Xavier Villaurrutia
Nostalgia de la muerte
Burned in a sea of ice, and drowned amidst a fire.
MICHAEL
DRAYTON
NOCTURNOS
NOCTURNO
Todo lo que la noche
dibuja con su mano
de sombra:
el placer que revela,
el vicio que desnuda.
Todo lo que la sombra
hace oír con el duro
golpe de su silencio:
las voces imprevistas
que a intervalos enciende,
el grito de la sangre,
el rumor de unos pasos
perdidos.
Todo lo que el silencio
hace huir de las cosas:
el vaho del deseo,
el sudor de la tierra,
la fragancia sin nombre
de la piel.
Todo lo que el deseo
unta en mis labios:
la dulzura soñada
de un contacto,
el sabido sabor
de la saliva.
Y todo lo que el sueño
hace palpable:
la boca de una herida,
la forma de una entraña,
la fiebre de una mano
que se atreve.
¡Todo!
circula en cada rama
del árbol de mis venas,
acaricia mis muslos,
inunda mis oídos,
vive en mis ojos muertos,
muere en mis labios duros.
NOCTURNO
MIEDO
Todo en la noche vive una duda
secreta:
el silencio y el ruido, el tiempo y el
lugar.
Inmóviles dormidos o despiertos
sonámbulos
nada podemos contra la secreta ansiedad.
Y no basta cerrar los ojos en la
sombra
ni hundirlos en el sueño para ya no
mirar,
porque en la dura sombra y en la gruta
del sueño
la misma luz nocturna nos vuelve a
desvelar.
Entonces, con el paso de un dormido
despierto,
sin rumbo y sin objeto nos echamos a
andar.
La noche vierte sobre nosotros su
misterio,
y algo nos dice que morir es despertar.
¿Y quién entre las sombras de una calle
desierta,
en el muro, lívido espejo de soledad,
no se ha visto pasar o venir a su
encuentro
y no ha sentido miedo, angustia, duda
mortal?
El miedo de no ser sino un cuerpo vacío
que alguien, yo mismo o cualquier otro,
puede ocupar
y la angustia de verse fuera de sí
viviendo
y la duda de ser o no ser realidad.
NOCTURNO GRITO
Tengo miedo de mi voz
y busco mi sombra en vano.
¿Será mía aquella sombra
sin cuerpo que va pasando?
¿Y mía la voz perdida
que va la calle incendiando?
¿Qué voz, qué sombra, qué sueño,
despierto que no he soñado,
serán la voz y la sombra
y el sueño que me han robado?
Para oír brotar la sangre
de mi corazón cerrado,¿pondré la oreja
en mi pecho
como en el pulso la mano?
Mi pecho estará vacío
y yo descorazonado,
y serán mis manos duros
pulsos de mármol helado.
NOCTURNO DE LA ESTATUA
a Agustín Lazo
Soñar, soñar la noche, la calle,
la escalera
y el grito de la estatua desdoblando la
esquina.
Correr hacia la estatua y encontrar sólo
el grito,
querer tocar el grito y sólo hallar el
eco,
querer asir el eco y encontrar sólo el
muro
y correr hacia el muro y tocar un
espejo.
Hallar en el espejo la estatua
asesinada,
sacarla de la sangre de su sombra,
vestirla en un cerrar de ojos,
acariciarla como a una hermana
imprevista
y jugar con las fichas de sus dedos
y contar a su oreja cien veces cien cien
veces
hasta oírla decir: «estoy muerta de
sueño».
NOCTURNO EN QUE NADA SE OYE
En medio de un silencio desierto
como la calle antes del crimen
sin respirar siquiera para que nada
turbe mi muerte
en esta soledad sin paredes
al tiempo que huyeron los ángulos
en la tumba del lecho dejo mi estatua
sin sangre
para salir en un momento tan lento
en un interminable descenso
sin brazos que tender
sin dedos para alcanzar la escala que
cae de un piano invisible
sin más que una mirada y una voz
que no recuerdan haber salido de ojos y
labios
¿qué son labios? ¿qué son miradas que
son labios?
Y mi voz ya no es mía
dentro del agua que no moja
dentro del aire de vidrio
dentro del fuego lívido que corta como
el grito
Y en el juego angustioso de un espejo
frente a otro
cae mi voz
y mi voz que madura
y mi voz quemadura
y mi bosque madura
y mi voz quema dura
como el hielo de vidrio
como el grito de hielo
aquí en el caracol de la oreja
el latido de un mar en el que no sé nada
en el que no se nada
porque he dejado pies y brazos en la
orilla
siento caer fuera de mí la red de mis
nervios
mas huye todo como el pez que se da
cuenta
hasta ciento en el pulso de mis sienes
muda telegrafía a la que nadie responde
porque el sueño y la muerte nada tienen
ya que decirse.
NOCTURNO SUEÑO
A Jules Supervielle
Abría las salas
profundas el sueño
y voces delgadas
corrientes de aire
entraban
Del barco del cielo
del papel pautado
caía la escala
por donde mi cuerpo
bajaba
El cielo en el suelo
como en un espejo
la calle azogada
dobló mis palabras
Me robó mi sombra
la sombra cerrada
Quieto de silencio
oí que mis pasos
pasaban
El frío de acero
a mi mano ciega
armó con su daga
Para darme muerte
la muerte esperaba
Y al doblar la esquina
un segundo largo
mi mano acerada
encontró mi espalda
Sin gota de sangre
sin ruido ni peso
a mis pies clavados
vino a dar mi cuerpo
Lo tomé en los brazos
lo llevé a mi lecho
Cerraba las alas
profundas el sueño
NOCTURNO PRESO
Prisionero de mi frente
el sueño quiere escapar
y fuera de mí probar
a todos que es inocente.
Oigo su voz impaciente,
miro su gesto y su estado
amenazador y airado.
No sabe que soy el sueño
de otro: si fuera su dueño
ya lo habría libertado.
NOCTURNO AMOR
a Manuel Rodríguez Lozano
El que nada se oye en esta
alberca de sombra
no sé cómo mis brazos no se hieren
en tu respiración sigo la angustia del
crimen
y caes en la red que tiende el sueño.
Guardas el nombre de tu cómplice en los
ojos
pero encuentro tus párpados más duros
que el silencio
y antes que compartirlo matarías el goce
de entregarte en el sueño con los ojos
cerrados
sufro al sentir la dicha con que tu
cuerpo busca
el cuerpo que te vence más que el sueño
y comparo la fiebre de tus manos
con mis manos de hielo
y el temblor de tus sienes con mi pulso
perdido
y el yeso de mis muslos con la piel de
los tuyos
que la sombra corroe con su lepra
incurable.
Ya sé cuál es el sexo de tu boca
y lo que guarda la avaricia de tu axila
y maldigo el rumor que inunda el
laberinto de tu oreja
sobre la almohada de espuma
sobre la dura página de nieve
No la sangre que huyó de mí como del
arco huye la flecha
sino la cólera circula por mis arterias
amarilla de incendio en mitad de la
noche
y todas las palabras en la prisión de la
boca
y una sed que en el agua del espejo
sacia su sed con una sed idéntica
De qué noche despierto a esta desnuda
noche larga y cruel noche que ya no es
noche
junto a tu cuerpo más muerto que muerto
que no es tu cuerpo ya sino su hueco
porque la ausencia de tu sueño ha matado
a la muerte
y es tan grande mi frío que con un calor
nuevo
abre mis ojos donde la sombra es más
dura
y más clara y más luz que la luz misma
y resucita en mí lo que no ha sido
y es un dolor inesperado y aún más frío
y más fuego
no ser sino la estatua que despierta
en la alcoba de un mundo en el que todo
ha muerto.
NOCTURNO SOLO
Soledad, aburrimiento,
vano silencio profundo,
líquida sombra en que me hundo,
vacío del pensamiento.
Y ni siquiera el acento
de una voz indefinible
que llegue hasta el imposible
rincón de un mar infinito
a iluminar con su grito
este naufragio invisible.
NOCTURNO ETERNO
Cuando los hombres alzan los
hombros y pasan
o cuando dejan caer sus nombres
hasta que la sombra se asombra
cuando un polvo más fino aún que
el humo
se adhiere a los cristales de la voz
y a la piel de los rostros y las cosas
cuando los ojos cierran sus
ventanas
al rayo del sol pródigo y prefieren
la ceguera al perdón y el silencio al
sollozo
cuando la vida o lo que así
llamamos inútilmente
y que no llega sino con un nombre
innombrable
se desnuda para saltar al lecho
y ahogarse en el alcohol o quemarse en
la nieve
cuando la vi cuando la vid cuando
la vida
quiere entregarse cobardemente y a
oscuras
sin decirnos siquiera el precio de su
nombre
cuando en la soledad de un cielo
muerto
brillan unas estrellas olvidadas
y es tan grande el silencio del silencio
que de pronto quisiéramos que hablara
o cuando de una boca que no
existe
sale un grito inaudito
que nos echa a la cara su luz viva
y se apaga y nos deja una ciega sordera
o cuando todo ha muerto
tan dura y lentamente que da miedo
alzar la voz y preguntar «quién vive»
dudo si responder
a la muda pregunta con un grito
por temor de saber que ya no existo
porque acaso la voz tampoco vive
sino como un recuerdo en la garganta
y no es la noche sino la ceguera
lo que llena de sombra nuestros ojos
y porque acaso el grito es la
presencia
de una palabra antigua
opaca y muda que de pronto grita
porque vida silencio piel y boca
y soledad recuerdo cielo y humo
nada son sino sombras de palabras
que nos salen al paso de la noche
NOCTURNO MUERTO
Primero un aire tibio y lento que
me ciña
como la venda al brazo enfermo de un
enfermo
y que me invada luego como el silencio
frío
al cuerpo desvalido y muerto de algún
muerto.
Después un ruido sordo, azul y
numeroso,
preso en el caracol de mi oreja dormida
y mi voz que se ahogue en ese mar de
miedo
cada vez más delgada y más enardecida.
¿Quién medirá el espacio, quién
me dirá el momento
en que se funda el hielo de mi cuerpo y
consuma
el corazón inmóvil como la llama fría?
La tierra hecha impalpable
silencioso silencio,
la soledad opaca y la sombra ceniza
caerán sobre mis ojos y afrentarán mi
frente.
OTROS NOCTURNOS
NOCTURNO
Al fin llegó la noche con sus
largos silencios,
con las húmedas sombras que todo lo
amortiguan.
El más ligero ruido crece de pronto y,
luego,
muere sin agonía.
El oído se aguza para ensartar un eco
lejano, o el rumor de unas voces que
dejan,
al pasar, una huella de vocales
perdidas.
¡Al fin llegó la noche tendiendo
cenicientas
alfombras, apagando luces, ventanas
últimas!
Porque el silencio alarga lentas manos
de sombra.
La sombra es silenciosa, tanto que no
sabemos
dónde empieza o acaba, ni si empieza o
acaba.
Y es inútil que encienda a mi lado una
lámpara:
la luz hace más honda la mina del
silencio
y por ella desciendo, inmóvil, de mí
mismo.
Al fin llegó la noche a despertar
palabras
ajenas, desusadas, propias,
desvanecidas:
tinieblas, corazón, misterio,
plenilunio…
¿Al fin llegó la noche, la soledad, la
espera?
Porque la noche es siempre el mar de un
sueño antiguo,
de un sueño hueco y frío en el que ya no
queda
del mar sino los restos de un naufragio
del olvidos.
Porque la noche arrastra en su baja
marea
memorias angustiosas, temores
congelados,
la sed de algo que, trémulos, apuramos
un día,
y la amargura de lo que ya no
recordamos.
¡Al fin llegó la noche a inundar mis
oídos
con una silenciosa marea inesperada,
a poner en mis ojos unos párpados
muertos,
a dejar en mis manos un mensaje vacío!
NOCTURNO EN QUE HABLA LA MUERTE
Si la muerte hubiera venido aquí,
conmigo, a New Haven,
escondida en un hueco de mi ropa en la
maleta,
en el bolsillo de uno de mis trajes,
entre las páginas de un libro
como la señal que ya no me recuerda
nada;
si mi muerte particular estuviera
esperando
una fecha, un instante que sólo ella
conoce
para decirme: "Aquí estoy.
Te he seguido como la sombra
que no es posible dejar así nomás en
casa;
como un poco de aire cálido e invisible
mezclado al aire duro y frío que respiras;
como el recuerdo de lo que más quieres;
como el olvido, sí, como el olvido
que has dejado caer sobre las cosas
que no quisieras recordar ahora.
Y es inútil que vuelvas la cabeza en mi
busca:
estoy tan cerca que no puedes verme,
estoy fuera de ti y a un tiempo dentro.
Nada es el mar que como un dios quisiste
poner entre los dos;
nada es la tierra que los hombres miden
y por la que matan y mueren;
ni el sueño en que quisieras creer que
vives
sin mí, cuando yo misma lo dibujo y lo
borro;
ni los días que cuentas
una vez y otra vez a todas horas,
ni las horas que matas con orgullo
sin pensar que renacen fuera de ti.
Nada son estas cosas ni los innumerables
lazos que me tendiste,
ni las infantiles argucias con que has
querido dejarme
engañada, olvidada.
Aquí estoy, ¿no me sientes?
Abre los ojos; ciérralos, si
quieres".
Y me pregunto ahora,
si nadie entró en la pieza contigua,
¿quién cerró cautelosamente la puerta?
¿Qué misteriosa fuerza de gravedad
hizo caer la hoja de papel que estaba en
la mesa?
¿Por qué se instala aquí, de pronto, y
sin que yo la invite,
la voz de una mujer que habla en la
calle?
Y al oprimir la pluma,
algo como la sangre late y circula en
ella,
y siento que las letras desiguales
que escribo ahora,
más pequeñas, más trémulas, más débiles,
ya no son de mi mano solamente.
NOCTURNO DE LOS ÁNGELES
a Agustín J. Fink
Se diría que las calles fluyen
dulcemente en la noche.
Las luces no son tan vivas que logren
desvelar el secreto,
el secreto que los hombres que van y
vienen conocen,
porque todos están en el secreto
y nada se ganaría con partirlo en mil
pedazos
si, por el contrario, es tan dulce
guardarlo
y compartirlo sólo con la persona
elegida.
Si cada uno dijera en un momento
dado,
en sólo una palabra, lo que piensa,
las cinco letras del DESEO formarían una
enorme cicatriz luminosa,
una constelación más antigua, más viva
aún que las otras.
Y esa constelación sería como un
ardiente sexo
en el profundo cuerpo de la noche,
o, mejor, como los Gemelos que por vez
primera en la vida
se miraran de frente, a los ojos, y se
abrazaran ya para siempre.
De pronto el río de la calle se
puebla de sedientos seres,
caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas,
forman imprevistas parejas…
Hay recodos y bancos de sombra,
orillas de indefinibles formas profundas
y súbitos huecos de luz que ciega
y puertas que ceden a la presión más
leve.
El río de la calle queda desierto
un instante.
Luego parece remontar de sí mismo
deseoso de volver a empezar.
Queda un momento paralizado, mudo,
anhelante
como el corazón entre dos espasmos.
Pero una nueva pulsación, un
nuevo latido
arroja al río de la calle nuevos
sedientos seres.
Se cruzan, se entrecruzan y suben.
Vuelan a ras de tierra.
Nadan de pie, tan milagrosamente
que nadie se atrevería a decir que no
caminan.
¡Son los ángeles!
Han bajado a la tierra
por invisibles escalas.
Vienen del mar, que es el espejo del
cielo,
en barcos de humo y sombra,
a fundirse y confundirse con los mortales,
a rendir sus frentes en los muslos de
las mujeres,
a dejar que otras manos palpen sus
cuerpos febrilmente,
y que otros cuerpos busquen los suyos
hasta encontrarlos
como se encuentran al cerrarse los
labios de una misma boca,
a fatigar su boca tanto tiempo inactiva,
a poner en libertad sus lenguas de
fuego,
a decir las canciones, los juramentos,
las malas palabras
en que los hombres concentran el antiguo
misterio
de la carne, la sangre y el deseo.
Tienen nombres supuestos, divinamente sencillos.
Se llaman Dick o John, o Marvin o Louis.
En nada sino en la belleza se distinguen
de los mortales.
Caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas.
Forman imprevistas parejas.
Sonríen maliciosamente al subir
en los ascensores de los hoteles
donde aún se practica el vuelo lento y
vertical.
En sus cuerpos desnudos hay huellas
celestiales;
signos, estrellas y letras azules.
Se dejan caer en las camas, se hunden en
las almohadas
que los hacen pensar todavía un momento
en las nubes.
Pero cierran los ojos para entregarse
mejor a los goces de su encarnación misteriosa,
y, cuando duermen, sueñan no con los
ángeles sino con los mortales.
Los Ángeles, California
NOCTURNO ROSA
a José Gorostiza
Yo también hablo de la rosa.
Pero mi rosa no es la rosa fría
ni la de piel de niño,
ni la rosa que gira
tan lentamente que su movimiento
es una misteriosa forma de la quietud.
No es la rosa sedienta,
ni la sangrante llaga,
ni la rosa coronada de espinas,
ni la rosa de la resurrección.
No es la rosa de pétalos desnudos,
ni la rosa encerada,
ni la llama de seda,
ni tampoco la rosa llamarada.
No es la rosa veleta,
ni la ulcera secreta,
ni la rosa puntual que da la hora,
ni la brújula rosa marinera.
No, no es la rosa rosa
sino la rosa increada,
la sumergida rosa,
la nocturna,
la rosa inmaterial,
la rosa hueca.
Es la rosa del tacto en las tinieblas,
es la rosa que avanza enardecida,
la rosa de rosadas uñas,
la rosa yema de los dedos ávidos,
la rosa digital
la rosa ciega.
Es la rosa moldura del oído,
la rosa oreja,
la espiral del ruido,
la rosa concha siempre abandonada
en la más alta espuma de la almohada.
Es la rosa encarnada de la boca,
la rosa que habla despierta
como si estuviera dormida.
Es la rosa entreabierta
de la que mana sombra,
la rosa entraña
que se pliega y expande
evocada, invocada, abocada,
es la rosa labial,
la rosa herida.
Es la rosa que abre los párpados,
la rosa vigilante, desvelada,
la rosa del insomnio desojada.
Es la rosa del humo,
la rosa de ceniza,
la negra rosa de carbón diamante
que silenciosa horada las tinieblas
y no ocupa lugar en el espacio.
NOCTURNO MAR
a Salvador Novo
Ni tu silencio duro cristal de
dura roca,
ni el frío de la mano que me tiendes,
ni tus palabras secas, sin tiempo ni
color,
ni mi nombre, ni siquiera mi nombre
que dictas como cifra desnuda de
sentido;
ni la herida profunda, ni la sangre
que mana de sus labios, palpitante,
ni la distancia cada vez más fría
sábana nieve de hospital invierno
tendida entre los dos como la duda;
nada, nada podrá ser más amargo
que el mar que llevo dentro, solo y
ciego,
el mar, antiguo edipo que me recorre a
tientas
desde todos los siglos,
cuando mi sangre aún no era mi sangre,
cuando mi piel crecía en la piel de otro
cuerpo,
cuando alguien respiraba por mí que aún
no nacía.
El mar que sube mudo hasta mis labios,
el mar que me satura
con el mortal veneno que no mata
pues prolonga la vida y duele más que el
dolor.
El mar que hace un trabajo lento y lento
forjando en la caverna de mi pecho
el puño airado de mi corazón.
Mar sin viento ni cielo,
sin olas, desolado,
nocturno mar sin espuma en los labios,
nocturno mar sin cólera, conforme
con lamer las paredes que lo mantienen
preso
y esclavo que no rompe sus riberas
y ciego que no busca la luz que le
robaron
y amante que no quiere sino su desamor.
Mar que arrastra despojos silenciosos,
olvidos olvidados y deseos,
sílabas de recuerdos y rencores,
ahogados sueños de recién nacidos,
perfiles y perfumes mutilados,
fibras de luz y náufragos cabellos.
Nocturno mar amargo
que circula en estrechos corredores
de corales arterias y raíces
y venas y medusas capilares.
Mar que teje en la sombra su tejido
flotante,
con azules agujas ensartadas
con hilos nervios y tensos cordones.
Nocturno mar amargo
que humedece mi lengua con su lenta
saliva,
que hace crecer mis uñas con la fuerza
de su marca oscura.
Mi oreja sigue su rumor secreto,
oigo crecer sus rocas y sus plantas
que alargan más y más sus labios dedos.
Lo llevo en mí como un remordimiento,
pecado ajeno y sueño misterioso
y lo arrullo y lo duermo
y lo escondo y lo cuido y le guardo el
secreto.
NOCTURNO DE LA ALCOBA
La muerte toma siempre la forma
de la alcoba
que nos contiene.
Es cóncava y oscura y tibia y
silenciosa,
se pliega en las cortinas en que anida
la sombra,
es dura en el espejo y tensa y
congelada,
profunda en las almohadas y, en las
sábanas, blanca.
Los dos sabemos que la muerte toma
la forma de la alcoba, y que en la
alcoba
es el espacio frío que levanta
entre los dos un muro, un cristal, un
silencio.
Entonces sólo yo sé que la muerte
es el hueco que dejas en el lecho
cuando de pronto y sin razón alguna
te incorporas o te pones de pie.
Y es el ruido de hojas calcinadas
que hacen tus pies desnudos al hundirse
en la alfombra.
Y es el sudor que moja nuestros muslos
que se abrazan y luchan y que, luego, se
rinden.
Y es la frase que dejas caer,
interrumpida.
Y la pregunta mía que no oyes,
que no comprendes o que no respondes.
Y el silencio que cae y te sepulta
cuando velo tu sueño y lo interrogo.
Y solo, sólo yo sé que la muerte
es tu palabra trunca, tus gemidos ajenos
y tus involuntarios movimientos oscuros
cuando en el sueño luchas con el ángel
del sueño.
La muerte es todo esto y más que nos
circunda,
y nos une y separa alternativamente,
que nos deja confusos, atónitos,
suspensos,
con una herida que no mana sangre.
Entonces, sólo entonces, los dos solos,
sabemos
que no el amor sino la oscura muerte
nos precipita a vernos cara a los ojos,
y a unirnos y a estrecharnos, más que
solos y náufragos,
todavía más, y cada vez más, todavía.
CUANDO LA TARDE…
Cuando la tarde cierra sus
ventanas remotas,
sus puertas invisibles,
para que el polvo, el humo, la ceniza,
impalpables, oscuros,
lentos como el trabajo de la muerte
en el cuerpo del niño,
vayan creciendo;
cuando la tarde, al fin, ha recogido
el último destello de luz, la última
nube,
el reflejo olvidado y el ruido
interrumpido,
la noche surge silenciosamente
de ranuras secretas,
de rincones ocultos,
de bocas entreabiertas,
de ojos insomnes.
La noche surge con el humo denso
del cigarrillo y de la chimenea.
La noche surge envuelta en su manto de
polvo.
El polvo asciende, lento.
Y de un cielo impasible,
cada vez más cercano y más compacto,
llueve ceniza.
Cuando la noche de humo, de polvo y de
ceniza
envuelve la ciudad, los hombres quedan
suspensos un instante,
porque ha nacido en ellos, con la noche,
el deseo.
ESTANCIAS NOCTURNAS
Sonámbulo, dormido y despierto a
la vez,
en silencio recorro la ciudad sumergida.
¡Y dudo! Y no me atrevo a preguntarme si
es
el despertar de un sueño o es un sueño
mi vida.
En la noche resuena, como en un mundo
hueco,
el ruido de mis pasos prolongados,
distantes.
Siento miedo de que no sea sino el eco
de otros pasos ajenos, que pasaron mucho
antes.
Miedo de no ser nada más que un jirón de
sueño
de alguien —¿de Dios?— que sueña en este
mundo amargo.
Miedo de que despierte ese alguien
—¿Dios?—, el dueño
de un sueño cada vez más profundo y más
largo.
Estrella que te asomas, temblorosa y
despierta,
tímida aparición en el cielo impasible,
tú, como yo —hace siglos—, estás helada
y muerta,
mas por tu propia luz sigues siendo
visible.
¡Seré polvo en polvo y olvido en olvido!
Pero alguien, en la angustia de una
noche vacía,
sin saberlo él, ni yo, alguien que no ha
nacido
dirá con mis palabras su nocturna
agonía.
NOSTALGIAS
NOSTALGIA DE LA NIEVE
¡Cae la noche sobre la nieve!
Todos hemos pensado alguna vez
o alguien —yo mismo— lo piensa
ahora
por quienes no saben que un día
lo pensaron ya,
que las sombras que forman la
noche de todos los días
caen silenciosas, furtivas,
escondiéndose
detrás de sí mismas, del cielo:
copos de sombra.
Porque la sombra es la nieve
oscura,
la impensable callada nieve
negra.
¡Cae la nieve sobre la noche!
¡Qué luz de atardecer increíble,
hecha del polvo más fino,
llena de misteriosa tibieza,
anuncia la aparición de la nieve!
Luego, por hilos invisibles
descienden
y sueltos en el aire como una cabellera,
copos de pluma, copos de espuma.
Y algo dulce sueño,
del sueño sin angustia,
infantil, tierno, leve
goce no recordado,
tiene la milagrosa
forma en que por la noche
caen las silenciosas
sombras blancas de la nieve.
CEMENTERIO EN LA NIEVE
A nada puede compararse un
cementerio en la nieve.
¿Qué nombre dar a la blancura sobre lo
blanco?
El cielo ha dejado caer insensibles
piedras de nieve
sobre las tumbas,
y ya no queda sino la nieve sobre la
nieve
como la mano sobre sí misma eternamente
posada.
Los pájaros prefieren atravesar el
cielo,
herir los invisibles corredores del aire
para dejar sola la nieve,
que es como dejarla intacta,
que es como dejarla nieve.
Porque no basta decir que un cementerio
en la nieve
es como un sueño sin sueños
ni como unos ojos en blanco.
Si algo tiene de un cuerpo insensible y
dormido,
de la caída de un silencio sobre otro
y de la blanca persistencia del olvido,
¡a nada puede compararse un cementerio
en la nieve!
Porque la nieve es sobre todo
silenciosa,
más silenciosa aún sobre las losas
exagües:
labios que ya no pueden decir una
palabra.
NORTH
CAROLINA BLUES
a Langston Hughes
En North Carolina
En North Carolina
el aire nocturno
es de piel humana.
Cuando lo acaricio
me deja, de pronto,
en los dedos,
el sudor de una gota de agua.
Meciendo el tronco vertical,
desde las plantas de los pies
hasta las palmas de las manos
el hombre es árbol otra vez.
Si el negro ríe,
enseña granadas encías
y frutas nevadas.
mas si el negro calla,
su boca es una roja
entraña.
¿Cómo decir
que la cara de un negro se
ensombrece?
Habla un negro:
—Nadie me entendería
si dijera que hay sombras blancas
en pleno día.
En diversas salas de espera
aguardan la misma muerte
los pasajeros de color
y los blancos, de primera.
Nocturnos hoteles:
llegan parejas invisibles,
las escaleras suben solas,
fluyen los corredores,
retroceden las puertas,
cierran los ojos las ventanas.
Una mano sin cuerpo
escribe y borra negros
nombres en la pizarra.
Confundidos
cuerpos y labios,
yo no me atrevería
a decir en la sombra:
Esta boca es la mía.
MUERTE EN EL FRÍO
Cuando he perdido toda fe en el
milagro,
cuando ya la esperanza dejó caer
la última nota
y resuena un silencio sin fin,
cóncavo y duro;
cuando el cielo de invierno no es
más que la ceniza
de algo que ardió hace muchos,
muchos siglos;
cuando me encuentro tan solo, tan
solo,
que me busco en mi cuarto
como se busca, a veces, un objeto
perdido,
una carta estrujada, en los
rincones;
cuando cierro los ojos pensando
inútilmente
que así estaré más lejos
de aquí, de mí, de todo
aquello que me acusa de no ser
más que un muerto,
siento que estoy en el infierno
frío,
en el invierno eterno
que congela la sangre en las
arterias,
que seca las palabras amarillas,
que paraliza el sueño,
que pone una mordaza de hielo a
nuestra boca
y dibuja las cosas con una línea
dura.
Siento que estoy viviendo aquí mi
muerte,
mi sola muerte presente,
mi muerte que no puedo compartir
ni llorar,
mi muerte de que no me consolaré
jamás.
Y comprendo de una vez para nunca
el clima del silencio
donde se nutre y perfecciona la
muerte.
Y también la eficacia del frío
que preserva y purifica sin
consumir como el fuego.
Y en el silencio escucho dentro
de mí el trabajo
de un minucioso ejército de
obreros que golpean
con diminutos martillos mi linfa
y mi carne estremecidas;
siento cómo se besan
y juntan para siempre sus orillas
las islas que flotaban en mi
cuerpo;
cómo el agua y la sangre
son otra vez la misma agua
marina,
y cómo se hiela primero
y luego se vuelve cristal
y luego duro mármol,
hasta inmovilizarme en el tiempo
más angustioso y lento,
con la vida secreta, muda e
imperceptible
del mineral, del tronco, de la
estatua.
PARADOJA DEL MIEDO
¡Cómo pensar, un instante
siquiera,
Que el hombre mortal vive!
El hombre está muerto de miedo,
De miedo mortal a la muerte.
El miedo lo acompaña como la sombra al
cuerpo,
Le asalta en las tinieblas,
Se revela en su sueño,
Toma, a veces, la forma del valor.
Y sin embargo existe un miedo, miedo
mayor,
Mayor aún que el miedo a la muerte,
Un miedo más miedo aún:
El miedo a la locura,
El miedo indescriptible
Que dura la eternidad del espasmo
Y que produce el mismo doloroso placer;
El miedo de dejar de ser uno mismo
Ya para siempre,
Ahogándose en un mundo
En que ya las palabras y los actos
No tengan el sentido que acostumbramos
darles;
En un mundo en que nadie,
Ni nosotros mismos,
Podamos reconocernos
«¿Ese soy yo?»
«¡Este no soy yo!»
O el miedo de llegar a ser uno mismo
Tan directa y profundamente
Que ni los años, ni la consunción ni la
lepra,
Nada ni nadie
Nos distraiga un instante
De nuestra perfecta atención a nosotros
mismos,
Haciéndonos sentir nuestra creciente,
Irreversible parálisis.
¡Cuántas veces nos hemos sorprendido
exclamando
desde el mas recóndito pozo de nuestro
ser
y por boca nuestras heridas extrañas:
«¡Pero si no estoy loco!»
«¡Acaso crees que estoy muerto!»
Y no obstante ese miedo,
Ese miedo mortal a la muerte,
Lo hemos sentido todos,
Una vez y otra vez,
Atrayente como el vacío,
Como el peligro, como el roce que va
derecho al espasmo,
Al espasmo que es la sola muerte
Que la bestia y el hombre conocen y
persiguen.
¿Y qué vida sería la de un hombre
que no hubiera sentido, por una vez
siquiera,
la sensación precisa de la muerte.
Y luego su recuerdo,
Y luego su nostalgia?
Si la sustancia durable del hombre
No es otra sino el miedo;
Y si la vida es un inaplazable
Mortal miedo a la muerte,
Puesto que ya no puede sentir miedo,
Puesto que ya no puede morir,
Sólo un muerto, profunda y
valerosamente,
Puede disponerse a vivir.
VOLVER…
Volver a una patria lejana,
volver a una patria olvidada,
oscuramente deformada
por el destierro en esta tierra.
¡Salir del aire que me encierra!
y anclar otra vez en la nada.
La noche es mi madre y mi hermana,
la nada es mi patria lejana,
la nada llena de silencio,
la nada llena de vacío,
la nada sin tiempo ni frío,
la nada en que no pasa nada.
DÉCIMA MUERTE
a Ricardo de Alcázar
I
¡Qué prueba de la existencia
habrá mayor que la suerte
de estar viviendo sin verte
y muriendo en tu presencia!
Esta lúcida conciencia
de amar a lo nunca visto
y de esperar lo imprevisto;
este caer sin llegar
es la angustia de pensar
que puesto que muero existo.
II
Si en todas partes estás,
en el agua y en la tierra,
en el aire que me encierra
y en el incendio voraz;
y si a todas partes vas
conmigo en el pensamiento,
en el soplo de mi aliento
y en mi sangre confundida
¿no serás, Muerte, en mi vida,
agua, fuego, polvo y viento?
III
Si tienes manos, que sean
de un tacto sutil y blando
apenas sensible cuando
anestesiado me crean;
y que tus ojos me vean
sin mirarme, de tal suerte
que nada me desconcierte
ni tu vista ni tu roce,
para no sentir un goce
ni un dolor contigo, Muerte.
IV
Por caminos ignorados,
por hendiduras secretas,
por las misteriosas vetas
de troncos recién cortados
te ven mis ojos cerrados
entrar en mi alcoba oscura
a convertir mi envoltura
opaca, febril, cambiante,
luminosa, eterna y pura,
en materia de diamante.
V
No duermo para que al verte
llegar lenta y apagada,
para que al oír pausada
tu voz que silencios vierte,
para que al tocar la nada
que envuelve tu cuerpo yerto,
para que a tu olor desierto
pueda, sin sombra de sueño,
saber quede ti me adueño,
sentir que muero despierto.
VI
La aguja del instantero
recorrerá su cuadrante,
todo cabrá en un instante
del espacio verdadero
que, ancho, profundo y señero,
será clásico a tu paso
de modo que el tiempo cierto
prolongará nuestro abrazo
y será posible acaso,
vivir después de haber muerto.
VII
En el roce, en el contacto,
en la inefable delicia
de la suprema caricia
que desemboca en el acto,
hay el misterioso pacto
del espasmo delirante
en que un cielo alucinante
y un infierno de agonía
se funden cuando eres mía
y soy tuyo en un instante.
VIII
Hasta en la ausencia estás viva:
porque te encuentro en el hueco
de una forma y en el eco
de una nota fugitiva;
porque en mi propia saliva
fundes tu sabor sombrío,
y a cambio de lo que es mío
me dejas sólo el temor
de hallar hasta en el sabor
la presencia del vacío.
IX
Si te llevo en mí prendida
y te acaricio y escondo;
si te alimento en el fondo
de mi más secreta herida;
si mi muerte te da vida
y goce mi frenesí
¿qué será, Muerte, de ti
cuando al salir yo del mundo,
deshecho el nudo profundo,
tengas que salir de mí?
X
En vano amenazas, Muerte,
cerrar la boca a mi herida
y poner fin a mi vida
con una palabra inerte.
¡Qué puedo pensar al verte,
si en mi angustia verdadera
tuve que violar la espera;
si en la vista de tu tardanza
para llenar mi esperanza
no hay hora en que yo no muera!
AMOR
CONDUSSE NOI AD UNA MORTE
Amar es una angustia, una
pregunta,
una suspensa y luminosa duda;
es un querer saber todo lo tuyo
y a la vez un temor de al fin saberlo.
Amar es reconstruir, cuando te
alejas,
tus pasos, tus silencios, tus palabras,
y pretender seguir tu pensamiento
cuando a mi lado, al fin inmóvil,
callas.
Amar es una cólera secreta,
una helada y diabólica soberbia.
Amar es no dormir cuando en mi lecho
sueñas entre mis brazos que te ciñen,
y odiar el sueño en que, bajo tu frente,
acaso en otros brazos te abandonas.
Amar es escuchar sobre tu pecho,
hasta colmar la oreja codiciosa,
el rumor de tu sangre y la marea
de tu respiración acompasada.
Amar es absorber tu joven savia
y juntar nuestras bocas en un cauce
hasta que de la brisa de tu aliento
se impregnen para siempre mis entrañas.
Amar es una envidia verde y muda,
una sutil y lúcida avaricia.
Amar es provocar el dulce instante
en que tu piel busca mi piel despierta;
saciar a un tiempo la avidez nocturna
y morir otra vez la misma muerte
provisional, desgarradora, oscura.
Amar es una sed, la de la llaga
que arde sin consumirse ni cerrarse,
y el hambre de una boca atormentada
que pide más y más y no se sacia.
Amar es una insólita lujuria
y una gula voraz, siempre desierta.
Pero amar es también cerrar los ojos,
dejar que el sueño invada nuestro cuerpo
como un río de olvido y de tinieblas,
y navegar sin rumbo, a la deriva:
porque amar es, al fin, una indolencia.
XAVIER VILLAURRUTIA (1903, Ciudad
de México —1950), constituye el mejor ejemplo de literato más puro, tanto en su
vida como en su obra. Nunca ocupó cargos institucionales ni se entrometió en la
política. Fue un ser tímido y solitario, y es difícil encontrar en su obra
referencias autobiográficas. Es probable que su temprana muerte, murió el 25 de
diciembre de 1950 con 47 años, le haya evitado una posible posición
conformista. En cualquier caso, en la vida cultural mexicana, es uno de los
pocos ejemplos de una actitud inquebrantable en el campo artístico.
Formó parte del grupo
«Contemporáneos», formado por Salvador Novo y Jorge Cuesta entre otros. En 1927
funda, con el primero, la revista Ulises
y un grupo de teatro experimental con el mismo nombre. Probó suerte con muchas
obras de teatro, pero sin embargo sus atrevidos intentos en este género fueron
en su mayoría frustrados y ha pasado a la posteridad por la enorme fuerza
expresiva de su poesía y en concreto de la obra que ahora tenemos el placer de
presentaros: Nostalgia de la muerte.
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