PRÓLOGO
Siempre
ha estado ahí. Desde mi adolescencia —aquel austral de Obregón—,
sin que a lo largo de la vida la emoción de su lectura se haya
atenuado. François Villon. Me admiró —como hoy— su poesía,
pero había además algo en él muy cercano, entrañable; hubiera
podido ser un amigo. Como me era familiar su mundo. Luego, en 1960,
en París, en una bouquinerie
cerca de Notre Dame, la edición de Lacroix para Flammarion. Fue la
misma tarde en que compré Illusions
perdues de Balzac. Yo
estaba hojeando ese libro, cuando Armando López Solórzano —¿qué
habrá sido de él?— me señaló el de Villon y me dijo: «Éste sí
que era un poeta». Me llevé los dos libros y poco después, en un
café junto a la Soborna, empecé a leerlo. No he dejado de hacerlo.
Años más tarde hablé mucho de nuestro poeta con quien entonces era
un joven soldado en una batería cercana al Mediterráneo y luego ha
terminado siendo Carlos Cano; a él le entusiasmaba también, y aún
recuerdo cómo se conmovía con esos versos de la octavilla XXXVII de
El Testamento.
Carlos no sabía entonces mucho francés, y de las dificultades para
poder leerlo y de las desastrosas y desalentadoras páginas que por
entonces había en español, me vino la idea de traducirlo «en
serio» ya lo había hecho desde 1964 o 65, sobre mi viejo ejemplar
de la edición de Lacroix, para «aprender». Traduje por aquellos
tiempos —1968/69— algunas baladas. Después abandoné durante
muchos años esa pretensión —no la lectura, que ha sido tan
permanente como Quevedo o Manrique, como Homero o Virgilio, como, más
adelante, Kavafis o Eliot—. Volví a ella en 1978, también con
motivo de unas conversaciones con la poeta Susan Ludvigson, en Rock
Hill, Carolina del Sur; y traduje El
Legado. De nuevo los
papeles se perdieron en cajones, hasta 1983 o 1984, cuando dedicarme
de forma muy intensa a mi viejo y querido Villon, durante bastante
tiempo, fue una especie de opio ante muy graves y amargos momentos en
mi vida. Para esta tarea mucho me ayudaron las versiones inglesas de
John Heron Lepper y John Payne, que Horace Liverigh de New York editó
en 1926 junto a poemas sueltos traducidos por Dante Gabriel Rossetti
y Swinburne. Y así quedó casi terminada esta versión. Que de nuevo
durmió el sueño de los justos; salvo alguna corrección en
Cambridge en el otoño/invierno de 1887 y una revisión que hice en
Villa Gracia hace cuatro o cinco años, en la cual añadí notas
explicativas acerca de los personajes nombrados, lugares o
circunstancias que me parecieron precisar de aclaración.
Hasta
este mes de septiembre de 1997. Una llamada de mis editores de
Pre-Textos —Manuel Ramírez, concretamente— me anunció que iba a
recibir las pruebas de un libro donde se reúnen algunas de mis
conferencias, y que yo había olvidado que lo tenían, y a ellos
avisarme de que lo iban a publicar. Me extrañé muchísimo, pero
Manuel Ramírez me dijo que también pensaban en mi traducción de
los Sonetos
de Shakespeare, la antología (agotada) del Ruiseñor
en la poesía inglesa,
el diario de La
serpiente de bronce
—libro que acababan de sacar en su editorial—, y que si tenía
más inéditos. Al colgar el teléfono, supongo que espoleado por ese
afán editorial y la amistad que me mostraban, pensé en Villon y en
mi olvidada traducción. La desempolvé y me puse a revisarla. Salvo
unos pocos versos, y algún matiz que he ido descubriendo en estos
últimos años en lecturas sobre él y su obra y otras traducciones,
vi que no podía mejorar lo hecho. Solamente he procurado poner al
día la bibliografía, he redactado la brevísima biografía del
poeta, he añadido, eso sí, bastantes notas, y he reproducido el
mapa de París en el siglo XV para que el lector se haga una idea de
cómo era. Es muy poco lo que pago, con esta traducción, de lo mucho
que le debo a Villon.
J.
M. Á.
Budapest,
octubre de 1997
CRONOLOGÍA
1431.
En un París gobernado por los ingleses, bajo el duque de Bedford,
nace (y no sabemos el día) François Villon —entonces de nombre
Montcorbier, por el apellido y lugar de origen de su padre, en el
Borbonesado—. Su familia carecía de fortuna. Lo más probable es
que su casa estuviera en el barrio de alrededor de Los Celestinos,
entre ese convento y el Hôtel
de Ville.
Eran
tiempos amargos, de guerra civil, peste y hambrunas. Peleaban los
Borgoñones, favorables a los intereses de Inglaterra, contra los
Armagnac que defendían los derechos del Delfín, el que sería
Carlos VII. En ese año 1431 es ejecutada en la hoguera, en Ruan, «la
Doncella de Orleans», Juana de Arco. París era una ciudad de unos
300000 habitantes, sucia, de callejuelas innobles que, al caer la
noche (sólo a partir de 1669 se instalaron farolas), eran
peligrosas, incluso en las cercanías del Châtelet,
la Torre de Nesle y el Cementerio de los Inocentes, los únicos tres
lugares iluminados. Pero al mismo tiempo era una ciudad donde se
desarrollaba una intensa actividad comercial, y donde abundaban las
iglesias, las tabernas y los prostíbulos. Barrios de casas de adobe
y madera —la Cité, la place Maubert, Saint-Jacques-la-Bonderie, la
Grève, Saint-André-des-Arts, Saint Antoine, Saint Gervais, la
Vénerie, Sainte Avoie, Saint Martin, les Halles, Saint-Denis,
Saint-Eustache, Saint Honoré…—, rodeando la Santa Capilla y la
Catedral de Nuestra Señora, con catorce puertas abiertas en sus
murallas (las de Carlos V, que terminó Carlos VI, ampliando el
recinto acotado por Felipe Augusto). Junto a la de Saint-Martin, se
alzaba, como aviso y escarmiento, el gran Patíbulo de Montfoucon,
donde los ejecutados permanecían colgados hasta pudrirse o ser
devorados por los pájaros.
No
sabemos de los años de infancia de Villon. Debieron ser los normales
en un niño de familia humilde: juegos en las calles, una gran
libertad sexual, asistencia a las ejecuciones y torturas públicas…
Lo que se llamaba «la educación de la calle», que es de las
mejores.
El
13 de abril de 1436, París volvió a manos francesas. Se firma la
paz entre Carlos VII y Felipe el Bueno. Terminadas las guerras,
aumenta la presencia de facinerosos —soldados que se habían
quedado sin trabajo, etc— que van a ir constituyéndose en
hermandades de delincuentes, como la famosa «Coquilla», favorecidas
por la miseria y las dificultades para imponer la Ley —que además
contaba en sus filas con innumerables cómplices de estos
malhechores.
En
1438, la madre de Villon, ya viuda —el padre debió de morir en la
epidemia de peste de 1433—, consigue que el niño sea tutelado por
Guillaume Villon, que era capellán de Saint-Benoît, llamada «Le
Betourné» porque cuando se construyó se orientó mal, hacia el
suroeste; en 1340 se modificó y de ahí «La bienorientada». Cuando
la nefasta Revolución de 1789, se convirtió en un almacén para el
Teatro del Panteón. Aún hay restos en el jardín del Hotel de
Cluny.
Guillaume
Villon era hombre de notable cultura y sumamente generoso. Amparó al
niño en sus estudios y lo llevó a vivir con él, en su casa,
llamada «La Puerta Roja» porque ese color la distinguía. En esa
casa había una puerta que comunicaba de manera privada con la
Catedral de Notre Dame; quedan restos en lo que es hoy la rue du
Cloître-Notre-Dame (L IX y T LXXXVII). Durante años va a permanecer
el niño junto al canónigo, y aprenderá Historia, Latín,
Humanidades y quizá rudimentos de Derecho, en lo que era muy versado
Guillaume Villon, Doctor en Canónico.
En
1443 se matricula el joven en la Facultad de Artes de París,
sostenido económicamente por su protector. Pero al año siguiente,
por diferencias sobre unos impuestos, la Universidad declara una
huelga y se suspenden las clases. Cabe suponer que estas vacaciones y
el clima de alteración suscitado debieron facilitar la entrega a la
diversión de aquellos estudiantes. Sabemos que cobró mucha vida la
noche y, con ella, las tabernas y las prostitutas. Y que el joven
François no debió de ser ajeno a esa disipación en unión de su
buen amigo Ythier Marchand (L VII y XI y T XCIX).
Son
esos los años en que «descubre» la poesía y lee obras famosas de
su tiempo —Jehan de Meung, las Vigiles
de Morts de Pierre
Nesson, Rutebeuf, Colin de Muset, por supuesto a Charles de Orleans,
que había regresado de su exilio en Inglaterra hacía poco, a
Cristina de Pisan «la Veneciana» (algunos detalles en su obra lo
sugieren) y seguramente El
camino del largo estudio y mutación de la fortuna
y el Cuadrilogo
invectivo de Alain
Chartrier, y debió nutrirse también de algunos griegos y latinos y,
por supuesto, de lecturas piadosas—. Pero no menos debieron
influirle el mural del Cementerio de los Inocentes, o el de los
Celestinos (T LXXXIX y «Balada para rezar a Nuestra Señora»): ese
«Paraíso», ese «Infierno»; y las conversaciones de taberna con
las putas; y los propios «Misterios». Son años también donde las
amistades de la infancia muchas de ellas se han fortificado y han
entrado en su vida personajes sugestivos, no siempre ejemplo de
buenas costumbres, como Colin Cayeux y Régnier de Montigny, que tan
mal acabarían. Y son los años en que empieza a escribir.
En
1449 obtiene su título de Bachiller en Artes y se dispone a seguir
estudios. En ese momento cambia su nombre por el de Villon, no sólo
en homenaje a su protector, sino porque en aquellos tiempos eso no
tenía demasiada importancia y el Villon —respetado en París,
conocido en la Universidad, con asiento social— podía favorecerle
más que el desconocido Montcorbier.
En
1450 sucede en Alemania algo que tendrá una importancia considerable
para el mundo de la Cultura: en Maguncia, un hombre llamado Gutemberg
abre la primera imprenta.
En
1451 la Universidad vuelve a agitarse —en verdad, aún no se había
calmado—: los estudiantes, molestos con la viuda del notario real
Bruyeres (T LXXXVIII y CXLIV), que debió ser dama poco cordial,
deciden reunirse y arrancar un espantoso monolito que dicha señora
tenía ante su casa, al que jocosamente llamaban «Pet-au-Diable»,
esto es: «El Pedo del Diablo». Lo hacen y lo trasladan hasta la
colina de Sainte Genevieve. La desconsolada viuda denunció el caso a
las autoridades. Se puso un nuevo monolito, y también fue arrancado
por los estudiantes, ya envalentonados. La autoridad decidió
imponerse y dieron comienzo una serie de altercados que llegaron a
producir heridos y algún muerto y que llevó hasta la violación del
fuero de la Universidad. Villon tomó parte en las algaradas, y hasta
dice haber hecho un librito sobre el tema, aunque parece que se trata
de una broma, porque jamás se han tenido pruebas de ello.
Lo
que sí trajeron esos sucesos fue una nueva parada en los estudios, y
una mayor inmersión, junto a muchos compañeros, y muchos de ellos
bastante peligrosos, en el mundo de las tabernas y las putas. Como
Villon no tenía dinero, porque el bueno de Guillaume, si le protegía
en sus estudios, es natural pensar que no iba a avivar el desenfreno
de su pupilo, es de suponer que ante el ejemplo de todos aquellos que
sí disponían de sobrada bolsa (llena con robos y estafas), empezase
a ver con buenos ojos las posibilidades que ese camino le abría.
En
1452 gana su título de Maestro en Artes con Licentiam
docenti.
En
1453, seguramente a causa de que algunas de sus poesías se habían
hecho conocidas y a que no debió de ser hombre falto de talento, se
relaciona con el mismísimo preboste de París, Robert
d’Estouteville. No es tampoco tan extraño, ya que d’Estouteville,
y sobre todo su esposa, eran amantes de las Artes y recibían en su
palacio a algunos escritores. Como agradecimiento, Villon le escribió
la balada de su nombre.
Más
o menos por esa época, el poeta conoce a una joven de gran belleza,
Catherine de Vaucelles. Aunque a él desde siempre y por siempre lo
que le tirará son las prostitutas y las aventuras fáciles, parece
que se enamoró de esta joven, y que ella lo marcó con rigor, no
sólo en los sentimientos (LIII y sgts. y T LXV y sgts., XCIV y
«Última balada»). De este período son poemas como «Contra los
enemigos de Francia», «Balada de las damas de ayer», la «Balada
de las mujeres de París» o la «Balada del buen consejo». En 1455
sucede algo que cambia el rumbo y la vida de Villon. El 5 de junio
tiene un mal encuentro con un sacerdote de nombre Philippe Sermoise.
La pelea fue culpa del sacerdote, y Villon no hizo sino defenderse,
pero con tan mala fortuna que causó heridas a aquél, tan graves,
que murió al poco. Para huir de las consecuencias de este homicidio,
Villon abandona París.
La
verdad es que no se aleja mucho (y que debía estar en constante
contacto con Guillaume Villon y otros); seguramente vivió por
Bourg-la Reine o acaso llegara a Port Royal, como se desprende de T
CXV, donde conoció a la famosa abadesa, aunque no hay constancia de
que participase en sus orgías; seguramente la conoció por mediación
del amante de ésta, el fraile carmelita Baudes (T CXX). Lo que sí
es bastante seguro es que por esta época empezó a relacionarse ya
de manera más directa con otros «perdidos» como él, lo que lo
llevó a —como muy poco— tratarse con la hermandad de «la
Coquille»., entre
cuyos miembros había bastantes conocidos suyos. Que estuvo con
ellos, es seguro: hay hasta varios poemas —no incluidos en este
libro: casi nunca se hace, entre otros motivos porque son
intraducibles— escritos en su jerga: el «Jargon».
En
1456 regresa a París gracias a que Guillaume Villon le ha obtenido
dos «cartas de remisión», y de nuevo se instala en la casa de su
tutor. Sigue con los estudios —pero con poco interés—, vuelve a
su vida nocturna en las tabernas, y pretende con más vigor los
favores de Catherine de Vaucelles, que por cierto no se mostró muy
amorosa hacia el poeta y hasta lo hizo objeto de una agresión
bastante contundente, como escarmiento, ante su propio balcón
(quiero decir que presenció la paliza); el jefe de los pandilleros
que dejaron bastante malparado a Villon se llamaba Noël Jolis, y se
vengará de él en el Testamento
CLII. Desde luego, de ella lo hará también (repito: LIII y sgts., T
LXV y sgts. y XCIV y «Última balada»).
Harto
de vivir sin dinero (una de las causas del no de la Vaucelles), de
ver cómo a su alrededor los mediocres prosperaban y cómo la
corrupción se extendía por toda la sociedad, incluyendo a las
respetables autoridades, Villon decide lanzarse de cabeza por el
camino que sus compañeros de jarana le aconsejan desde hace tiempo.
Y con algunos de ellos, Guy Tabarie (T LXXXVIII), Colin Cayeux (T
CLVI), Petit Jehan y Damp Nicolas, prepara un asalto al Colegio de
Navarra. El Colegio había sido fundado en 1304 por doña Juana de
Navarra, mujer de Felipe el Hermoso, y se construyó entre 1309 y
1315. Estaba situado en donde hoy la Escuela Politécnica, en la rue
Descartes. Los compinches deciden que la Navidad es buena ocasión,
ya que el Colegio quedaba sin vigilancia. Y cuando llega la fecha,
escalan, descerrajan los cofres y obtienen un botín de 500 escudos.
A Villon le tocan 120, lo que no dejaba de ser una pequeña fortuna
en ese tiempo.
Regresa
a casa de Guillaume Villon; y debió considerar que, más bien
temprano que tarde, se descubriría todo y su participación, y
decide alejarse de París. Antes de partir, escribe, de un tirón, El
Legado. Y se encamina
a Angers.
En
1457 vivió algunos meses en Angers, tratando de ganarse el favor de
Renato de Anjou, para lo que no escatimó sus halagos («Suplirá a
monseñor de Borbón»), pero no lo consiguió. Allí escribió
también, según se establece, «Los contradichos de Franc Gontier».
Estando en Angers se entera de que en Dijon se está desarrollando un
proceso de envergadura contra varios «coquillards», alguno de eIlos
amigo suyo, y de que la pena va a ser la horca; y también le llega
que su cómplice Tabarie, detenido en París, ha «cantado» todo lo
referente al robo en el Colegio de Navarra, los nombres de los
implicados y hasta que él, Villon, se encuentra en Angers.
Ya
sin dinero —porque en Angers llevó una vida de derroche— se
dirige a Blois, donde sabe que el duque de Orleans gusta de proteger
a los artistas. Pero —y no está claro el porqué— es detenido y
encarcelado por unos días, hasta que a finales de diciembre, la
celebración del nacimiento de la primera hija de los duques, la
princesa María, lo libera. Entonces se decide a participar en las
justas poéticas que el duque ha convocado para 1458 con un pie
forzado que a él se le ha ocurrido. Como resultado de este concurso
(«Balada del concurso de Blois» y «Epístola a María de
Orleans»), el duque lo ampara, y seguramente con generosidad; pero
Villon tiene algunos roces con otros protegidos de aquél y decide
dejar esa corte y dirigirse a Moulins, esperando ganar el amparo de
Juan II de Borbón.
De
camino a Moulins, se detiene en Bourges. Una acusación, envidiosa,
parece ser que de herejía, lo lleva ante el obispo, y cerca está el
poeta de acabar muy mal (se vengará de esto en T CXL y CXLI y
«Balada»). Por fin logra escapar con bien, y reanuda su camino, no
sin enterarse, con gran dolor, supongo, de la ejecución en la horca
de su muy querido Régnier de Montigny (L XVII). Por esos días
escribe la «Balada de las lenguas mentirosas».
En
Moulins no consigue gran ayuda de Juan II, y parte de nuevo. Durante
meses se pierde su rastro. En una ocasión, algún documento lo
afirma, pretendió otra vez el apoyo del duque de Orleans. Pero
transcurren más o menos dos años, en los cuales nada sabemos de él.
Podemos imaginar que volvió a frecuentar la hermandad de «la
Coquille»; y podemos imaginar también la impresión que debió de
causarle, tras la muerte de Montigny, el ajusticiamiento de Colin
Cayeux, en septiembre de 1460.
A
comienzos del verano de 1461, está en Meung-sur-Loire. Tampoco se
saben las razones, aunque seguramente están relacionadas con su
notoria amistad con Colin Cayeux y tantos otros, pero el caso es que
el obispo Thibault d’Aussigny, hombre implacable, ordena su
detención. Quizá pretendió sacarle con tormento el porqué de
algunos robos que no se habían esclarecido. El caso es que lo
entregó al más cruel de sus verdugos (al que por cierto hizo venir
de Orleans, donde estaba con algún «trabajo»): Petit Robert. Los
interrogatorios, con potro y tortura de agua, fueron terribles.
(Sobre el obispo T I y LXXIII y sobre torturas T II, «Epístola a
sus amigos» y «Balada de la apelación»). Sabemos que quebrantaron
a Villon físicamente, hasta haciéndole perder el pelo. A principios
de otoño, Luis XI, que ha sido coronado tras la muerte de Carlos
VII, camino de Tours se aloja en Meung, lo que conlleva la amnistía
de los presos del obispo. Así pudo Villon salir de la prisión.
Maltratado,
fue una vez más a Moulins, para rogar protección, y hasta para ello
escribió la «Suplica al señor de Borbón». Pero no consiguió
sino algunas monedas. Con ellas regresa a París.
Estamos
ya a finales de 1461. Empieza a escribir El
Testamento (no está
determinado si ya antes de volver a París o viviendo en casa de
Guillaume Villon. Yo me inclino a pensar que todo, o casi, está
escrito allí). Poco a poco se repone, aunque jamás por completo.
Vuelve, mesurado, a su vida tabernaria y de golfas. El
Testamento parece
hecho y ordenado en él la serie de poemas anteriores, en los dos o
tres primeros meses de ese año.
Y
de pronto, sin que esta vez tenga nada que ver en el asunto, el 2 de
noviembre es detenido y acusado de un robo. Como se prueba que no ha
sido él, lo ponen en libertad, pero mientras ha estado detenido ha
salido a relucir el viejo asalto al Colegio de Navarra.
Inexplicablemente también, no lo acusan y condenan severamente por
ello, sino que le imponen una multa de los 120 escudos que le habían
correspondido, y le dan tres años para devolverlos. Y no ha hecho
más que poner el pie en la calle, cuando la suerte, una vez más, la
mala suerte, cae sobre él: al salir de cenar (con buen riego de
vinos) con unos amigos, uno de éstos decide gastarle una broma
—pesada— al notario Ferrabuc. Como sea, se produce una riña, y
Ferrabuc es herido levemente. Pero Ferrabuc es hombre de grandes
influencias, y el preboste de París no es ya Robert d’Estouteville,
sino Jacques de Villiers, señor de l’Isle Adam, hombre inexorable
y que está decidido a «limpiar» París de vagabundos y ladrones.
Todo ello termina dando una vez más Villon con sus huesos en el
Châtelet,
donde, cuando todo lo que espera es una pena moderada, se encuentra
de sopetón con interrogatorios durísimos, el más cruel de los
encarcelamientos y —suma arbitrariedad— ¡con una sentencia de
muerte!
Aterrado,
mientras espera la vía dolorosa hacia el Patíbulo de Montfoucon,
donde varios amigos suyos ya han sido ejecutados —y mientras
Guillaume Villon y cuantos le conocen y estiman hacen todo lo posible
por liberarlo de tan injusta condena—, escribe la «Balada de los
ahorcados», su «Epitafio», y el de cuatro versos (XIII en Otras
poesías).
Por
fin, han sido tantas las exhortaciones en su favor, que el Tribunal
revisa la causa, y el 5 de enero de 1463 conmuta la sentencia de
muerte por el destierro de París por diez años. En agradecimiento,
Villon escribe el «Elogio a la Corte» («Súplica a la Corte del
Parlamento») y «Apelación». Y el 8 o 9 de enero —tras ese plazo
de tres días que en esa balada suplica— abandona París y jamás
volvió a saberse de él.
El
texto francés que elegí primero, fue el ordenado por Pierre Michel,
para su edición en Le
livre de poche; luego
tuve muy en cuenta el de Paul Lacroix; pero después he preferido el
establecido por Claude Thiry para su edición en Lettres
gothiques también de
Le livre de poche.
Thiry respeta el original, las acaso más acertadas interpretaciones
de los manuscritos y primeras ediciones (por ejemplo la edición
crítica de Jean Rychner y Albert Henry), permitiéndose tan sólo
cierta libertad en los signos diacríticos: indicación de diéresis
y «e» finales hoy mudas, así como sometimiento al acento agudo y
al grave de distinción de la «à» preposición, el pronombre «où»,
o ciertos términos como «près» y «après».
He
dejado fuera de esta edición las baladas en «Jargon». Aunque ya
una edición de 1489—la de Pierre Levet— incluía junto a la obra
«canónica», seis de estas baladas y otras cinco aparecen en el
manuscrito de Estocolmo, no está asegurada su autenticidad. Bien
pudieran ser de mano de Villon, o al menos alguna de ellas, pues bien
conocía la jerga de «los Coquillards», aunque en general los
versos carecen del vigor que él les imprimía.
He
preferido siempre sacrificar metro y posibilidades de
«embellecimiento» —hasta la atrocidad en ocasiones— antes que
dejar poco claro lo que yo creo que Villon quiere decir.
LE
LAIS-EL LEGADO
contiene cuarenta octavillas (huitains),
en octosílabos. Su rima es ababbcbc.
Existía
una tradición de este género; basta recordar El
Testamento de Jehan de
Meung. En el manuscrito de la Biblioteca del Arsenal, se intitula Le
lais - François Villon,
lo que permite asegurar que esto fuera lo deseado por Villon (también
se refiere a esto en T LXXVI y en L VIII).
Parece
confirmado que fue escrito de un tirón en la Navidad de 1456, poco
después del robo en el Colegio de Navarra, cuando Villon pensaba
alejarse de París y no sabía por cuánto tiempo.
El
desarrollo de El
Legado: parte de su
«presentación», alude —muy en carne viva esa herida— a su
pasión, no consumada, por Catherine de Vaucelles; y a continuación
empieza a testar, aprovechando esa fórmula para burlarse de un mundo
que, verdaderamente, si le había proporcionado ciertas diversiones,
bien caras las había pagado; la campana del L XXXV le hace ponerse
serio: qué filo el de esa «tinta helada» del L XXXIX. Y firma.
Fuente:
Título original: Lais,
Le Testament
François Villon, 1462
Traducción, prólogo y notas:
José María Álvarez
Editor digital: Titivillus
ePub
base r1.2
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