lunes, 4 de diciembre de 2023

PEDRO SALINAS. CARTA 1. A KATHERINE WITHMORE.

 




1

Desgarramiento. Una mujer, una Katherine, se queda allí, metida

en aquel cajón de madera, entre seres desconocidos, frente a

una noche triste e incógnita. Allí hay que dejarla. Fatalmente.

Y la otra mujer, la otra Katherine, permanece invisible y presente

a mi lado, se viene conmigo, alegremente colgada de mi brazo,

mirándome en la mirada noble, pura y honda de siempre. No, en

la estación, en la despedida, no hay una separación simple de ser

con ser, no, cada uno de nosotros nos separamos no de la otra

criatura querida sino también de aquella parte nuestra que ella

quiere y que se va con ella. ¿Verdad que anoche tú no te has separado

de mí, ni yo de ti? Más bien yo me he separado de mí

mismo, eso siento, y tú de ti misma. Y tengo, anoche, hoy, la sensación

de andar entre fantasmas y sombras, con alguien al lado, a

quien no puedo estrechar, pero que vive en torno mío, y se me

escapa cada vez que quiero cogerlo. Sensación angustiosa y dulce

a la vez, caricia desgarradora. Además, qué pena anoche, aquellos

momentos últimos, atropellados por la estupidez y el desorden.

¡Qué ira sentí contra toda aquella gentuza innoble, qué ganas

de látigo, de echarlos a todos, de hacerte sitio, un gran sitio,

un tren sólo para ti! Al salir, todos mis sentidos se complacían,

¿sabes en qué? En sentir en el bolsillo, junto al pecho, el bulto

de tu carta. ¡Qué mentira eso de que el papel no pesa! Anoche

el papel de tu carta me pesaba como la más hermosa y grave de

las realidades. Lo sentía allí, en el bolsillo, como una prueba material

de que eras, de que habías existido. Porque, ¿sabes?, empecé

a dudar. A dudar de todo, de tu realidad, de la mía, del

mundo, de los días recientes... Sólo el peso de tu carta en el bolsillo

me servía de prenda, de prueba. Vivía yo en ese rectángulo

[Manuscrita]

[Madrid, 1 de agosto de 1932]

de papel. Era el lugar más cierto del mundo. Y antes de poder

abrirla, así, cerrada y en el bolsillo, tu carta era el puente con la

vida, el sí que me daba la vida a la pregunta atormentada: «¿Soy?

¿Es? ¿Somos?». Sí, sí, sí. Todo, sí. Todo, sí, oye, todo sí.1 Y luego

en mi cuarto la leí. La he leído. La leeré. ¡Cuántas delicias! Primero

la delicia de ir aprendiendo tu escritura, tu letra, de tropezar

en una palabra y descifrarla, por fin. ¡Tu escritura, un modo

más de ti, una manera más de vivir tú! Primera carta tuya, en inglés.

Júbilo, júbilo, alegría. ¡Sensación festival, inaugural, de promesa,

de fiesta! No importa que toda tu carta esté teñida de una

sombra de melancolía, tierna y suave. Así debía ser, así. Pero por

encima de esa melancolía, hay algo que me da un gozo sin límite.

Esto. « You have taken away the cynicism which was growing upon

me.»2 ¿Es posible? ¿Tendré yo la suerte de ser elegido para en un

momento difícil de tu vida salvarte de algo? ¡Qué gran justificación,

ya, de mi papel a tu lado, de mi compañía! Ya no es

por egoísmo por lo que debo seguirte a lo lejos en la vida, es por

bien tuyo. Soy capaz de serte espiritualmente útil. Y me preparo,

¿sabes?, ante esta espléndida tarea: ayudarte a vivir, arrancarte de

las fuerzas negras, de los poderes sombríos que te amenazaban.

Y eso por ti, no por mí, ¿sabes? ¡Oh, si tú me hicieras ese favor,

dejarme que te sirva! Qué cosa más justa, que tú, que no imaginas

tal entusiasmo por la vida, recojas, devuelto a través de mí,

ese entusiasmo que es tuyo. No, no, tú no has nacido ni para el

escepticismo cínico, ni para la frivolidad desengañada, no. No te

rindas nunca a eso. No te puedo imaginar paseando tu spleen,

por terrazas de grandes hoteles, con cualquier ser insignificante.

Nunca. Cree en ti, cree en tu valor único, en tu distinción suprema,

en la nobleza de tu alma. Y vive de ella. Yo de lejos, de cerca,

te ayudaré. Hasta que no me necesites más. Y mira, no tengas

temor, oye, de quitar a nadie nada, queriéndome, no. ¡Me lo dices

tan delicadamente en tu carta! No, yo no soy ni seré peor para nadie

por ti, no. Lo que tú me pides, lo que yo te doy en nada atenta

a lo que debo a los demás. Tú en mí no serás nunca nada malo,

nada que robe algo a alguien, no. No tengas miedo. Seré cada día

mejor. Tú me has alumbrado una nueva riqueza y por eso lo que

a ti te doy a nadie se lo quito. ¿Comprendes? Nunca sufras por

eso. Eres pura, leal, clara. De ti sólo puede venir luz alta, luz de

paraíso.

[Sin firma]

42

[En los margenes]

Adiós. Perdona esta carta tan larga y esta letra tan mala. ¿Sabrás

leerla? Pero aún me parece que te he escrito muy poco.

Quiero más, más, más.

Gracias, gracias, siempre. Viviré dándote gracias.

Hasta mañana, ¿sabes?, hasta ahora, te escribiré.

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