jueves, 3 de diciembre de 2020

Borís Pasternak Georges Perec Ezra Pound Iván Turguéniev. 44 escritores de la literatura universal.

 


Borís Pasternak

Georges Perec

Ezra Pound

Iván Turguéniev

 

  

Borís Pasternak

Hijo de artistas, jugaba a veces de niño, con su hermano, a organizar exposiciones. Colgaban sus dibujos por las paredes, hacían un catálogo en el que figuraban los títulos, y organizaban inauguraciones a las que acudían los padres y el servicio. Un verano, cuando tenía trece años, una yegua lo tiró mientras montaba, y estuvo a punto de arrollarlo con los cascos. Se rompió una pierna que soldó algo más corta que la otra y que le provocó una sutil y elegante cojera de por vida. A partir de ese día, en las inauguraciones hacía de crítico. La mirada atenta, el gesto adusto, algo desabrido. Y cojo.

 



 Georges Perec

Su padre había muerto en la guerra, casi por accidente, el día antes del armisticio. Su madre, judía, fue deportada a Auschwitz, donde también murió. Unas navidades, una tía suya con la que vivía le llevó a una juguetería para que eligiera su regalo: unos patines o una caja de soldaditos. Él eligió los soldados, señalándolos gozoso con el dedo, en el escaparate, pero su tía le compró los patines. Más tarde, durante un curso casi completo, fue andando al colegio para ahorrarse los dos francos del autobús con los que, cada semana, compraba una de aquellas figuras, uniformadas, con fusil, y casco y radio de campaña.


 

 

 Ezra Pound

Barbirrojo, el rostro afilado, la mirada acuosa, un tanto fantasmagórica. Llevó durante años un llamativo sombrero oscuro, de ala, con una larga pluma, y un zarcillo en la oreja, como un pirata. Una vez, en casa de una de sus anfitrionas, pidió permiso para utilizar el baño. Cuando lo buscaron más tarde, extrañados por su tardanza, lo encontraron metido en la bañera, canturreando, desnudo. Se forzaba a escribir un soneto diario que destruía siempre a fin de año, impasible, arrojándolos uno a uno tranquilamente al fuego.

 

 

Iván Turguéniev

Alto, cortés, elegante. En una de sus partidas de caza conoció a una joven obrera en los alrededores de San Petersburgo. Charlaron de los carruajes, los vestidos, las lámparas de cristal, la ópera… Un día le pidió una pastilla de jabón perfumado. Cuando se la llevó, se marchó y volvió a los pocos minutos, alterada por la emoción. Tenía las manos limpias y fragantes. «Ahora», le dijo tendiéndolas ante él, «estrécheme las manos como hace con las damas en los bailes». Y él, que lo entendió todo de repente, se arrodilló a sus pies.

 

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