jueves, 19 de octubre de 2023

Ernst Jünger SOBRE EL DOLOR FRAGMENTO ENSAYO FILOSOFÍA

 



Ernst Jünger

SOBRE EL DOLOR

seguido de

La movilización total

y Fuego y movimiento

Traducido del alemán

por Andrés Sánchez Pascual

Ensayo

tu sO uets V^EpriORES

Títulos originales: líber den Schmerz (1934)

Die Totale Móbilmachung (1930)

Feuer und Bewegung (1930)

1." edición: octubre 1995

© 1980 by Emst Klett Verlage GmbH u. Co. Kg

La traducción al castellano de esta obra ha sido subvencionada por

Inter Nationes

© de la traducción: Andrés Sánchez Pascual, 1995

Diseño de la colección y de la cubierta: BM

Reservados todos los derechos de esta edición para

Tusquets Editores, S.A. - Iradier 24, bajos - 08017 Barcelona

ISBN: 84-7223-910-1

Depósito legal: B. 29.976-1995

Fotocomposición: Foinsa - Passatge Gaiolá, 13-15, 08013 Barcelona

Impreso sobre papel Oftset-F Crudo de Leizarán, S.A. - Guipúzcoa

Libergraf, S.L. - Constitución, 19 - 08014 Barcelona

Impreso en España

De este gran escritor alemán, inigualable testigo de nuestro siglo,

figuran ya en nuestro catálogo las siguientes obras: Tempestades

de acero, El tirachinas, los tres primeros volúmenes de

Radiaciones —Diarios de la segunda guerra mundial (dos vols.) y

Pasados los setenta I— (Andanzas 53, 55, 98/1, 98/2 y 98/3), así

como La emboscadura, El trabajador y La tijera (Ensayo 1, 11 y

18). Sesenta años después de que Emst Jünger publicara los

tres textos fundamentales que el lector se dispone a leer, y

ahora que cumple cien años, aparecen por primera vez traducidos

a nuestro idioma y reunidos en un único volumen con un

prólogo especial del autor en forma de carta a su traductor.

Indice

Carta-prólogo a la edición española .......... I

Sobre el dolor .............................................. 9

La movilización total .................................. 87

Fuego y movimiento .................................. 125

Carta-prólogo a la edición española

Querido amigo Sánchez Pascual:

Con los ensayos que ha traducido para este volumen

se remonta usted mucho a la primera mitad

de mi vida. Estos textos, que usted presenta

en orden inverso al de su aparición, fueron dados

a la estampa entre 1930 y 1934 en diversas publicaciones

periódicas y reunidos con varios otros

en el volumen titulado Hojas y piedras; este volumen

fue desmembrado más tarde, desde puntos

de vista temáticos, para mis Obras Completas y

no ha vuelto a editarse como volumen separado.

Los tres tratados pertenecen a la época que

hoy se me recrimina como Realismo Heroico. El

más antiguo, Fuego y movimiento, procede todavía

enteramente de mis experiencias en la primera

guerra mundial, así como de los pensamientos

que desarrollé durante mi colaboración en la

Comisión de Reglamentos y, en general, durante

el tiempo en que presté servicio en la Reichswehr.

La movilización total me ha acarreado hasta el

día de hoy muchos reproches, especialmente después

de la segunda guerra mundial, durante la cual

se practicó ese principio en Alemania. De ambos

ensayos cabe decir que yo no escribí instrucciones

de uso, sino que desarrollé unas teorías que, por

cierto, casi al mismo tiempo estaba desarrollando

en Francia el general De Gaulle. Tanto más cautivador

resultó observar que casi siempre se ha reclamado

la guerra total en los conflictos entre los

Estados que desde entonces han librado tantas

guerras. A la vista de esa experiencia, en la reimpresión

de este escrito en mis Obras completas he

suprimido, con el fin de exponer con pureza el

asunto de principio, la segunda parte, que se refería

a las circunstancias existentes en la Alemania

de la posguerra, es decir, lo accidental.

Finalmente, Sobre él dolor ha de ser visto en

conexión con El trabajador, obra que usted tradujo

en 1990 y que sólo en los últimos años, al

cabo de más de medio siglo, está agitando acá y

allá tan rectamente los ánimos.

A todos los ensayos les es común la discusión

con el progreso, en especial con la prepotencia de

la técnica, la cual está avasallando nuestro siglo

en todos los terrenos en una secuencia cada vez

más rápida. En estos ensayos fue visto con anticipación,

creo, algo que en aquel entonces nos

fascinaba y que hoy más bien nos angustia.

Querido amigo, no es fácil la tarea que usted

se ha impuesto, pero sé que la habrá resuelto de

manera ejemplar.

Suyo,

Emst Jünger

Wilflingen, agosto de 1995

Sobre el dolor

Los cangrejos son, de todos los animales

que sirven de alimento al ser humano,

los que han de sufrir una muerte más horrenda,

pues se los pone al fuego vivo en

agua fría.

Kochbuch für Haushaltung aller Stande [Libro

de cocina para el buen gobierno de la

casa de todos los estamentos], Berlín, 1848

Does a little booby cry for any oche? The

mother scolds him in this fashion: «What a

coward to cry for a trifling pain! What will

you do when your arm is cut off in battle?

What when you are called upon to commit

harakiri?».

[¿Pero es que un bobito va a llorar por

cualquier dolor? La madre lo regañaría

con estas palabras: «¡Qué cobarde, llorar

por un dolor de nada! ¿Qué harás cuando

en la batalla te corten un brazo? ¿Y qué,

cuando hayas de hacerté el harakiri?»]

Inazo Notibé, Bushido, Tokio, 2560 (1900)

Hay algunos criterios grandes e inmutables en

los cuales se hace patente el significado del ser

humano. El dolor es uno de ellos; él es el examen

más duro en esa cadena de exámenes que solemos

llamar vida. De ahí que una considgpaciün

^ u e se ocupe en el dolor sea desde luegfo impopular;

nías no iólo resulta instructivaNgn üT

mismar-sino que a la vez ilumina una serie de

cuestiones en que nosotros estamos ocupándonos

ahora^El dolor es una de esas llaves con que abrimos

las puertas no sólo de lo más íntimo, sino a

la vez del mundo.' Cuando nos acercamos a los

puntos en que el ser humano se muestra a la altura

del dolor o superior a él logramos acceder a

las fuentes de que mana su poder y al secreto que

se esconde tras su dominio. ¡Dime cuál es tu relación

con el dolor y te diré quién eres!

,Como criterio el dolor es inmutablg; variable

es, en cambio, el modo y manera como el ser humano

se enfrenta a él. Con cada una de las mudanzas

significativas que acontecen en su temple"

básico se modifica también la relación del ser hu-"

mano con el dolor. Esa relación no está ya fijada

en modo alguno; antes bien, se sustrae a la consciencia,

pero constituye la mejor piedra de toque

para conocer una raza.* En nuestro tiempo cabe

observar bien ese hecho, pues ya disponemos de

una relación nueva y peculiar con el dolor, sin

que todavía le estén dadas a nuestra, vida unas

normas absolutamente vinculantes.

Mediante esta consideración nuestra de esa relación

nueva que ya existe con el dolor pretendemos

alcanzar un punto elevado, un punto que

nos permita mirar y efectuar mediciones y desde

el cual acaso resulte posible divisar ciertas cosas

que aún resultan invisibles cuando nos encontramos

allá abajo en el llano. La cuestión que nos

planteamos reza así: ¿Qué papel desempeña el dolor

en esa raza nueva que cabalmente ahora está

ofreciendo las primeras manifestaciones de su

vida y que nosotros hemos llamado él trabajador?

Por lo que se refiere a la forma interna de esta

investigación que ahora iniciamos, pretendemos

obtener el efecto de un proyectil de espoleta retardada,

y al lector que nosliiga con atencióiTTe

prometemos no tener miramientos con él.

* «Raza» es aquí sinónimo de «tipo» o de «trabajador» (entendido

en el sentido de Jünger). El propio autor lo aclara varias veces en este

escrito: véase, por ejemplo, el final del párrafo siguiente, así como las

págs. 69, 78 y 80. Sobre el concepto de tipo puede verse la obra de Jünger

El trabajador (Tusquets Editores, n° 11 de la colección Ensayo),

págs. 88 y 110-111. (N. del T.)

¡Dirijamos nuestra mirada en primer lugar a la

mecánica peculiar del dolor y a su economía! Es

cierto que al escuchar juntas y relacionadas las

palabras dolor y mecánica nuestros oídos se sienten

escandalizados — se debe a que la persona

singular se afana por relegar el dolor al reino del

azar, a una zona eludible, de la que podemos escapar

o por la que en todo caso no es necesario

que seamos alcanzados.

Mas si aportamos la frialdad adecuada a la

consideración de esta materia, es decir, la mirada

propia del médico o también la del espectador

que desde lo alto de las gradas del circo ve correr

allá abajo la sangre de gladiadores extranjeros,*

pronto tenemos la sensación de que el acoso del

dolor es seguro e ineludible. Nada nos es más

cierto y nada nos está más predestinado que cabalmente

el dolor; se asemeja a un molino que

con sus movimientos cada vez más finos y cada

vez más hondos va apresando los granos que dan

saltos, o bien a la sombra de la vida, a la que ningún

contrato nos posibilita sustraemos.

* En su relato de 1939 Sobre los acantilados de mármol (capítulo

13) Jünger añade un matiz personal a lo que aquí acaba de decir. En

un párrafo claramente autobiográfico y que sin duda alude también a

este pasaje de Sobre el dolor, afirma: «Para escalar puestos en la Orden

de los Jinetes de Púrpura no nos habrían faltado sin duda ni coraje ni

talento; pero a nosotros se nos había negado el don de contemplar con

desdén los padecimientos de las personas débiles y anónimas, como se

contempla desde lo alto de los asientos senatoriales lo que ocurre en los

circos». (N. del T.)

La ineludibilidad del acoso del dolor se pone

de relieve con especial claridad cuando contemplamos

vidas pequeñas, comprimidas en un breve

espacio de tiempo. Así es como nos parece amenazado

en proporciones inimaginables el insecto

que va serpenteando a nuestros pies por entre las

hierbas cual si fuera atravesando los árboles de

una selva virgen. Su pequeño camino se asemeja

a una ruta de espantos; un enorme arsenal de fauces

y pinzas se halla expuesto a ambos lados de

ella. Y, sin embargo, esa ruta constituye tan sólo

un trasunto de la nuestra. Es cierto que en épocas

de seguridad tendemos a olvidar eso, pero lo recordamos

con gran nitidez tan pronto como se

torna visible la zona de los elementos. Ahora bien,

los hombres de hoy nos hallamos inmersos ineluctablemente

en esa zona y no podemos sustraemos

a ella por ninguna especie de ilusión óptica.

A- veces, sin embargo, banqueteamos y

deambulamos sobre su superficie como banqueteaba

y deambulaba Simbad el marino con sus

compañeros sobre la espalda del gigantesco pez

que él tenía por una isla.

El canto Media in vita brota de un temple que

conoce esa amenaza. Parábolas magníficas del

cerco y asedio a que el dolor somete a la vida las

poseemos también en los grandes cuadros del

Bosco, de Breughel y de Cranach; sólo hoy estamos

acercándonos al sentido de esos cuadros que

hasta no hace mucho tiempo teníamos por invenciones

absurdas. Son cuadros mucho más modernos

de lo que creemos y no es casual que en ellos

desempeñe la técnica un papel tan significativo.

Muchos cuadros del Bosco se asemejan, con sus

hogueras nocturnas y sus chimeneas infernales, a

paisaje^éiíáustriales en pleno funcionamiento, y

el gran Inferno de Cranach que poseemos en Berlín

co»tie»e-un completo repertorio de instrumentos

técnicos. Uno de los motivos recurrentes es

una tienda rodante de cuya abertura sale un cu-'

chillo grande y reluciente. El aspecto de tales máquinas

provoca un género especial de espanto:

son símbolos de la agresión disfrazada de máquina,

que es la agresión más fría e insaciable de

todas.*

3

Una circunstancia que intensifica extraordinariamente

el acoso del dolor es la nula atención J

que él presta a nuestros órdenes de valores. ~Ef

emperador que, cuando le rogaron se retirase de

la línea de fuego, respondió preguntando si alguna

vez se había oído antes que un emperador

* Las .obras de los tres pintores citados, especialmente las de El

Bosco, han sido objeto constante de la contemplación y meditación de

Jünger durante toda su vida. Análisis de cuadros del Bosco pueden verse

en otras obras suyas; por ejemplo, en Radiaciones I (Tusquets Editores,

n° 98/1 de la colección Andanzas), pág. 44, y en Pasados los setenta I

(Tusquets Editores, n° 98/3 de la colección Andanzas), págs, 291-292.

(N. del T.)

hubiese caído en la batalla, era víctima de uno de

esos errores a los que tanto nos gusta entregarnos.

No hay ninguna situación humana que tenga

un seguro" contraTel dolor. Nuestros cuentos p o -

pulares finalizan con una frase que dice que el héroe,

tras superar muchos peligros, vive feliz y contento

largos años, y nos agrada oír tales cosas,

pues ya el mero enteramos de la existencia de un

lugar sustraído al dolor nos proporciona tranquilidad.

A la vida le falta propiamente una conclusión

satisfactoria y ese hecho tiene su expresión

en el carácter fragmentario de la mayoría de las

grandes novelas, las cuales, o bien están inacabadas,

o bien son recubiertas con un cielo raso

artificial. Por cierto que un cielo raso artificial de

ese género es el que, cual techo de emergencia,

clausura también el Fausto.

En tiempos tranquilos resulta fácil encubrir el

hecho de que el dolor no reconoce nuestros valores.

Pero cuando a un hombre feliz, rico o poderoso

lo afecta uno de esos azares que son los

más habituales de todos, empezamos a sentimos

desconcertados. Así es como provocó un sentimiento

de asombro casi incrédulo la enfermedad

de Federico III, fallecido de uno de esos cánceres

de laringe que no es raro observar en los hospitales.

Un sentimiento muy parecido nos sobrecoge

cuando en la anatomía contemplamos un órgano

salpicado de inclusiones malignas o perforado de

manera indiscriminada, cuyo aspecto permite deducir

la existencia de un prolongado calvario individual.

Qué indiferente le resulta al germen patógeno

destruir una brizna de paja o un cerebro

genial. A ese sentimiento se refieren estos burlescos

pero significativos versos de Shakespeare, que

en su versión alemana dicen así:

Der grosse Casar, Lehm geworden,

Verstopft ein Loch im hohen Norden.

[El gran César, convertido en cieno,

En el lejano norte tapa un agujero.]*

Y Schiller desarrolla con amplitud en su escrito

Spaziergang unter den Linden [Paseo bajo los

tilos] el pensamiento que subyace a ese sentimiento______

^ — -<---------------------- -

/'"El carácter indiscriminado de la amen a z a re

toma significativamente más visible en tiempos

que solemos calificar de insólitos. En la guerra,

cuando las balas pasan silbando a gran velocidad

junto a nuestro cuerpo, sentimos bien que ningún

grado de inteligencia, virtud o coraje es lo bastante

fuerte para apartarlas, aunque sólo sea un

pelo, de nosotros. A medida que aumenta la amenaza

nos invade también la duda de la validez de

nuestros valores. El espíritu se inclina a una concepción

catastrofista de las cosas en los sitios

donde ve que todo se encuentra en entredicho.

* Los versos son de Hamlet (V,l) y su texto inglés es el siguiente:

Imperious Caesar, dead and tumed to clay, / Might stop a hole to keep the

■wind away. (N. del T.)

Una de las eternas cuestiones disputadas es la

gran controversia entre vulcanistas y neptunistas

— al siglo pasado, en el cual predominaron las

ideas evolucionistas, cabe calificarlo de edad neptuniana,

mientras que los hombres de hoy nos inclinamos

crecientemente por la concepción vulcaniana.

Donde mejor cabe conocer semejante inclinación

es en las predilecciones especiales del espíritu;

una de ellas es, por ejemplo, la tendencia al

catastrofismo, que no sólo ha conquistado amplias

áreas de la ciencia, sino que explica también

la fuerza de atracción poseída por numerosas sectas.

Están acumulándose las visiones apocalípticas;

y así tenemos que la consideración histórica

empieza a investigar las posibilidades de la catástrofe

completa, la cual se produciría, o bien desde

dentro, por enfermedades mortales de la cultura,

o bien desde fuera, por la agresión de fuerzas lo

más ajenas e inmisericordes posible, como, por

ejemplo, las razas «de color». En conexión con

eso el espíritu se siente atraído por la imagen de

imperios poderosos que sucumbieron cuando se

hallaban en pleno florecimiento. La fulminante

destrucción de las culturas suramericanas se impone

de ese modo como un ejemplo de que ni siquiera

a las más grandes culturas conocidas por

nosotros les está otorgada la seguridad de llegar

a término. En tales tiempos vuelve a destacar

también el recuerdo primordial de la Atlántida

hundida. La arqueología es con toda propiedad

una ciencia consagrada al dolor; ella barrunta

en los diversos estratos geológicos yacen imperios.

y más imperios de los que hasta el nombre se ha

perdido. En tales sitios nos sobrecoge una~aflic^

ción extraordinaria, que quizás en ninguna otra

narración del mundo se halle descrita de modo

más penetrante que en el cuento lleno de poderío

y misterio de la Ciudad de Latón.* En esa ciudad

muerta y rodeada de desiertos el emir Musa lee

en una placa de acero chino estas palabras: «Yo

poseí cuatro mil corceles bayos y un palacio soberbio

y tuve por mujeres mil hijas de reyes, doncellas

semejantes a lunas, de senos altos; fui bendecido

con mil hijos parecidos a fieros leones y

viví contento de alma y de corazón mil años;

y amontoné tesoros como no los poseían todos los

reyes de todas las regiones de la Tierra, pues creía

que las delicias permanecerían a mi lado. Pero sobre

mí cayó imprevistamente el aniquilador de todas

las delicias, el separador de toda comunidad,

el devastador de las ciudades, el saqueador de los

lugares habitados, el asesino tanto de los grandes

como de los pequeños, de los niños de pecho, de

los hijos, de las madres — él, que no tiene misericordia

de los pobres en razón de su pobreza y

que no teme al rey por mucho que éste dé órdenes

e imparta prohibiciones. En verdad nosotros

* Lector asiduo de Las mil y una noches desde su infancia, Jünger

se ha sentido fascinado siempre por el cuento de la Ciudad de Latón.

Lo menciona en varias de sus obras; por ejemplo, en Radiaciones I, pág.

275, en Radiaciones II (Tusquets Editores, n° 98/2 de la colección Andanzas),

pág. 208, y en Pasados los setenta /, pág. 308. (N. del T.)

estuvimos viviendo seguros y bien aposentados en

este palacio hasta que nos llegó el juicio». Además,

en una mesa de ónice amarillo se hallan grabadas

estas otras palabras: «En esta mesa han comido

mil reyes que eran ciegos del ojo derecho

y mil reyes que eran ciegos del ojo izquierdo y otros

mil que veían con los dos ojos, y todos se han ido

de este mundo y han establecido su morada en

los sepulcros y en las catacumbas».

Con la consideración pesimista de la historia

compite la astronomía, que proyecta en espacios

planetarios el aspecto de la destrucción. El interés

que despierta en nosotros la noticia de que en el

planeta Júpiter existe una «mancha roja» resulta

sorprendente. También los ojos del conocimiento

quedan obnubilados por nuestros deseos y miedos

más secretos; donde mejor s£ ve eso dentro de las

ciencias es en el carácter sectario que de repente

adquiere una de sus ramas, como, por ejemplo, la

«teoría de las glaciaciones». Sintomática es asimismo

la atención que precisamente en los últimos

años han suscitado los grandes cráteres que,

a lo que parece, causó en la corteza terrestre el

impacto de esos proyectiles que son los meteoritos.

Finalmente, también la guerra, que desde

siempre fue un componente de las visiones apocalípticas,

está brindándole abundante alimento a

la imaginación. Ya antes de la guerra mundial*

* En los tres escritos de Jünger reunidos en este volumen, que fuefueron

muy populares las descripciones de confrontaciones

futuras; también hoy vuelven a formar

tales descripciones una literatura amplísima.

Lo peculiar de esa literatura es el papel que en

ella desempeña la destrucción total; el ser humano

está familiarizándose con la visión de futuros

campos de ruinas en los que celebra sus triunfos

una muerte mecánica cuyo dominio no conoce límites.

Las efectivas medidas preventivas que ya

están en plena marcha nos hacen damos cuenta

de que aquí se trata de algo más que de mera literatura.

Así es como la protección contra los gases

que hoy se prepara en todos los países civilizados

del mundo está recubriendo la vida con un

oscuro sentimiento de amenaza parecido a una

nube. En su relato de la peste de Londres, un

texto que merece leerse, describe Defoe cómo antes

de la auténtica difusión de la «muerte negra»

se desparrama sobre la ciudad, cual vanguardia

del soplo infernal, y junto a los famosos «médicos

de la peste», toda una tropa de magos, curanderos,

profetas, sectarios y estadísticos. Son situaciones

que se repiten una y otra vez, pues la vista

del dolor, realidad a la que no cabe escapar y que

resulta inaccesible a los órdenes de valores del ser

humano, hace que los ojos de éste anden acechando

lugares en que existan protección y seguridad.

Al crecer el sentimiento de que el ámbito

ron publicados por vez primera entre 1930 y 1934, la recurrente expresión

«guerra mundial» significa siempre, como es obvio, «primera» guerra

mundial. (N. del T.)

vital en su conjunto se halla cuestionado y amenazado

crece también la necesidad sentida por el

hombre de volverse hacia una dimensión que lo

sustraiga al dominio ilimitado del dolor y a su vigencia

universal.

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