sábado, 3 de diciembre de 2022

Sherwood Anderson: el problema del matrimonio Una reseña de F. Scott Fitzgerald (FRAGMENTO).

 



Sherwood Anderson: el problema del matrimonio

 

 

Una reseña de F. Scott Fitzgerald

 

En el último siglo la fama de algunos escritores ha tardado en consolidarse. No hablo de Tennyson o Dickens, que a pesar de su blando radicalismo siempre se posicionaron del lado del pensamiento común. Tampoco me refiero a Wilde o De Musset, que se convirtieron casi en leyendas gracias a sus escándalos personales.

Me refiero al éxito de escritores de la talla de Hardy, Butler, Flaubert y Conrad, que han remontado la corriente y están destinados a tener una influencia casi intolerable en las generaciones venideras.

Considerados esotéricos por un círculo restringido de claqueros, acaban convirtiéndose en una oscura y vibrante moda. Sus contemporáneos, al acercarse a su obra, se quedaron perplejos y desconcertados. Luego por fin llega algún crítico que se da cuenta de que estos son noticia y lo grita a los cuatro vientos como si fuera un gran descubrimiento, argumentado con profundas intuiciones personales. Así este autor viejo y machacado, con una decena de imitadores entre los más jóvenes, logra por fin su reconocimiento.

Hoy el mundo de la cultura está más unido: en los últimos cinco años hemos visto consolidarse el éxito de dos hombres de primera fila, James Joyce y Sherwood Anderson.

Muchos matrimonios me parece la obra más representativa de la personalidad de Anderson. Después de haberla leído podríais pensar que Anderson es un neurótico o que los neuróticos sois vosotros y él simplemente un hombre liberado de todas sus inhibiciones. El noble ingenuo que ha caracterizado las tragedias de Don Quijote o Lord Jim no existe en Muchos matrimonios. Si hay un rastro de nobleza en el libro de Anderson, es una nobleza que él creó como Rousseau creó su hombre en relación con la naturaleza. En algunas mentes particularmente sensibles, el genio concibe una energía tan transcendental que logra reemplazar el universo existente. El nuevo universo se acerca enseguida a la esencia de la realidad como el anterior.

Leo cada día en los periódicos que, sin previo aviso, algún hombre de negocios seguro y sosegado huye con su estenógrafa. Este es el acontecimiento central de Muchos matrimonios. Pero en el resplandor de un inagotable y maravilloso éxtasis, lo que se conoce como un vulgar affaire se transforma en una transición de profunda y mística importancia.

El libro es la historia de dos momentos y de dos matrimonios. Entre la medianoche y el amanecer un hombre desnudo camina arriba y abajo delante de la estatua de una virgen y habla a su hija de su primer matrimonio, una unión espiritual y física que se disuelve en el momento de su máxima coronación.

Cuando el hombre termina de hablar se va, lanzándose hacia su segundo matrimonio, mientras a la mujer del primero se le escapa la vida.

Muchos matrimonios no es inmoral: es violentamente antisocial. No justifica la postura del protagonista, pero da un giro sorprendente y curioso sobre la relación entre hombre y mujer. Es la reacción de un hombre sensible y altamente civilizado al fenómeno de la lujuria, aunque se diferencia de Dreiser, Joyce y Wells, por ejemplo, cuyas obras ignoran tanto el concepto de realidad como un todo como la necesidad de desafiar y renegar de tal concepto. El héroe de Muchos matrimonios, debido a su fábricas de lavadoras, se acerca más que otros personajes a la existencia de un vacío absoluto.

No me gusta el hombre del libro. El mundo en el que creo, sobre el que apoyo mis pies, me parece existir solo a través de una serie de ilusiones; ilusiones que necesitan de un análisis minucioso una decena de veces por siglo, y que a veces lo obtienen.

El hombre cuya habilidad para resumir sea suficientemente grande como para reseñar este libro en un millar de palabras no existe. Si lo logra es que está escribiendo los subtítulos para la película o trabaja en una agencia de publicidad.

New York Herald, 4 de marzo de 1923

 

 


 Nota del autor

 

 

Antes de empezar a escribirlo, llevé este libro dentro de mí durante varios años. Ya había decidido el título antes de coger la pluma. Hay muchos matrimonios en el centro de esta novela. ¿Puede un solo matrimonio atarme para toda la vida? ¿Estoy condenado a no escribir más de un libro, a no amar a más de un amigo o a más de una mujer? Hay a mi alrededor muchos hombres y mujeres que me pertenecen y a los que pertenezco.

Escribí Muchos matrimonios durante un invierno pasado en la ciudad de Nueva Orleans. Fui allí respondiendo a una llamada de mi corazón. Fue un invierno feliz. Aunque desde mi juventud viví en el Norte, siempre estuvo presente en mí una voz que me llamaba hacia el Sur. Quizás esta llamada persistente venía de la sangre de mi abuela italiana que nació en el Sur y era una campesina fuerte, morena y con las caderas anchas.

Vivía en el Norte, en Chicago, y como a muchos otros millones de jóvenes americanos, la enorme oleada de industrialización me arrancó del medio rural. Deseaba retornar a los campos y a la tierra. Quería que la tierra volviese al centro de mi obra. A esa necesidad responde Muchos matrimonios.

En Nueva Orleans tenía realmente poco dinero, y tuve que vivir en un barrio pobre de la ciudad, cerca del río. A mi alrededor rebosaba la vida de los negros. Alquilé una habitación en la casa de un obrero italiano. Las voces de los negros que oía subir desde la calle y también los fuertes acentos de los italianos y de las italianas que frecuentaban la casa, se mezclaban y se confundían, me fascinaban.

Empecé a escribir. En cuanto la historia comenzó a desarrollarse me pareció dictada por la fantasía. Es curioso, por tanto, que muchos críticos hayan clasificado como realista esta novela.

Se trataba del contraste entre alma y cuerpo. Si queréis comunicar al lector la aspereza de este conflicto, es necesario ante todo vivirlo. Quería intentar describir los problemas que derivan de la tentación, ubicándolos en un ambiente de vocación puritana, protestante y con un alto desarrollo industrial. Mi protagonista, un hombre perturbado por la dicotomía entre espíritu y carne, vive en una ciudad industrial del Norte.

El relato se desarrolló con agilidad, quizás porque respondía a una inspiración muy arraigada en mí. No recuerdo haber escrito nunca con la misma espontaneidad y felicidad.

En Estados Unidos la novela ha sido duramente criticada; pero yo sigo pensando que aquel invierno escribí una historia bella y sincera.

Sherwood Anderson

 

 


 Prefacio

 

 

Si uno busca el amor y se dirige a él directamente, o tan directamente como puede, en medio de las complejidades de la vida moderna, quizás es que uno esté loco.

¿No has conocido un momento en el que hacer lo que parecería en otros momentos y bajo unas circunstancias algo diferentes el más trivial de los actos se convierte de repente en una empresa gigantesca?

Estás en el zaguán de una casa. Ante ti hay una puerta cerrada y, al otro lado de la puerta, sentado en una silla al lado de la ventana, hay un hombre o una mujer.

Es el atardecer de un día de verano y tu propósito es dar un paso hacia la puerta, abrirla, y decir:

—No tengo intención de seguir viviendo en esta casa. Mi equipaje está hecho y, en una hora, un hombre con quien ya lo he acordado vendrá a buscarlo. Sólo he venido a decirte que ya no podré seguir viviendo a tu lado.

Ahí estás, ya ves, de pie en el zaguán, a punto de entrar en la habitación y pronunciar esas pocas palabras. La casa está en silencio y te quedas de pie largo rato en el vestíbulo, asustado, vacilante, silencioso. De modo impreciso te das cuenta de que cuando bajaste al zaguán desde la planta superior lo hiciste de puntillas.

Para ti y la persona del otro lado de la puerta es acaso mejor que no continúes viviendo en la casa. En eso estarías de acuerdo si fueras mínimamente capaz de hablar de modo razonable sobre el asunto. ¿Por qué eres incapaz de hablar de modo razonable?

¿Por qué te resulta tan difícil dar esos tres pasos hacia la puerta? No tienes enfermedad alguna en las piernas. ¿Por qué sientes los pies tan pesados?

Eres joven. ¿Por qué te tiemblan las manos como si fueran las de un anciano?

Siempre has pensado que eras un hombre valiente. ¿Por qué de pronto te faltan arrestos?

¿Es divertido o trágico saber que no serás capaz de llegar hasta la puerta, abrirla, entrar y decir esas pocas palabras sin que te tiemble la voz?

¿Estás loco o cuerdo? ¿Por qué esta espiral de pensamientos en tu cabeza, una espiral de pensamientos que, mientras estás ahí de pie, vacilante, parece absorberte hacia lo más profundo de un pozo sin fondo?

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