LA
FUGA
Entrar
en un cinematógrafo de la calle Lavalle y encontrarme (no sin
sorpresa) en el Golfo de Bengala o en Wabash Avenue me parece muy
preferible a entrar en ese mismo cinematógrafo y encontrarme (no sin
sorpresa) en la calle Lavalle. Hago esta confesión liminar para que
nadie achaque a turbios sentimientos patrióticos esta vindicación
de un film argentino. Idolatrar un adefesio porque es autóctono,
dormir por la patria, agradecer el tedio cuando es de elaboración
nacional, me parece un absurdo.
La
primera virtud que cabe destacar en La fuga es la continuidad. Hay
numerosos films —El martirio de Juana de Arco sigue siendo el
espejo y el arquetipo de ese adulado error— que no pasan de meras
antologías fotográficas; acaso no hay un solo film europeo que no
sufra de imágenes inservibles... La fuga, en cambio, fluye
límpidamente como los films americanos. Buenos Aires, pero Saslavsky
nos perdona el Congreso, el Puerto del Riachuelo y el Obelisco; una
estancia entrerriana, pero Saslavsky nos perdona las domas de potros,
las yerras, las carreras cuadreras, las payadas de contrapunto y los
muy previsibles gauchos ladinos a cargo de italianos auténticos.
Segunda
virtud: el director ha desoído las tentaciones lacrimosas del
argumento. Sus malevos ejercen el asesinato como quien ejerce un
oficio: no añoran el tugurio natal en tangos elegiacos y los comanda
un serio caballero alemán que se complace en animales embalsamados y
vive en una casa funcional grata a los paradigmas de Gropius. Es
cierto qne una de las protagonistas da la vida por su hombre, pero
también es cierto que no le guarda la fidelidad corporal que un
director americano le exigiría. La ayuda un empleado de
investigaciones. Éste (rasgo justísimo y del todo admirable) es
mucho más compadre que los malevos acosados por él.
La
escena de la muerte de la mujer —la escena de su inaudita voz
moribunda— es la más intensa del film. Otro alto momento es la
asombrosa felicidad de la niña, el saber que dos años —sólo dos
años— la separan de una felicidad que ella había pensado
inmediata.
En
cuanto a los defectos... Entiendo que podemos, en buena lógica,
reducirlos a uno: la rastrera y penosa comicidad. El argumento de La
fuga es, mutatis mutandis, el del famoso film The preacher de
Chaplin, malamente rebautizado en estas repúblicas El reverendo
Caradura. No desapruebo la anexión de esta fábula: sí, lo ingenuo
de suponer que en una historia utilizada por Chaplin, quedan por
explorar muchas posibilidades grotescas. Las que nos propone La fuga
—el joven que se sienta en la hoja de pega-pega, el joven que
conversa sin pantalones— son incomodísimas. Otro error, acaso
insanable: la intromisión de personajes caricaturales (en este caso,
la directora de la escuelita) que contaminan a los otros de
irrealidad. A los otros y a la historia que los hospeda.
Sur,
Buenos Aires, Año VII, N° 35, agosto de 1937.
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