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DE
LA ASTUCIA
(1612)
Tomamos
la astucia por una sabiduría siniestra y perversa; y, en verdad, que hay gran
diferencia entre un hombre astuto y uno sabio, no sólo en punto a honradez sino
en punto a capacidad. Se puede barajar las cartas y no saber jugar bien; así es
que hay algunos que son buenos como agentes electorales y miembros de partido
y, sin embargo, son débiles. Además, una cosa es entender a las personas y otra
entender los asuntos; pues hay muchos que entienden perfectamente los humores
de los hombres y no tienen mucha capacidad en lo realmente importante de un
asunto, lo cual es propio de quien ha estudiado más los hombres que los libros.
Tales personas son más aptas para la acción que para el consejo, y son buenas
sólo en su barrio. Enfrentémoslas ante personas desconocidas y habrán perdido
su rumbo; por eso la antigua norma para distinguir a un tonto de un
inteligente: Mitte ambos nudos ad
ignotos, et videbis[1],
dice muy poco en su favor; y como esos hombres astutos son como buhoneros de
baratijas, no les cuesta mucho trabajo abrir su tienda.
Es
punto de astucia vigilar con la vista a aquel con quien se habla, como dicen
los jesuítas en uno de sus preceptos; pues hay muchos hombres prudentes que
guardan el secreto en su corazón y lo dejan traslucir en la cara; sin embargo,
eso debe hacerse bajando de vez en cuando los ojos con modestia, como también
acostumbran los jesuitas.
Otra
cosa es cuando hay algo que obtener de un enviado y se le entretiene y divierte
con otros temas, de tal modo que no esté demasiado alerta para hacer objeciones.
Conocí un consejero y secretario que nunca se presentaba a la reina Isabel de
Inglaterra con leyes para firmar, sino que siempre le hablaba de cosas de
Estado de tal forma que ella no se preocupara de las leyes.
La
misma sorpresa puede hacerse proponiendo las cosas cuando los otros tienen
prisa y no pueden detenerse a examinar con prudencia lo que se ha propuesto.
Si
un hombre tuviera que impedir un asunto y dudara que alguna otra persona
pudiera llevarlo a cabo con destreza, déjela que lo desee y que lo intente,
pero hágasele ver el posible fracaso.
La
interrupción en medio del asunto sería como decir, si esa persona interviniese:
fomenta un gran apetito en quien te puede proporcionar mayor conocimiento.
Y
puesto que es mejor cuando algo parece que lo han conseguido de ti
preguntándotelo que si lo dices por tu cuenta, pueden poner un cebo por
respuesta poniendo un gesto y cara distintos a los que deseas; para, al final,
dar ocasión a los otros a que pregunten a qué se debe el cambio, como hizo Nehemías:
Y yo no había estado antes triste en
presencia del rey[2].
En
las cosas que son delicadas y desagradables, es conveniente romper el hielo con
algunas cuyas palabras sean de menor peso y reservar las voces más pesadas para
cuando llegue la ocasión, de tal modo que el otro tenga que preguntarle sobre
la otra cuestión; como hizo Narciso al contar a Claudio el matrimonio de
Mesalina con Silio.
En
las cosas en que no queremos vernos es signo de astucia tomar de prestado el
nombre de otros diciendo: la gente dice
o dicen por ahí.
Conocí
uno que, cuando escribía una carta, ponía lo más importante en la posdata, como
si fuese asunto de poca importancia.
Conocí
otro que, cuando tenía que hablar, pasaba de largo sobre lo que más le
importaba; continuaba y retrocedía y luego hablaba de ello como si fuese algo
que casi hubiera olvidado.
Algunos
procuran que les sorprendan en momentos tales en que es probable que se los
encuentren los que ellos quieren y que les encuentren con una carta en la mano,
o haciendo algo a lo que no están acostumbrados para que, en definitiva, les
pregunten sobre esas cosas que ellos están deseando sacar a relucir.
Es
signo de astucia dejar caer con esas palabras alusivas el nombre de una
persona, para que otra persona las oiga y las utilice y, en consecuencia,
aprovecharse de ello. Conocí dos que fueron competidores para el puesto de
secretario en tiempos de la reina Isabel y que, sin embargo, mantenían buenas
relaciones entre ambos, y se confiaban el uno al otro los asuntos; y uno de
ellos dijo que ser secretario en la decadencia de una monarquía era una cosa
delicada y que no la deseaba; el otro captó inmediatamente esas palabras y,
hablando con varios amigos, les dijo que no tenía razón alguna para ser
secretario en la decadencia de una monarquía. El primero se enteró de ello y
consiguió contárselo a la reina, la cual al oír hablar de decadencia de una
monarquía, lo tomó tan a mal que nunca quiso volver a oír de la solicitud del
otro.
Es
astucia lo que nosotros en Inglaterra llamamos the turning of the cat in the pan (la vuelta del gato en tomo de la
cazuela); que es cuando lo que un hombre dice a otro hace ver que a él se lo ha
dicho otra persona; y, para decir la verdad, no es fácil, cuando entre dos
sucede eso, aclarar cuál de los dos lo inició.
Una
forma que algunos utilizan es mirar y lanzarse hacia alguien para justificarse
por su negativa; es como decir: No hago
eso como Tigelino hizo con Burro: Sed
non diversas spes, sed inco-lumitatem imperatoris simpliciter spectare[3].
Algunos
tienen preparados cuentos e historias, como si no tuvieran nada que insinuar,
pero pueden envolverlo en un cuento que sirve tanto para mantenerse ellos en
guardia, como hacer que otros se hagan cargo de ello con más agrado.
Es
un buen rasgo de astucia para una persona acomodar la respuesta que tenga que
dar a sus propias palabras y propósitos porque eso hace que el otro pierda
rapidez.
Es
extraño cuánto tiempo pueden estar mintiendo algunas personas en espera de
poder decir lo que quieren; y cuán lejos pueden ir y cuántos asuntos tocarán
para aproximarse a lo que quieren. Es cosa de mucha paciencia pero también muy
utilizada.
Muchas
veces, una pregunta repentina, atrevida e inesperada sorprende a una persona y
la deja al descubierto. Como aquel que, habiendo cambiado de nombre y pasando
por la catedral de San Pablo, de repente se acercó otro por detrás y le llamó
por su verdadero nombre, con lo cual miró hacia atrás inmediatamente.
Pero
esas fruslerías y pequeñas astucias son infinitas y estaría bien hacer una lista
de ellas; pues nada hace más daño en un Estado que esos hombres astutos pasen
por sabios.
Mas,
en verdad, algunos hay que conocen los resortes y vicisitudes de los negocios
y, sin embargo, no pueden meterse de lleno en ellos; como una casa que tiene
entrada y escalera apropiadas pero ninguna habitación amplia. Por lo tanto, se
les verá encontrar buenas ocasiones al final, pero son incapaces de examinar o
discutir los asuntos; y sin embargo, por lo general, se aprovechan de su
incapacidad y dirán agudezas acerca de la dirección. Otros más bien se basarán
en el engaño de los demás valiéndose de triquiñuelas más que de solidez de sus
propios procedimientos; pero Salomón dice: Prudens
advertit ad gressus suos, stultus divertit ad dolos[4].
Fuente:
Francis
Bacon
Ensayos
ePub r1.0
oronet 15.11.2019
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