los

elementos del paisaje, elegidos, subrayados y combinados

nuevamente, serian entonces simbolos del mundo ideal que

estaban destinados a sugerir, simbolos de la vida ideal que

podria llevarse en tal paraiso. Shelley es en este mismo sentido

un poeta simbolico del paisaje. Como Francis T h om p son

ha dicho, la naturaleza era para Shelley u n a tienda de

juguetes. Su fantasia tomaba los materiales del paisaje y

los urdia hasta formar con ellos un mundo sutilisimo, una

brillante morada eterea para espiritus irresponsables recien

nacidos. Shelley era el musico del lenguaje. Describia sus sugestiones

no realizadas; transformaba las cosas vistas en cosas

que le hubiera gustado ver. En esta idealizacion le guiaba

el espiritu, las inclinaciones de su salvaje y exquisita imaginacion.

A veces se figuraba que los toscos paisajes de la tierra

eran tambien la obra de alguna fuerza semiespiritual, de

alguna potencia que sonaba sin cesar. En este sentido, el p a isaje

terrenal le parecia el simbolo del espiritu de la tierra,

del mismo modo que los paisajes cristalinos iluminados por

las estrellas que describe en sus versos, con sus flores melancolicas,

eran simbolos en los que se expresaba su propio

espiritu febril, imagenes en las que reposaba su pasion.

Podemos encontrar o tra dase de poesia del paisaje en

W o rd sw o rth , a quien corresponde tal vez el titulo de poeta

de la naturaleza. P ara Wordsw'orth, el paisaje es una in fluencia.

Lo que expresa mas alla de los rasgos pictoricos

de que es capaz el lenguaje es la inspiracion moral que le

aporta la escena. Esta inspiracion moral no procede en absoluto

de los procesos reales de la naturaleza que todo paisaje

manifiesta en algun aspecto y p o r u n momento. T a l habria

sido el metodo de Lucrecio. Este hubiera pasado imaginativamente

del paisaje a las fuentes del paisaje; hubiera descubierto

la poesia de la materia, no la del espiritu. W o rd sw

o rth , p o r el contrario, tra ta de asuntos humanos incidentales.

N o es u n poeta de la genesis, de la evolucion, de la

fuerza natu ral en sus innumerables manifestaciones. Solo

un aspecto del proceso cosmico atrae su interes o afecta su

alma: el fortalecimiento o purificacion de las intenciones

humanas mediante las influencias del paisaje. Estas in flu en cias

son mu y reales, pues de la misma manera que el alimento

o el vino mantienen los latidos del corazon animal

o los aceleran, los grandes espacios de u n cielo sereno, las

montanas, las canadas, las solitarias cascadas dilatan el pecho,

disipan las obsesiones que to rtu ran la cotidiana existencia

del hombre y, aun siendo menos contemplativo y

menos virtuoso que W o rd sw o rth , le convierten durante

unos momentos en amigo de todas las cosas y de si mismo.

Sin embargo, estas influencias son vagas y, en su mayor

parte, efimeras. W o rd sw o rth no las h abria experimentado

tan d istin ta y constantemente si no hubiese encontrado otro

lazo entre el paisaje y el sentimiento moral. T a l iazo existe.

El paisaje es el escenario de la vida humana. Cada lugar

y cada momento se hallan asociados a la forma de existencia

que corresponde a los hombres en aquel medio. Para la

epoca de W o rd sw o rth y para su pais, el paisaje carecia ra ra mente

de figuras. P o r lo menos, alguna traza visible del

hombre g u iab a al poeta y daba acceso a su meditacion m o ral.

L a v id a campestre no era para W o rd sw o rth menos estimada

que el paisaje mismo. Acompanaba a todos los cuadros,

y mientras la marcha de las cosas, tal como Lucrecio

la concebia, no estaba presente en la imaginacion de W o rd sw

o rth , las revoluciones de la sociedad . por ejemplo, la

Revolucion francesa. estaban constantemente en sus pensamientos.

E n ta n to que poeta de la vida humana, W o rd sw

o rth era verdaderamente u n poeta de la naturaleza. Pero

en ta n to que poeta del paisaje, era fundamentalmente un

poeta de la vida humana o meramente de su personal experiencia.

C u an d o hablaba de la naturaleza, p o r lo general

moralizaba y estaba completamente sometido a la falacia

patetica. Pero cuando hablaba del hombre o de si mismo,

descifraba un a parte de la naturaleza, el recto corazon h u mano,

estudiado en su verdad.

Lucrecio, un poeta de la naturaleza universal, estudiaba

la verdad de todas las cosas. Aun la vida moral, sentida por

el de modo mas estrecho y frio que W o rd sw o rth , era en tonces

m e jo r comprendida y m e jo r cantada, pues era contemplada

en su aspecto natural. Es un error de los idealistas

desfigurar el idealismo, porque no lo consideran como

una parte del mundo. El idealismo es un a parte del mundo,

una parte pequena y subordinada. E s una parte pequena y

subordinada inclusive en la vida de los hombres. Este hecho

n o es u n a objecion al idealismo tomado como energia moral,

como facultad de idealizacion y como hab ito de vivir en

presencia familiar de una imagen que representa lo mejor

de todas las cosas. Pero es la ru in a del idealismo concebido

como unico panorama del poder universal y central existente

en el mundo. P o r este motivo, Lucrecio, que ve la vida

humana y el idealismo humano en su puesto natural, posee

una concepcion mas sana y madura acerca de ambos que la

de W o rd sw o rth , a pesar de su mayor refinamiento. Para

el poeta latino, la naturaleza es realmente naturaleza. La

ama y la teme tal como merece ser amada y temida p o r sus

criaturas. T a n to si es viento tempestuoso, torrente violento,

cordero que bala, magia del amor o genio que realiza sus

propositos, como si se trata de una guerra, de una peste,

Lucrecio lo ve to d o en sus causas y en su total proceso. U n

h a lito de la prodiga creacion, una ferrea ley de los cambios

atraviesa el conjunto, vinculando todas las cosas en sus in timos

elementos y en su u ltimo fin. Aqui se halla el rasgo

capital de la naturaleza, de su grandeza y eternidad. Aqui

se encuentra el verdadero eco de la vida de la materia.

Cualquier amplia descripcion de la naturaleza y del destino,

siempre que se crea en ella, debe despertar emocion e

inspirar en u n espiritu meditativo y vivido la poesia. Pues

.que es la poesia sino emocion, fijacion y coloracion de los

objetos de que brota? El sublime poema de Lucrecio, al exponer

la menos poetica de las filosofias, prueba este p u n to

fuera de toda duda. Mas aun, Lucrecio estaba lejos de

agotar la inspiracion que un poeta podia extraer del materialismo.

E n la filosofia de Epicuro, que n o tenia sino un

debil apoyo en el materialismo, habia dos aspectos que L u crecio

no acogio y que son naturalmente ricos en poesia: el

de la piedad y el de la amistad. Es habitu al y, en cierto sentido,

legitimo, hablar de los epicureos para calificarlos de

ateos, p o r cuanto negaban la providencia y el gobierno de

Dios sobre este mundo. Sin embargo, admitian la existencia

de dioses que vivian en tranquilos espacios situados entre

los remolinos celestiales que constituyen los distin to s u n iversos.

A trib u ian a estos dioses la forma humana y la vida

serena a que Epicuro aspiraba. El propio Epicuro era tan

sincero en esta creencia y estaba tan in flu id o por ella, que

acostumbraba frecuentar los templos, celebrar las fiestas

dedicadas a los dioses y frecuentemente pasar largas horas

ante sus imagenes en actitud de contemplacion y plegaria.

E n esto como en tantas otras cosas, Epicuro llevaba a su

conclusion logica la naturaleza racional y reformadora del

helenismo. En la religion griega habia, como en todas las

demas religiones, u n u ltim o fo n d o de supersticion vulgar.

Sobrevivencias y renacimiento de la adoracion totemica,

tabus, magia, traficos rituales y retorica objetivada pueden

encontrarse en ella hasta el final. Con todo, si consideramos

en la religion griega su tendencia caracteristica y lo que la

h izo tan distintamente griega, veremos que fue su idealidad

sin precedentes, su desinteres y su esteticismo. Para el griego,

en ta n to que era griego, la religion era una aspiracion a

vivir como los dioses, invocando su compania, recitando su

historia, sintiendo brillar la luz de sus esplendidas prerrogativas

y colocandolos constantemente ante los ojos en fo rma

de hermosas y muy humanas estatuas. Este simpatico

interes por los inmortales su bstituyo en la mente griega

tipica cualquier vivida esperanza en la inmortalidad h um a na.

Acaso hizo que tal esperanza pareciera superflua e in a propiada.

La mortalidad pertenecia al hombre, como la

inmortalidad pertenecia a los dioses, y una era el complemento

de la otra. Imaginese un poeta que, a la libertad y

simplicidad de Homero, hubiera agregado el mas reverente

idealismo de una epoca posterior. !Que inagotable reserva

de poesia habria encontrado en esta concepcion de los in mortales

que llevan una v id a h um an a sin sus sordidas contrariedades

y limitaciones, eternamente jovenes, sinceros y

diferentes de todos los demas!

E n P la to n pueden encontrarse rasgos de tal poesia, mitos

que describen las sugestiones ideales de la vida humana. A

veces los pin ta de un modo vago y palido, y los llama ideas,

pero a veces les da forma divina o los incorpora a detalladas

construcciones imaginarias como las que se encuentran en la

Republica. Este h ab ito platonico podia haber sido proseguido

por algun poeta mas franco y menos reaccionario a

medida que los anos convertian su vino en vinagre. Pero el

mundo entero se estaba volviendo agrio. La imaginacion

decaia o se desviaba de la corriente griega para entrar en la

hebrea. Sin embargo, los himnos de los poetas modernos en

h o n o r de los dioses antiguos y los imborrables ecos de la

mitologia clasica en nuestra literatura, muestran cuan facil

habria sido para los mismos antiguos de la ultima epoca,

en el caso de que se lo hubieran propuesto, hacer poesia

inmortal a base de sus agonizantes supersticiones. Las negaciones

de Epicuro no excluyen este uso ideal de la religion.

P o r el contrario, al excluir to d o s sus demas usos . el

comercial, el pseudocientifico y el egoista. dejan solo en

pie su aspecto moral interpretativo, al alcance del poeta, si

algun poeta pudiera ser suficientemente puro y fertil para

alcanzarlo y expresarlo. El paganismo racionalizado hubiera

podido tener su Dante, un Dante que hubiera sido discipulo,

no de Virgilio y de Santo Tomas de Aquino, sino de

Homero y de Platon. Lucrecio era demasiado amante de la

exactitud, demasiado positivista y porfiado para tan delicada

tarea. Era un romano. Aunque habia en su filosofia

espacio para la mitologia moral y para la piedad ideal, no

formaban parte de su poesia.

Lo que podia haber proporcionado el otro tema desatendido,

la amistad, podemos verlo en el to n o de otro epicureo,

el poeta Horacio. La amistad era altamente honrada en to dos

los antiguos Estados, y la filosofia epicurea, al eliminar

tantas tradicionales formas de sentimiento, no podia hacer

otra cosa que intensificar la importancia dada a la misma.

Ensenaba a los hombres que eran u n accidente en el universo,

que eran companeros sin rumbo flo tan d o en la misma balsa,

sin n ingun destino que no fuera comun a todos y sin poder

recibir auxilio excepto el que se proporcionaran m u tu a mente.

Lucrecio habla en un pasaje al que me he referido

ya x) de la esperanza de la dulce amistad que le sostiene en

sus trabajos, y en o tro lu g a r 2) repite el idilio epicureo

acerca de la reunion de los amigos sobre la verde hierba y

al lado de un ondulante arroyo. Pero la palabra g ju n to s h

es todo lo que nos permite observar lo que debe constituir

el principal ingrediente en tal felicidad rural.

Horacio, habitualmente mucho mas superficial que L u crecio,

es aqui menos precipitado. N o solamente insiste con

mas frecuencia en el tema de la amistad, sino que todo su

espiritu y todo su! caracter respiran amistad y buen acuerdo.

En el encanto y artificio de sus versos hay una especie de

alegria confidencial revelada al p ro b a r ju n to a los pocos

amigos el sabor, dulce o picante, de las cosas humanas. Ser

breve y dulcemente ironico significa dar p o r sentada la inteligencia

mutua, y dar por sentada la inteligencia m utua

quiere decir creer en la amistad. E n Lucrecio, en cambio, el

fervor es mas poderoso que la simpatia, y el desden mas

fuerte que el b u en humor. Acaso seria pedir demasiado de

su inflexible fervor que lo mitigara un poco de vez en cuando

y nos mostrara con algun detalle cuales pueden ser los

placeres de la vida en los que no intervengan ni la preocupacion

ni el temor. Si era imposible para el no estar siempre

serio y con austero semblante, podia por lo menos haber

observado la melancolia de la amistad, pues la amistad,

cuando la naturaleza ha aislado a las mentes y ha hecho

]) Veanse los versos antes citados: I, 24, 28 30, 4 1 - 4 3 , 1 4 0 -4 4 .

2) L u c r e c i o , II. 2 9 - 3 3 :

In te r se prosiraii in gramine m o lli

P ropter aquae tiv um , sub tam is a tb o tis altae,

N o n magnis optbus tucunde cotpota c u ta n f.

Pvaesertim cum tempestas a ttid e t, et anni

T em v a coponsp e rg u n t viridantis ilo rib u s h e r b a s6) .

Tres poetas filosofos.. 5.

mortales a los cuerpos, es tambien rica en melancolia. Esto

podemos encontrarlo de nuevo en Horacio, quien una o dos

veces hace que brote del corazon de esta flo r ese "alg o amargoh

cuando siente una vaga necesidad de que la saciedad

sobreviva, y anhela perversamente lo im p o sib le x) . !Pobres

epicureos cuando no h an podido aprender, como su maestro,

a ser santos!

El materialismo decadente de Epicuro ha podido p ro ducir

un poeta, pero el materialismo de nuestros dias puede

encontrar muchos otros temas poeticos dignos de ser insertados

en su sistema. Al cuadro que bosqueja Lucrecio sobre

la civilizacion primitiva podemos agregar la historia entera

de la humanidad. Para un materialismo consecuente y vigoroso,

todos los dramas personales y nacionales, ju n to con

las bellezas de todas las artes, n o son menos naturales e

interesantes que las flores o los animales. E l fasto moral de

este mundo, cientificamente estudiado, se h a lla m aravillosamente

dispuesto para reforzar y refinar la filosofia de ia

abstencion sugerida a Epicuro p o r el flu jo de las cosas m a teriales

y p o r las ilusiones de la pasion vulgar. Lucrecio

estudia la supersticion, pero solo como enemigo, en tan to

que el poeta n a turalista n o deberia ser enemigo de nada.

Su mala v o lu n tad le encubre la m itad del objeto, su mas

hermosa mitad , y nos hace desconfiar de la vision de la in ferior

m itad de que se proclama sabedor. V ista en su to ta lidad

y rodeada de todos los demas productos de la imaginacion

humana, la supersticion no es solo conmovedora por

si misma, no es solo un tema capital de la tragedia y de la

comedia, sino que refuerza el modo materialista de pensar

1) H o r a c i o , Odas, IV, 1:

lam nec spes a n im i credula m u t u i .

Sed cur, h e u l Ligurine, cur

M anat rara meas lacrima per genas? *>) ,

y muestra que puede ser extendido a las mas complejas y

emocionales esferas de la existencia. Al mismo tiempo, un

naturalismo imparcialmente ampliado a los hechos morales

significa indisputablemente una leccion de tolerancia, de

escepticismo y de independencia que, sin contradecir los

principios epicureos, ampliaria y transformaria considerablemente

sus sentimientos. La historia habria revelado al

poeta epicureo una nueva dimension de la naturaleza y un

mas variado espectaculo de locura. Su imaginacion se h a bria

enriquecido y sus maximas se h ab rian fortalecido.

Las emociones que Lucrecio asocio con sus atomos y su

vacio, con sus negaciones religiosas y sus abstenciones frente

a la accion, son emociones necesariamente implicadas en la

vida. Existen en todos los casos, aunque no necesariamente

asociadas con las doctrinas mediante las cuales el poeta in tentaba

aclararlas. Se mantendra su vigencia, cualquiera que

sea el mecanismo con el que substituyamos el expuesto por

Lucrecio, siempre que seamos serios y no intentemos huir

de los hechos en vez de explicarlos. Si las ideas incorporadas

a una filosofia representan u n amplio examen de los hechos

y un sentimiento maduro en presencia de ellos, todas las

nuevas ideas adoptadas en substitucion de las anteriores te n dran

que adquirir los mismos valores, de modo que nada

cambiara moralmente excepto el lenguaje o la eufonia del

entendimiento.

Desde luego, una teoria sobre el m undo debe ser verdadera

y las demas falsas, por lo menos si las categorias de

cualquier teoria son aplicables a la realidad. Pero la teoria

verdadera, lo mismo que la falsa, reside en la imaginacion,

y la verdad que el poeta aprehende es su verdad con respecto

a la vida. Si no h ay atomos, habra por lo menos caracteres

de la naturaleza, o leyes de la evolucion, o dialectica del

progreso, o decretos de la providencia, o intrusiones del

azar, y ante esos poderes igualmente externos e infundados

deberemos inclinarnos como Lucrecio se inclino frente a sus

atomos. Sera siempre im p o rtan te e inevitable reconocer algo

externo, algo que nos engendra o rodea, y acaso la unica

diferencia existente entre el materialismo y otros sistemas

en este respecto sea que el materialismo ha estudiado, mas

escrupulosamente que los demas, los pormenores y el metodo

de nuestra dependencia.

De modo similar, aunque Lucrecio estuviera equivocado

y el alma fuera inmortal, sus intereses y posesiones cambiarian

constantemente. Si nuestra nlmn no es mortal, lo

son nuestras vidas, y el sentimiento que hace reconciliarse

a Lucrecio con la muerte es mas necesario si tenemos que

enfrentarnos con muchas muertes, que si solo tenemos que

afrontar una. De la perdida gradual de lo que hemos sido

y de lo que somos dice Emerson:

Esta perdida es agonia cierta

Es el orgulloso acercarse a la muerte

Es la lenta pero segura reclinacion del hombre

Que estrella tras estrella abandona su m u n d o

La maxima de Lucrecio segun la cual nada surge si no

es mediante la muerte de otra cosa, esta todavia de acuerdo

con nuestra inmortalidad precaria. Y su arte de aceptar e

inclusive de saborear lo que nos deparan las condiciones de

nuestra existencia, tiene tambien una aplicacion perenne.

Dante, el poeta de la fe, nos dira que debemos encontrar

nuestra paz en la conformidad con la v o lu n tad que nos

otorga nuestro limitado ser. Goethe, el poeta de la experiencia

romantica, nos dira que debemos renunciar, ren u n ciar

perpetuamente. Asi, la sabiduria reviste las mismas verdades

morales en muchas parabolas cosmicas. Las doctrinas

de los filosofos discrepan entre si cuando son literales y

arbitrarias, cuando son meras conjeturas sobre lo desconocido,

pero concuerdan o se completan cuando son expresivas

o simbolicas, cuando son pensamientos que la experiencia

arranca del corazon de los poetas. T o d a s las filosofias son

entonces maneras distintas de encontrar y de fijar el mismo

flu jo de imagenes, las mismas vicisitudes del bien y del

mal que todas las generaciones experimentaran mientras el

hombre sea hombre.

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