Federico García
Lorca nace en Fuentevaqueros, Granada, en 1898. Treinta y ocho años después
sería asesinado en algún punto entre las localidades de Víznar y Alfacar. Tras
cuarenta años de silencio, en los años setenta y ochenta del siglo pasado,
multitud de historiadores y estudiosos trataron de arrojar luz sobre su muerte.
La investigación más reconocida sigue siendo la de lan Gibson, quien ha
dedicado gran parte de su vida a la biografia, obra y muerte del poeta. Sin
embargo, y yo creo que de manera injusta, los trabajos fallidos de la búsqueda
de los restos de Lorca en el lugar donde Gibson había señalado parecen haber
desacreditado su obra. La labor de lan Gibson es la que ha permitido tener una
idea global de la vida y muerte de Lorca, y en sí su propia biografia es digna
de ser narrada.
Su libro ve la luz en París en unos años complicados para
España, mediados los setenta, en los que tras la muerte del dictador la
izquierda reclama protagonismo y hace de García Lorca uno de sus mártires, símbolo
del horror que supuso la Guerra Civil española. En este contexto Gibson
presenta un Lorca perfectamente encajado a tales fines, salvando algunas
cuestiones que entonces no gus taron y todavía provocan ampollas. Una de dichas
cuestiones fue el apuntar (sólo apuntar) que una de las posibles causas del
asesinato del poeta fuera su homosexualidad. Otra de ellas, incontestable hoy
por hoy a pesar de las calumnias vertidas sobre él, es que Luis Rosales nada
tuvo que ver en la muerte de su amigo.
El principal mérito de Jan Gibson, además de la propia
investigación, no exenta de riesgos en los años sesenta y setenta, fue el de
recopilar las averiguaciones de otros estudiosos desde los años cincuenta, como
Gerald Brenan, quien en su libro La faz de España narra en el capítulo sexto
las primeras pesquisas sobre el asesinato de Lorca; y Agustín Penón, rico
norteamericano que, fascinado por la figura del poeta, llega a Granada en unos
traumáticos años cincuenta y sesenta a intentar recopilar información a golpe
de billete. Son muchos los testimonios y la documentación que Penón consigue,
pero en aquellos años de incertidumbre es casi más lo inventado que lo real.
Parte de estas invenciones quedarán también recogidas en el tramo final de la
obra de Gibson, quien se fia en ocasiones, lo mismo que Penón, de una tradición
oral desvirtuada y hambrienta. Y aun así, quiero dejar constancia de la gran
valía de las investigaciones de Jan Gibson, quien será reconocido como el
biógrafo oficial de Federico García Lorca por méritos propios y por haber
dedicado al poeta más de cuarenta años de su vida.
Desde hace algún tiempo, los investigadores granadinos Miguel
Caballero y Pilar Góngora han aportado nuevos datos sobre el entorno familiar
de Lorca que complementan, corrigen y cubren muchas lagunas en la
investigación. Fue providencial la aparición de su libro La verdad sobre el
asesinato de García Lorca. Historia de una familia (Ibersaf, 2007), donde se
relatan los conflictos que existieron entre las tres familias más poderosas de la
vega granadina: los García Rodríguez (estirpe del padre de Federico), los
Roldán y los Alba, que acabarían por convertirse, a su juicio, en la causa
principal del asesinato de Lorca.
Así pasamos de la versión, heredada de la transición española
y de la factoría de mártires de uno y otro bando forjada en los años setenta y
ochenta, según la cual Federico García Lorca había muerto única y
exclusivamente por causas políticas; hasta la visión más amplia y realista,
basada en documentos escritos hasta ahora desconocidos, en la que Miguel
Caballero apunta otra causa como la fundamental para entender aquel asesinato,
y que no es otra que la participación directa de algunos familiares por motivo
de los conflictos constantes y profundos mantenidos durante más de cincuenta
años. Dentro de esta causa pueden enmarcarse los asuntos políticos esgrimidos
con anterioridad, pues el padre de Federico y él mismo eran de ideas más
sociales y progresistas que los Roldán, pertenecientes al partido opositor y
piezas fundamentales en el golpe de Estado de 1936.Y también puede encuadrarse
en esta trama familiar el tema de la homosexualidad de Lorca, nunca admitida
por las mentes conservadoras de los Roldán y los Alba.
En el año 2006 tuve el placer de embarcarme con Miguel
Caballero, Pilar Góngora y Jan Gibson, entre otros, en el documental Lorca. El
mar deja de moverse, en el que por primera vez vieron la luz las nuevas
investigaciones que comenzaban a despejar el terreno de algunas incógnitas que
todavía quedaban por resolver. Después del documental, Miguel Caballero
continuó su investigación y la llevó hasta sus últimas consecuencias. Con el
rigor que siempre le ha caracterizado y su tesón para encontrar documentos
desconocidos, fichas policiales, expedientes militares o la misma investigación
de campo, ha logrado encajar las piezas de un puzzle cuyo esbozo había dejado
trazado en un libro inacabado, publicado en 1983, el periodista Eduardo Molina
Fajardo. Pero no adelantemos ahora acontecimientos. Vayamos por partes y
regresemos al día en que Federico García Lorca decide, ante la inminencia del
estallido de una guerra, regresar a su casa en Granada.
A mediados del mes de julio de 1936, en la España
republicana, la tensión entre la izquierda y la derecha alcanza su máximo
grado. El 12 de julio asesinan en Madrid al teniente Castillo, conocido por sus
proclamas a favor de la República. En represalia, el día 13, un grupo de
guardias de asalto asesina al líder derechista Calvo Sotelo. En aquellos días,
Federico García Lorca estaba en Madrid, en su casa de la calle de Alcalá. La
misma noche del 13 de julio, tomará un tren hacia Granada. Pero, como ya hemos
dicho, el destino había comenzado a tejer el drama de su muerte muchos años
atrás.
Y, como también sabemos ya, a principio del siglo xx son tres
las grandes familias adineradas de la vega granadina: los García Rodríguez, los
Roldán y los Alba. Estas tres familias, a la vez que mantienen una rivalidad
económica y social, se casan entre ellos con el fin de agrandar sus
pertenencias o de no perder tierras.Viven casi todos entre Fuentevaqueros
yValderrubio.
En 1898 España pierde Cuba y no llega más azúcar a la
Península. En la vega de Granada se dan entonces los mayores cultivos de
remolacha azucarera y se montan grandes ingenios. En 1904 el padre de Federico
logra entrar como accionista en una de las grandes azucareras, denominada Nueva
Rosario, ubicada en el término municipal de Pinos Puente. Gracias a su
privilegiada situación, don Federico tiene conocimiento de que en 1909 va a
construirse otro ingenio azucarero llamado San Pascual y del que serán socios
los Roldán Benavides. Entonces, don Federico compra todos los terrenos que hay
alrededor de la nueva fábrica para evitar su expansión. Los Roldán, primos de
los García Lorca, se enfadarán mucho cuando, en 1931, el padre de Federico
paraliza mediante denuncia por contaminación del río la producción de San
Pascual, logrando así que toda la remolacha de la zona fuera a parar a la
fábrica de la que él era socio. Además de los pleitos de lindes o compraventa
de tierras, éste sería uno de los motivos que más enconaría los ánimos entre
ambas familias.
En 1909 la familia de Federico se traslada a vivir a Granada.
En esa rivalidad que mantienen las dos familias por ser más una que otra, los
Roldán se trasladan también a la capital.
En 1918 Alejandro Roldán Benavides se presenta a las
elecciones para concejal del ayuntamiento de Granada por el distrito de San
Ildefonso. Don Federico García Rodríguez ya era concejal de dicho Ayuntamiento.
Esas elecciones fueron anuladas al demostrar la Comisión Provincial encargada
de velar por la limpieza de las mismas que un grupo de gente armada había
irrumpido en la sede electoral del barrio de San Ildefonso y, pistola en mano,
había manipulado los votos favorables a Alejandro Roldán, padre de Horacio
Roldán, el primo de Federico, quien resultaría con el tiempo muy cercano a los
protagonistas del golpe de Estado de 1936 y que sería, a la postre, uno de los
encargados de hacerlo desaparecer. En aquella Comisión Provincial estaba el
padre de Federico, miembro del Partido Liberal, contrario al derechista Partido
Agrario de los Roldán, que acabaría en tiempos de la República siendo parte de
Acción Popular y, por lo tanto, de la CEDA. Uno de los tres únicos votos a
favor de Alejandro Roldán fue emitido por el abogado Juan Luis Trescastro,
también miembro de Acción Popular, y, desde entonces, persona muy cercana a los
Roldán. Este abogado fue finalmente uno de los que aparecería en casa de Luis
Rosales para detener a Lorca.
Otra de las coincidencias familiares y motivo de rivalidad
son los estudios universitarios comenzados a la vez por Federico y Francisco
García Lorca y por Horacio Roldán en la Facultad de Derecho de Granada. En 1922
se licenciarían Francisco y su primo Horacio Roldán. Un año más tarde, en 1923,
lo haría Federico. Profesor de todos ellos fue Fernando de los Ríos,
posteriormente ministro republicano, con cuya hija Laura terminó casándose
Francisco García Lorca. Entre 1916 y 1919 el padre de Federico era concejal del
Ayuntamiento y, ante las malas calificaciones obtenidas por su hijo, intervino
a su favor para que le aprobaran la carrera.
Su hermano Francisco obtiene la calificación final de
sobresaliente cum laude, mientras que a Horacio Roldán le dan un simple aprobado.
Miguel Caballero y Pilar Góngora mandaron revisar los expedientes de ambos,
llegando a la conclusión de que el sobresaliente de Francisco fue exagerado,
mientras que el aprobado de Horacio estaba por debajo de la nota merecida. Las
rivalidades universitarias serían otra causa que sirvió para aumentar las
disputas familiares.
Pero uno de los momentos más delicados en las relaciones
entre las familias surge a raíz de la escritura de La casa de Bernarda Alba.
Federico escribió la obra como una especie de venganza literaria. Los Roldán y
los Alba estaban muy enfadados por este motivo cuando estalla la guerra. A raíz
de las relaciones endogámicas entre los García Rodríguez, los Alba y los
Roldán, resulta que José Benavides, Pepe el Romano, personaje en la vida real y
también de la obra de teatro, e igualmente miembro de Acción Popular, era tío
de Horacio Roldán. Realmente Bernarda Alba no era la mujer autoritaria y
reprimida que refleja Federico en su obra. Ni el marido, católico reconocido y
hombre estricto, era el depravado que levantaba las faldas a las
criadas.Tampoco Pepe el Romano, conservador y derechista, era el mujeriego del
que estaban enamoradas todas las hermanas. Hoy sabemos que el propio Federico,
cuando llegó a Granada en el verano de 1936, da a conocer la obra a su primo
Alejandro Rodríguez Alba, cuñado de Horacio Roldán e hijo de Francisca Alba,
nombre verdadero del famoso personaje. Tanto Francisco, hermano del poeta, como
su madre, pidieron a Federico que cambiase los nombres de los personajes. Él se
negó.
Éstos son solamente algunos apuntes de la investigación de
Caballero y Góngora, que tanto en este libro como en el anterior se multiplican
y son apabullantes y definitivos. Pero ya que el libro que tenemos entre las
manos se centra sobre todo en los últimos momentos de Lorca, sigamos un poco
hasta dejarle colocado y listo para recibir su suerte, como desgraciadamente la
recibió.
Cuando Federico llega a Granada el día 14 de julio, ya estaba
allí su amigo Luis Rosales para pasar las vacaciones de verano. A Luis y a
Federico los había presentado seis años atrás, en 1930, el filósofo Joaquín
Amigo.
El responsable principal de la rebelión militar en Granada y
de la represión a que fue sometida la población fue el comandante José Valdés.
En el edificio de la calle San Antón 81 fue donde se gestó el golpe de Estado
del 18 de julio en Granada. Allí vivían, y eran vecinos, Horacio Roldán y José
Valdés. Muy cerca, en la calle Recogidas, vivía Juan Luis Trescastro.
Otra pieza clave en el entramado era el capitán Antonio
Fernández Sánchez, uno de los hombres de mayor confianza del gobernador civil
José Valdés. Horacio Roldán estaba casado con su hermana.
Ramón Ruiz Alonso ha sido hasta ahora el principal acusado
por la muerte de Lorca y la persona encargada de su detención. Y lo hizo. Pero
en este libro vamos a descubrir que todo lo expuesto hasta ahora tiene matices,
demasiados matices, que cambian la historia. Ruiz Alonso fue tipógrafo del
diario Ideal de Granada. Accionistas importantes del periódico eran los Roldán.
Además, Horacio y Ruiz Alonso coincidían también en Acción Popular.
Y hay más protagonistas, algunos de ellos, como Velasco
Simarro,jamás nombrados hasta ahora. Son los grandes descubrimientos de Miguel
Caballero. Sigamos un poco más.
El 20 de julio militares y falangistas salen a la calle y
toman Granada sin excesiva resistencia. El 10 de julio de 1936, ocho días antes
del comienzo de la guerra, había sido nombrado alcalde socialista de Granada
Manuel Fernández Montesinos Lustau, cuñado de Federico. Duraría diez días en el
cargo. El mismo 20 de julio, el alcalde Manuel Fernández Montesinos es detenido
y encarcelado en la prisión de Granada. Pocos días después sería fusilado en la
tapia del cementerio.
El 9 de agosto, tras un episodio en el que Lorca es vejado y
golpeado en la Huerta de San Vicente, hecho más que conocido y bien relatado
por Gibson, aunque con las salvedades descubiertas por Miguel Caballero que
leeremos en estas páginas, la familia Lorca pide ayuda a los Rosales y Federico
se refugia en su casa. Una vez que el poeta llega al número 1 de la calle
Angulo se instala en el segundo piso, una zona independiente donde vivía Luisa
Camacho, tía de los Rosales.
El día 16 de agosto se presentan dos personas encabezando un
pelotón de más de cien guardias de asalto para detener a Federico García Lorca
en casa de los Rosales. En ese momento sólo estaban las mujeres. Una de las
tesis calumniadoras afirmaba que la detención había sido orquestada por el
propio padre de los hermanos Rosales. La firmeza de la madre de Luis Rosales,
que se niega a que se lleven a Federico hasta que llegue alguno de sus hijos,
invitando de paso a Ruiz Alonso a una merienda, disipa cualquier duda al
respecto. También ha sido acusado el mayor de los hermanos, Miguel Rosales, de
haber entregado a Lorca. Fue el primero en llegar a la casa y, viendo como se
las gastaban los guardias de asalto y que aquello podía acabar mal, confió en
su amistad conValdés y con el gobernador militar, Espinosa, para conseguir la
libertad de Federico en pocas horas. Pero Miguel, al igual que sus hermanos,
salvo Miguel el Albino, quien se opuso desde el primer momento a que Lorca
fuera a su casa, no contaba con queValdés llevaba varios días enfermo y justo
ese día se había reincorporado y había ido al frente. Cuando por fin lograron
verle era demasiado tarde. Les dijo: «Ya no está aquí», y era cierto. Quien
había estado al mando aquellos días, sustituto deValdés,Velasco Simarro, íntimo
amigo de Horacio Roldán, había movido sus fichas.
Adentrémonos un poco en el campo de las suposiciones. Para el
comandante Valdés habría sido fácil librarse de Lorca. Al igual que hizo con su
cuñado, Manuel Fernández Montesinos, fusilar a Lorca en la tapia del cementerio
no habría sido más que un rápido y desinteresado juicio sumarísimo, apenas un
trámite, y un nombre al día siguiente en la lista del periódico Ideal. Sin
embargo, lo más probable es que Valdés, avisado por los Rosales sobre la fama
de Lorca, tuviera dudas. Roldán,Trescastro y Simarro aprovecharon la ausencia
de Valdés en el Gobierno Civil para hacer desaparecer a Lorca en Alfacar.
Seguramente esto no sería para el comandante nada trágico ni un error, sino que
le habrían quitado un problema de encima. Un problema del que quizá había
previsto las consecuencias, pero nunca midió realmente.
A partir de aquí Miguel Caballero desmorona otros tantos
mitos como la conversación imposible entre Valdés y Queipo de Llano, la frase a
través de la radio de «a ése dale café, mucho café», no porque no hubiera sido
probable, conociendo a los personajes, sino porque Valdés no tenía radio ni
hablaba con Queipo de Llano, tal como veremos.
Cómo se desarrollaron los hechos hasta la detención de Lorca
ha sido un episodio más que descrito, certeramente, por lan Gibson y algunos de
sus predecesores. El problema estaba en el desenlace, incluso en el porqué de
la muerte, las verdaderas causas. En las siguientes páginas, reveladoras y
traumáticas para el mundo lorquiano, Caballero nos demuestra, mediante una
documentación exhaustiva, cómo transcurrieron y a qué obedecen las últimas
horas en la vida de Federico García Lorca. Nos desvela por primera vez los
nombres e historia de sus ejecutores, tanto intelectuales como materiales, y
además aporta la documentación gráfica oportuna para que además de sus vidas
conozcamos su rostro.
De todas las de sus predecesores, a la investigación que más
debe la de Miguel Caballero es a la de Eduardo Molina Fajardo, tal como ya
habíamos señalado. Fue una investigación inconclusa por la muerte del periodista,
director del diario Patria y hombre conservador, adepto al régimen franquista
y, por lo tanto, amigo del capitán Nestares,jefe del cuartel deVíznar y uno de
los últimos en saber de Lorca antes de su muerte. Ahora, con el tiempo como
testigo, es fácil suponer que los protagonistas veían en Molina Fajardo a
alguien cercano y en quien se podía confiar. En este sentido, algunas de las
aseveraciones de las entrevistas que aparecen en su libro Los últimos días de
García Lorca (Plaza yJanés, 1983) son las que más apuntalan y se aproximan a
las conclusiones a las que ha llegado Miguel Caballero. Entre ellas, quien
parece señalar con certeza y hasta con naturalidad el lugar donde ejecutaron y
enterraron a García Lorca es el propio capitán Nestares. Con Miguel Caballero
subí y fotografiamos aquel lugar señalado por Nestares en lo que fuera el campo
de instrucción de las tropas, que es un paraje muy parecido al lugar que hasta
ahora se daba por el más probable.
Seguir sacando conclusiones es tarea que les corresponde a
ustedes después de leer las páginas que tienen por delante. Mi labor como
introductor del libro termina aquí, sabiendo que este libro causará
retorcimientos de estómago, clamores en su contra, envidias insanas y hasta
censuras soterradas. Pero la labor de Miguel Caballero y Pilar Góngora es
encomiable y muy de agradecer. Las mejores investigaciones son las que aparecen
cuando parece que está todo dicho.Y precisamente por esa causa son también las
más atacadas, porque vivimos de los mitos y hay mitos, como Lorca, dificiles de
tocar, así sea para revestirlos de verdad.
La calumnia y los calumniadores, como aseveró en su día Félix
Grande, siguen vivos y ejerciendo. Menos mal que Miguel Caballero lo sabe, yo
lo sé, y por eso me atrevo a escribirlo y a afirmar que libros como éste son
más que necesarios.
A mí siempre me ha gustado repetir que quizá la mayor
paradoja de esta historia sea que Juan Luis Trescastro, quien se declarara
autor material de la muerte de Lorca, esté enterrado en una tumba perteneciente
a familiares del padre del poeta, de apellido García Rosales. Así de
rocambolesco es este dramático episodio de la Guerra Civil española que no
resta un ápice de contenido político a la muerte de Federico García Lorca sino
que, además, lo hace realmente representativo, tal vez más que nunca, de la
tragedia que fue nuestra guerra en uno y otro bando, donde se aprovecha
cualquier causa, cualquier circunstancia, para deshacerse de vecinos, amigos o
familiares incómodos o simplemente para saldar deudas. Sirva este relato para
resaltar una vez más la capacidad humana para el horror.
EMILIO RUIZ BARRACHINA
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