René Guénon
(1925)
CAPÍTULO I
SENTIDO
APARENTE Y SENTIDO OCULTO
O voi che avete gl´
intelletti sani,
Mirate la dottrina che s´asconde
Sotto il velame delli
versi strani!
Con estas palabras[1], Dante
indica de una manera muy explícita que hay en su obra un sentido oculto,
propiamente doctrinal, del que el sentido exterior y aparente no es más que un
velo, y que debe ser buscado por aquellos que son capaces de penetrarle. En
otra parte, el poeta va más lejos todavía, puesto que declara que todas las
escrituras, y no solo las escrituras sagradas, pueden comprenderse y deben
explicarse principalmente según cuatro sentidos: «si possono intendere e debbonsi
sponere massimamente per quattro sensi»[2]. Por lo
demás, es evidente que estas significaciones diversas no pueden en ningún caso
destruirse u oponerse, sino que deben al contrario completarse y armonizarse
como las partes de un mismo todo, como los elementos constitutivos de una
síntesis única.
Así pues, el hecho de que la Divina Comedia, en su conjunto, pueda
interpretarse en varios sentidos, es una cosa que no puede prestarse a ninguna
duda, puesto que tenemos a este respecto el testimonio mismo de su autor,
ciertamente mejor cualificado que todo otro para enseñarnos sobre sus propias
intenciones. La dificultad comienza solo cuando se trata de determinar estas
diferentes significaciones, sobre todo las más elevadas o las más profundas, y
es también ahí donde comienzan naturalmente las divergencias de los puntos de
vista entre los comentadores. Éstos concuerdan generalmente en reconocer, bajo
el sentido literal del relato poético, un sentido filosófico, o más bien
filosófico-teológico, y también un sentido político y social; pero, con el
sentido literal mismo, esto no suma todavía más que tres, y Dante nos advirtió
de buscar en ella cuatro; ¿cuál es pues el cuarto? Para nos, no puede ser más
que un sentido propiamente iniciático, metafísico en su esencia, y al cual se
vinculan múltiples datos que, sin ser todos de orden puramente metafísico,
presentan un carácter igualmente esotérico. Es precisamente en razón de este
carácter por lo que ese sentido profundo ha escapado completamente a la mayoría
de los comentadores; y sin embargo, si se le ignora o si se le desconoce, los
demás sentidos mismos no pueden ser aprehendidos más que parcialmente, porque
él es como su principio, en el que se coordina y se unifica su multiplicidad.
Aquellos mismos que han entrevisto este
lado esotérico de la obra de Dante han cometido muchas equivocaciones en cuanto
a su verdadera naturaleza, porque, lo más frecuentemente, les faltaba la
comprehensión real de estas cosas, y porque su interpretación fue afectada por
prejuicios de los que les era imposible deshacerse. Es así como Rossetti y
Aroux, que fueron de los primeros en señalar la existencia de este esoterismo,
creyeron poder concluir de ello la «herejía» de Dante, sin darse cuenta de que
eso era mezclar consideraciones que se refieren a dominios completamente diferentes;
el hecho es que, si sabían algunas cosas, había muchas otras que ignoraban, y
que vamos a intentar indicar, sin tener de ningún modo la pretensión de dar una
exposición completa de un tema que parece verdaderamente inagotable.
Para Aroux, la cuestión se planteaba así:
¿fue Dante católico o albigense? Para otros, parece plantearse más bien en
estos términos: ¿fue cristiano o pagano?[3]. Por
nuestra parte, no pensamos que sea menester colocarle en un tal punto de vista,
ya que el esoterismo verdadero es algo muy diferente de la religión exterior,
y, si tiene algunas relaciones con ésta, eso no puede ser sino en tanto que
encuentra en las formas religiosas un modo de expresión simbólico; por lo
demás, importa poco que esas formas sean las de tal o cual religión, puesto que
aquello de lo que se trata es la unidad doctrinal esencial que se disimula
detrás de su aparente diversidad. Por eso es por lo que los antiguos iniciados
participaban indistintamente en todos los cultos exteriores, según las
costumbres establecidas en los diversos países donde se encontraban; y es
también porque veía esta unidad fundamental, y no por el efecto de un
«sincretismo» superficial, por lo que Dante ha empleado indiferentemente, según
los casos, un lenguaje tomado ya sea al cristianismo, ya sea a la antigüedad grecorromana.
La metafísica pura no es ni pagana ni cristiana, es universal; los misterios antiguos
no eran paganismo, sino que se superponían a éste[4]; y de
igual modo, en la edad media, hubo organizaciones cuyo carácter era iniciático
y no religioso, pero que tomaban su base en el catolicismo. Si Dante ha
pertenecido a algunas de estas organizaciones, lo que nos parece incontestable,
eso no es una razón para declararle «herético»; aquellos que piensan así se
hacen de la edad media una idea falsa o incompleta, no ven por así decir más
que su exterior, porque, para todo el resto, no hay nada en el mundo moderno
que pueda servirles de término de comparación.
Si tal fue el carácter real de todas las
organizaciones iniciáticas, no hubo más que dos casos donde la acusación de
«herejía» pudo ser llevada contra algunos de sus miembros, y eso para ocultar
otros agravios mucho mejor fundados o al menos más verdaderos, pero que no
podían ser formulados abiertamente. El primero de estos dos casos es aquel
donde algunos iniciados han podido librarse a divulgaciones inoportunas,
corriendo el riesgo con ello de arrojar la turbación en los espíritus no
preparados para el conocimiento de las verdades superiores, y también de
provocar desórdenes desde el punto de vista social; los autores de semejantes
divulgaciones cometían el error de crear ellos mismos una confusión entre los
dos órdenes esotérico y exotérico, confusión que, en suma, justificaba
suficientemente el reproche de «herejía»; y este caso se ha presentado en
diversas ocasiones en el Islam[5], donde
no obstante las escuelas esotéricas no encuentran normalmente ninguna
hostilidad por parte de las autoridades religiosas y jurídicas que representan
el exoterismo. En cuanto al segundo caso, es aquel donde la misma acusación fue
tomada simplemente como pretexto por un poder político para arruinar a
adversarios que estimaba tanto más temibles cuanto más difíciles eran de
alcanzar por los medios ordinarios; la destrucción de la Orden del Temple es su
ejemplo más célebre, y este acontecimiento tiene precisamente una relación
directa con el tema del presente estudio.
[1] Inferno, IX, 61-63.
[2] Convito, t. II, cap. I.
[3] Cf. Arturo Reghini, l´Allegoría
esoterica di Dante en el Nuovo Patto,
septiembre-noviembre de 1921, pp. 541-548.
[4] Debemos decir incluso que preferimos otra palabra a la de
«paganismo», impuesta por un largo uso, pero que no fue, en el origen, más que
un término de desprecio aplicado a la religión grecorromana cuando ésta, en el
último grado de su decadencia, se encontró reducida al estado de simple «superstición»
popular.
[5] Hacemos alusión concretamente al ejemplo célebre de El-Hallâj,
condenado a muerte en Baghdad en el año 309 de la Hégira (921 de la era
cristiana), y cuya memoria es venerada por aquellos mismos que estiman que fue
condenado justamente por sus divulgaciones imprudentes.
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