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El instante se desvanece, se cae.
Una imagen detrás de otra se derrumba, cede al espacio
y a lo oscuro… Y el fogonazo estúpido es un ángel
vengador, hiere tu costado de sueño.
Y la respiración se hace cada vez más difícil y a la
pareja no le importa tu muerte, así: anónima, sin dueño,
JORGE MÉNDEZ-LIMBRICK
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rodando escaleras abajo… ¿Morirás? ¿Cuántos mueren
“anónimos”?
Escuchás a lo lejos la pitoreta del tren. Escuchás cerca a
la pareja de jóvenes hacer el amor; ella dice unas palabras,
él se queda callado en el escudo del no-abecedario, unos
movimientos en las sombras… Escuchás los estertores de
ella y los estertores de él… Ellos no escuchan tus estertores,
el hip-hip de cocaína en tu nariz y en la sangre.
Sos “Nadie”, “algo” tirado en el suelo de mármol y en
el centro de tu pupila vuela un búho por esa noche. Alguien
te quiere encapsular con los rótulos de muerte, con los avisos
de neón, con los travestis comerciantes de sexo cada noche.
Hip, hip, hip, hop, hop, hop… Deseás moverte, avistar a
la pareja que entreabre las carnes a la vida y cierran las
carnes a la muerte… ¿Dónde están tus hijos? ¿Dónde está
Adriana? ¿Dónde está lo que pudo ser y no fue?
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