La novela corta. Una biblioteca virtual
www.lanovelacorta.com
C o l e c c i ó n
Novelas en Campo Abierto
México: 1922-2000
C o o r d i n a c i ó n y e d i c i ó n
Gustavo Jiménez Aguirre
y Gabriel M. Enríquez Hernández
Novela como nube
D.R. © 2012, Universidad Nacional Autónoma de México
Ciudad Universitaria, Del. Coyoacán
C.P. 04510, México, D.E
Instituto de Investigaciones Filológicas
Circuito Mario de la Cueva, s.n.
www.filologicas.unam.mx
D.R. © 2012, Fondo Nacional para la Cultura y las Artes
República de Argentina 12, Col. Centro
C.R 06500, México, D.F.
Diseño de la colección: Patricia Luna
Ilustración de portada: D.R. © Andrea Jiménez
ESN: 4987512102913802193
Se permite descargar e imprimir esta obra, sin fines de lucro.
Hecho en México.
índiice
I. Ixión en la tierra 5
♦
II. Ixión en el Olimpo 43
♦
Ixión en la tierra
I
1, sumario de novela
Sus hermosas corbatas, culpables de sus horribles
compañías. Le han dado un gusto por las
flores hasta en los poemas: rosas, claveles, palabras
que avergüenza ya pronunciar, narcisos
sobre todo. Ernesto marcha inclinado sobre los
espejos del calzado, sucesivos. Se ve pequeñito.
Su tío tiene razón: siempre será sólo un niño.
O poeta o millonario, se dijo en la encrucijada
de los quince. Un camino quedaba que daba a la
parte media de la colmena, pero esto no quiere
decir que la burocracia sea para los zánganos.
Pequeña teoría y elogio de la inercia; datos
estadísticos de los crímenes que evita. Un acróbata
que caía, sin fin, desde aquel trapecio. Se
quería asir del aire. La atmósfera en un cuadro
que representara cosas de circo, sólo podría resolverse
mezclando almíbar a los colores. Su
amigo el ingeniero del ingenio le reprochaba el
ser lampiño. ¡Qué triste! No poder comparar en
un poema las delicias de rasurarse con la estancia
en Nápoles. Pero ¿quién no ha leído a Gide?
“Non point la sympathie, Natanael, l’amour” .
¿Y quién lo practicaba? Sócrates, Shakespeare...
Tantas Desdémonas en lechos de posada, tantas
Ofelias en los estanques nocturnos.
Una se ahogó en su ojo derecho. Tendrá que
usar un monoclo de humo de Londres para ocultarla.
Ladrar del viento policía, investigando asesinatos
líricos. A la luna la mató Picasso en la calle
Lepic, una noche del mes de... ¿de que año?,
del siglo xx. Aquel profesor de historia que refería:
“ día y noche, bajo los rayos del sol, los ejércitos...”
La mala música del señor Nunó, fuerte
como un trago de alcohol; los mismos resultados,
alcohol o música, bebido, oída. Le decía: asómate,
amiga, a mi balcón del 15 de septiembre.
Y Ofelia se caía siempre al mar de la calle. Era
muy torpe, la pobre, para entender las lecciones,
y la pólvora no iba a sostener eternamente la varilla
del cohete. Vidas paralelas, profesión de cohete,
amores con las señoritas de la clase media.
Cada vez que su cielo amenazaba borrasca, encendía
uno, como hacen los agricultores.
2, el café
Ya está cerca el café. Ahora el Ojo, como si Ernesto
estuviera viviendo en verso, en esos versos
antipoéticos del señor Hugo, tentándole al remordimiento.
¡Pobre Ofelia! Todo por la aversión
de Ernesto al paisaje suburbano, resuelto
en manchas de colores opacos, pastosos, y, en el
calzado, de lodo. Y por saber ya cómo terminan
todas las películas, y por tener amigos —¡qué
horribles compañías!— que le leen sus comedias
antes de estrenarlas.
Su preferencia por ese café. Mana una luz,
aparte de la metafórica, que se llueve de los espejos
y sale a borbotones, por puertas y ventanas,
a las calles sordas y apresuradas, ferrocarriles sin
freno y sin fin hacia los campos. Pero la ciudad
ha tomado pasaje de ida y vuelta, y en vano esperará
el borracho el paso de su cama, y se tirará
en la acera, recibiendo sobre su cansancio la
burla del duchazo de luz.
Presiente que el que ría al último no encontrará
ya justificación para su risa; recuerda una máxima
popular de tan citada: “reír antes de ser feliz, por
miedo...” ¿Aquí, también, el miedo? No; engolfarse
en el vacío gustoso, olvidado de ella, la suburbana,
y de sus cavilaciones de postimpresionista.
Un mozo tira la luna llena sobre la mesa. El
hastío empieza a derramar sobre el techo la leche
embotellada en el cigarro. Si las frutas están
en la cornisa, el salero estará lleno de azúcar. Se
adivina el paso del Padre Brown. Pero los botellones
no están llenos de vino, y los vasos son
unos pobres vasos comunes que inmovilizan su
ancho bostezo hacia arriba. Hechos de agua sedienta,
esperan que el Moisés de su mano toque
la roca de cristal del botellón.
Saludos. Sus brazos infinitos, como las luces
de un faro, guían a los remeros de las mesas, rebaño
incuestionablemente descarriado. Sus miradas
untan de amor todos los rostros conocidos.
No simpatía, Natanael, amor. Pero allí está
la réplica del Ojo, por Ofelia: —¿Y aquella muchacha,
en los suburbios? ¿No, mejor, abandono?—
Leve discusión. Su principal argumento:
—Su casa es un búngalo tan feo. Y luego: —Si
robarle a ella este amor, si el agrarista gesto de
irlo repartiendo entre los indiferentes vecinos va
aumentándoselo, fortaleciéndoselo, cabeza de
hidra en proporción geométrica creciente.
3, Ofelia
Ofelia, donde las casas no están ni en la ciudad
ni en el campo. Cada diez minutos el terremoto
del tranvía la hará salir a la ventana, como arrastrada,
como empujada por un torrente de luz. Se
habrá dejado la cabellera de algodón, de muñeca
francesa, que le aburre a él tanto. Una vez
le agradó durante cinco minutos, cinco minutos
durante los cuales estaba él comunicativo y se
lo dijo. Parecerá un juguete, un objeto decorativo,
un cuadro de Marie Laurencin, lo mismo: la
chalina en un hombro, desnudo el otro. Tendrá
flores en las manos. Querrá que la besen, y en el
rostro blanco y redondo sólo resaltarán, brillantes,
los ojos y la boca. Será sólo como un beso
rodeado de leche.
Todos los que ahora bajen en aquella esquina
tendrán para la esperanza de Ofelia el cuerpo
de Ernesto, su manera de andar, sus ademanes de
cansancio un poco exagerados. Muchos se dirigirán
a la ventana y, viéndola tan abierta, no
faltará algún audaz que la salte a robarle aquella
sombra chinesca de finas curvas, que ensayarán,
sobre la pantalla de los visillos, el temblor
de él predilecto. En este instante, de seguro, ya
la habrá perdido, ya se la habrán robado sin remedio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario