miércoles, 25 de octubre de 2023

La novela corta. Una biblioteca virtual www.lanovelacorta.com FRAGMENTO





La novela corta. Una biblioteca virtual

www.lanovelacorta.com

C o l e c c i ó n

Novelas en Campo Abierto

México: 1922-2000

C o o r d i n a c i ó n y e d i c i ó n

Gustavo Jiménez Aguirre

y Gabriel M. Enríquez Hernández

Novela como nube

D.R. © 2012, Universidad Nacional Autónoma de México

Ciudad Universitaria, Del. Coyoacán

C.P. 04510, México, D.E

Instituto de Investigaciones Filológicas

Circuito Mario de la Cueva, s.n.

www.filologicas.unam.mx

D.R. © 2012, Fondo Nacional para la Cultura y las Artes

República de Argentina 12, Col. Centro

C.R 06500, México, D.F.

Diseño de la colección: Patricia Luna

Ilustración de portada: D.R. © Andrea Jiménez

ESN: 4987512102913802193

Se permite descargar e imprimir esta obra, sin fines de lucro.

Hecho en México.

índiice

I. Ixión en la tierra 5

II. Ixión en el Olimpo 43

Ixión en la tierra

I

1, sumario de novela

Sus hermosas corbatas, culpables de sus horribles

compañías. Le han dado un gusto por las

flores hasta en los poemas: rosas, claveles, palabras

que avergüenza ya pronunciar, narcisos

sobre todo. Ernesto marcha inclinado sobre los

espejos del calzado, sucesivos. Se ve pequeñito.

Su tío tiene razón: siempre será sólo un niño.

O poeta o millonario, se dijo en la encrucijada

de los quince. Un camino quedaba que daba a la

parte media de la colmena, pero esto no quiere

decir que la burocracia sea para los zánganos.

Pequeña teoría y elogio de la inercia; datos

estadísticos de los crímenes que evita. Un acróbata

que caía, sin fin, desde aquel trapecio. Se

quería asir del aire. La atmósfera en un cuadro

que representara cosas de circo, sólo podría resolverse

mezclando almíbar a los colores. Su

amigo el ingeniero del ingenio le reprochaba el

ser lampiño. ¡Qué triste! No poder comparar en

un poema las delicias de rasurarse con la estancia

en Nápoles. Pero ¿quién no ha leído a Gide?

“Non point la sympathie, Natanael, l’amour” .

¿Y quién lo practicaba? Sócrates, Shakespeare...

Tantas Desdémonas en lechos de posada, tantas

Ofelias en los estanques nocturnos.

Una se ahogó en su ojo derecho. Tendrá que

usar un monoclo de humo de Londres para ocultarla.

Ladrar del viento policía, investigando asesinatos

líricos. A la luna la mató Picasso en la calle

Lepic, una noche del mes de... ¿de que año?,

del siglo xx. Aquel profesor de historia que refería:

“ día y noche, bajo los rayos del sol, los ejércitos...”

La mala música del señor Nunó, fuerte

como un trago de alcohol; los mismos resultados,

alcohol o música, bebido, oída. Le decía: asómate,

amiga, a mi balcón del 15 de septiembre.

Y Ofelia se caía siempre al mar de la calle. Era

muy torpe, la pobre, para entender las lecciones,

y la pólvora no iba a sostener eternamente la varilla

del cohete. Vidas paralelas, profesión de cohete,

amores con las señoritas de la clase media.

Cada vez que su cielo amenazaba borrasca, encendía

uno, como hacen los agricultores.

2, el café

Ya está cerca el café. Ahora el Ojo, como si Ernesto

estuviera viviendo en verso, en esos versos

antipoéticos del señor Hugo, tentándole al remordimiento.

¡Pobre Ofelia! Todo por la aversión

de Ernesto al paisaje suburbano, resuelto

en manchas de colores opacos, pastosos, y, en el

calzado, de lodo. Y por saber ya cómo terminan

todas las películas, y por tener amigos —¡qué

horribles compañías!— que le leen sus comedias

antes de estrenarlas.

Su preferencia por ese café. Mana una luz,

aparte de la metafórica, que se llueve de los espejos

y sale a borbotones, por puertas y ventanas,

a las calles sordas y apresuradas, ferrocarriles sin

freno y sin fin hacia los campos. Pero la ciudad

ha tomado pasaje de ida y vuelta, y en vano esperará

el borracho el paso de su cama, y se tirará

en la acera, recibiendo sobre su cansancio la

burla del duchazo de luz.

Presiente que el que ría al último no encontrará

ya justificación para su risa; recuerda una máxima

popular de tan citada: “reír antes de ser feliz, por

miedo...” ¿Aquí, también, el miedo? No; engolfarse

en el vacío gustoso, olvidado de ella, la suburbana,

y de sus cavilaciones de postimpresionista.

Un mozo tira la luna llena sobre la mesa. El

hastío empieza a derramar sobre el techo la leche

embotellada en el cigarro. Si las frutas están

en la cornisa, el salero estará lleno de azúcar. Se

adivina el paso del Padre Brown. Pero los botellones

no están llenos de vino, y los vasos son

unos pobres vasos comunes que inmovilizan su

ancho bostezo hacia arriba. Hechos de agua sedienta,

esperan que el Moisés de su mano toque

la roca de cristal del botellón.

Saludos. Sus brazos infinitos, como las luces

de un faro, guían a los remeros de las mesas, rebaño

incuestionablemente descarriado. Sus miradas

untan de amor todos los rostros conocidos.

No simpatía, Natanael, amor. Pero allí está

la réplica del Ojo, por Ofelia: —¿Y aquella muchacha,

en los suburbios? ¿No, mejor, abandono?—

Leve discusión. Su principal argumento:

—Su casa es un búngalo tan feo. Y luego: —Si

robarle a ella este amor, si el agrarista gesto de

irlo repartiendo entre los indiferentes vecinos va

aumentándoselo, fortaleciéndoselo, cabeza de

hidra en proporción geométrica creciente.

3, Ofelia

Ofelia, donde las casas no están ni en la ciudad

ni en el campo. Cada diez minutos el terremoto

del tranvía la hará salir a la ventana, como arrastrada,

como empujada por un torrente de luz. Se

habrá dejado la cabellera de algodón, de muñeca

francesa, que le aburre a él tanto. Una vez

le agradó durante cinco minutos, cinco minutos

durante los cuales estaba él comunicativo y se

lo dijo. Parecerá un juguete, un objeto decorativo,

un cuadro de Marie Laurencin, lo mismo: la

chalina en un hombro, desnudo el otro. Tendrá

flores en las manos. Querrá que la besen, y en el

rostro blanco y redondo sólo resaltarán, brillantes,

los ojos y la boca. Será sólo como un beso

rodeado de leche.

Todos los que ahora bajen en aquella esquina

tendrán para la esperanza de Ofelia el cuerpo

de Ernesto, su manera de andar, sus ademanes de

cansancio un poco exagerados. Muchos se dirigirán

a la ventana y, viéndola tan abierta, no

faltará algún audaz que la salte a robarle aquella

sombra chinesca de finas curvas, que ensayarán,

sobre la pantalla de los visillos, el temblor

de él predilecto. En este instante, de seguro, ya

la habrá perdido, ya se la habrán robado sin remedio.

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