jueves, 16 de marzo de 2017

SEGUNDA PARTE LA EVOLUCIÓN DEL GÉNERO NEGRO. LOS OTROS PADRES FUNDADORES.


MEMPO GIARDINELLI
SEGUNDA PARTE
 LA EVOLUCIÓN DEL GÉNERO NEGRO.
 LOS OTROS PADRES FUNDADORES


  El simple arte de matar
 Raymond Chandler: vida, literatura y teoría


   
    Sin dudas, entre las grandes trayectorias y obras que siguieron el camino trazado por Dashiell Hammett, destaca la de Raymond Thornton Chandler.
    Nacido en Chicago el 23 de julio de 1888 y fallecido en La Jolla, California, el 26 de marzo de 1959, a lo largo de su vida escribió no solamente una de las sagas fundacionales del género, sino varias de las más autorizadas y brillantes teorizaciones sobre la novela policial.
    Su preocupación mayor fue, en cierto modo, obtener para esta literatura —y para sí mismo— el reconocimiento que hasta entonces, y en cierto modo aún ahora, los medios literarios le retaceaban.
    Aunque llegó a ser mundialmente reconocido como uno de los dos más grandes escritores del género, Chandler parecía estar siempre disconforme y los prejuicios hacia su literatura lo irritaban y tornaban irónico. Quizás la causa de ello fue que se inició tardíamente en la literatura: tras educarse en Inglaterra (vivió en Europa entre 1896 y 1912), regresó a California con su madre en 1919. Allí se casó en 1924 con Pearl Cecily Bowen (“Cissy”), una mujer diecisiete años mayor que él y quien ya se había divorciado dos veces. El matrimonio duró treinta años (Cissy murió en 1954) y no tuvieron hijos.
    En los años 20 se dedicó a los negocios, llegó a ser ejecutivo de varias compañías petroleras y alcanzó una posición relativamente acomodada. Solo empezó a escribir por necesidad, y con mucho escepticismo, cuando perdió su empleo en plena depresión económica. Pero así como su comienzo fue tardío —escribió y publicó su primer cuento a los 45 años, en Black Mask en 1933 [64]— evidentemente le sobraba talento, sabiduría, calles recorridas y un profundo conocimiento de la idiosincracia californiana de aquella época.
    Aunque se inició como cuentista, igual que tantos escritores/as de todas las épocas, Chandler alcanzó fama y unánime respeto gracias a las siete novelas que escribió, protagonizadas todas por un detective-filósofo ciertamente excepcional: Phillip Marlowe.
    Esas novelas se han convertido de algún modo en siete grandes clásicos del género negro: El sueño eterno(The big sleep, 1939) [65], Adiós muñeca (Farewell my lovely, 1940) [66], La ventana siniestra (The high window, 1942) [67], La dama del lago (Lady in the lake, 1943) [68], La hermana pequeña (Little sister, 1949) [69] y El largo adiós (The long good-bye, 1953) [70] y Cóctel de barro, como se tradujo al castellano Playback (1958). [71]
    Pero si los cuentos no fueron lo más significativo en el posicionamiento universal de Chandler, no es menos cierto que eso se debió a una decisión personal consciente: él siempre quiso ser novelista. Y quizás por eso fue tan injusto consigo mismo al considerar que sus cuentos habían sido apenas intentos, exploraciones luego “fagocitadas” o “canibalizadas” —fueron sus palabras— por sus novelas.
    Como fuere, su narrativa cuentística es notable y orientadora en muchos sentidos, y obviamente contribuyó muchísimo a su prestigio literario. Sus títulos originales fueron: Five murderers (1944); Trouble is my business (1950); Pick-up on Noon Street (1953); Poodle springs (1959) Killer in the rain (1964) y The smell of fear (1965).
    En castellano su obra cuentística se encuentra recopilada en varios libros estupendos, entre ellos Viento rojo, traducido por Rodolfo J. Walsh para la Serie Negra que en los años 70 del siglo pasado dirigió Ricardo Piglia. [72] En esa misma colección se publicó también Peces de colores [73]. Y en los años 80 y en las colecciones de la Editorial Bruguera que dirigía Juan Martini aparecieron: Sangre española, Asesino en la lluvia, Bay City Blues y El lápiz y otros cuentos. [74]
    Es sabido que Chandler se ocupó de delinear con rigurosa precisión los límites del género negro, y esa fue, sin dudas, una parte de su obsesión por ser un novelista reconocido en la literatura de su país. Entre sus muchos intentos por hacer respetar el género que había abrazado destaca el ya mencionado breve ensayo titulado "El simple arte de matar” (The simple art of murder, 1950), que hoy en día sigue siendo un clásico de la teoría de la novela negra. Se trata del ensayo que aparece al final del libro del mismo nombre, integrado también por una introducción (la única que hizo Chandler en su vida, que sepamos) y tres cuentos largos que son parte de los 21 que escribió hasta convertirse en el genial novelista que llegó a ser. El cuento número 22 se titula “El lápiz", es de 1958 y se conoció poco antes de su muerte.
    Revisar todos los cuentos de Chandler es una aventura realmente interesante pues, leyéndolos, el lector iniciado en la narrativa chandleriana llega a reconocer muchas de las situaciones que hicieron fascinantes a sus siete novelas. De donde se deduce que, en efecto, los cuentos fueron para él ejercicios narrativos, algo así como un precalentamiento para la escritura de novelas.
    Y es que los cuentos de Chandler son, en general, largos, casi como pequeñas novelas o nouvelles, y ello se debió, seguramente, a las exigencias que imponían las revistas pulp en las que fueron apareciendo, como la legendaria Black Mask donde se publicaron once de sus relatos.
    Los tres cuentos que integran El simple arte de matar pueden considerarse entre los mejores de la producción chandleriana. El primero de ellos, “Las perlas son una molestia” (Pearls are a nuisance, de 1939), es la historia de dos borrachos que se persiguen, terminan amigos y despliegan un humor brutal y con diálogos deliciosos, todo en busca de un collar de perlas falsas. El personaje central es el detective aficionado Walter Gage, quien ya contiene todos los elementos temperamentales del luego peculiar Phillip Marlowe. Se trata de un relato que, por sobre lo policiaco (la búsqueda de las perlas, que a la postre son verdaderas y las tiene el brutal amigote), es un homenaje a la amistad entre un hombre honesto y un pillo entrañable, tema que más adelante retomaría Chandler en por lo menos dos de sus novelas.
    El segundo cuento del libro es “El denunciante” (Finger man). Escrito en 1934, es uno de los primeros relatos que escribió Chandler en su vida. Allí aparece un prematuro Marlowe, metido en una lucha entre hampones y políticos corruptos, que fue uno de los temas favoritos de Hammett, cuya influencia aquí es evidente. Marlowe se la pasa recibiendo golpes y encontrando cadáveres, y es tentado por ambos bandos, por una rubia voluminosa y por 22.000 dólares. Pero él sigue adelante con su tarea, resistiéndose con un ascetismo ya entonces notable. El tono del texto es de una crudeza y una percepción de la psicología humana excepcionales. Chandler evidencia ya aquí, además, su prosa latigueante, agilísima, y su dominio de las situaciones imprevistas.
    Por último, cierra este trío de relatos duros “El rey de amarillo” (The King in Yellow). Publicado por primera vez en 1938, este cuento narra la aventura de un mediocre detective de hotel, Steve Grayce, quien se ve envuelto en un lío con King, que es el trompetista al que él más ama y admira, pero al que ha tenido que expulsar del hotel por escandaloso. Claro que en su camino se cruza una mujer que él cree honorable e inocente —ha estado, años atrás, vinculada a King— y se pone de su lado aunque para ello deba enfrentar al músico que admira y aunque, al final, todo eso le cueste un amigo.
    Evidentemente, hay elementos comunes en los tres cuentos: el asesinato (“acto de infinita crueldad”, como lo define en el ensayo final); la inmoralidad social; la misoginia y el sabor amargo de los finales, en los que si bien se alcanzan los objetivos de los investigadores, siempre queda la sensación de que el afán de dinero fácil y de poder son un cáncer intrínseco de ese tipo de sociedad en que le tocó vivir a Chandler, y en la que hizo mover a sus personajes.
    Todo ello, en la idea de que el crimen, desde Hammett, salió de los jarrones y otros artículos sofisticados de los ricos, y de las mansiones con mayordomos de la campiña británica, para instalarse en el callejón, en los suburbios, en los arrabales donde vive la gente común. El perfecto conocimiento que tenía Chandler de las literaturas inglesa (recordemos que se había educado en Inglaterra) y norteamericana, se sumó a su extraordinaria capacidad de observación, y son tales cualidades las que explican por qué este escritor exquisito, de estupenda prosa y dominador tanto del lenguaje culto como del más soez, llegó a ser el escritor número uno de este género y uno de los más grandes de toda la literatura estadounidense del siglo XX.
    En “El simple arte de matar” Chandler desarrolla, de hecho, una apasionada defensa del realismo literario. En un pasaje en el que rinde un encendido homenaje a su predecesor y maestro Dashiell Hammett, Chandler dice: “Devolvió el asesinato al tipo de personas que lo cometen por algún motivo, y no por el solo hecho de proporcionar un cadáver. Y con los medios de que disponían, y no con pistolas de duelo cinceladas a mano, curare y peces tropicales. Describió a esas personas en el papel tales como son, y las hizo hablar y pensar en el lenguaje que habitualmente usan”.
    Chandler parte de la idea de que no existen “formas vitales e importantes del arte”, sino que solo existe el arte “y en muy escasa proporción”. En esa idea se apoya para sostener que el relato detectivesco es muy dificultoso, tanto o más que cualquier otro género literario, y analiza el fenómeno de los llamados best-sellers —ante el cual se indigna, resignado— y explica que el problema está dado por el “exceso de competencia”, particularmente en el caso del género policial. “Ni siquiera Einstein podría ir muy lejos —sostiene— si todos los años se publicaran trescientos tratados de física superior, y varios millares de otros, en una u otra forma, rondaran por ahí en excelentes condiciones y además se los leyera."
    En cuanto al género policial, admite que tanto los buenos como los malos relatos se refieren a las mismas cosas y casi de la misma manera. En todo caso, lo que le preocupa es el tipo de novela dedicada “al arte de engañar al lector.” Analiza algunas obras famosas por su popularidad (se detiene en una novela de Dorothy Sayers) y dice que ese tipo de obras habrá vendido mucho pero allí “nadie aprendió nada”. Critica duramente a la narrativa inglesa, cuyos escritores —dice— “es posible que no sean siempre los mejores escritores del mundo, pero son, sin comparación alguna, los mejores escritores aburridos del mundo". Y lo son, sostiene, porque “están demasiado elaborados y tienen demasiado poca conciencia de lo que sucede en el mundo”. Por eso discute a Sayers acerca de la naturaleza de la “literatura de evasión" frente a una supuesta “literatura de expresión*. Desdeña la jerga de los críticos y dice que “no hay temas vulgares; solo hay mentalidades vulgares”. Y sentencia: “Todo lo que se lee por placer es una evasión, se trate de un texto en griego, de un libro de matemáticas, de uno de astronomía, de uno de Benedetto Croce. Decir lo contrario es ser un esnob intelectual y un principiante en el arte de vivir”.
    El realismo, para Chandler, exige “demasiado talento, demasiado conocimiento, demasiada conciencia”. Para él, solo Hammett tenía todo eso y fue así como “demostró que el relato de detectives puede ser una forma de literatura importante”. Entonces pasa a describir el mundo hammettiano con minuciosidad, para concluir: “No es un mundo muy fragante, pero es el mundo en que vivimos; y ciertos escritores de mente recia y frío espíritu de desapego pueden dibujar en él tramas interesantes y hasta divertidas".
    De ahí, finalmente, se traslada a la descripción del tipo de protagonista de la nueva novela policial —aún no se llamaba género negro— para volver a reafirmarse en el realismo, esa literatura donde las cosas suceden y donde la vida vivida por el autor, junto con su talento, son prácticamente todo.
    En ese mismo texto Chandler sugiere algunas de las características que dieron fama a Marlowe y sus andanzas: la dureza. Según él, la relectura de las viejas revistas pulp permite "determinar cómo, cuándo y por qué medios el relato de misterio popular se despojó de sus buenos refinados modales y adquirió reciedumbre". Las causas de esa rudeza, sostiene, están a la mano: un mundo enloquecido; la maquinaria destructiva inventada ya antes de la bomba atómica; el primitivismo de la gente; la ambición desmedida por obtener dinero y poder. Así, el género negro “se hizo duro y cínico en cuanto a los motivos y en sus personajes”. Y explica esa dureza en la “exigencia de acción constante (...) En caso de duda, hay que hacer que un hombre aparezca en una puerta con una pistola en la mano". Y ello es así, dice, porque “un escritor que teme desbordarse es tan inútil como un general que tiene miedo de equivocarse”. [75]
    La defensa que hace en esas pocas páginas del ya entonces desdeñado género, es tan conmovedora como brillante. Casi se convierte —se diría— en una clase magistral sobre el arte de escribir, algo así como una aguda lección para escritores de cualquier género.
    Chandler ofrece allí tres claves que explican su vigencia a pesar del paso del tiempo (o gracias a ello): “Entre el humorismo monosilábico de la tira cómica y las sutilezas anémicas de los literatos hay una amplia extensión de territorio, en la cual el relato de misterio puede ser un mojón importante (...) Hay quienes consideran que la ficción detectivesca es un subgénero literario y no tienen para ello mejores argumentos que el de que por lo general no se atasca en oraciones subordinadas, complicada puntuación o subjuntivos hipotéticos”. Y después remata la idea rechazando todo rebuscamiento porque, dice, hay “otros que piensan que la menor distancia entre dos puntos va de una rubia a una cama”.
    Pero lo que sí admite es que “no hay clásicos del crimen y la investigación” si por clásico se entiende “una obra que agota las posibilidades de su forma y jamás puede ser superada".
    Pocos meses antes de morir en 1959, Chandler escribió ese último cuento (“El lápiz") en el que vuelve a aparecer su personaje principal, el detective Phillip Marlowe. Fue su primer —y último— relato después de veinte años de haber prácticamente abandonado el género cuentístico, puesto que desde que en 1939 publicara su primera novela, El sueño eterno, se había dedicado casi exclusivamente a escribir novelas y guiones cinematográficos.
    En una breve nota, advirtió que este cuento “fue escrito especialmente para Inglaterra”, y declaró también que en esos veinte años de carrera literaria “me he negado con persistencia a escribir cuentos cortos porque creo que las novelas son mi elemento natural, pero ahora me convencieron para hacerlo algunas personas que tengo en gran estima. Además, siempre he querido escribir un cuento sobre la técnica de los asesinatos del Sindicato”.
    El cuento no es tan corto (tiene unas cuarenta páginas) y además es, probablemente, una de las mejores piezas chandlerianas, producto de su madurez literaria y vital, y efectivamente desnuda las metodologías del accionar del hampa norteamericana, lo que él llama “el Sindicato del Crimen”. Es una lección de maestría narrativa, un ejemplo de cómo opera el delito y un testimonio del grado de corrupción y temor que entonces tenía la sociedad norteamericana, incapaz de sancionar y eliminar al “Sindicato". Claro que ese Marlowe ya adulto y decepcionado todavía podía confiar en unos pocos amigos, como el viejo Bernie Ohls o esa muchacha que lo ama con un amor tan duro como él mismo: Anne Riordan.
    Este cuento permaneció totalmente desconocido durante muchos años. En lengua castellana se lo conoció apenas en 1981, cuando la Editorial Bruguera de Barcelona lo publicó inmediatamente después de que el público norteamericano lo conociera (el copyright original es de College Trustees y corresponde a ese mismo año de 1981). Fue rescatado bajo el sello de la estupenda Serie Negra que dirigía Martini, en un volumen en el que también se incluyen —bajo el título de El lápiz y otros cuentos— “Nevada gas" y “Los chantajistas no matan” (o no disparan), que son dos de los primeros relatos que escribió Chandler en su vida y que se publicaron en Black Masken 1935 y 1933 respectivamente.
    “El lápiz”, veinte años después del nacimiento de Marlowe en la literatura negra, muestra a este detective en su mejor momento. Su escepticismo es absoluto y su desconfianza hacia la sociedad en la que se desenvuelve es total; por eso mismo, el hampa finalmente sale impune. "No es extraño que un hombre sea asesinado, pero a veces resulta extraño que lo asesinen por tan poca cosa y que su muerte sea el sello de lo que llamamos civilización”, había escrito años antes en “El simple arte de matar”.
    Casi inmediatamente después de la terminación de este texto, el 26 de marzo de 1959 Raymond Chandler moría, alcohólico y solo, en La Jolla, California, a los 70 años de edad.

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