PAUL VALÉRY Y EL MUNDO HISPÁNICO
PRÓLOGO DE
CARLOS BOUSOÑO
EPÍLOGO DE
JOSÉ HIERRO
40133
BIBLIOTECAS Y ACERVOS
DOCUMENTALES tJEL
C.U.C.S.H.
< $ > G R E D O S
BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA
Para A. A., el pasado.
A. A. C., el presente.
G. D. M., el futuro.
PRÓLOGO
Conocí esta obra de Monique Allain-Castrillo, Paul Valéry y el
mundo hispánico, cuando me la presentó en la Universidad de Nueva
York en su primera versión. La leo ahora con renovada admiración
pues el texto original ha sido acrecido con una erudición más completa.
Podemos decir que la autora ha investigado todos los entresijos,
hasta sus más pequeños detalles, de la relación entre Paul Valéry y el
mundo hispánico. Asombra la enorme cantidad de datos de primera
mano que aporta, así como el inmenso esfuerzo que ha sido preciso
desplegar para adquirirla: visitas a las personas que han conocido al
gran poeta, familiares o amigos, conversaciones, rebusca de libros,
cartas, manuscritos y documentos, lecturas detenidas de verdaderas
bibliotecas de información, viajes, y, sobre todo ello, una meditación
constantemente lúcida acerca de los materiales manejados. No ha
dejado de tratar ninguno de los aspectos del objeto de estudio, viéndolo
desde perspectivas siempre renovadas («la mer, la mer, toujours
recommencée»): pasma su número. La autora resucita ante nosotros
las diversas opiniones acerca de la persona y de la obra de Valéry que
los intelectuales españoles manifestaron a lo largo del tiempo, los
cambios que tales juicios sufrieron (cuando así fue) con el correr de
los años y el porqué de tales mutaciones.
Y el lector va siguiendo con pasión creciente tales avatares, y,
guiado por la mano de la autora, descubre, a veces por su cuenta, las
ocultas razones o sinrazones que han podido mover las reacciones de
unos y otros. Admiramos la objetividad con que Monique Allain-
Castrillo nos ofrece sus datos y reflexiones. Nunca observamos nacionalismos
de especie alguna que deformen su pensamiento: sólo
aparecen el documento y la evidencia de su significado. El lector es
el que, con alguna frecuencia, saca conclusiones sobre la generosidad
manifiesta de unos, y la falta de generosidad de otros, o sus oscuros
móviles. La figura moral o la psicología de cada cual queda reflejada
en bastantes ocasiones sin necesidad de formulaciones expresas. La
autora ha tenido el supremo don de hacemos ver a sus personajes sin
necesidad de explicarlos; pero cuando los explica, la explicación se
nos aparece sumamente atinada. De este modo, el libro resulta amenísimo.
De mí, sé decir que no lo pude soltar ni un momento en el
tiempo de su lectura.
Numerosas cartas inéditas nos informan en ocasiones más y mejor
sobre Valéry y sus corresponsales que lo hubieran hecho capítulos
extensos. La relación del poeta francés con Unamuno, con Ortega,
con Madariaga, con Eugenio d’Ors, con Azorín, con Machado, con
Juan Ramón Jiménez, con la Generación del 27 (especialmente, claro
está, con Jorge Guillén) aparece nítida. Leyendo este libro, aprende
uno mucho, no sólo sobre Valéry, sino sobre la triste y baja naturaleza
de los hombres, aunque también, afortunadamente, sobre su posible
nobleza. La actitud de Valéry es, en todo momento, generosísima,
cosa que yo siempre había sospechado. Las reticencias de algunos escritores
españoles o su entusiasmo por el poeta francés despiertan la
curiosidad del lector y ponen en juego su penetración psicológica. La
recepción del gran poema Le Cimetiére Marin (para mí su obra suprema
y una de las composiciones cimeras de la poesía europea de
todos los tiempos) nos hace meditar. Existen cuarenta traducciones al
español de esta pieza admirable, como nos enseña Monique Allain-
Castrillo. Su éxito mundial fue, pues, inmenso. Y, sin embargo, yo
recuerdo (esto no lo cuenta la autora) la carta de Valéry a Gide, en la
que le viene a decir que el estilo de tales versos es el de un poeta espontáneo,
lo que nunca quiso ser. Y añade: «por supuesto, no me parece
publicable». ¡Hasta qué punto se puede equivocar sobre sí mismo
un hombre máximamente inteligente y crítico, y refinadamente
sensible! Y uno recuerda a Virgilio queriendo destruir la Eneida, y a
Kafka despreciando sus narraciones, y a tantos otros artistas igualmente
errados al juzgarse con pesimismo. ¿Qué conclusiones habría
que sacar?
Pero volvamos a la obra que nos ocupa. La curiosidad de Monique
Allain-Castrillo no se atiene exclusivamente a los españoles. La
autora investiga con la misma minucia y sabiduría la recepción de la
obra de Valéry en la América de habla hispana, y va recorriendo las
diferentes personalidades de la literatura de aquellas tierras en su relación
con Valéry: Alfonso Reyes, Miguel Ángel Asturias, Mariano
Brull, Eugenio Florit, Alejo Carpentier, Octavio Paz, Borges, etc. En
general, podemos decir que la lejanía del espacio equivale a la lejanía
del tiempo. La justicia de la recepción aumenta con la distancia. ¿No
nos dice esto bastantes cosas sobre nuestros prójimos?
La autora se pregunta acerca del posible influjo de Valéry en la
poesía pura de Juan Ramón Jiménez, y no da una respuesta precisa,
pues el Diario de un poeta recién casado del segundo es de 1917, o
sea, de la misma fecha en que el primero publica La Jeune Parque.
Ahora bien: esta duda de la autora proviene del hecho de atenerse a la
opinión académica, según la cual la poesía pura de Juan Ramón comienza
en el libro citado, cuando en realidad se remonta a Estío, del
año 1915, y por tanto no me parece que ofrezca duda la primacía cronológica
del español respecto al francés (bien que el origen remoto de
la poesía de esa especie se halle en Mallarmé).
No es sólo esto lo investigado en el presente libro. Sirviéndose de
los métodos más avanzados de la crítica de los últimos años, nos hace
ver la autora la formación hispánica de Valéry: sus tempranas lecturas
de los místicos españoles (San Juan de la Cruz y Santa Teresa), y
luego Gracián, San Ignacio de Loyola, Góngora, Calderón, y las huellas
que existen en su pensamiento y en su obra de tales experiencias
emocionales e intelectuales, llegando a la conclusión, expresada en
términos divertidamente valeryanos, de que el Valéry maduro es, en
alguna parte, «hispanidad digerida»: sobre lo dicho, añade el volumen
que nos ocupa los contactos del poeta francés con la pintura y la
música españolas (Falla, Mompou) y los cuarenta años de amistad
con José María Sert.
Quiero añadir aquí que los juicios de algunos españoles sobre
Valéry (y también sobre Jorge Guillén) adolecen de una tremenda incomprensión
de lo que significa la poesía pura. Tanto a Valéry como
a Guillén se les ha colocado, por algunos, el sambenito de frialdad e
intelectualismo: «el intelecto no ha cantado jamás: no es su misión»,
decía Machado en clara referencia a los poetas puros. Pero esta frase
confunde el intelecto con lo que puede hacer el alma humana frente a
los productos del intelecto. Del mismo modo que los hallazgos de la
ciencia (una teoría física o matemática) pueden suscitar entusiasmo y
hacemos cantar, así ocurre con las operaciones mentales de los poetas
puros al elaborar sus arquetipos de belleza. Lo que pasa es que dentro
del proceso de interiorización en que consiste el desarrollo de la
poesía desde el Romanticismo hasta el Superrealismo, la Poesía Pura
representa el punto en que la «verdadera realidad» ya no es la impresión
como en el Simbolismo impresionista, sino la impresión modificada.
Se declara «realidad verdadera» no a la objetividad, ni a la impresión,
sino a la estilización del objeto mirado, convertido así en
perfección arquetípica. Y como ésta no se halla en el mundo objetivo
y en consecuencia tampoco en el mundo de la impresión, el resultado
será una abstracción y como tal algo que se halla fuera del tiempo y
del espacio, despojado de anécdota espacio-temporal. Mas, estos productos
de la imaginación, al ser sentidos como «verdaderamente reales
», pueden hacer prorrumpir en sentimientos de gozo o de gloria a
quienes así experimentan la vida. No se trata de conformistas, pues si
se modifica la impresión es porque hay conciencia de la imperfección
de lo que llamamos «el mundo objetivo» . Ese producto «puro»,
fuera del tiempo y del espacio, ¿por qué no va a poder suscitar grandes
emociones en cuanto que es, sin duda, un anhelo humano y universal?
Como se ve, el libro de Monique Allain-Castrillo obliga al lector
a reflexionar por su cuenta, y ése es, precisamente, entre muchos
otros, uno de los visibles méritos de la obra. Pero aún debo expresar
que la prosa de la autora es en todo caso excelente, y ello contribuye
a la gran amenidad que, como ya dije, es otra de las brillantes virtudes
que se nos ofrecen. Frente a tantos libros que nada esencial añaden
a lo ya dicho, éste rebosa de pensamientos inteligentes, de noticias
que ignorábamos, de investigaciones personales que era preciso
realizar. Dentro de la bibliografía valeryana, tan extensa, estamos
ante una aportación decisiva.
C a r l o s B o u s o ñ o
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