Letras
hispanoamericanas
LUIS
GREVE, MUERTO
Equívoco
destino literario el de Bioy Casares. No light but rather darkness
visible murmuran con perplejidad sus lectores y los unos reprenden
esa tiniebla que suponen irresoluble y los otros adoran esa tiniebla
que suponen deliberada. Ambos están en el error: ni la oscuridad de
los pasajes acriminados sobrevive a la relectura ni Bioy Casares
busca para su obra los híbridos placeres de la incoherencia. Su
falsa oscuridad, alguna vez, está hecha de elipsis; en general, de
explicaciones y precisiones. El público enviciado en ciertas
costumbres (favorable o aciaga connotación de determinadas palabras,
hábito de enfilar tres epítetos, hábito de hacer coincidir los
momentos intensos con las salidas o las puestas del sol...) no
entiende al escritor que prescinde de ellas y lo juzga cubista o
superrealista. Inevitablemente, eso ha acontecido con Bioy. Honrosa o
no, puedo asegurar que esa atribución es del todo falsa. Me consta
que ser profesionalmente joven no le parece menos absurdo que ser
profesionalmente arcaico y que los almanaques no intervienen en su
problema estético. Me consta que sin el menor esfuerzo ha rehusado
las más inevitables tentaciones de nuestro tiempo: el arte al
servicio de la revolución, el arte al servicio de la policía y del
neotomismo, el fraudulento arte popular con metáforas (Fernán Silva
Valdés, García Lorca), el retorno a Góngora, el retorno a Enrique
Larreta, los deleites morosos y vanidosos de la tipografía. Es quizá
el único poeta argentino que no se ha dedicado jamás unaplaquette
de 12 ejemplares en papel del Japón, numerados de Aries a Pisces.
De
las piezas que integran Luis Greve, muerto, hay muchas que
absolutamente me gustan —Catarsis, El azúcar y los muertos,
Alejamiento, Los novios en tarjetas postales, El desertor—, pero
sospecho que su encanto es indemostrable a quienes no lo sienten. En
cambio, Cómo perdí la vista y Luis Greve, muerto pueden o no
agradar, pero su rigor y su lucidez, su premeditación y su
arquitectura, son indudables. Se trata de dos cuentos fantásticos,
pero no caprichosos. Un hombre negro, del tamaño de una rata, y casi
inmortal, es la materia del primero; un fantasma entrevisto en el
restaurant de Constitución, la del segundo. Bioy Casares logra que
no sean increíbles. Logra también —lo cual es quizá más
difícil— que no borren los personajes comunes que los rodean.
Nuestra
literatura es muy pobre de relatos fantásticos. La facundia y la
pereza criolla prefieren la informe tranche de vie o la mera
acumulación de ocurrencias. De ahí lo inusual de la obra de Bioy
Casares. En Caos y en La nueva tormenta la imaginación predomina; en
este libro —en las mejores páginas de este libro— esa
imaginación obedece a un orden. Nada tan raro como el orden en las
operaciones del espíritu, ha dicho Fénelon.
Sur,
Buenos Aires, Año VII, N° 39, diciembre de 1937.
No hay comentarios:
Publicar un comentario