martes, 27 de agosto de 2024

Carta a Richard Wagner Viernes, 17 de febrero de 1860. CHARLES BAUDELAIRE


 


Carta a Richard Wagner 

Viernes, 17 de febrero de 1860.

Señor:

Siempre he imaginado que, por acostumbrado que esté

a la gloria un gran artista, no habría de ser insensible a

una felicitación sincera cuando esta felicitación fuera

como un grito de agradecimiento y que, en definitiva, este

grito podría tener un valor de un género singular viniendo

de un francés; es decir, de hombre poco hecho al entusiasmo

y nacido en un país donde apenas se presta más

atención a la poesía y a la pintura que a la música. Ante

todo, quiero decirle que le debo el mayor gozo musical que

jamás haya experimentado. A mi edad apenas atrae ya

escribir a los hombres célebres y habría dudado mucho en

testimoniarle por carta mi admiración si mis ojos no se

tropezaran cada día con artículos indignos, ridículos, en

los que se hacen todos los esfuerzos posibles por difamar

su genio. No es usted, señor, el primer hombre con ocasión

del cual haya tenido yo que sufrir y avergonzarme de

mi país. Por fin, la indignación me ha empujado a testimoniarle

mi reconocimiento; me he dicho a mí mismo:

quiero distinguirme de todos esos imbéciles.

La primera vez que fui a los Italianos* a escuchar sus

obras, lo hice bastante mal dispuesto e incluso -lo confesaré-

lleno de malos prejuicios; mas tengo excusa: me han

embaucado tantas veces...; he escuchado tanta música de

charlatanes precedidos de bombo y platillo... Usted me

venció inmediatamente. Lo que experimenté es indescriptible

y, si me hace el favor de contener la risa, intentaré

transmitírselo. Al principio me pareció que conocía aquella

música, y, al reflexionar más tarde, comprendí de

dónde provenía este espejismo; me parecía que aquella

música era mi música y la reconocía como todo hombre

reconoce las cosas que esté destinado a amar. Para cualquiera

que no sea hombre de talento, esta frase sería

inmensamente ridicula y más escrita por un hombre que,

como yo, no sabe música y cuya toda educación se limita

a haber escuchado (con gran placer, es cierto), algunos

bellos fragmentos de Weber y Beethoven.

El carácter que, a continuación, me chocó principalmente

en su música, fue su grandeza, aquello representaba

algo grande e impulsaba a la grandeza. Después he

vuelto a encontrar por doquier sus obras, la solemnidad

de los sonidos grandiosos, de los aspectos grandiosos de

la naturaleza, y la solemnidad de las pasiones grandiosas

* Se refiere a los tres conciertos, celebrados en el Teatro Italiano de

París el 25 de enero y el 1 y 8 de febrero de 1860, en los que R.

Wagner dirigió fragmentos de Tannhduser y Lohengrin y la obertura

de Derfliegende Hollander y de Tristan und Isolde (N. del Ed.).

del hombre. Y uno se siente al instante arrebatado y subyugado.

Entre los fragmentos más extraños y que me

aportaron una sensación musical nueva, está el dedicado

a pintar el éxtasis religioso. El efecto producido por la

Entrada de los invitados y por la Fiesta nupcial es inmenso.

Sentí toda la majestuosidad de una vida más amplia

que la nuestra. Aún algo más: experimenté con frecuencia

un sentimiento de una naturaleza harto singular, el orgullo

y el gozo de comprender, de dejarme penetrar e invadir,

voluptuosidad realmente sensual, que se asemeja a la

de ascender a los aires o rodar por la mar. Y la música, al

mismo tiempo, respiraba orgullo por la vida. Por regla

general, estas profundas armonías me parecían semejantes

a esos excitantes que aceleran el pulso de la imaginación.

También experimenté, en fin (y le suplico que no se

ría) sensaciones que derivan, probablemente, del talante

de mi espíritu y de mis más frecuentes preocupaciones.

Por todas partes hay algo de arrebatado y de arrebatador,

algo que aspira a ascender más arriba, algo de excesivo y

de superlativo. Por ejemplo, y sirviéndome de un símil

tomado de la pintura, supongo ante mis ojos una vasta

extensión de un rojo sombrío. Si este rojo representa la

pasión, veo a ésta acercarse gradualmente, a través de

todas las transiciones del rojo y el rosa, hasta la incandescencia

de la hoguera. Se diría que es difícil, imposible

incluso, convertirse en algo más ardiente, y, sin embargo,

una última onda viene a trazar un surco más blanco aún

sobre el blanco que le sirve de fondo. Este será, si usted me

lo concede, el grito supremo del alma elevada a su paroxismo.

Había empezado a escribir unas meditaciones sobre los

fragmentos de Tannháuser y de Lohengrin que escuchamos;

más hube de reconocer la imposibilidad de decirlo

todo. ■

De modo que podría continuar esta carta interminablemente.

Si ha podido usted leerme, se lo agradezco. No me

queda nada que agregar sino unas pocas palabras. Desde

el día en que escuché su música me digo sin cesar, sobre

todo en los momentos bajos: Si, al menos, pudiera escuchar

esta tarde un poco de Wagner... Existen, sin duda,

otros hombres en la misma situación. En definitiva,

debería sentirse satisfecho con el público, cuyo instinto ha

resultado bien superior a la mala ciencia de los periodistas.

¿Por qué no da unos cuantos conciertos más añadiendo

fragmentos nuevos? Nos ha hecho conocer el aperitivo

de unos gozos desconocidos; ¿tiene usted derecho a privarnos

del resto?... Una vez más, señor, le doy las gracias;

usted me ha restituido a mí mismo y a lo elevado, en un

momento bajo.

Ch. Baudelaire

No le adjunto mi dirección, no vaya a creer que tengo algo que pedirle.

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