Gerardo Diego
(1941-1967)
Madrid, 1967
3ª Edición,
1977
PRÓLOGO
El presente
libro, como de su título puede deducirse, es la continuación del que sin más
diferencia que el adjetivo primero apareció en su día como número 219 de esta
misma simpática, popular y ya tan caudalosa Colección Austral. Y digo no en su
año sino en su día, porque lo primero que tengo que explicar es por qué se
repite la fecha 1941 como límite de cierre de aquel libro y de arranque de
éste. Fue 1941, año por otra parte de graves dificultades para mí como para
tantos seres humanos, uno de los más fecundos en la historia de mi poesía,
refugio y consuelo para uno mismo y para mis próximos y deseables lejanos
—prójimos todos— por lo que supone de afirmación, a veces desesperada, de fe en
medio de la lucha por el pan y por la paz. Y como si la entrega del original de
mi Antología en el mes de febrero hubiese estimulado mi inquietud
productora, mientras que en las pocas semanas transcurridas del nuevo año no
escribí sino estrictamente las cuatro poesías indicadas en la Tabla
cronológica, luego, mientras esperaba turno, corregía pruebas o distribuía y
firmaba ejemplares, multipliqué mis apuestas a la perduración —que eso son
siempre los ensayos ilusionados de poesía— con abundancia quizá viciosa y que
puede calcularse a tenor de la nueva Tabla al final de este libro.
Son, pues,
veintisiete años largos —escribo este prólogo en junio— los que abarca esta Segunda
Antología, período aún mayor que el de la otra y en conjunto de producción
más activa. Por eso esta selección tiene que ser en justicia más extensa. Y sin
embargo los libros representados no lo están en conjunto tan suficientemente
porque he tenido que someterme a las normas de extensión máxima que muy lógicas
razones editoriales marcan. Esta vez calculo que lo aquí incluido no excederá
de la quinta parte de lo impreso en mis libros, con algunas muestras de los aún
no aparecidos. Por lo cual acaricio la idea —sobre todo por lo que entraña de
sentirme joven y dispuesto a seguir hasta que Dios quiera— de preparar dentro
de algunos años una tercera antología, en la cual vuelva a espigar de los
libros de esta segunda no pocos poemas que no son ni peores ni mejores pero sí
tan míos como los que el lector puede encontrar aquí. Ha sido casi el azar el
que ha dispuesto sacrificar a unos y salvar a otros, ya que no había cabida
para todos.
Y sin embargo mi
poesía —lo reconozco— es desigual, más desigual de calidad o de logro y hasta
de intención o ambición que lo es la de otros poetas, mis rigurosos
contemporáneos y queridos amigos. Tratar de disculpar esta excesiva
benevolencia para con mis hijos del espíritu me llevaría muy lejos, y me he
propuesto que estas páginas sean las menos posibles.
También me
considero dispensado de volver a insistir sobre cuanto dije en mi Primera
Antología acerca de la diversidad de estímulos, de propósitos y de técnicas de
mi obra poética. Allí quedó claramente expresado lo que pienso y siento y es,
al menos para mí, cabal justificación. No obstante, y aunque aquellos párrafos
se han citado muchas veces, no deja de ser frecuente aún en libros y artículos
críticos sobre mí acusarme de algo así como veleidad, frivolidad o juego y
hasta de «piruetas creacionistas», y esta definición circense adscribirla, como
travesura, a mi juventud principiante, antes de sentar la cabeza. El lector de
este volumen podrá comprobar que he seguido siendo fiel a tales libertades y
apariencias de anarquía mental —la procesión constructiva y la coherencia
poética va por dentro— hasta el mismo año pasado, en que entregué a la imprenta
para las ediciones del Instituto de Cultura Hispánica una nueva serie de poemas
creacionistas o poscreacionistas para añadir a mi Biografía incompleta y seguir
así incompletándola. Por otra parte, la mayor parte de los poemas de la primera
edición los compuse después de 1941.
Y es que para
expresar ciertas honduras misteriosas o para crear objetivamente cuadros o
sinfonías de palabras de emoción generalmente patética o trágica, a mí me es
preciso servirme de la libertad imaginativa y del rigor asociativo, exactamente
lo mismo que le sucede a cualquier músico o a los pintores que pretenden lograr
obras autónomas frente a las apariencias de la realidad.
Y esto es todo
cuanto tenía que decir. Mi fe en la
Poesía sigue
siendo fundamental en mi vida. Fe quiere decir que la Poesía existe y que el
hombre no podría vivir sin ella. Nada más humano, nada más generoso como
ofrenda, de un hombre a los demás hombres, y tanto más generoso si no se lo
hace agradecer subrayándoselo en su contexto mismo.-
Y gracias a
todos. A cuantos han seguido mi modesta obra con fidelidad de amigos suyos y
míos. A cuantos me han ayudado con el ejemplo de su trabajo poético
—contemporáneos, clásicos—, contagiándome de fiebre creadora y de ilusión en la
posibilidad y la eficacia de la palabra poética. A los que han escrito sobre
mis versos con elogios que me abruman. Y hasta a aquellos que me han imitado, a
veces hasta el plagio, yo creo que inocente. Y más que a todos ellos, a los que
espontáneamente han venido c mí por carta o en persona y me han confesado el
consuelo o el descubrimiento de sí mismos que mi poesía les procuró. Por esas
solas queridísimas relaciones de alma a alma, bien vale la pena de haber
trabajado tantos miles de horas. No hay penas de amor perdidas, todas las penas
de amor son ganadas.
1967
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