Ernst Jünger
SOBRE EL DOLOR
seguido de
La movilización total
y Fuego y movimiento
Traducido del alemán
por Andrés Sánchez Pascual
Ensayo
tu sO uets V^EpriORES
Títulos originales: líber den Schmerz (1934)
Die Totale Móbilmachung (1930)
Feuer und Bewegung (1930)
1." edición: octubre 1995
© 1980 by Emst Klett Verlage GmbH u. Co. Kg
La traducción al castellano de esta obra ha sido subvencionada por
Inter Nationes
© de la traducción: Andrés Sánchez Pascual, 1995
Diseño de la colección y de la cubierta: BM
Reservados todos los derechos de esta edición para
Tusquets Editores, S.A. - Iradier 24, bajos - 08017 Barcelona
ISBN: 84-7223-910-1
Depósito legal: B. 29.976-1995
Fotocomposición: Foinsa - Passatge Gaiolá, 13-15, 08013 Barcelona
Impreso sobre papel Oftset-F Crudo de Leizarán, S.A. - Guipúzcoa
Libergraf, S.L. - Constitución, 19 - 08014 Barcelona
Impreso en España
De este gran escritor alemán, inigualable testigo de nuestro siglo,
figuran ya en nuestro catálogo las siguientes obras: Tempestades
de acero, El tirachinas, los tres primeros volúmenes de
Radiaciones —Diarios de la segunda guerra mundial (dos vols.) y
Pasados los setenta I— (Andanzas 53, 55, 98/1, 98/2 y 98/3), así
como La emboscadura, El trabajador y La tijera (Ensayo 1, 11 y
18). Sesenta años después de que Emst Jünger publicara los
tres textos fundamentales que el lector se dispone a leer, y
ahora que cumple cien años, aparecen por primera vez traducidos
a nuestro idioma y reunidos en un único volumen con un
prólogo especial del autor en forma de carta a su traductor.
Indice
Carta-prólogo a la edición española .......... I
Sobre el dolor .............................................. 9
La movilización total .................................. 87
Fuego y movimiento .................................. 125
Carta-prólogo a la edición española
Querido amigo Sánchez Pascual:
Con los ensayos que ha traducido para este volumen
se remonta usted mucho a la primera mitad
de mi vida. Estos textos, que usted presenta
en orden inverso al de su aparición, fueron dados
a la estampa entre 1930 y 1934 en diversas publicaciones
periódicas y reunidos con varios otros
en el volumen titulado Hojas y piedras; este volumen
fue desmembrado más tarde, desde puntos
de vista temáticos, para mis Obras Completas y
no ha vuelto a editarse como volumen separado.
Los tres tratados pertenecen a la época que
hoy se me recrimina como Realismo Heroico. El
más antiguo, Fuego y movimiento, procede todavía
enteramente de mis experiencias en la primera
guerra mundial, así como de los pensamientos
que desarrollé durante mi colaboración en la
Comisión de Reglamentos y, en general, durante
el tiempo en que presté servicio en la Reichswehr.
La movilización total me ha acarreado hasta el
día de hoy muchos reproches, especialmente después
de la segunda guerra mundial, durante la cual
se practicó ese principio en Alemania. De ambos
ensayos cabe decir que yo no escribí instrucciones
de uso, sino que desarrollé unas teorías que, por
cierto, casi al mismo tiempo estaba desarrollando
en Francia el general De Gaulle. Tanto más cautivador
resultó observar que casi siempre se ha reclamado
la guerra total en los conflictos entre los
Estados que desde entonces han librado tantas
guerras. A la vista de esa experiencia, en la reimpresión
de este escrito en mis Obras completas he
suprimido, con el fin de exponer con pureza el
asunto de principio, la segunda parte, que se refería
a las circunstancias existentes en la Alemania
de la posguerra, es decir, lo accidental.
Finalmente, Sobre él dolor ha de ser visto en
conexión con El trabajador, obra que usted tradujo
en 1990 y que sólo en los últimos años, al
cabo de más de medio siglo, está agitando acá y
allá tan rectamente los ánimos.
A todos los ensayos les es común la discusión
con el progreso, en especial con la prepotencia de
la técnica, la cual está avasallando nuestro siglo
en todos los terrenos en una secuencia cada vez
más rápida. En estos ensayos fue visto con anticipación,
creo, algo que en aquel entonces nos
fascinaba y que hoy más bien nos angustia.
Querido amigo, no es fácil la tarea que usted
se ha impuesto, pero sé que la habrá resuelto de
manera ejemplar.
Suyo,
Emst Jünger
Wilflingen, agosto de 1995
Sobre el dolor
Los cangrejos son, de todos los animales
que sirven de alimento al ser humano,
los que han de sufrir una muerte más horrenda,
pues se los pone al fuego vivo en
agua fría.
Kochbuch für Haushaltung aller Stande [Libro
de cocina para el buen gobierno de la
casa de todos los estamentos], Berlín, 1848
Does a little booby cry for any oche? The
mother scolds him in this fashion: «What a
coward to cry for a trifling pain! What will
you do when your arm is cut off in battle?
What when you are called upon to commit
harakiri?».
[¿Pero es que un bobito va a llorar por
cualquier dolor? La madre lo regañaría
con estas palabras: «¡Qué cobarde, llorar
por un dolor de nada! ¿Qué harás cuando
en la batalla te corten un brazo? ¿Y qué,
cuando hayas de hacerté el harakiri?»]
Inazo Notibé, Bushido, Tokio, 2560 (1900)
Hay algunos criterios grandes e inmutables en
los cuales se hace patente el significado del ser
humano. El dolor es uno de ellos; él es el examen
más duro en esa cadena de exámenes que solemos
llamar vida. De ahí que una considgpaciün
^ u e se ocupe en el dolor sea desde luegfo impopular;
nías no iólo resulta instructivaNgn üT
mismar-sino que a la vez ilumina una serie de
cuestiones en que nosotros estamos ocupándonos
ahora^El dolor es una de esas llaves con que abrimos
las puertas no sólo de lo más íntimo, sino a
la vez del mundo.' Cuando nos acercamos a los
puntos en que el ser humano se muestra a la altura
del dolor o superior a él logramos acceder a
las fuentes de que mana su poder y al secreto que
se esconde tras su dominio. ¡Dime cuál es tu relación
con el dolor y te diré quién eres!
,Como criterio el dolor es inmutablg; variable
es, en cambio, el modo y manera como el ser humano
se enfrenta a él. Con cada una de las mudanzas
significativas que acontecen en su temple"
básico se modifica también la relación del ser hu-"
mano con el dolor. Esa relación no está ya fijada
en modo alguno; antes bien, se sustrae a la consciencia,
pero constituye la mejor piedra de toque
para conocer una raza.* En nuestro tiempo cabe
observar bien ese hecho, pues ya disponemos de
una relación nueva y peculiar con el dolor, sin
que todavía le estén dadas a nuestra, vida unas
normas absolutamente vinculantes.
Mediante esta consideración nuestra de esa relación
nueva que ya existe con el dolor pretendemos
alcanzar un punto elevado, un punto que
nos permita mirar y efectuar mediciones y desde
el cual acaso resulte posible divisar ciertas cosas
que aún resultan invisibles cuando nos encontramos
allá abajo en el llano. La cuestión que nos
planteamos reza así: ¿Qué papel desempeña el dolor
en esa raza nueva que cabalmente ahora está
ofreciendo las primeras manifestaciones de su
vida y que nosotros hemos llamado él trabajador?
Por lo que se refiere a la forma interna de esta
investigación que ahora iniciamos, pretendemos
obtener el efecto de un proyectil de espoleta retardada,
y al lector que nosliiga con atencióiTTe
prometemos no tener miramientos con él.
* «Raza» es aquí sinónimo de «tipo» o de «trabajador» (entendido
en el sentido de Jünger). El propio autor lo aclara varias veces en este
escrito: véase, por ejemplo, el final del párrafo siguiente, así como las
págs. 69, 78 y 80. Sobre el concepto de tipo puede verse la obra de Jünger
El trabajador (Tusquets Editores, n° 11 de la colección Ensayo),
págs. 88 y 110-111. (N. del T.)
¡Dirijamos nuestra mirada en primer lugar a la
mecánica peculiar del dolor y a su economía! Es
cierto que al escuchar juntas y relacionadas las
palabras dolor y mecánica nuestros oídos se sienten
escandalizados — se debe a que la persona
singular se afana por relegar el dolor al reino del
azar, a una zona eludible, de la que podemos escapar
o por la que en todo caso no es necesario
que seamos alcanzados.
Mas si aportamos la frialdad adecuada a la
consideración de esta materia, es decir, la mirada
propia del médico o también la del espectador
que desde lo alto de las gradas del circo ve correr
allá abajo la sangre de gladiadores extranjeros,*
pronto tenemos la sensación de que el acoso del
dolor es seguro e ineludible. Nada nos es más
cierto y nada nos está más predestinado que cabalmente
el dolor; se asemeja a un molino que
con sus movimientos cada vez más finos y cada
vez más hondos va apresando los granos que dan
saltos, o bien a la sombra de la vida, a la que ningún
contrato nos posibilita sustraemos.
* En su relato de 1939 Sobre los acantilados de mármol (capítulo
13) Jünger añade un matiz personal a lo que aquí acaba de decir. En
un párrafo claramente autobiográfico y que sin duda alude también a
este pasaje de Sobre el dolor, afirma: «Para escalar puestos en la Orden
de los Jinetes de Púrpura no nos habrían faltado sin duda ni coraje ni
talento; pero a nosotros se nos había negado el don de contemplar con
desdén los padecimientos de las personas débiles y anónimas, como se
contempla desde lo alto de los asientos senatoriales lo que ocurre en los
circos». (N. del T.)
La ineludibilidad del acoso del dolor se pone
de relieve con especial claridad cuando contemplamos
vidas pequeñas, comprimidas en un breve
espacio de tiempo. Así es como nos parece amenazado
en proporciones inimaginables el insecto
que va serpenteando a nuestros pies por entre las
hierbas cual si fuera atravesando los árboles de
una selva virgen. Su pequeño camino se asemeja
a una ruta de espantos; un enorme arsenal de fauces
y pinzas se halla expuesto a ambos lados de
ella. Y, sin embargo, esa ruta constituye tan sólo
un trasunto de la nuestra. Es cierto que en épocas
de seguridad tendemos a olvidar eso, pero lo recordamos
con gran nitidez tan pronto como se
torna visible la zona de los elementos. Ahora bien,
los hombres de hoy nos hallamos inmersos ineluctablemente
en esa zona y no podemos sustraemos
a ella por ninguna especie de ilusión óptica.
A- veces, sin embargo, banqueteamos y
deambulamos sobre su superficie como banqueteaba
y deambulaba Simbad el marino con sus
compañeros sobre la espalda del gigantesco pez
que él tenía por una isla.
El canto Media in vita brota de un temple que
conoce esa amenaza. Parábolas magníficas del
cerco y asedio a que el dolor somete a la vida las
poseemos también en los grandes cuadros del
Bosco, de Breughel y de Cranach; sólo hoy estamos
acercándonos al sentido de esos cuadros que
hasta no hace mucho tiempo teníamos por invenciones
absurdas. Son cuadros mucho más modernos
de lo que creemos y no es casual que en ellos
desempeñe la técnica un papel tan significativo.
Muchos cuadros del Bosco se asemejan, con sus
hogueras nocturnas y sus chimeneas infernales, a
paisaje^éiíáustriales en pleno funcionamiento, y
el gran Inferno de Cranach que poseemos en Berlín
co»tie»e-un completo repertorio de instrumentos
técnicos. Uno de los motivos recurrentes es
una tienda rodante de cuya abertura sale un cu-'
chillo grande y reluciente. El aspecto de tales máquinas
provoca un género especial de espanto:
son símbolos de la agresión disfrazada de máquina,
que es la agresión más fría e insaciable de
todas.*
3
Una circunstancia que intensifica extraordinariamente
el acoso del dolor es la nula atención J
que él presta a nuestros órdenes de valores. ~Ef
emperador que, cuando le rogaron se retirase de
la línea de fuego, respondió preguntando si alguna
vez se había oído antes que un emperador
* Las .obras de los tres pintores citados, especialmente las de El
Bosco, han sido objeto constante de la contemplación y meditación de
Jünger durante toda su vida. Análisis de cuadros del Bosco pueden verse
en otras obras suyas; por ejemplo, en Radiaciones I (Tusquets Editores,
n° 98/1 de la colección Andanzas), pág. 44, y en Pasados los setenta I
(Tusquets Editores, n° 98/3 de la colección Andanzas), págs, 291-292.
(N. del T.)
hubiese caído en la batalla, era víctima de uno de
esos errores a los que tanto nos gusta entregarnos.
No hay ninguna situación humana que tenga
un seguro" contraTel dolor. Nuestros cuentos p o -
pulares finalizan con una frase que dice que el héroe,
tras superar muchos peligros, vive feliz y contento
largos años, y nos agrada oír tales cosas,
pues ya el mero enteramos de la existencia de un
lugar sustraído al dolor nos proporciona tranquilidad.
A la vida le falta propiamente una conclusión
satisfactoria y ese hecho tiene su expresión
en el carácter fragmentario de la mayoría de las
grandes novelas, las cuales, o bien están inacabadas,
o bien son recubiertas con un cielo raso
artificial. Por cierto que un cielo raso artificial de
ese género es el que, cual techo de emergencia,
clausura también el Fausto.
En tiempos tranquilos resulta fácil encubrir el
hecho de que el dolor no reconoce nuestros valores.
Pero cuando a un hombre feliz, rico o poderoso
lo afecta uno de esos azares que son los
más habituales de todos, empezamos a sentimos
desconcertados. Así es como provocó un sentimiento
de asombro casi incrédulo la enfermedad
de Federico III, fallecido de uno de esos cánceres
de laringe que no es raro observar en los hospitales.
Un sentimiento muy parecido nos sobrecoge
cuando en la anatomía contemplamos un órgano
salpicado de inclusiones malignas o perforado de
manera indiscriminada, cuyo aspecto permite deducir
la existencia de un prolongado calvario individual.
Qué indiferente le resulta al germen patógeno
destruir una brizna de paja o un cerebro
genial. A ese sentimiento se refieren estos burlescos
pero significativos versos de Shakespeare, que
en su versión alemana dicen así:
Der grosse Casar, Lehm geworden,
Verstopft ein Loch im hohen Norden.
[El gran César, convertido en cieno,
En el lejano norte tapa un agujero.]*
Y Schiller desarrolla con amplitud en su escrito
Spaziergang unter den Linden [Paseo bajo los
tilos] el pensamiento que subyace a ese sentimiento______
^ — -<---------------------- -
/'"El carácter indiscriminado de la amen a z a re
toma significativamente más visible en tiempos
que solemos calificar de insólitos. En la guerra,
cuando las balas pasan silbando a gran velocidad
junto a nuestro cuerpo, sentimos bien que ningún
grado de inteligencia, virtud o coraje es lo bastante
fuerte para apartarlas, aunque sólo sea un
pelo, de nosotros. A medida que aumenta la amenaza
nos invade también la duda de la validez de
nuestros valores. El espíritu se inclina a una concepción
catastrofista de las cosas en los sitios
donde ve que todo se encuentra en entredicho.
* Los versos son de Hamlet (V,l) y su texto inglés es el siguiente:
Imperious Caesar, dead and tumed to clay, / Might stop a hole to keep the
■wind away. (N. del T.)
Una de las eternas cuestiones disputadas es la
gran controversia entre vulcanistas y neptunistas
— al siglo pasado, en el cual predominaron las
ideas evolucionistas, cabe calificarlo de edad neptuniana,
mientras que los hombres de hoy nos inclinamos
crecientemente por la concepción vulcaniana.
Donde mejor cabe conocer semejante inclinación
es en las predilecciones especiales del espíritu;
una de ellas es, por ejemplo, la tendencia al
catastrofismo, que no sólo ha conquistado amplias
áreas de la ciencia, sino que explica también
la fuerza de atracción poseída por numerosas sectas.
Están acumulándose las visiones apocalípticas;
y así tenemos que la consideración histórica
empieza a investigar las posibilidades de la catástrofe
completa, la cual se produciría, o bien desde
dentro, por enfermedades mortales de la cultura,
o bien desde fuera, por la agresión de fuerzas lo
más ajenas e inmisericordes posible, como, por
ejemplo, las razas «de color». En conexión con
eso el espíritu se siente atraído por la imagen de
imperios poderosos que sucumbieron cuando se
hallaban en pleno florecimiento. La fulminante
destrucción de las culturas suramericanas se impone
de ese modo como un ejemplo de que ni siquiera
a las más grandes culturas conocidas por
nosotros les está otorgada la seguridad de llegar
a término. En tales tiempos vuelve a destacar
también el recuerdo primordial de la Atlántida
hundida. La arqueología es con toda propiedad
una ciencia consagrada al dolor; ella barrunta
en los diversos estratos geológicos yacen imperios.
y más imperios de los que hasta el nombre se ha
perdido. En tales sitios nos sobrecoge una~aflic^
ción extraordinaria, que quizás en ninguna otra
narración del mundo se halle descrita de modo
más penetrante que en el cuento lleno de poderío
y misterio de la Ciudad de Latón.* En esa ciudad
muerta y rodeada de desiertos el emir Musa lee
en una placa de acero chino estas palabras: «Yo
poseí cuatro mil corceles bayos y un palacio soberbio
y tuve por mujeres mil hijas de reyes, doncellas
semejantes a lunas, de senos altos; fui bendecido
con mil hijos parecidos a fieros leones y
viví contento de alma y de corazón mil años;
y amontoné tesoros como no los poseían todos los
reyes de todas las regiones de la Tierra, pues creía
que las delicias permanecerían a mi lado. Pero sobre
mí cayó imprevistamente el aniquilador de todas
las delicias, el separador de toda comunidad,
el devastador de las ciudades, el saqueador de los
lugares habitados, el asesino tanto de los grandes
como de los pequeños, de los niños de pecho, de
los hijos, de las madres — él, que no tiene misericordia
de los pobres en razón de su pobreza y
que no teme al rey por mucho que éste dé órdenes
e imparta prohibiciones. En verdad nosotros
* Lector asiduo de Las mil y una noches desde su infancia, Jünger
se ha sentido fascinado siempre por el cuento de la Ciudad de Latón.
Lo menciona en varias de sus obras; por ejemplo, en Radiaciones I, pág.
275, en Radiaciones II (Tusquets Editores, n° 98/2 de la colección Andanzas),
pág. 208, y en Pasados los setenta /, pág. 308. (N. del T.)
estuvimos viviendo seguros y bien aposentados en
este palacio hasta que nos llegó el juicio». Además,
en una mesa de ónice amarillo se hallan grabadas
estas otras palabras: «En esta mesa han comido
mil reyes que eran ciegos del ojo derecho
y mil reyes que eran ciegos del ojo izquierdo y otros
mil que veían con los dos ojos, y todos se han ido
de este mundo y han establecido su morada en
los sepulcros y en las catacumbas».
Con la consideración pesimista de la historia
compite la astronomía, que proyecta en espacios
planetarios el aspecto de la destrucción. El interés
que despierta en nosotros la noticia de que en el
planeta Júpiter existe una «mancha roja» resulta
sorprendente. También los ojos del conocimiento
quedan obnubilados por nuestros deseos y miedos
más secretos; donde mejor s£ ve eso dentro de las
ciencias es en el carácter sectario que de repente
adquiere una de sus ramas, como, por ejemplo, la
«teoría de las glaciaciones». Sintomática es asimismo
la atención que precisamente en los últimos
años han suscitado los grandes cráteres que,
a lo que parece, causó en la corteza terrestre el
impacto de esos proyectiles que son los meteoritos.
Finalmente, también la guerra, que desde
siempre fue un componente de las visiones apocalípticas,
está brindándole abundante alimento a
la imaginación. Ya antes de la guerra mundial*
* En los tres escritos de Jünger reunidos en este volumen, que fuefueron
muy populares las descripciones de confrontaciones
futuras; también hoy vuelven a formar
tales descripciones una literatura amplísima.
Lo peculiar de esa literatura es el papel que en
ella desempeña la destrucción total; el ser humano
está familiarizándose con la visión de futuros
campos de ruinas en los que celebra sus triunfos
una muerte mecánica cuyo dominio no conoce límites.
Las efectivas medidas preventivas que ya
están en plena marcha nos hacen damos cuenta
de que aquí se trata de algo más que de mera literatura.
Así es como la protección contra los gases
que hoy se prepara en todos los países civilizados
del mundo está recubriendo la vida con un
oscuro sentimiento de amenaza parecido a una
nube. En su relato de la peste de Londres, un
texto que merece leerse, describe Defoe cómo antes
de la auténtica difusión de la «muerte negra»
se desparrama sobre la ciudad, cual vanguardia
del soplo infernal, y junto a los famosos «médicos
de la peste», toda una tropa de magos, curanderos,
profetas, sectarios y estadísticos. Son situaciones
que se repiten una y otra vez, pues la vista
del dolor, realidad a la que no cabe escapar y que
resulta inaccesible a los órdenes de valores del ser
humano, hace que los ojos de éste anden acechando
lugares en que existan protección y seguridad.
Al crecer el sentimiento de que el ámbito
ron publicados por vez primera entre 1930 y 1934, la recurrente expresión
«guerra mundial» significa siempre, como es obvio, «primera» guerra
mundial. (N. del T.)
vital en su conjunto se halla cuestionado y amenazado
crece también la necesidad sentida por el
hombre de volverse hacia una dimensión que lo
sustraiga al dominio ilimitado del dolor y a su vigencia
universal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario