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Prólogo a Borges poeta
Lucas Adur
La poesía, como lo saben todos los que
tienen que saberlo, es secretamente el
corazón mismo del campo cultural
Alejandro Crotto
Este volumen reúne reelaboraciones de los trabajos presentados
en las Jornadas “Borges poeta”, realizadas en agosto
de 2021 en el Centro Cultural Kirchner, organizadas por
el Centro, la Fundación Internacional Jorge Luis Borges
y el FILOCyT “Escrituras de dios. Borges y las religiones”
(Facultad de Filosofía y Letras, UBA).
Los escritos aquí reunidos buscan continuar la relectura
de la obra del autor, iniciada en 2019 con las Jornadas
“Borges 120”, donde, con el lema “Todo hombre culto es
un teólogo y para serlo no es indispensable la fe” (Borges,
1974: 688), nos propusimos discutir las operaciones de
Borges sobre el discurso religioso. Los trabajos de aquellas
jornadas fueron reunidos en un volumen recientemente
publicado: Borges 120 (2021). La indagación de la obra borgeana
continuó en 2020 con las Jornadas “Relecturas del
último Borges”, donde discutimos dos de los libros más
notables de la última etapa de la producción del escritor:
El hacedor (1960) y El informe de Brodie (1970).
En esta ocasión, el eje que organiza los estudios aquí reunidos
es la poesía. Se trata de una de las facetas quizás menos
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exploradas de la obra del gran escritor, cuya reputación
se cimienta sobre todo en los relatos de Ficciones (1944) y
El Aleph (1949). Decir que algo está “poco explorado” hablando
de Borges es, claro, siempre muy relativo. Pero, aun
así, la poesía tiende a ser menos conocida y, me atrevería a
decir, menos valorada que su prosa. Sin embargo, es como
poeta que Borges irrumpe en el panorama de la literatura
argentina y es como poeta que cierra su obra con Los conjurados
en 1985. La poesía fue, a la vez, una constante a lo largo
de su obra, y uno de los lugares donde es posible constatar
mayores desplazamientos y transformaciones.
Entre sus primeros poemas, escritos en Europa –marcadamente
influidos por el expresionismo primero y por el
ultraísmo después–; su obra “criollista” y fervorosa de los
años veinte, con una inflexión particular del vanguardismo;
y los poemas de madurez, donde vuelve a las formas
clásicas y muchas veces a temas metafísicos, es más fácil
encontrar rupturas que continuidades. El propio Borges
pareció consciente de esto y se ocupó de rearmar y reescribir
sus primeros poemarios, introduciendo modificaciones
radicales o excluyendo poemas enteros, donde ya no podía
reconocerse. Su concepción de la rima, de la metáfora, de
la inspiración, de la técnica, del lenguaje, de la idea misma
de la poesía se fue transformando a lo largo de los años.
En este libro indagamos distintos momentos de este itinerario
creador, alternando los abordajes panorámicos de algunas
etapas u obras, con el análisis minucioso de poemas
que consideramos especialmente significativos (y bellos).
El propio escritor situó más de una vez la poesía como
el corazón de su obra. Se definía a sí mismo y a los escritores
que admiraba con ese título: poeta. Como dijimos, su
ingreso a la literatura fue por el camino de la poesía y
su testamento literario, Los conjurados, también tiene esa forma.
Es cierto que hubo casi dos décadas en las que publicó
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muy pocos poemas –lo que no quiere decir que no los siguiera
escribiendo–. Pero, luego de su retorno a la poesía
–que podemos vincular con su ceguera–, esta se convierte
en el centro de su producción: la mayoría de los libros que
publica a partir de los años sesenta son poemarios. En los
versos, además, como han señalado varios críticos, se construye
una imagen de autor que no coincide exactamente
con la que emerge de sus relatos clásicos, ni con la imagen
pública: la ironía constante y el escepticismo parecen dejar
lugar, al menos en muchas ocasiones, a formas más directas
de la emoción, lo sentimental, incluso de la pregunta por lo
trascendente –como se explora en algunos de los trabajos
de este libro–.
Como repite Borges más de una vez en esos prólogos de
sus últimos libros, que son breves y bellísimos fragmentos
de una poética, la poesía está en el origen de toda literatura.
Dice en el de La rosa profunda:
La literatura parte del verso y puede tardar siglos en
discernir la posibilidad de la prosa. La palabra habría
sido en el principio un símbolo mágico, que la usura
del tiempo desgastaría. La misión del poeta sería
restituir a la palabra, siquiera de un modo parcial, su
primitiva y ahora oculta virtud. Dos deberes tendría
todo verso: comunicar un hecho preciso y tocarnos
físicamente, como la cercanía del mar.
La crítica literaria, tal como la concebimos, debe estar al
servicio de los lectores y lectoras. Tender puentes hacia la
obra, trazar recorridos, inventar modos de entrada. Ojalá
este libro contribuya a que la poesía de Borges siga resonando
en nuestro presente, ojalá ayude a que quien lee sea tocado
por un verso y se sienta convocado a redescubrir esta
obra vasta y profunda, como quien se adentra en el mar.
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