sábado, 13 de febrero de 2021

Lisboa, 1967 . CORRER EL TUPIDO VELO. PILAR DONOSO.

 


Lisboa, 1967

 

Viajan en un barco de carga, por doscientos dólares cada uno, desde Nueva York a Lisboa. Llegan a este limbo delicioso que creían que era Portugal, pero les va muy mal. Primero, la tragedia de no poder encontrar casa. Mi padre, con sus visiones románticas de villas dieciochescas, estaba muy decepcionado y todo lo que veía era feo. Por esto van a Sintra.

Sintra es divino, pared con musgo, mucha hortensia en la sombra de los castaños, mucho Lord Byron slept here, mucho Browning enterrado en el cementerio, mucha flor, mucho verde, mucha estatua musgosa: in other words, a place after my own heart. Alquilamos una casita divina en la calle a la que llegabas por una escalinata desde la plaza, entre castaños y guindos, con una gran vista sobre el castillo. Volvimos a Lisboa ebrios de romanticismo, esa noche nos compramos las obras completas de Browning para ir a leerlas bajo los cipreses y los plátanos del cementerio, sentados en la hiedra, y fuimos felices esa noche. A la mañana siguiente, cuando nos aprontábamos a hacer maletas, telefonazo de un amigo portugués: pero si nadie va a Sintra en verano, está perpetuamente cubierto por una nube y llueve y llueve, y si el día que ustedes estuvieron había sol, quiere decir que es el único día de sol en la historia de los veranos en Sintra. Llamamos a la agencia y dijimos que no íbamos a tomar esa casa. Seguimos buscando. Dimos con un manoir en Setúbal, junto al mar, en un gran puerto de pescadores: casa auténticamente del XVIII, con muebles imperio portugués, olivar y naranjal privados, par de palmeras, la casa frente al mar, y al frente sesenta kilómetros de playa blanca desierta a la que cruzas en bote. Dijimos, claro, los turistas aquí no vienen porque es puerto industrial, donde hacen las mejores sardinas en conserva, pero nosotros, que somos «superiores», entendemos la belleza de lo no bello, de lo no pintoresco, tomamos la casa. Nos trasladamos con camas y petacas. Habíamos estado dos horas y comprendimos a los turistas, y nos dimos cuenta por qué este manoir fabuloso nos costaba tan poco al mes: entre nosotros y la playa había una carretera y una línea de ferrocarriles. Bueno, nadie nos había dicho que un poco más allá estaban todas las fábricas de sardinas en conserva de Portugal. Por la carretera pasaban constantemente los camiones y el traqueteo era infernal. Súmale, cada media hora, la pasada del tren que remecía la pobre casa dieciochesca hasta sus fundamentos. Súmale que el aire estaba viciado por el olor a sardina, y te paseas por el huerto de los naranjos junto a una maravillosa noria dieciochesca respirando sardinas en conserva. Pero era tan linda la casa que decidimos tratar de habituarnos, pero sólo resistimos una semana.

Al atardecer mi padre solía sentarse a escribir y miraba a mi madre bajar a una noria a buscar agua. De pronto, uno de esos días empieza a sentirse muy mal, la fiebre le sube a cuarenta grados... delirio, disentería. Llamaron a un médico que lo examinó y entendió inmediatamente qué pasaba. Acto seguido llevó a mi madre junto al pozo de donde ella había sacado agua:

—¿No ve? —le preguntó.

—No, nada —contestó ella—. Porque para no echar a perder el cuadro que Pepe ve desde la ventana de mi bajada a la noria con el cántaro al hombro, nunca me pongo anteojos.

La noria estaba infestada de sapos, pescados, guarisapos, anguilas, ratones y quizás qué más. Salieron corriendo de ahí, mi padre volando en fiebre. Llegaron a una casa en Venda do Pinheiro donde podría recuperarse. En cuanto se sanó, le sobrevino un violento ataque de úlcera que lo dejó en cama por tres semanas. Un verdadero calvario.

En ese tiempo trató de escribir, pero fue imposible; el ambiente lo hizo sentirse abrumado.

—Lo pasé pésimo, nadie nos cotizó, yo tenía una idea romántica de Portugal, era gran admirador del novelista Eça de Queirós, me imaginé cualquier cosa, menos lo que resultó —me contaba mi padre.

Ante tales problemas, parten raudos a Madrid. Allí deciden, finalmente, adoptar un hijo y empiezan con los trámites necesarios, engorrosos y largos, aunque Luis Guillermo de Perinat, amigo de mi madre, agiliza el proceso saltándose muchas de las formalidades requeridas. Están decididos a dar el paso, pero veo en un cuaderno de esa época las siguientes divagaciones de mi padre:

¿Vale la pena tener hijos? Isn’t it vastly overrated? Sé que no vale la pena ser hijo, en muchos sentidos, hasta que no aprendes que no tienes para qué amar tanto a tus padres, y entonces empiezas recién a compensar. Tener un hijo, por lo tanto, tiene que ser igualmente fatigoso.

Muchos años más tarde encontré un proyecto en relación a esas dudas sobre la paternidad: un «ensayo-novela» escrito en forma de carta para mí, cuando yo tenía dieciocho años, titulado Carta genealógica a mi hija. Remeció muchos de mis dolores escondidos, muchas dudas y, a la vez, mucho amor por la generosa elección de adoptarme y amarme sin obligación alguna.

Él tuvo una profunda empatía con mi condición, lo que asoció a su propio sentimiento de clochard. En eso éramos dos sin historia, aunque en la realidad él la tenía, nunca se sintió realmente parte de algo y el fantasma del clochard era su marca. De algún modo quería comparar mi frágil identidad social con la suya. Esa fragilidad, con sus angustias y rebeldías, le parecía una fuente de creatividad. Escribe sobre un posible ensayo:

Ciertos novelistas tuvieron que inventar, de alguna manera, un pasado, un origen, porque el propio no los satisfacía, y este origen creado, sobre todo en sus novelas, les proporcionaba cierta seguridad. Para examinar este problema de una manera no teórica, tengo la intención de recrear, como en una novela, la historia de mi propia familia, y analizar sus bajos y altos históricos y sociales, con especial atención en los personajes, períodos y situaciones de crisis y ruptura de su identidad social. Narraré esto en primera persona, reflejado en mi propia dolorosa experiencia de estas dudas de mí mismo que me vienen desde mi niñez, y de qué manera esta aparente falla, o debilidad, parece haber sido, en mi caso, una parte importante en la formación de mi vida imaginativa, y mi creación literaria.

Por otro lado, el otro ingrediente de esta Carta genealógica a mi hija es el hecho de que mi familia es muy característicamente chilena, familia troncal con la que está relacionada consanguíneamente casi toda la población de Chile. El fundador del apellido llegó a Chile en 1581, y en cuatro siglos de chilenidad su descendencia ha proliferado tanto, que descendientes de ese primer capitán de caballos del siglo XVI hay en todas las clases sociales del país y en todas las profesiones y regiones. En España, en cambio, Donoso es un apellido escaso, relegado a una pequeña región de Extremadura. Los Donoso en España no han sido ni prolíficos ni brillantes, pero en Chile es tan enorme y abigarrada la variedad de personajes producidos por la familia, desde corregidores y políticos hasta bandidos, militares y futbolistas, que resulta interesante examinar quiénes fueron algunos de ellos, y quiénes son.

Quiero, exhumando ciertos recuerdos, refiriéndome a ciertos personajes clave, a ciertos lugares y acontecimientos, pintar un cuadro de mi propia sensación de ambigüedad social y de la de mi familia, que tanto sentí en mi adolescencia y que ahora me parece un fenómeno interesante desde el punto de vista literario.

Por otra parte, este salvataje del pasado familiar se lo quiero ofrecer a mi hija, que no lo tiene, como regalo, ya que será libre para asumirlo como pasado que le pertenece o para rechazarlo completamente: es en el momento de ejercer esa opción, me parece, que adquirirá una identidad social fuerte.

Como se ve, estos serán los elementos que conformarán, más tarde, Conjeturas sobre la memoria de mi tribu. A pesar de incluir el análisis de situaciones políticas, sociales y literarias, será esencialmente un trabajo literario. No tendrá nada de científico. Por el contrario, querrá que todo friso sea visto a través de la emoción y de la imaginación; demostrar así que esa debilidad identitaria que tan profundamente sintió en su adolescencia no es más que una de las tantas formas de la marginalidad, en cierto sentido necesarias, para el creador.

Y llega el día cuando mis padres se convierten en mis padres. Me adoptaron en Madrid y mis nombres en la partida de nacimiento española dicen María del Pilar Rodríguez Núñez. Atrás, en una nota explicativa, se ve escrito: «apellidos a modo identificatorio». De manera que mi nombre lo llevaba desde antes, el mismo que mi madre adoptiva. Fui bautizada así por las monjas que dirigían la Inclusa de Madrid, hogar de acogida donde fui dejada.

¿Coincidencia?

¿Destino?

No lo sé.

Les fui entregada a los tres meses de vida y ese mismo día, conmigo como hija, mis padres se trasladaron a vivir a Pollensa, en la isla de Mallorca.

Comienza aquí, entonces, mi historia junto a ellos.


FUENTE:

 

Formato

Libro físico

Autor

Pilar Donoso

Editorial

Alfaguara

Categoría

Biografía

Tema

Chileno

Colección

Hispánica

Año

Sin información

Idioma

Español

N° páginas

440

Encuadernación

Tapa blanda

Peso

Sin información

Isbn

9562397165

Isbn13

9789562397162


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