viernes, 30 de junio de 2017

TERENCIO AFRICANO. COMEDIAS.


Prólogo
Víctor Fernández Llera
I
Pocas noticias, y éstas incompletas, cuando no contradictorias, tenemos de la vida de
Terencio. Que nació en Cartago al fin de la segunda guerra púnica, y fue en Roma siervo del
senador Terencio Lucano, quien, prendado de su ingenio, le educó en las artes liberales y le
manumitió por fin, dándole a par el nombre con que le conocemos; que le distinguieron con
su amistad y trato familiar varones tan ilustres como Cayo Lelio y Escipión; que después de
haber hecho representar en Roma algunas comedias, partiose a Grecia, con objeto de dominar
más fácilmente las disciplinas y artes griegas, y al volver a Roma, antes de comenzada la
tercera guerra púnica, fue víctima de un naufragio en que pereció juntamente con un centenar
de comedias que había traducido de Menandro: tales son, en sustancia, los datos de más bulto
que registran las biografías de Terencio, a partir de la que escribiera Suetonio, erróneamente
atribuida a Elio Donato. Y sobre ser escasas las noticias, todavía son motivo de controversia.
Así, el pretendido, cautiverio niégalo Fenestela1, y con buenas razones, pues si, como observa
este escritor, Terencio nació terminada la segunda guerra púnica y murió antes de comenzarse
la tercera, ¿quién pudo hacerle prisionero? Sólo cabe pensar en los Númidas o en los Getas. Y
entonces, ¿cómo vino Terencio a poder de un general romano, si es sabido que entre Romanos
y Africanos ningún trato existía antes de la destrucción de Cartago? No falta quien ha creído
salvar esta dificultad imaginando que cayó en manos de los piratas y que éstos le vendieron a
algún mercader de esclavos, de quien le recibió el senador Terencio. Pero los reparos de
Fenestela tienen eco en la crítica, y un escritor moderno, Salvator Betti, en su disertación In
C. Suetonii Tranquilli vitam Terentii sostiene que este poeta ni fue de África ni siervo. Afer,
dice Betii, es un cognomen (sobrenombre), y no un derivativo de patria, y puede venir del
color, como Albus, Rufus, Flavus, etc. Muchos se llamaron Afri en Roma, sin ser de África,
como el cónsul Senecio Memmius Afer, que se menciona en una inscripción de Tívoli, el
orador Domitius Afer, de quien nos habla Tácito, Elius Adrianus Afer y otros. Además, el
praenomen Publius del poeta no pertenece al senador Terencio Lucano, pues no hay ningún
senador que le llevara. Fuera de esto, ningún escritor antiguo llama esclavo a Terencio, antes
del siglo IV. Que no era siervo infiérese también de su familiaridad con Lelio y Escipión, los
cuales le trataban como a hombre ingenuo o libre. Y a ser cierto que el poeta tenía una hija y
la desposó con un caballero romano, como afirma Suetonio, esta es la prueba concluyente de
que Terencio fue ingenuo y no siervo de origen, porque el matrimonio entre ingenuos y
libertos estaba a la sazón severamente prohibido. ¿Ni cómo se concibe que un africano llegase
a dominar tan pronto (a los dieciocho años) la lengua griega y a escribir en latín con elegancia
tal, que fue en su tiempo y después la admiración de los escritores de más nombre en Roma y
fuera de ella? La amistad de Terencio con Cayo Lelio y Escipión también ha sido objeto de
largas disputas en el campo de la crítica. Y, en fin (para dar de mano a puntos de menos
importancia), las circunstancias que acompañaron a la muerte de Terencio y el lugar en que
esta acaeció, refiérense de muy diverso modo. Ausonio le libra del naufragio, diciendo que
sólo perecieron en él las traducciones de Menandro, y que Terencio murió a consecuencia del
dolor que le produjera la pérdida de aquellos manuscritos.
Tenemos, pues, dos versiones. La que nos habla del naufragio apóyase en el testimonio
de este verso de Ovidio:
«Comicus ut periit, liquidis dum natat in undis2»
Pero ¿quién era este poeta cómico? Ovidio no lo dice. Así, mientras Domicio ve en este
verso una alusión a Menandro tanto como a Terencio, Bautista Egnacio la refiere a Eupolis, y
Turnebo resueltamente a Menandro. Para colmo de confusión, aun los mismos que están de
acuerdo en rechazar el naufragio como causa de la muerte, discrepan entre sí cuando señalan
el lugar y la fecha del suceso. Ausonio pone la muerte de Terencio en la Arcadia; otros,
testigo Escoto, en la Acaya; unos fijan el año del fallecimiento en el 595 de la fundación de
Roma, siendo cónsules Cornelio Dolabela y Marco Fulvio Nobilior; otros, cuatro años
después, en el segundo consulado de Publio Cornelio Escipión Nasica y Marco Claudio
Marcelo.
II
Seis son las comedias de Terencio que van en este volumen, únicas que han llegado hasta
nosotros.
1.ª Andria (La Andriana), representada en las fiestas Megalenses, siendo ediles curules
Marco Fulvio y Marco Glabrión, y cónsules Marco Marcelo y Cayo Sulpicio, por la compañía
de Lucio Ambivio Turpión y Lucio Atilio Prenestino, con música de Flaco y flautas iguales,
derechas e izquierdas3. El original es de Menandro.
2.ª Eunuchus (El Eunuco), representada en las fiestas Megalenses, siendo ediles curules
Lucio Postumio Albino y Lucio Cornelio Mérula, en el consulado de Marco Valerio Mesala y
Cneo Fannio Estrabón, por la compañía antes citada, con dos flautas derechas. También es de
Menandro. Gustó mucho y obtuvo los honores de la repetición.
3.ª Heautontimorumenos (El Atormentador de sí mismo). Representose en las fiestas
Megalenses, siendo ediles curules Lucio Cornelio Léntulo y Lucio Valerio Flaco. Las dos
primeras veces no agradó; la tercera representación se efectuó en el consulado de Marco
Juvencio y Tito Sempronio. Gustó poco.
4.ª Adelphi (Los Hermanos), representada en los funerales de Lucio Emilio Paulo, siendo
ediles curules Quinto Fabio Máximo y Publio Cornelio Africano, por la compañía de
Prenestino y Minucio Prótimo, y con flautas iguales, en el consulado de Lucio Anicio Galo y
Marco Cornelio Cetego.
5.ª Hecyra (La Suegra), que se representó tres veces: la primera en las fiestas
Megalenses, siendo ediles curules Sexto Julio César y Cneo Cornelio Dolabela; la segunda en
el consulado de Cneo Octavio y Tito Manlio, con motivo de los funerales de L. Emilio Paulo;
la tercera siendo ediles curules Quinto Fulvio y Lucio Marcio; hízola Ambivio Turpión, y fue
aplaudida, no obstante haber sido antes rechazada.
6.ª Phormio (Formión), representada por Turpión y Prenestino, y con flautas desiguales
(música de Flaco), en las fiestas Romanas, siendo ediles curules Lucio Postumio Albino y
Lucio Cornelio Mérula, y cónsules Cayo Fannio Estrabón y Marco Valerio Mesala. El
original es el Epidicazomenos de Apolodoro.
La cronología no está exenta de contradicciones: varía según las didascalias. Los
consulados y las fechas de nacimiento y muerte del poeta vienen a aumentar la confusión.
Teuffel presenta los siguientes datos:
Nacimiento del poeta, en 569 de Roma; su muerte, en 595.
Fecha en que se representaron las comedias:
En.588 de Roma (166 antes de Jesucristo), el Andria.
En 589 (165), la Hecyra (primera representación).
En 591 (163), el Heautontimorumenos.
En 593 (161), el Eunuchus y el Phormio.
En 594 (160), la Hecyra (segundo intento de representación) y los Adelphi; tercera
representación (completa) de la Hecyra.
III
Imitó Terencio en las comedias tituladas Andria, Eunuchus y Heautontimorumenos a
Menandro, príncipe de la llamada Comedia. Nueva (por oposición a la Comedia Antigua o
Aristofánica) entre los Griegos; en los Adelphi, a Dífilo Sinopense, autor de cien comedias
cuyas sentencias alabaron Clemente Alejandrino y Eusebio de Cesarea, y en el Phormio y la
Hecyra, a Apolodoro, según Elio Donato.
Griegos son los títulos de las comedias; griegos los nombres de los personajes, y la
acción de todas ellas pasa en Atenas.
¿Son, pues, traducciones del griego? ¿Son más bien refundiciones, en las que el poeta
latino ha puesto algo, quizá mucho, de su propio ingenio? Punto es éste de la mayor
importancia para la crítica; por eso voy a tratarle, siquiera sea brevemente. Cabe afirmar,
desde luego, que Terencio hace algo más que traducir; Terencio imita con cierta originalidad a
los poetas griegos. Si toma una comedia de Menandro, es para hacerla pasar por un trabajo de
refundición que está vedado al mero traductor. Curioso por demás sería, y sobre curioso útil
en extremo, un cotejo entre el poeta latino y Menandro. Por desgracia es punto menos que
imposible, dado que del teatro de Menandro sólo quedan los títulos de las comedias y algunos
fragmentos piadosamente recogidos por la diligencia de ilustres eruditos. Hay, sin embargo,
algunas huellas por donde rastrear lo que tienen de personal y propio de Terencio estas
comedias. El prólogo de los Adelphi (Los Hermanos) dice textualmente que una parte de la
pieza estaba literalmente traducida de Dífilo:
Verbum de verbo expressum extulit4.
El escoliasta del Andria (La Andriana) nota también al verso décimo del prólogo que la
primera escena de la Perinthia de Menandro está escrita casi con las mismas palabras que la
de la Andriana de Terencio. Cuanto a la Hecyra (La Suegra), no debió de separarse mucho del
original griego, si damos crédito a Sidonio Apolinar, quien para hacer más clara a su hijo la
interpretación del texto latino, servíase, según él mismo nos dice, del Epitrepontes de
Menandro, cotejándole con la Hecyra5. Si el procedimiento de Terencio era traducir
literalmente en ocasiones, en otras, al contrario, consistía en un trabajo de verdadera
composición. A esta segunda manera se refieren:
1) La llamada contaminación. En latín contaminare es propiamente enlodar, echar a
perder. Esto le reprochaban sus émulos, de ellos un poeta cómico, por nombre Lavinio o
Lanuvio, que de ambas maneras se le llama, y a quien Terencio en sus prólogos alude con las
palabras vetus poeta (el poeta viejo). Era la contaminación (contaminatio) un procedimiento
de composición que consistía en refundir dos piezas griegas en una sola latina. Procedimiento
favorito de Terencio, servíale en gran manera para latinizar el teatro griego, adaptándole al
gusto del público de Roma, el cual no comprendía aquella sencillez, o mejor, simplicidad, que
en la disposición de sus fábulas observaba Menandro, antes bien buscaba el relieve, el
contraste y el enredo de una acción más complicada. A esta labor deben su origen el Andria
(la Andriana), compuesta del Andria y la Perinthia de Menandro; el Eunuchus (El Eunuco),
en la cual Terencio aprovecha otras dos comedias de Menandro, una de ellas con el mismo
título, la otra llamada Colax, de la cual tomó dos personajes, un truhán, así llamado, y un
soldado fanfarrón.
2) La invención de personajes, tales como Carino y Birria en La Andriana, los cuales,
según Elio Donato6, no se encuentran en Menandro, y Terencio no los había tomado de la
Perinthia, pues como él mismo nos advierte, eran esas dos piezas semejantes en el argumento,
y sólo discrepaban por el discurso y el estilo. Citemos aún la persona de Antifón, en El
Eunuco, en cuya invención Donato hallaba mucho que alabar, ya que merced a ella resultaba
abreviado el largo monólogo de Querea en la comedia de Menandro.
3) Los monólogos convertidos en diálogos, de que son ejemplos la escena de Antifón y
Querea, y la de Gnatón y Parmenón en El Eunuco. Otras veces, al decir de Donato, Terencio,
atento a conseguir la brevedad, había preferido la narración a la representación, medio que
utilizaba el original griego
Tales son los procedimientos técnicos empleados por Terencio, los cuales dan a su teatro
un carácter, como ya va dicho, distinto del que tuvo su modelo. Así pudo exclamar con gran
verdad Quintiliano, al comparar el teatro griego, y sus imitaciones latinas:
«Vix levem consequimur umbram».
IV
Pedro Simón Abril, humanista del siglo XVI, contemporáneo del Brocense, y como él
doctísimo filólogo, tradujo, para auxiliar a sus discípulos en el aprendizaje de la lengua latina,
las seis comedias de Terencio, imprimiéndolas en Zaragoza, 1577, 8º, en la oficina de Juan
Soler. En 1585 salió la segunda edición, impresa en Alcalá por Juan Gracián, corregida en
presencia del texto de Gabriel Faerno, que publicó en Venecia el año 1565 Pedro Victorio, y
que ofrecía la ventaja de estar cotejado con los mejores manuscritos. En esta edición Pedro
Simón Abril hizo desaparecer no pocos lugares obscuros, e interpretó otros mejor con ayuda
del maestro Francisco Sánchez de las Brozas. La edición de Alcalá mereció, por su elegancia,
los elogios de los eruditos; en 1599, Jaime Cendrat la reprodujo en Barcelona, y, por fin,
Benito Monfort en Valencia, 1762. El trabajo de Simón Abril es, sin duda alguna, de mérito
muy subido; en general traslada la sencillez y la elegancia terencianas. Tiene, sin embargo,
defectos de interpretación, los más de ellos nacidos, del texto que siguió nuestro humanista,
hoy más depurado, merced a la labor de algunos eruditos. En ocasiones es obscuro por
excesivo apego a la letra original; a veces por lo contrario, es decir, por introducir perífrasis
que deslíen además la frase latina, quitándole la concisión que lían menester no pocas
situaciones dramáticas. Fuera de esto, los arcaísmos (de palabra y de construcción) abundan, y
no menos dañan a la claridad la mala división de las escenas, la pésima puntuación y otras
tachas que fuera largo enumerar. A corregirlas va encaminada la presente edición. Manchas
lleva, sin duda; pero en ella verá el lector que quiera cotejarla con la de Valencia no pocas
variantes, las cuales servirán quizá de atenuación a los descuidos.
V. Fernández Llera.
Santander, septiembre 1890

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