Theodore Dreiser
El Financiero
Traducción: María José Martín Pinto
El financiero relata la historia de Frank Cowperwood, un hombre nacido para el éxito en
el mundo de los negocios de la floreciente sociedad americana de los años
sesenta y setenta del siglo XIX. Su extremada ambición, el gusto por el lujo,
las mujeres y el deseo de poder conducen al protagonista a una especulación
despiadada, para lo que se apoya en banqueros, financieros y funcionarios, cuyo
desfile a lo largo de la novela muestra un auténtico catálogo de los personajes
que encarnaron la quimera del sueño americano. Un relato que, inspirado en el
magnate estadounidense Charles Tyson Yerkes, promotor de la mayor parte de los
sistemas de transporte público de Chicago y Londres, retrata con fidelidad el
mundo de los negocios de entonces aunque también de ahora, pues en su crítica
realista y cruda percibimos que, a pesar del tiempo pasado, muchas cosas apenas
han cambiado. El financiero es la
primera parte de la Trilogía del deseo,
de la que forman parte El titán
(1914) y El estoico (1947).
Theodore Dreiser (1871-1945) fue un novelista y periodista estadounidense cuya producción
se adscribe al naturalismo literario. Su experiencia vital inspiró sus obras:
de orígenes humildes, se procuró una educación autodidacta y, tras varios
trabajos poco cualificados, consiguió escribir para varias publicaciones
periódicas. Su primer libro, no exento de polémica, fue Nuestra hermana Carrie (1900), a la que seguiría su Trilogía del deseo: El financiero
(1912), El titán (1914) y la póstuma El estoico (1947). Pero su gran éxito
llegaría con Una tragedia americana
(1926), cuya versión cinematográfica de 1951 (Un lugar en el sol) sería ganadora de dos Oscar de la Academia. De
convicciones socialistas, Dreiser criticó el sueño americano y a la sociedad
burguesa en sus obras y en numerosos artículos de opinión política, tarea a la
que se entregó especialmente los últimos años de su vida. En 1930 fue nominado
al Premio Nobel de Literatura.
INTRODUCCIÓN
THEODORE DREISER, UN HOMBRE
ADELANTADO A SU TIEMPO
Theodore Dreiser nació en Terre
Haute, en el estado de Indiana, el 27 de agosto de 1871, en el seno de una
familia muy humilde. Fue el undécimo hijo de los trece que tuvo el matrimonio
compuesto por Sarah Maria (Schänäb de soltera), procedente de una comunidad
menonita de Dayton (Ohio), de orígenes alemanes, y John Paul Dreiser, un
inmigrante alemán católico. La pobreza en la que vivía la familia empujó a
Theodore a trabajar desde muy joven en los más variados oficios, si bien no
abandonó su formación y, aunque nunca terminó la escuela secundaria, logró
ingresar en la Universidad de Indiana, aunque sólo durante un curso
(1889-1890). Su auténtica escuela definitivamente habría de ser la de la
experiencia y la de la vida.
Efectivamente, su pericia con la
escritura le permitió comenzar a trabajar como reportero para varios periódicos
de Chicago: el Chicago Daily Globe,
el St Louis Globe Democrat y el St Louis Republic. Posteriormente,
abandonó Chicago y siguió ejerciendo como periodista en ciudades como
Pittsburgh y Nueva York, entre otras. Su experiencia en el campo del periodismo
sirvió a Theodore no sólo para entrenarse en la redacción literaria, sino
también para conocer la realidad social que con tanto acierto plasmaría en sus
obras, consagrándolo como el pionero del naturalismo americano. Ante él se
abrió un mundo muy distinto del que su estrecha educación católica impuesta en
el seno familiar le había mostrado. Igualmente, la lectura de autores como
Charles Darwin, Herbert Spencer y Thomas Huxley, así como Thomas Hardy y Honoré
de Balzac en el ámbito de la literatura, tuvieron un gran impacto en Dreiser.
Mientras desempeñaba su tarea
como reportero del St Louis Republic,
en 1893, conoció a Sara Osborne White, alias Jug, una maestra de Missouri, a la que acompañó junto con otras
damas a la Exposición Universal de Chicago. En 1898 contraerían matrimonio,
pero este no habría de durar mucho. Theodore y Sara no parecían compartir las
mismas inquietudes y en 1909 se separaron, mas Sara nunca concedería el
divorcio a su marido. Este mantendría a lo largo de su vida varias relaciones,
si bien fue la que tuvo con su prima Helen Patges Richardson, la más estable.
De hecho, Theodore y Helen contraerían matrimonio en 1944.
Fue en 1900, antes de su
separación matrimonial, cuando Dreiser publicó su primera novela, Sister Carrie (Nuestra hermana Carrie),
la cual causó un gran revuelo debido al tratamiento que el autor hacía de la
sexualidad de la mujer y de las relaciones extramatrimoniales. Dreiser conocía
muy bien, por la experiencia vital de su propia hermana Emma, lo que suponía
para la mujer enfrentarse a determinadas situaciones en las que quedaba
expuesta a la crítica y el rechazo social. Carrie,
la joven que da título a la novela, es una muchacha que huye del campo y de la
pobreza en busca de una vida mejor en la ciudad. Para los editores y la crítica
americana resultaba intolerable que una mujer de «vida relajada» terminara triunfando
y que la historia concluyera sin la moraleja adecuada. Sin embargo, la crítica
sí fue favorable al otro lado del Atlántico y Europa reconoció la brillantez de
la obra de Dreiser. América tardaría en admitir su error y retiró del mercado
los ejemplares, lo que sumió al autor en una depresión que le llevó a abandonar
la literatura durante unos años. Afortunadamente, pese a la censura, Nuestra hermana Carrie tendría
finalmente el éxito que se merecía. En 1952 el director William Wyler la
llevaría a la gran pantalla.
En 1911 Dreiser publicó su
segunda novela, Jennie Gerhardt, que
de nuevo tenía a una mujer que lucha por un futuro mejor como protagonista.
Afortunadamente, en esta ocasión el apoyo recibido por Dreiser a su novela,
pese a ser también censurada por cuestiones morales, propició que pudiera
dedicarse en exclusiva a la literatura. Su producción desde entonces sería
imparable. Tan sólo un año después, en 1912, saldría a la luz la primera obra
de la «Trilogía del deseo» con The
Financier (El financiero), a la
que seguiría The Titan (El titán) en
1914. La tercera obra y última de esta trilogía se publicaría póstumamente, en
1947, con el título The Stoic (El
estoico). En 1915 publicó el semiautobiográfico The Genius (El genio),
que relata las vivencias de un pintor llamado Eugene Witla. La obra fue
censurada por la Sociedad para la Supresión del Vicio de Nueva York, entre
otros motivos por sus críticas a la burguesía americana.
Durante estos años también
cultivó otros géneros como el teatro (Plays
of the Natural and Supernatural [Comedias de lo natural y sobrenatural],
1916, y The Hand of the Potter [La mano
del alfarero], 1919) y publicó once relatos cortos bajo el título Free and
Other Stories (Libre y otras
historias, 1918). Igualmente escribió obras de carácter autobiográfico como
A Traveler at Forty (Un viajero a los cuarenta, 1913), A Hoosier Holiday (Una fiesta en Indiana, 1916) y A
Book About Myself (Un libro sobre mí
mismo, 1922), que sería reeditada con otro título años más tarde (Newspaper Days [Días de periodista]), en
1931, el mismo año que se publicara su también autobiográfica Dawn. También escribió un ensayo
filosófico (Hey Rub-a-dub-dub: A Book of
Essays and Philosophy [Hey Rub-a-dub-dub: un libro de ensayos y filosofía],1920)
y un libro sobre la ciudad de Nueva York (The
Color of a Great City [El color de una gran ciudad], 1923).
No obstante, su gran éxito
vendría con An American Tragedy (Una tragedia americana, 1925), la que
sería reconocida como su gran obra cumbre. En Una tragedia americana Dreiser relata la historia de un chico de
orígenes humildes que sueña con alcanzar una vida mejor. Para lograrlo, mata a
su novia, que está embarazada, y se casa con una mujer de buena posición.
Inspirada también en un personaje real (la historia de Chester Gillete),
Dreiser vuelve a incidir en temas como la ambición, la superación, la búsqueda
de la felicidad y a retratar la sociedad americana y sus convencionalismos de
manera magistral. La obra, aclamada por la crítica y considerada en la actualidad
como una de las más importantes en lengua inglesa del siglo XX, fue llevada al
teatro y al cine dos veces, primero en 1931, versión que sería criticada por el
mismo autor, y en 1951, esta segunda vez con un título diferente al de la
novela: A Place in the Sun (Un lugar en
el sol) y con más éxito de crítica.
Recibió dos premios Oscar: a la mejor dirección y al mejor guion.
Theodore Dreiser se convirtió en
un autor de éxito y a partir de entonces se dedicó con más empeño que antes a
denunciar en sus obras la desigualdad, la discriminación y la pobreza. Sus
escritos respondían a su activismo en campañas como la huelga de mineros en
Pineville y Harlan, o la denuncia del linchamiento de Frank Little, líder de la
IWW (Industrial Workers of the World). Ideológicamente afín al socialismo,
Dreiser escribió una visión favorable sobre la Unión Soviética, que había
visitado en 1927, en Dreiser Looks at
Russia (Dreiser mira a Rusia,
1928), y denunció el capitalismo feroz, la censura y la falta de libertad en
obras como Tragic America (América trágica, 1932) y America Is Worth Saving (América merece salvarse, 1941).
Asimismo, publicó varios relatos cortos en Chains
(Cadenas, 1927) y los dos volúmenes
de A Gallery of Women (Galería de mujeres, 1929), retratos de
quince mujeres de diversa condición social que él había conocido. Ya en 1919
había escrito un libro semejante, Twelve
Men (Doce hombres), dedicado como indica su título a doce hombres, entre
ellos a su hermano Paul, que llegó a ser un reconocido músico. Igualmente, se
atrevió con la poesía en Moods [Talantes]
y Cadenced and Declaimed [Rimado y
recitado], ambos publicados en 1935. En 1929 escribió otro retrato de la
ciudad de Nueva York: My City (Mi
ciudad).
En 1930 Dreiser fue nominado para
el Premio Nobel de Literatura, pero este fue concedido al también escritor
americano Sinclair Lewis. Sus últimas novelas, The Bulwark (El baluarte, 1946) y The Stoic (El estoico,
1947), fueron publicadas póstumamente, pues murió el 28 de diciembre de 1945 en
Hollywood (California) a la edad de setenta y cuatro años.
EL INICIO DE LA TRILOGÍA DEL
DESEO: EL FINANCIERO
Una historia sobre el mundo de los negocios
En 1912 Dreiser publicó el primer
libro de lo que constituiría su conocida como «Trilogía del deseo»: El financiero. Con esta obra iniciaba el
relato de un hombre hecho a sí mismo, Frank Algernon Cowperwood, quien desde su
infancia se había mostrado como un chico despierto y hábil para los negocios:
su primer gran éxito empresarial había consistido en la compraventa de jabón de
Castilla, siendo tan sólo un muchacho de trece años… Este no fue más que el
inicio de una serie de beneficiosas inversiones que convertirían al señor
Cowperwood en un reconocido hombre de negocios de la ciudad de Filadelfia.
El protagonista está inspirado en
el magnate estadounidense Charles Tyson Yerkes, responsable del desarrollo del
transporte de Chicago y Londres. Como el personaje de la vida real, Cowperwood
centra sus negocios en la construcción de las líneas de tranvía que
atravesarían la ciudad americana a finales del siglo XIX, y sus ganancias no
dejan de crecer exponencialmente gracias a ello, así como paralelamente lo
hacen su riqueza, su influencia social y sus amistades. La clave de su éxito es
confiar en uno mismo, porque su principio vital es que uno depende de sí para
prosperar y triunfar, pues la vida, en términos darwinistas, es una lucha entre
los individuos por la supervivencia.
Efectivamente, Cowperwood
consigue ser un hombre afortunado en todos los sentidos, incluido en el amor.
Logra casarse con una hermosa mujer, mayor que él y viuda de un pequeño
empresario, Lillian Semple Cowperwood, con la que forma una familia modélica y
que le dará dos preciosos hijos. Vive en una bonita casa que enriquece con
obras de arte y las últimas tendencias en mobiliario y decoración. Tiene
amistades y conocidos con influencias por doquier… Pero el mundo de los
negocios no entiende de fama, fortuna y amistad cuando las cosas se tuercen. La
economía americana está en manos de banqueros y hombres de negocios sin
escrúpulos que no dudan en especular en su beneficio a costa de hundir a los
más pobres, incluso si es la nación entera. Son esos hombres que se aprovechan
de la guerra civil que enfrenta a los estados del Norte y del Sur para medrar
en sus negocios o que conducen al país a pánicos financieros como los vividos
en 1893 y 1907 y sus consiguientes depresiones. Aquellos que manipulan las
altas esferas políticas para conseguir sacar adelante sus planes empresariales;
unas altas esferas que a su vez se benefician de los hombres de negocios con
sus inyecciones de dinero. La novela se convierte así en un retrato fiel,
semiperiodístico, del mundo empresarial y de los negocios de finales del siglo
XIX y principios del XX, que se une a los que sobre este tema se escribieron en
esta época e incluso con anterioridad. El peso político, económico y social de
los hombres de negocios era tan fuerte que la sociedad americana comenzaba a
denunciar y movilizarse por el cambio de los parámetros que movían la economía,
también en Europa. Y los periodistas, como Dreiser, tuvieron mucho que ver en
ello. En El financiero realidad y
ficción se mezclan constantemente y los personajes verídicos desfilan entre los
imaginarios de manera que el lector puede sumergirse en una historia que bien
podría haber sucedido fielmente.
Cowperwood logra convertirse en
uno de esos hombres sin escrúpulos, pero Dreiser logra que el lector entienda
al personaje e incluso le respete y le compadezca en los momentos en que cae en
desgracia… o en todo caso, logra que no se le desprecie como se llega a
despreciar al resto. Porque Frank Cowperwood termina siendo también víctima del
mundo financiero y porque encarna igualmente el rechazo a los convencionalismos
morales de la burguesía americana. Efectivamente, en el caso de Cowperwood, al
desastre financiero se une su relación extramatrimonial con Aileen Butler, la
hija de Edward Malia Butler, un contratista de Filadelfia del cual Frank es
durante un tiempo asesor. Cuando Butler descubre, a través de una carta anónima,
que su hija es la amante de Frank, urde un plan para arruinar a este y enviarle
a la cárcel, aprovechando el caos financiero que causa el gran incendio de
Chicago de 1871. Y no le faltan amigos en las altas esferas políticas para
conseguirlo.
En ocasiones podríamos pensar que
la benevolencia de Dreiser hacia el protagonista podría interpretarse como una
alabanza del capitalismo que tanto combatió en su vida real en defensa del
socialismo, pero Cowperwood es quien permite perfilar a la perfección al tipo
de hombre que la obra pretende denunciar. Es el claro prototipo del tipo que
amenaza económica y socialmente al país y contra cuyas prácticas se debe
establecer una legislación urgentemente. Y a la vez, Cowperwood (un hombre
inteligente, con encanto y con una moralidad más progresista) desafía a los
hombres de negocios de la época, a su moral hipócrita y a la exhibición obscena
de sus excesos renaciendo de sus cenizas y recuperando, tras el pánico de 1873,
de nuevo su riqueza.
Esa crítica a la falta de moral y
de escrúpulos del mundo de las finanzas hace de El financiero una obra intemporal, cuya historia y personajes no
resultarán ajenos al lector de hoy. Cuando el lector actual lea la novela, se
percatará de que las causas de la crisis económica iniciada en 2008, que
todavía lastra a tantos países de todo el mundo, no se alejan mucho de las que
motivaron los colapsos financieros de finales del siglo XIX y primera mitad del
XX. Y la sensación que le dejará es que a los personajes que movían los hilos de
la economía de aquella época no los ha barrido el tiempo y siguen decidiendo,
cual moiras, el destino del hombre.
El efecto «Cowperwood»
Como mencionamos líneas antes,
para el personaje protagonista, Dreiser se inspiró en el magnate filadelfio
Charles Tyson Yerkes (1837-1905), quien alcanzó su gran fortuna gracias a sus
ilícitas inversiones y especulaciones en el negocio del tranvía de la ciudad de
Chicago. Sin embargo, la personalidad de Yerkes –que integraría el grupo de los
conocidos como «barones ladrones» junto con financieros como J. P. Morgan,
Andrew Carnegie, Jay Gould o John D. Rockefeller entre otros– parece estar
lejos de la de Frank A. Cowperwood. Efectivamente, Dreiser no permite, al menos
por el momento, que su personaje traspase los límites que puedan provocar en el
lector una animadversión a su persona y/o actos. Cowperwood se presenta como un
hombre perfecto hasta cuando se equivoca, y el efecto positivo que causa su
personalidad sobre todos aquellos que le rodean es evidente en todo momento;
incluso los que más tarde se convertirán en sus enemigos no pueden dejar de
reconocer su encanto y carisma. De ahí que todos los personajes que desfilan
por la novela se contraponen a Cowperwood, o se amoldan a él,
irremediablemente, para brillar o para oscurecerse en una historia donde el
hilo conductor no es otro que el ascenso y la lucha por mantenerse en lo más
alto de un hombre singular.
Que Frank Cowperwood es especial
es evidente desde su infancia, cualidad que no es heredada sino que surge como
un brillante en bruto en una familia media acomodada muy convencional. Henry
Worthington Cowperwood, el padre del financiero, es el ejemplo perfecto de
hombre íntegro: pulcro, comedido, trabajador y cumplidor, pero falto, sin
embargo, de la seguridad de su hijo: «Carecía en gran medida de las dos cosas
necesarias para distinguirse en cualquier campo: magnetismo y visión». Es por
ello que el éxito en la vida de Henry Cowperwood sólo es posible si su hijo se
lo puede procurar; igual que el fracaso viene determinado por el de Cowperwood
hijo. Y lo mismo le ocurre a la esposa del protagonista, Lillian Semple, quien
es excepcional hasta que deja de serlo a ojos de su marido.
Hermosa, paciente y serena,
Lillian alimenta durante un tiempo el ego de Cowperwood y su apetito sexual
pese a que «no era brillante ni activa»; simplemente, «merecía la pena, porque
mirarla era muy agradable y creaba una estampa dondequiera que se parara de pie
o sentada». Como una figurita de porcelana… Una descripción reveladora del
egocentrismo de Cowperwood, quien se dará cuenta con el tiempo de que no quiere
a Lillian porque no está hecha para él, puesto que la mujer a «su medida»
todavía está por llegar; «el destino se la entregaría con total seguridad».
Aileen, sin embargo, vuelve a
despertar la pasión de Cowperwood. Rebosante de vitalidad, ella es una mujer
provocativa, incluso viril, pero, sobre todo, un apoyo incondicional para «su
Frank»; una mujer perfecta para Cowperwood, pues ella no siente «el más mínimo
temor espiritual». Aileen es, en ese sentido, una mujer valiente y adelantada a
su tiempo, y Frank, que rechaza el puritanismo de la sociedad americana de
corazón, no por conveniencia, se ve favorecido por esa actitud abierta y
complaciente de la que ha sido capaz de volver a despertar su pasión.
Pero Cowperwood no engaña nunca
al lector, su lema es que sólo cree en él mismo y nada más que en él; es pura
confianza en sus capacidades. Le es posible mantener su mente fría ante la
adversidad porque sabe que siempre hallará una solución, y eso es lo que le
diferencia de la mayor parte de los hombres de negocios, principalmente de
Stener, el más oscuro y despreciable de todos los que asoman por la novela por
su ignorancia y su cobardía, «uno de esos hombres, de los que hay tantos miles
en cualquier comunidad grande, sin amplitud de visión, sin perspicacia, sin
destreza y sin habilidad en nada». Su debilidad, que le convierte en un hombre
manejable, es la clave de la prosperidad pero también del fracaso de
Cowperwood; no obstante, la gran diferencia es que este logra renacer de sus
cenizas, cosa que Stener jamás podrá hacer sin ayuda de otros. Esos otros que
también han contribuido al enriquecimiento del protagonista y a su desgracia.
Edward Malia Butler, un hombre hecho a sí mismo, es la fuerza, la persuasión y
la inteligencia para los negocios, mas limitado por un sentimiento: el del amor
a su hija. Prueba de que los sentimientos y las pasiones no llevan a feliz
término ningún negocio. Y junto a él, Mollenhauer y Simpson, que manejan sin escrúpulos
la política de la ciudad, pero sobre todo el tesoro de esta, para su beneficio.
Fríos y calculadores, estos magnates no conocen amigos cuando hay un negocio
entre manos. Son los «barones ladrones» de la novela que emulan a los que en
los Estados Unidos del siglo XIX saqueaban las arcas públicas.
No querríamos que lo hasta aquí
dicho de Cowperwood pudiese haber despertado el recelo del lector hacia el
personaje. Es curioso que Cowperwood, pese a compartir muchos puntos de vista
con esos magnates sin escrúpulos, siga siendo a lo largo de la historia un
hombre de principios que podrá hacer creer al lector, pese a contar con todos
los datos, en su candidez e inocencia. Cowperwood es un hombre seguro de sí
mismo porque puede serlo, porque se ha demostrado día a día que es capaz de
conseguir lo que se propone. Y aunque es egoísta, frío y calculador, también
ama apasionadamente y es capaz de renunciar a muchas cosas por aquello que
cree. Y también defiende la libertad y reprueba la hipocresía y el puritanismo
de la clase alta norteamerican... Al final, Cowperwood también embaucará al
lector con su efecto, porque a todos nos gusta compartir nuestro tiempo con
quien queremos, disfrutar del dinero y de la buena vida.
CRONOLOGÍA
1871
Nace Theodore Herman Albert Dreiser en Terre Haute, Indiana, el duodécimo
hijo de un inmigrante germano, John Dreiser.
1889
Tras su graduación en un colegio de Warsaw, Indiana, asiste a la
Universidad de Indiana durante un año.
1892
Comienza a trabajar como reportero del Chicago
Daily Globe y como enviado especial en Saint Louis para el St. Louis Globe Democrat.
1893
Trabaja durante un año para el St.
Louis Republic.
1898
Se casa con Sara Osborne.
1900
Publica su primera novela Nuestra
hermana Carrie [Sister Carrie].
1901
En respuesta a un linchamiento del que fue testigo, publica en Ainslee’s Magazine el relato «Niger
Jeff».
1906
Trabaja durante un año como redactor jefe de la revista femenina Broadway Magazine.
1907
Trabaja durante un año como editor de la revista Butterick Publications.
1909
Se separa de su esposa Sarah debido a su relación con Thelma Cudlipp, hija
de un compañero de trabajo.
1911
Publica su segunda novela, Jenny
Gerhardt.
1912
Publica la primera novela de su Trilogía
del deseo: El financiero [The Financial].
1913
Publica su ensayo A Traveler Forty.
Inicia una relación con la pintora y actriz Kyra Markham.
1914
Publica la segunda novela de su Trilogía
del deseo: The Titan [El titán].
1915
Publica El genio.
1916
Publica su primera obra teatral, Plays
of the Natural and Supernatural, y su ensayo A Hoosier Holiday.
1918
Publica The Hand of the Potter [La
mano del alfarero], y otros relatos cortos con el título de Free and Other Stories.
1919
Publica su ensayo Twelve Men.
Inicia una relación con su prima Helen Patges Richardson.
1920
Publica el ensayo Hey Rub-a-Dub-Dub:
A Book of the Mystery and Wonder and Terror of Life.
1922
Publica el ensayo A Book About Myself;
reeditado posteriormente en Newspaper
Days.
1923
Publica el ensayo The Color of a
Great City.
1925
Publica la novela considerada como su gran obra maestra: Una tragedia americana.
1926
Publica el ensayo MOODS Cadenced and
Declaimed, con una tirada única y numerada de 550 ejemplares autografiados.
1927
Publica una colección de relatos cortos con el título de Chains: Lesser Novels and Stories.
1928
Publica su ensayo Dreiser Looks at
Russia, resultado de su viaje a la Unión Soviética.
1929
Publica una colección de relatos cortos con el título de Una galería de mujeres y el ensayo My City. Su poema «The Aspirant» es
publicado en The Poetry Quartos, una
colección de poemas reunidos por Paul Johnston.
1930
Dreiser es nominado al Premio Nobel de Literatura.
1931
Se estrena en el cine Una tragedia
americana. Asume la dirección del Comité Nacional para la Defensa de los
Presos Políticos (NCDPP). Publica Tragic
America, una crítica al capitalismo americano, y Dawn.
1941
Publica America Is Worth Saving,
en la misma línea de crítica al capitalismo.
1944
Se casa con Helen Patges Richardson.
1945
Se une al Partido Comunista en el mes de agosto. Muere en Hollywood, Los
Ángeles, el 28 de diciembre.
1946
Se publica póstumamente The Bulwark.
1947
Se publica postumamente la tercera y última novela de su Trilogía del deseo: The Stoic [El estoico].
EL FINANCIERO
CAPÍTULO I
La Filadelfia en la que nació
Frank Algernon Cowperwood era una ciudad de doscientos cincuenta mil habitantes
o más. Disfrutaba de hermosos parques, edificios notables y estaba llena de
recuerdos históricos. Muchas de las cosas que nosotros y él conocimos más tarde
no existían entonces –el telégrafo, el teléfono, el tren expreso, el barco de
vapor transoceánico y el reparto del correo en la ciudad–. No existían los
sellos de correos ni las cartas certificadas. El tranvía eléctrico no había
llegado; en su lugar, había multitud de tranvías tirados por caballos, y para
los viajes más largos, se contaba con el ferrocarril, que lentamente se iba
desarrollando y aún estaba conectado en gran medida mediante canales.
El padre de Cowperwood trabajaba
como empleado en un banco cuando Frank nació, pero diez años después, cuando el
chico empezaba a fijarse en el mundo con mirada vigorosa y sensata, el señor
Henry Worthington Cowperwood se convirtió en el heredero del puesto de cajero
que había quedado libre como consecuencia de la muerte del presidente del banco
y del ascenso consiguiente de los otros directivos, con el salario, munificente
para él, de tres mil quinientos dólares al año. Enseguida decidió, tal como comunicó
gozosamente a su esposa, llevarse a su familia del número 21 de Buttonwood
Street al 124 de New Market Street, a un barrio mucho mejor, donde había una
bonita casa de ladrillo de tres plantas de altura en oposición a su domicilio
actual en una casa de dos plantas. Existía incluso la posibilidad de que algún
día llegaran a tener algo todavía mejor, pero por el momento, esto era
suficiente. Estaba extremadamente agradecido.
Henry Worthington Cowperwood era
un hombre que sólo creía en lo que veía y que se sentía satisfecho de ser lo
que era: un banquero, o un potencial banquero. En esta época era una figura
notable –alto, delgado, inquisitivo, con aspecto de erudito− de bonitas
patillas suaves y bien recortadas que le llegaban hasta más abajo de los lóbulos
de las orejas. Tenía el labio superior delicado y curiosamente largo, la nariz
larga y recta, y un mentón que tendía a ser puntiagudo. Las cejas eran pobladas
y acentuaban unos ojos desvaídos de un verde grisáceo, y el pelo era corto y
liso, y lo llevaba con la raya bien hecha. Siempre vestía con levita –era lo
habitual en los círculos financieros de aquellos días− y sombrero de copa. Y
llevaba las manos y las uñas inmaculadamente limpias. Su actitud podría haberse
denominado como severa, aunque en realidad era más cultivada que austera.
Al tener la ambición de prosperar
social y económicamente, ponía mucho cuidado en con quién y de quién hablaba.
Tenía el mismo temor a expresar una opinión política o social excesiva o
impopular que a ser visto con algún personaje de mala fama, aunque en realidad,
no tenía ninguna opinión de gran importancia política que expresar. No era ni
pro ni antiesclavista, aunque el ambiente era tormentoso entre las opiniones a
favor de la abolición y los que se oponían a ella. Creía sinceramente que con
los ferrocarriles se harían grandes fortunas, siempre y cuando se tuviera el
capital y esa cosa curiosa que era el magnetismo personal; la capacidad de
ganarse la confianza de otros. Estaba seguro de que Andrew Jackson estaba totalmente
equivocado al oponerse a Nicholas Biddle y al Banco de los Estados Unidos[1],
una de las grandes cuestiones del momento; y le preocupaba, y con razón, la
tormenta perfecta de dinero emitido por los bancos estatales que flotaba por
allí y que llegaba a su banco constantemente –desvalorizado, por supuesto, y
que volvía a entregarse a prestatarios ávidos a cambio de un beneficio–. Su
banco era el Third National de Filadelfia[2], y estaba ubicado en lo que era
sin duda el centro de Filadelfia, y en aquel momento, prácticamente de todas
las finanzas nacionales –Third Street− y sus propietarios dirigían una
correduría financiera como negocio suplementario. En aquellos días había una
auténtica plaga de bancos estatales, grandes y pequeños, que emitían billetes
prácticamente sin regulación alguna basándose en activos peligrosos y
desconocidos, que quebraban y suspendían operaciones con extraordinaria
rapidez. Tener conocimientos de todo esto suponía un requisito importante del
puesto del señor Cowperwood. Como resultado, se había convertido en el alma de
la cautela. Desgraciadamente para él, carecía en gran medida de las dos cosas
necesarias para distinguirse en cualquier campo: magnetismo y visión. No estaba
destinado a ser un gran financiero, aunque sí parecía haber sido designado para
ser moderadamente próspero.
La señora Cowperwood era de
temperamento religioso; era una mujer pequeña con el pelo castaño claro y los
ojos marrones, que había sido muy atractiva en su día, pero que se había vuelto
puritana y poco sentimental, predispuesta a tomarse muy en serio el cuidado
maternal de sus tres hijos y de su hija. Los primeros, capitaneados por Frank,
el mayor, eran una fuente de considerables disgustos para ella, porque hacían
continuas expediciones a distintas partes de la ciudad, mezclándose con chicos
malos, probablemente, y viendo y oyendo cosas que no deberían ver ni oír.
Frank Cowperwood era, ya a los
diez años, un líder nato. Tanto en el colegio al que asistió como en la escuela
secundaria, se le consideraba como alguien en cuyo sentido común se podía
confiar incuestionablemente en todo momento. Era un joven robusto, valiente y
desafiante. Desde el comienzo mismo de su vida, quiso saber de economía y
política. Los libros no le interesaban nada. Era un chico limpio, espigado,
bien proporcionado, de cara pulcra y radiante, de rasgos perfilados y afilados,
con grandes ojos grises, frente ancha y el pelo castaño oscuro corto e hirsuto.
Era de actitud incisiva, rápida e independiente y hacía preguntas
constantemente con el deseo voraz de hallar una respuesta inteligente. Nunca
tenía dolores ni molestias, comía con deleite y controlaba a sus hermanos con
mano de hierro. «¡Vamos, Joe!», «¡Date prisa, Ed!». No daba las órdenes de
manera brusca, pero sí con mucha seguridad, y Joe y Ed las acataban. Desde el
principio, admiraron a Frank y lo consideraron el jefe, y escuchaban con avidez
cualquier cosa que él tuviera que decir.
Estaba siempre reflexionando,
reflexionando –fascinado por la información, fuera de la naturaleza que fuera−
porque no era capaz de entender cómo estaba organizado este lugar al que había
llegado, esta vida. ¿Cómo habían llegado al mundo todas estas personas? ¿Qué
estaban haciendo aquí? ¿Y quién empezó todo esto? Su madre le contó la historia
de Adán y Eva, pero no la creyó. Había un mercado de pescado no muy lejos de su
casa y allí, de camino a ver a su padre en el banco, o guiando a sus hermanos
en sus expediciones de después del colegio, le gustaba echar un vistazo a
cierto tanque que había delante de uno de los puestos donde se guardaban los
ejemplares raros de animales marinos que traían los pescadores de la bahía de
Delaware[3]. Una vez vio un caballito de mar –un extraño animalito marino que
se parecía un poco a un caballo− y otra vez vio una anguila eléctrica que el
descubrimiento de Benjamín Franklin[4] ya había explicado. Una vez vio que
metían un calamar y una langosta en el tanque, y en relación con ellos fue
testigo de una tragedia que lo acompañó toda su vida y que le aclaró las cosas
considerablemente a nivel intelectual. A la langosta, según parecía de lo que
comentaban los curiosos desocupados, no le dieron comida, ya que se consideraba
que el calamar era su presa legítima. Estaba en el fondo del tanque de vidrio
transparente sobre la arena amarilla, sin ver nada aparentemente –no se sabía
hacia dónde miraban aquellos ojos redondos parecidos a pequeños botones negros−
pero, aparentemente, no se separaban del cuerpo del calamar. Este último,
pálido y de textura cerosa, muy parecido a la grasa de cerdo o al jade, se
movía como un torpedo, pero sus movimientos aparentemente no escapaban nunca a
los ojos de su enemiga, porque su cuerpo empezó a desaparecer gradualmente en
pequeñas porciones arrancadas por las pinzas implacables de su perseguidora. La
langosta saltaba como una catapulta hasta donde estuviera el calamar, que
parecía estar soñando de manera despreocupada, y el calamar, muy alerta, se
alejaba como una flecha, soltando al mismo tiempo una nube de tinta tras la que
desaparecía. Pero no siempre tenía éxito. Con frecuencia, quedaban en las
pinzas de la langosta pequeñas porciones de su cuerpo o de su cola. Fascinado
por el drama, el joven Cowperwood venía diariamente a observar.
Una mañana estaba delante del
tanque con la nariz casi pegada contra el cristal; sólo quedaba una pequeña
parte del calamar y su saco de tinta estaba más vacío que nunca. En una esquina
del tanque estaba la langosta, al parecer preparada para la acción.
El chico se quedó todo el tiempo
que pudo: lo fascinaba aquella encarnizada lucha. Ahora, quizá al cabo de una
hora o de un día, el calamar podría morir, aniquilado por la langosta, y la
langosta se lo comería. Volvió a mirar a la máquina de destrucción de color
verde cobrizo de la esquina y se preguntó cuándo ocurriría. Esta noche, quizá.
Volvería por la noche.
Regresó aquella noche, y ¡ved!,
lo que se esperaba había ocurrido. Había una pequeña multitud alrededor del
tanque. La langosta estaba en la esquina, y ante ella se encontraba el calamar
partido en dos y parcialmente devorado.
—Al final lo pilló –observó un
curioso−. Yo estaba aquí hace una hora, dio un salto y lo agarró. El calamar
estaba demasiado cansado. No fue lo suficientemente rápido. Retrocedió, pero la
langosta ya había calculado que haría eso; llevaba ya mucho tiempo observando
sus movimientos. Lo ha pillado hoy.
Frank se limitó a mirar
fijamente. Qué lástima que se lo hubiera perdido. Sintió una pizca de pena por
el calamar al verlo muerto. Después dirigió la mirada hacia la vencedora.
—Así es como tiene que ser,
supongo –comentó para sí−. El calamar no fue lo suficientemente rápido
–concluyó.
»El calamar no podía matar a la
langosta; no tenía armas. La langosta sí podía matar al calamar; tenía unas
armas muy poderosas. El calamar no tenía nada con lo que alimentarse, y la
langosta tenía como presa al calamar. ¿Cuál podía ser el resultado? ¿De qué
otra manera habría podido ser? No tenía nada que hacer –concluyó finalmente,
mientras trotaba hacia su casa.
El incidente le causó una gran
impresión. Respondía a grandes rasgos al enigma que lo había estado incordiando
tanto en el pasado: «¿Cómo está organizada la vida?». Las cosas se alimentaban
unas de otras para vivir, esa era la respuesta. Las langostas se alimentaban de
los calamares y de otras cosas. ¿Y qué se alimentaba de las langostas? ¡Los
hombres, por supuesto! ¡Desde luego que era así! ¿Qué se alimentaba de los
hombres?, se preguntó. ¿Otros hombres? Los animales salvajes se alimentaban de
los hombres. Y había indios y caníbales. Y algunos hombres morían como
consecuencia de tormentas o accidentes. No tenía muy claro lo de que los
hombres se alimentaran de otros hombres, pero los hombres sí que mataban a
otros hombres. ¿Qué decir de las guerras, las peleas callejeras y las turbas?
Una vez vio cómo una turba asaltaba el edificio del Public Ledger[5] cuando volvía del colegio. Su padre le había
explicado el porqué. Fue por los esclavos. ¡Eso era! Desde luego que los
hombres vivían de otros hombres. Mira los esclavos. Son hombres. Por eso hay
tanta excitación estos días. Los hombres matan a otros hombres, a los negros.
Se fue a casa muy satisfecho
consigo mismo por haber hallado la solución.
—¡Madre! –exclamó al entrar en la
casa−, ¡por fin lo ha pillado!
—¿Ha pillado a quién? ¿Qué ha
pillado a qué? –preguntó extrañada−. Ve a lavarte las manos.
—Pues la langosta esa de la que
os estuve hablando a ti y a papá el otro día, que ha cogido al calamar.
—¡Qué lástima! ¿Qué te hace
interesarte en esas cosas? Corre a lavarte las manos.
—No se ven cosas así a menudo. Yo
nunca lo había visto antes. –Salió al patio trasero, donde había un grifo y una
columna con una mesita encima, y sobre ella, un cacharro brillante de estaño y
un cubo de agua. Aquí se lavó las manos y la cara.
—Papá –le dijo a su padre más
tarde−, ¿te acuerdas del calamar?
—Sí.
—Pues está muerto. La langosta lo
cogió.
Su padre continuó leyendo.
—Qué mala suerte –dijo con
indiferencia.
Pero durante días y semanas Frank
estuvo pensando en esto y en la vida a la que se había visto arrojado, porque ya
andaba reflexionando sobre lo que sería en este mundo y en cómo iba a salir
adelante. De ver a su padre contar dinero, estaba seguro de que le gustaría la
banca, y Third Street, donde estaba la oficina de su padre, le parecía la calle
más limpia y más fascinante del mundo.
[1] Andrew Jackson (1767-1845)
fue el séptimo presidente de los Estados Unidos (1829-1837). Nicholas Biddle
(1786-1844) fue el tercer y último presidente del Segundo Banco de los Estados
Unidos, localizado en Filadelfia. El Banco de los Estados Unidos, conocido como
el First National Bank (Primer Banco Nacional), tenía su sede en Filadelfia,
que fue la capital provisional de la nación hasta 1799, y funcionó como el
banco central del país desde 1791 hasta 1816, cuando fue sucedido por el Second
Bank of the United States (Segundo Banco).
[2] El Third National Bank de
Filadelfia no existió hasta la firma de las National Banking Acts de 1863 y
1864, las leyes que regularon el establecimiento del sistema de bancos
nacionales en Estados Unidos.
[3] La bahía de Delaware es una
ensenada situada en el océano Atlántico, entre los estados de Nueva Jersey y
Delaware.
[4] Benjamin Franklin
(1706-1790), uno de los padres fundadores de Estados Unidos, además de
reconocido inventor y científico, residió Fildelfia, ciudad en la que murió.
[5] Diario de Filadelfia
publicado entre 1836 y 1942.
FUENTE:
- Editorial : Ediciones Akal; 1er edición (22 Febrero 2017)
- Idioma : Español
- Tapa blanda : 608 páginas
- ISBN-10 : 844604370X
- ISBN-13 : 978-8446043706
- Peso del Artículo : 2.2 pounds
- Dimensiones : 5.51 x 1.18 x 8.66 pulgadas
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