miércoles, 18 de julio de 2018

François Villon El Legado y El Testamento. LITERATURA DE RESCATE.


PRÓLOGO



Siempre ha estado ahí. Desde mi adolescencia —aquel austral de Obregón—, sin que a lo largo de la vida la emoción de su lectura se haya atenuado. François Villon. Me admiró —como hoy— su poesía, pero había además algo en él muy cercano, entrañable; hubiera podido ser un amigo. Como me era familiar su mundo. Luego, en 1960, en París, en una bouquinerie cerca de Notre Dame, la edición de Lacroix para Flammarion. Fue la misma tarde en que compré Illusions perdues de Balzac. Yo estaba hojeando ese libro, cuando Armando López Solórzano —¿qué habrá sido de él?— me señaló el de Villon y me dijo: «Éste sí que era un poeta». Me llevé los dos libros y poco después, en un café junto a la Soborna, empecé a leerlo. No he dejado de hacerlo. Años más tarde hablé mucho de nuestro poeta con quien entonces era un joven soldado en una batería cercana al Mediterráneo y luego ha terminado siendo Carlos Cano; a él le entusiasmaba también, y aún recuerdo cómo se conmovía con esos versos de la octavilla XXXVII de El Testamento. Carlos no sabía entonces mucho francés, y de las dificultades para poder leerlo y de las desastrosas y desalentadoras páginas que por entonces había en español, me vino la idea de traducirlo «en serio» ya lo había hecho desde 1964 o 65, sobre mi viejo ejemplar de la edición de Lacroix, para «aprender». Traduje por aquellos tiempos —1968/69— algunas baladas. Después abandoné durante muchos años esa pretensión —no la lectura, que ha sido tan permanente como Quevedo o Manrique, como Homero o Virgilio, como, más adelante, Kavafis o Eliot—. Volví a ella en 1978, también con motivo de unas conversaciones con la poeta Susan Ludvigson, en Rock Hill, Carolina del Sur; y traduje El Legado. De nuevo los papeles se perdieron en cajones, hasta 1983 o 1984, cuando dedicarme de forma muy intensa a mi viejo y querido Villon, durante bastante tiempo, fue una especie de opio ante muy graves y amargos momentos en mi vida. Para esta tarea mucho me ayudaron las versiones inglesas de John Heron Lepper y John Payne, que Horace Liverigh de New York editó en 1926 junto a poemas sueltos traducidos por Dante Gabriel Rossetti y Swinburne. Y así quedó casi terminada esta versión. Que de nuevo durmió el sueño de los justos; salvo alguna corrección en Cambridge en el otoño/invierno de 1887 y una revisión que hice en Villa Gracia hace cuatro o cinco años, en la cual añadí notas explicativas acerca de los personajes nombrados, lugares o circunstancias que me parecieron precisar de aclaración.
Hasta este mes de septiembre de 1997. Una llamada de mis editores de Pre-Textos —Manuel Ramírez, concretamente— me anunció que iba a recibir las pruebas de un libro donde se reúnen algunas de mis conferencias, y que yo había olvidado que lo tenían, y a ellos avisarme de que lo iban a publicar. Me extrañé muchísimo, pero Manuel Ramírez me dijo que también pensaban en mi traducción de los Sonetos de Shakespeare, la antología (agotada) del Ruiseñor en la poesía inglesa, el diario de La serpiente de bronce —libro que acababan de sacar en su editorial—, y que si tenía más inéditos. Al colgar el teléfono, supongo que espoleado por ese afán editorial y la amistad que me mostraban, pensé en Villon y en mi olvidada traducción. La desempolvé y me puse a revisarla. Salvo unos pocos versos, y algún matiz que he ido descubriendo en estos últimos años en lecturas sobre él y su obra y otras traducciones, vi que no podía mejorar lo hecho. Solamente he procurado poner al día la bibliografía, he redactado la brevísima biografía del poeta, he añadido, eso sí, bastantes notas, y he reproducido el mapa de París en el siglo XV para que el lector se haga una idea de cómo era. Es muy poco lo que pago, con esta traducción, de lo mucho que le debo a Villon.
J. M. Á.


Budapest, octubre de 1997



CRONOLOGÍA



1431. En un París gobernado por los ingleses, bajo el duque de Bedford, nace (y no sabemos el día) François Villon —entonces de nombre Montcorbier, por el apellido y lugar de origen de su padre, en el Borbonesado—. Su familia carecía de fortuna. Lo más probable es que su casa estuviera en el barrio de alrededor de Los Celestinos, entre ese convento y el Hôtel de Ville.
Eran tiempos amargos, de guerra civil, peste y hambrunas. Peleaban los Borgoñones, favorables a los intereses de Inglaterra, contra los Armagnac que defendían los derechos del Delfín, el que sería Carlos VII. En ese año 1431 es ejecutada en la hoguera, en Ruan, «la Doncella de Orleans», Juana de Arco. París era una ciudad de unos 300000 habitantes, sucia, de callejuelas innobles que, al caer la noche (sólo a partir de 1669 se instalaron farolas), eran peligrosas, incluso en las cercanías del Châtelet, la Torre de Nesle y el Cementerio de los Inocentes, los únicos tres lugares iluminados. Pero al mismo tiempo era una ciudad donde se desarrollaba una intensa actividad comercial, y donde abundaban las iglesias, las tabernas y los prostíbulos. Barrios de casas de adobe y madera —la Cité, la place Maubert, Saint-Jacques-la-Bonderie, la Grève, Saint-André-des-Arts, Saint Antoine, Saint Gervais, la Vénerie, Sainte Avoie, Saint Martin, les Halles, Saint-Denis, Saint-Eustache, Saint Honoré…—, rodeando la Santa Capilla y la Catedral de Nuestra Señora, con catorce puertas abiertas en sus murallas (las de Carlos V, que terminó Carlos VI, ampliando el recinto acotado por Felipe Augusto). Junto a la de Saint-Martin, se alzaba, como aviso y escarmiento, el gran Patíbulo de Montfoucon, donde los ejecutados permanecían colgados hasta pudrirse o ser devorados por los pájaros.
No sabemos de los años de infancia de Villon. Debieron ser los normales en un niño de familia humilde: juegos en las calles, una gran libertad sexual, asistencia a las ejecuciones y torturas públicas… Lo que se llamaba «la educación de la calle», que es de las mejores.
El 13 de abril de 1436, París volvió a manos francesas. Se firma la paz entre Carlos VII y Felipe el Bueno. Terminadas las guerras, aumenta la presencia de facinerosos —soldados que se habían quedado sin trabajo, etc— que van a ir constituyéndose en hermandades de delincuentes, como la famosa «Coquilla», favorecidas por la miseria y las dificultades para imponer la Ley —que además contaba en sus filas con innumerables cómplices de estos malhechores.
En 1438, la madre de Villon, ya viuda —el padre debió de morir en la epidemia de peste de 1433—, consigue que el niño sea tutelado por Guillaume Villon, que era capellán de Saint-Benoît, llamada «Le Betourné» porque cuando se construyó se orientó mal, hacia el suroeste; en 1340 se modificó y de ahí «La bienorientada». Cuando la nefasta Revolución de 1789, se convirtió en un almacén para el Teatro del Panteón. Aún hay restos en el jardín del Hotel de Cluny.
Guillaume Villon era hombre de notable cultura y sumamente generoso. Amparó al niño en sus estudios y lo llevó a vivir con él, en su casa, llamada «La Puerta Roja» porque ese color la distinguía. En esa casa había una puerta que comunicaba de manera privada con la Catedral de Notre Dame; quedan restos en lo que es hoy la rue du Cloître-Notre-Dame (L IX y T LXXXVII). Durante años va a permanecer el niño junto al canónigo, y aprenderá Historia, Latín, Humanidades y quizá rudimentos de Derecho, en lo que era muy versado Guillaume Villon, Doctor en Canónico.
En 1443 se matricula el joven en la Facultad de Artes de París, sostenido económicamente por su protector. Pero al año siguiente, por diferencias sobre unos impuestos, la Universidad declara una huelga y se suspenden las clases. Cabe suponer que estas vacaciones y el clima de alteración suscitado debieron facilitar la entrega a la diversión de aquellos estudiantes. Sabemos que cobró mucha vida la noche y, con ella, las tabernas y las prostitutas. Y que el joven François no debió de ser ajeno a esa disipación en unión de su buen amigo Ythier Marchand (L VII y XI y T XCIX).
Son esos los años en que «descubre» la poesía y lee obras famosas de su tiempo —Jehan de Meung, las Vigiles de Morts de Pierre Nesson, Rutebeuf, Colin de Muset, por supuesto a Charles de Orleans, que había regresado de su exilio en Inglaterra hacía poco, a Cristina de Pisan «la Veneciana» (algunos detalles en su obra lo sugieren) y seguramente El camino del largo estudio y mutación de la fortuna y el Cuadrilogo invectivo de Alain Chartrier, y debió nutrirse también de algunos griegos y latinos y, por supuesto, de lecturas piadosas—. Pero no menos debieron influirle el mural del Cementerio de los Inocentes, o el de los Celestinos (T LXXXIX y «Balada para rezar a Nuestra Señora»): ese «Paraíso», ese «Infierno»; y las conversaciones de taberna con las putas; y los propios «Misterios». Son años también donde las amistades de la infancia muchas de ellas se han fortificado y han entrado en su vida personajes sugestivos, no siempre ejemplo de buenas costumbres, como Colin Cayeux y Régnier de Montigny, que tan mal acabarían. Y son los años en que empieza a escribir.
En 1449 obtiene su título de Bachiller en Artes y se dispone a seguir estudios. En ese momento cambia su nombre por el de Villon, no sólo en homenaje a su protector, sino porque en aquellos tiempos eso no tenía demasiada importancia y el Villon —respetado en París, conocido en la Universidad, con asiento social— podía favorecerle más que el desconocido Montcorbier.
En 1450 sucede en Alemania algo que tendrá una importancia considerable para el mundo de la Cultura: en Maguncia, un hombre llamado Gutemberg abre la primera imprenta.
En 1451 la Universidad vuelve a agitarse —en verdad, aún no se había calmado—: los estudiantes, molestos con la viuda del notario real Bruyeres (T LXXXVIII y CXLIV), que debió ser dama poco cordial, deciden reunirse y arrancar un espantoso monolito que dicha señora tenía ante su casa, al que jocosamente llamaban «Pet-au-Diable», esto es: «El Pedo del Diablo». Lo hacen y lo trasladan hasta la colina de Sainte Genevieve. La desconsolada viuda denunció el caso a las autoridades. Se puso un nuevo monolito, y también fue arrancado por los estudiantes, ya envalentonados. La autoridad decidió imponerse y dieron comienzo una serie de altercados que llegaron a producir heridos y algún muerto y que llevó hasta la violación del fuero de la Universidad. Villon tomó parte en las algaradas, y hasta dice haber hecho un librito sobre el tema, aunque parece que se trata de una broma, porque jamás se han tenido pruebas de ello.
Lo que sí trajeron esos sucesos fue una nueva parada en los estudios, y una mayor inmersión, junto a muchos compañeros, y muchos de ellos bastante peligrosos, en el mundo de las tabernas y las putas. Como Villon no tenía dinero, porque el bueno de Guillaume, si le protegía en sus estudios, es natural pensar que no iba a avivar el desenfreno de su pupilo, es de suponer que ante el ejemplo de todos aquellos que sí disponían de sobrada bolsa (llena con robos y estafas), empezase a ver con buenos ojos las posibilidades que ese camino le abría.
En 1452 gana su título de Maestro en Artes con Licentiam docenti.
En 1453, seguramente a causa de que algunas de sus poesías se habían hecho conocidas y a que no debió de ser hombre falto de talento, se relaciona con el mismísimo preboste de París, Robert d’Estouteville. No es tampoco tan extraño, ya que d’Estouteville, y sobre todo su esposa, eran amantes de las Artes y recibían en su palacio a algunos escritores. Como agradecimiento, Villon le escribió la balada de su nombre.
Más o menos por esa época, el poeta conoce a una joven de gran belleza, Catherine de Vaucelles. Aunque a él desde siempre y por siempre lo que le tirará son las prostitutas y las aventuras fáciles, parece que se enamoró de esta joven, y que ella lo marcó con rigor, no sólo en los sentimientos (LIII y sgts. y T LXV y sgts., XCIV y «Última balada»). De este período son poemas como «Contra los enemigos de Francia», «Balada de las damas de ayer», la «Balada de las mujeres de París» o la «Balada del buen consejo». En 1455 sucede algo que cambia el rumbo y la vida de Villon. El 5 de junio tiene un mal encuentro con un sacerdote de nombre Philippe Sermoise. La pelea fue culpa del sacerdote, y Villon no hizo sino defenderse, pero con tan mala fortuna que causó heridas a aquél, tan graves, que murió al poco. Para huir de las consecuencias de este homicidio, Villon abandona París.
La verdad es que no se aleja mucho (y que debía estar en constante contacto con Guillaume Villon y otros); seguramente vivió por Bourg-la Reine o acaso llegara a Port Royal, como se desprende de T CXV, donde conoció a la famosa abadesa, aunque no hay constancia de que participase en sus orgías; seguramente la conoció por mediación del amante de ésta, el fraile carmelita Baudes (T CXX). Lo que sí es bastante seguro es que por esta época empezó a relacionarse ya de manera más directa con otros «perdidos» como él, lo que lo llevó a —como muy poco— tratarse con la hermandad de «la Coquille»., entre cuyos miembros había bastantes conocidos suyos. Que estuvo con ellos, es seguro: hay hasta varios poemas —no incluidos en este libro: casi nunca se hace, entre otros motivos porque son intraducibles— escritos en su jerga: el «Jargon».
En 1456 regresa a París gracias a que Guillaume Villon le ha obtenido dos «cartas de remisión», y de nuevo se instala en la casa de su tutor. Sigue con los estudios —pero con poco interés—, vuelve a su vida nocturna en las tabernas, y pretende con más vigor los favores de Catherine de Vaucelles, que por cierto no se mostró muy amorosa hacia el poeta y hasta lo hizo objeto de una agresión bastante contundente, como escarmiento, ante su propio balcón (quiero decir que presenció la paliza); el jefe de los pandilleros que dejaron bastante malparado a Villon se llamaba Noël Jolis, y se vengará de él en el Testamento CLII. Desde luego, de ella lo hará también (repito: LIII y sgts., T LXV y sgts. y XCIV y «Última balada»).
Harto de vivir sin dinero (una de las causas del no de la Vaucelles), de ver cómo a su alrededor los mediocres prosperaban y cómo la corrupción se extendía por toda la sociedad, incluyendo a las respetables autoridades, Villon decide lanzarse de cabeza por el camino que sus compañeros de jarana le aconsejan desde hace tiempo. Y con algunos de ellos, Guy Tabarie (T LXXXVIII), Colin Cayeux (T CLVI), Petit Jehan y Damp Nicolas, prepara un asalto al Colegio de Navarra. El Colegio había sido fundado en 1304 por doña Juana de Navarra, mujer de Felipe el Hermoso, y se construyó entre 1309 y 1315. Estaba situado en donde hoy la Escuela Politécnica, en la rue Descartes. Los compinches deciden que la Navidad es buena ocasión, ya que el Colegio quedaba sin vigilancia. Y cuando llega la fecha, escalan, descerrajan los cofres y obtienen un botín de 500 escudos. A Villon le tocan 120, lo que no dejaba de ser una pequeña fortuna en ese tiempo.
Regresa a casa de Guillaume Villon; y debió considerar que, más bien temprano que tarde, se descubriría todo y su participación, y decide alejarse de París. Antes de partir, escribe, de un tirón, El Legado. Y se encamina a Angers.
En 1457 vivió algunos meses en Angers, tratando de ganarse el favor de Renato de Anjou, para lo que no escatimó sus halagos («Suplirá a monseñor de Borbón»), pero no lo consiguió. Allí escribió también, según se establece, «Los contradichos de Franc Gontier». Estando en Angers se entera de que en Dijon se está desarrollando un proceso de envergadura contra varios «coquillards», alguno de eIlos amigo suyo, y de que la pena va a ser la horca; y también le llega que su cómplice Tabarie, detenido en París, ha «cantado» todo lo referente al robo en el Colegio de Navarra, los nombres de los implicados y hasta que él, Villon, se encuentra en Angers.
Ya sin dinero —porque en Angers llevó una vida de derroche— se dirige a Blois, donde sabe que el duque de Orleans gusta de proteger a los artistas. Pero —y no está claro el porqué— es detenido y encarcelado por unos días, hasta que a finales de diciembre, la celebración del nacimiento de la primera hija de los duques, la princesa María, lo libera. Entonces se decide a participar en las justas poéticas que el duque ha convocado para 1458 con un pie forzado que a él se le ha ocurrido. Como resultado de este concurso («Balada del concurso de Blois» y «Epístola a María de Orleans»), el duque lo ampara, y seguramente con generosidad; pero Villon tiene algunos roces con otros protegidos de aquél y decide dejar esa corte y dirigirse a Moulins, esperando ganar el amparo de Juan II de Borbón.
De camino a Moulins, se detiene en Bourges. Una acusación, envidiosa, parece ser que de herejía, lo lleva ante el obispo, y cerca está el poeta de acabar muy mal (se vengará de esto en T CXL y CXLI y «Balada»). Por fin logra escapar con bien, y reanuda su camino, no sin enterarse, con gran dolor, supongo, de la ejecución en la horca de su muy querido Régnier de Montigny (L XVII). Por esos días escribe la «Balada de las lenguas mentirosas».
En Moulins no consigue gran ayuda de Juan II, y parte de nuevo. Durante meses se pierde su rastro. En una ocasión, algún documento lo afirma, pretendió otra vez el apoyo del duque de Orleans. Pero transcurren más o menos dos años, en los cuales nada sabemos de él. Podemos imaginar que volvió a frecuentar la hermandad de «la Coquille»; y podemos imaginar también la impresión que debió de causarle, tras la muerte de Montigny, el ajusticiamiento de Colin Cayeux, en septiembre de 1460.
A comienzos del verano de 1461, está en Meung-sur-Loire. Tampoco se saben las razones, aunque seguramente están relacionadas con su notoria amistad con Colin Cayeux y tantos otros, pero el caso es que el obispo Thibault d’Aussigny, hombre implacable, ordena su detención. Quizá pretendió sacarle con tormento el porqué de algunos robos que no se habían esclarecido. El caso es que lo entregó al más cruel de sus verdugos (al que por cierto hizo venir de Orleans, donde estaba con algún «trabajo»): Petit Robert. Los interrogatorios, con potro y tortura de agua, fueron terribles. (Sobre el obispo T I y LXXIII y sobre torturas T II, «Epístola a sus amigos» y «Balada de la apelación»). Sabemos que quebrantaron a Villon físicamente, hasta haciéndole perder el pelo. A principios de otoño, Luis XI, que ha sido coronado tras la muerte de Carlos VII, camino de Tours se aloja en Meung, lo que conlleva la amnistía de los presos del obispo. Así pudo Villon salir de la prisión.
Maltratado, fue una vez más a Moulins, para rogar protección, y hasta para ello escribió la «Suplica al señor de Borbón». Pero no consiguió sino algunas monedas. Con ellas regresa a París.
Estamos ya a finales de 1461. Empieza a escribir El Testamento (no está determinado si ya antes de volver a París o viviendo en casa de Guillaume Villon. Yo me inclino a pensar que todo, o casi, está escrito allí). Poco a poco se repone, aunque jamás por completo. Vuelve, mesurado, a su vida tabernaria y de golfas. El Testamento parece hecho y ordenado en él la serie de poemas anteriores, en los dos o tres primeros meses de ese año.
Y de pronto, sin que esta vez tenga nada que ver en el asunto, el 2 de noviembre es detenido y acusado de un robo. Como se prueba que no ha sido él, lo ponen en libertad, pero mientras ha estado detenido ha salido a relucir el viejo asalto al Colegio de Navarra. Inexplicablemente también, no lo acusan y condenan severamente por ello, sino que le imponen una multa de los 120 escudos que le habían correspondido, y le dan tres años para devolverlos. Y no ha hecho más que poner el pie en la calle, cuando la suerte, una vez más, la mala suerte, cae sobre él: al salir de cenar (con buen riego de vinos) con unos amigos, uno de éstos decide gastarle una broma —pesada— al notario Ferrabuc. Como sea, se produce una riña, y Ferrabuc es herido levemente. Pero Ferrabuc es hombre de grandes influencias, y el preboste de París no es ya Robert d’Estouteville, sino Jacques de Villiers, señor de l’Isle Adam, hombre inexorable y que está decidido a «limpiar» París de vagabundos y ladrones. Todo ello termina dando una vez más Villon con sus huesos en el Châtelet, donde, cuando todo lo que espera es una pena moderada, se encuentra de sopetón con interrogatorios durísimos, el más cruel de los encarcelamientos y —suma arbitrariedad— ¡con una sentencia de muerte!
Aterrado, mientras espera la vía dolorosa hacia el Patíbulo de Montfoucon, donde varios amigos suyos ya han sido ejecutados —y mientras Guillaume Villon y cuantos le conocen y estiman hacen todo lo posible por liberarlo de tan injusta condena—, escribe la «Balada de los ahorcados», su «Epitafio», y el de cuatro versos (XIII en Otras poesías).
Por fin, han sido tantas las exhortaciones en su favor, que el Tribunal revisa la causa, y el 5 de enero de 1463 conmuta la sentencia de muerte por el destierro de París por diez años. En agradecimiento, Villon escribe el «Elogio a la Corte» («Súplica a la Corte del Parlamento») y «Apelación». Y el 8 o 9 de enero —tras ese plazo de tres días que en esa balada suplica— abandona París y jamás volvió a saberse de él.
El texto francés que elegí primero, fue el ordenado por Pierre Michel, para su edición en Le livre de poche; luego tuve muy en cuenta el de Paul Lacroix; pero después he preferido el establecido por Claude Thiry para su edición en Lettres gothiques también de Le livre de poche. Thiry respeta el original, las acaso más acertadas interpretaciones de los manuscritos y primeras ediciones (por ejemplo la edición crítica de Jean Rychner y Albert Henry), permitiéndose tan sólo cierta libertad en los signos diacríticos: indicación de diéresis y «e» finales hoy mudas, así como sometimiento al acento agudo y al grave de distinción de la «à» preposición, el pronombre «où», o ciertos términos como «près» y «après».
He dejado fuera de esta edición las baladas en «Jargon». Aunque ya una edición de 1489—la de Pierre Levet— incluía junto a la obra «canónica», seis de estas baladas y otras cinco aparecen en el manuscrito de Estocolmo, no está asegurada su autenticidad. Bien pudieran ser de mano de Villon, o al menos alguna de ellas, pues bien conocía la jerga de «los Coquillards», aunque en general los versos carecen del vigor que él les imprimía.
He preferido siempre sacrificar metro y posibilidades de «embellecimiento» —hasta la atrocidad en ocasiones— antes que dejar poco claro lo que yo creo que Villon quiere decir.

LE LAIS-EL LEGADO contiene cuarenta octavillas (huitains), en octosílabos. Su rima es ababbcbc.
Existía una tradición de este género; basta recordar El Testamento de Jehan de Meung. En el manuscrito de la Biblioteca del Arsenal, se intitula Le lais - François Villon, lo que permite asegurar que esto fuera lo deseado por Villon (también se refiere a esto en T LXXVI y en L VIII).
Parece confirmado que fue escrito de un tirón en la Navidad de 1456, poco después del robo en el Colegio de Navarra, cuando Villon pensaba alejarse de París y no sabía por cuánto tiempo.

El desarrollo de El Legado: parte de su «presentación», alude —muy en carne viva esa herida— a su pasión, no consumada, por Catherine de Vaucelles; y a continuación empieza a testar, aprovechando esa fórmula para burlarse de un mundo que, verdaderamente, si le había proporcionado ciertas diversiones, bien caras las había pagado; la campana del L XXXV le hace ponerse serio: qué filo el de esa «tinta helada» del L XXXIX. Y firma.

Fuente:
 Título original: Lais, Le Testament

François Villon, 1462

Traducción, prólogo y notas: José María Álvarez

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

FRAGMENTO. NOVELA. EN PROCESO. EL VUELO DE LA URRACA.

  Tú eres un adicto al poder como todo político, vives y no vives. ¿Entonces, la Codicia no está en ti, bribón? ¿No sientes el dolor, tampoc...

Páginas