viernes, 31 de diciembre de 2021

EL ESCRITOR COMO OTRO TIPO DE SOCIÓPATA. GUILLERMO FERNÁNDEZ.

 




EL ESCRITOR COMO OTRO TIPO DE SOCIÓPATA

(Sobre la última novela de Jorge Méndez-Limbrick
Guillermo Fernández
El intento por alcanzar los no-límites humanos ha acicateado la imaginación de muchos autores en diversas épocas. Incluso desde el Génesis. La joya irreal más codiciada por el ser humano parece centrarse, no solo en un deseo ilimitado de placer, sino en el conocimiento absoluto y la inmortalidad. La serpiente del paraíso prometió a las nuevas criaturas el ser como dioses si optaban por una vía prohibida. Sin embargo, la infracción no cumple con lo esperado, aquellas no logran su cometido y caen en una celada. Pierden su estatus y son lanzadas de su mundo de confort. Antes de volver al origen deben conocer la barbarie, la desesperación, la muerte.
La promesa de la serpiente, por más ilusoria y falsa, ha de ser eco oscuro del pensamiento, y el hecho de ser como dioses puede comprenderse de muchas maneras. En el laberinto de los más retorcidos deseos, ser como dios puede representar para un fundamentalista asesinar a todo aquel que no profesa su misma doctrina. Para un psicópata, darle rienda suelta a la crueldad de sus bajos instintos. Para un científico, puede significar prolongar la vida más allá de un límite razonable. Por ejemplo, aumentar la vida a los grandes millonarios que esperarían no morir como todos los pobres mortales.
La serpiente del paraíso prometió lo imposible. Y los literatos siguen flirteando con sus argumentos de múltiples formas. Recordemos la búsqueda dolorosa de felicidad de Fausto, su ansia proteica por abrazar lo absoluto o el juego diabólico de “La pata de mono”, el famoso cuento de W. W. Jacobs, considerado el más perfecto de terror de todos los tiempos.
La nueva novela de Jorge Méndez Limbrick, "Principios nocturnos", Premio Nacional Alberto Cañas 2020 (Euned, 2021), reinterpreta una búsqueda de la felicidad, ese ser como dios, mediante una trama que se origina en una pasión que puede compararse con aquella aspiración de Paganini por ser un virtuoso del violín. En este caso, Byron Deford, escritor, narra desde su muerte el historial de alma vendida al diablo por alcanzar el máximo de excelencia literaria. No se trata aquí de cualquier deseo mundano. Mientras algunos venden su alma por ser los más afamados cantantes de rock o los grandes acaudalados, Deford hizo el trueque con el diablo por un logro estético. Sin embargo, su afán por la fama no está al margen. Deford recuerda a muchos escritores en sus devaneos por cortar cabezas y formalizar alianzas espurias locales para entronizar sus conexiones y, ¿por qué no?, sus codiciadas premiaciones. Cualquier coincidencia con fenómenos del terruño es mera coincidencia, pero en el paisaje nacional sobran los pequeños Deford, los embriones de Deford y los Deford expertos. Al final de la novela, se concibe la idea de que toda codicia, por más ilustre sea su meta, destruye por igual al codicioso y lo corrompe. En realidad, la novela de Méndez es una tortuosa sátira del medio literario y una radiografía del tipo de escritor sociópata, que también existe.
El elenco de demonios que conforman los asistentes del distinguido escritor es, a nuestro criterio, los egos formidables con los que un creador debe bregar para mantenerse en la vigencia. Es tal la competencia en este campo, nos parece advertir Méndez, que un escritor debe perder parte de su alma (o su alma toda) para fabricarse un nombre. La lucha es tenaz y mortal. Al igual que Deford hay otros Deford no menos ambiciosos y truculentos que tienen su habilidad y que de igual manera poseen influencias y medios para entorpecer vilmente el camino a los demás.
En el juego de la literatura, nos advierte Méndez, el camino está repleto de sicarios intelectuales. Por alguna razón, pensamos a este respecto en el Borges de los años ochenta, cuando la moda ideológica lo descabezaba de raíz por no guiñar con sus estatutos. Hablar de Borges, recordamos, era comulgar con una aristocracia indebida. Su literatura era presuntuosa. Hoy día sus enemigos desaparecieron. Hoy, convertido en moda, también nos parece un dilema.
Deford, a primera vista, se puede tratar de un escritor de best sellers de esos que hoy día tienen presencia ubicua en los medios o a los empecinados escritores que uno conoce por doquier, capaces de formarse carátulas insospechadas como escritores con largos currículos. Nos recuerda también a todas luces a Carlos Fuentes, por su concepción de una novela como “Terra nostra”, en la que se juega su total talento como escritor. También, por su exposición a los medios y su logro mundano, a Vargas Llosa. En fin, Byron Deford es un escritor inconforme que pone por encima el logro de una obra literaria (Phantasmagoriana) a cualquier vicisitud local. Su empeño es enfermizo.
“Hoy he muerto, lo repito”, dice Byron en la primera línea de la novela, “La CNN dio la noticia”. A partir de esa conciencia de su propia muerte, el escritor recapitula su vida, con frialdad, sin inmutarse. Conocemos las reconditeces de sus deseos, soberanos y protegidos por demonios que sirven todos a Belfegor, señor de la pereza y, paradójicamente, maestro de la retórica, Señor de las Moscas Zumbantes, que se hace acompañar por sus hermanos, representantes de los demás pecados capitales.
La vida de Deford no le pertenece ni tampoco su talento. Los demonios de los pecados capitales le dictan un intrincado protocolo como escritor. El mal le da un orden para crear, como a otros les da un desorden. En este sentido, se puede percibir que la obsesión de un creador puede estar organizada de un modo tan perfecto, que nadie podría encontrar el submundo de bajezas que la orquestan, los miedos y las envidias que la impulsan.
“Principios nocturnos” es inagotable en su posible interpretación. Nadie en nuestro país había escrito sobre la “maldición” de escribir, sobre el peso que tal oficio conlleva en quienes se atreven a iniciar una carrera por el rumbo de las publicaciones y la constitución de un nombre. Deford son todos los escritores y sus sueños. De antemano, estos han vendido su alma a algo que los envuelve en una codicia inagotable, que, como la droga, les impide descanso. La obra también levanta el velo de las mezquinas conjuras que los literatos viven en su propia oscuridad y nos hace pensar que el demonio a quien Deford vende su alma no es más que el mismo oficio de escritor, ese que promueve su delirio y su celo.
“Principios nocturnos” se disfruta como una obra satírica, por momentos, no como un banquete de Platón, sino de Aristófanes. Encontramos en ella huellas del desenfadado humor negro de “El profesor y Margarita”, de Mijaíl Bulgákov. El juego entre lo medieval y lo moderno hacen de la novela una interesante ventana hacia una realidad insólita en las letras nacionales.

Fuente:

Repertorio CRC: Cine-Artes+ Cultura y Humanismo.

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