jueves, 18 de julio de 2024

Monique Allain-Castrillo} PAUL VALÉRY Y EL MUNDO HISPÁNICO PRÓLOGO DE CARLOS BOUSOÑO EPÍLOGO DE JOSÉ HIERRO

 



PAUL VALÉRY Y EL MUNDO HISPÁNICO

PRÓLOGO DE

CARLOS BOUSOÑO

EPÍLOGO DE

JOSÉ HIERRO

40133

BIBLIOTECAS Y ACERVOS

DOCUMENTALES tJEL

C.U.C.S.H.

< $ > G R E D O S

BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA

Para A. A., el pasado.

A. A. C., el presente.

G. D. M., el futuro.

PRÓLOGO

Conocí esta obra de Monique Allain-Castrillo, Paul Valéry y el

mundo hispánico, cuando me la presentó en la Universidad de Nueva

York en su primera versión. La leo ahora con renovada admiración

pues el texto original ha sido acrecido con una erudición más completa.

Podemos decir que la autora ha investigado todos los entresijos,

hasta sus más pequeños detalles, de la relación entre Paul Valéry y el

mundo hispánico. Asombra la enorme cantidad de datos de primera

mano que aporta, así como el inmenso esfuerzo que ha sido preciso

desplegar para adquirirla: visitas a las personas que han conocido al

gran poeta, familiares o amigos, conversaciones, rebusca de libros,

cartas, manuscritos y documentos, lecturas detenidas de verdaderas

bibliotecas de información, viajes, y, sobre todo ello, una meditación

constantemente lúcida acerca de los materiales manejados. No ha

dejado de tratar ninguno de los aspectos del objeto de estudio, viéndolo

desde perspectivas siempre renovadas («la mer, la mer, toujours

recommencée»): pasma su número. La autora resucita ante nosotros

las diversas opiniones acerca de la persona y de la obra de Valéry que

los intelectuales españoles manifestaron a lo largo del tiempo, los

cambios que tales juicios sufrieron (cuando así fue) con el correr de

los años y el porqué de tales mutaciones.

Y el lector va siguiendo con pasión creciente tales avatares, y,

guiado por la mano de la autora, descubre, a veces por su cuenta, las

ocultas razones o sinrazones que han podido mover las reacciones de

unos y otros. Admiramos la objetividad con que Monique Allain-

Castrillo nos ofrece sus datos y reflexiones. Nunca observamos nacionalismos

de especie alguna que deformen su pensamiento: sólo

aparecen el documento y la evidencia de su significado. El lector es

el que, con alguna frecuencia, saca conclusiones sobre la generosidad

manifiesta de unos, y la falta de generosidad de otros, o sus oscuros

móviles. La figura moral o la psicología de cada cual queda reflejada

en bastantes ocasiones sin necesidad de formulaciones expresas. La

autora ha tenido el supremo don de hacemos ver a sus personajes sin

necesidad de explicarlos; pero cuando los explica, la explicación se

nos aparece sumamente atinada. De este modo, el libro resulta amenísimo.

De mí, sé decir que no lo pude soltar ni un momento en el

tiempo de su lectura.

Numerosas cartas inéditas nos informan en ocasiones más y mejor

sobre Valéry y sus corresponsales que lo hubieran hecho capítulos

extensos. La relación del poeta francés con Unamuno, con Ortega,

con Madariaga, con Eugenio d’Ors, con Azorín, con Machado, con

Juan Ramón Jiménez, con la Generación del 27 (especialmente, claro

está, con Jorge Guillén) aparece nítida. Leyendo este libro, aprende

uno mucho, no sólo sobre Valéry, sino sobre la triste y baja naturaleza

de los hombres, aunque también, afortunadamente, sobre su posible

nobleza. La actitud de Valéry es, en todo momento, generosísima,

cosa que yo siempre había sospechado. Las reticencias de algunos escritores

españoles o su entusiasmo por el poeta francés despiertan la

curiosidad del lector y ponen en juego su penetración psicológica. La

recepción del gran poema Le Cimetiére Marin (para mí su obra suprema

y una de las composiciones cimeras de la poesía europea de

todos los tiempos) nos hace meditar. Existen cuarenta traducciones al

español de esta pieza admirable, como nos enseña Monique Allain-

Castrillo. Su éxito mundial fue, pues, inmenso. Y, sin embargo, yo

recuerdo (esto no lo cuenta la autora) la carta de Valéry a Gide, en la

que le viene a decir que el estilo de tales versos es el de un poeta espontáneo,

lo que nunca quiso ser. Y añade: «por supuesto, no me parece

publicable». ¡Hasta qué punto se puede equivocar sobre sí mismo

un hombre máximamente inteligente y crítico, y refinadamente

sensible! Y uno recuerda a Virgilio queriendo destruir la Eneida, y a

Kafka despreciando sus narraciones, y a tantos otros artistas igualmente

errados al juzgarse con pesimismo. ¿Qué conclusiones habría

que sacar?

Pero volvamos a la obra que nos ocupa. La curiosidad de Monique

Allain-Castrillo no se atiene exclusivamente a los españoles. La

autora investiga con la misma minucia y sabiduría la recepción de la

obra de Valéry en la América de habla hispana, y va recorriendo las

diferentes personalidades de la literatura de aquellas tierras en su relación

con Valéry: Alfonso Reyes, Miguel Ángel Asturias, Mariano

Brull, Eugenio Florit, Alejo Carpentier, Octavio Paz, Borges, etc. En

general, podemos decir que la lejanía del espacio equivale a la lejanía

del tiempo. La justicia de la recepción aumenta con la distancia. ¿No

nos dice esto bastantes cosas sobre nuestros prójimos?

La autora se pregunta acerca del posible influjo de Valéry en la

poesía pura de Juan Ramón Jiménez, y no da una respuesta precisa,

pues el Diario de un poeta recién casado del segundo es de 1917, o

sea, de la misma fecha en que el primero publica La Jeune Parque.

Ahora bien: esta duda de la autora proviene del hecho de atenerse a la

opinión académica, según la cual la poesía pura de Juan Ramón comienza

en el libro citado, cuando en realidad se remonta a Estío, del

año 1915, y por tanto no me parece que ofrezca duda la primacía cronológica

del español respecto al francés (bien que el origen remoto de

la poesía de esa especie se halle en Mallarmé).

No es sólo esto lo investigado en el presente libro. Sirviéndose de

los métodos más avanzados de la crítica de los últimos años, nos hace

ver la autora la formación hispánica de Valéry: sus tempranas lecturas

de los místicos españoles (San Juan de la Cruz y Santa Teresa), y

luego Gracián, San Ignacio de Loyola, Góngora, Calderón, y las huellas

que existen en su pensamiento y en su obra de tales experiencias

emocionales e intelectuales, llegando a la conclusión, expresada en

términos divertidamente valeryanos, de que el Valéry maduro es, en

alguna parte, «hispanidad digerida»: sobre lo dicho, añade el volumen

que nos ocupa los contactos del poeta francés con la pintura y la

música españolas (Falla, Mompou) y los cuarenta años de amistad

con José María Sert.

Quiero añadir aquí que los juicios de algunos españoles sobre

Valéry (y también sobre Jorge Guillén) adolecen de una tremenda incomprensión

de lo que significa la poesía pura. Tanto a Valéry como

a Guillén se les ha colocado, por algunos, el sambenito de frialdad e

intelectualismo: «el intelecto no ha cantado jamás: no es su misión»,

decía Machado en clara referencia a los poetas puros. Pero esta frase

confunde el intelecto con lo que puede hacer el alma humana frente a

los productos del intelecto. Del mismo modo que los hallazgos de la

ciencia (una teoría física o matemática) pueden suscitar entusiasmo y

hacemos cantar, así ocurre con las operaciones mentales de los poetas

puros al elaborar sus arquetipos de belleza. Lo que pasa es que dentro

del proceso de interiorización en que consiste el desarrollo de la

poesía desde el Romanticismo hasta el Superrealismo, la Poesía Pura

representa el punto en que la «verdadera realidad» ya no es la impresión

como en el Simbolismo impresionista, sino la impresión modificada.

Se declara «realidad verdadera» no a la objetividad, ni a la impresión,

sino a la estilización del objeto mirado, convertido así en

perfección arquetípica. Y como ésta no se halla en el mundo objetivo

y en consecuencia tampoco en el mundo de la impresión, el resultado

será una abstracción y como tal algo que se halla fuera del tiempo y

del espacio, despojado de anécdota espacio-temporal. Mas, estos productos

de la imaginación, al ser sentidos como «verdaderamente reales

», pueden hacer prorrumpir en sentimientos de gozo o de gloria a

quienes así experimentan la vida. No se trata de conformistas, pues si

se modifica la impresión es porque hay conciencia de la imperfección

de lo que llamamos «el mundo objetivo» . Ese producto «puro»,

fuera del tiempo y del espacio, ¿por qué no va a poder suscitar grandes

emociones en cuanto que es, sin duda, un anhelo humano y universal?

Como se ve, el libro de Monique Allain-Castrillo obliga al lector

a reflexionar por su cuenta, y ése es, precisamente, entre muchos

otros, uno de los visibles méritos de la obra. Pero aún debo expresar

que la prosa de la autora es en todo caso excelente, y ello contribuye

a la gran amenidad que, como ya dije, es otra de las brillantes virtudes

que se nos ofrecen. Frente a tantos libros que nada esencial añaden

a lo ya dicho, éste rebosa de pensamientos inteligentes, de noticias

que ignorábamos, de investigaciones personales que era preciso

realizar. Dentro de la bibliografía valeryana, tan extensa, estamos

ante una aportación decisiva.

C a r l o s B o u s o ñ o

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